Pánico – Jeff Abbott

–Me sorprendes, Evan. Pensaba que eras más egoísta.

–Si averiguo lo que hay en los archivos que robó mi madre no sólo tendré una herramienta de negociación para recuperar a mi padre, sino que también averiguaré la verdad sobre quiénes son. Sobre quién soy yo.

Bedford le sonrió.

–Eso es verdad. Podría ser el primer paso para recuperar tu vida.

–No tengo mi portátil, me lo dejé cuando escapé de la casa de Gabriel, pero sí tengo mi mp3… Creo que guardé allí los archivos que envió mi madre pero no pude descodificarlos de nuevo cuando los descargué por segunda vez, y llevaba el reproductor en el bolsillo cuando salté al agua en el zoo. Se ha estropeado.

–Dámelo. Intentaremos arreglarlo.

–Tengo un pasaporte de Sudáfrica que me dio Gabriel. – Evan se lo sacó del zapato-. Tenía otros pasaportes, pero los dejé en la habitación del hotel de Nueva Orleans.

Supuso que El Turbio se los habría llevado cuando huyó.

Bedford inspeccionó el pasaporte y se lo devolvió con una mirada crítica.

–Podemos mejorar tu color de pelo. Cambiarte el color de ojos. Hacer una foto nueva. Probablemente es mejor que el mundo siga pensando que sigues desaparecido. La prensa te acosaría si aparecieses ahora.

–De acuerdo.

–Evan, hay algo que tienes que entender. Un error y estarás muerto; tu padre estará muerto, y peor aún… Los Deeps huirán con todo.

Capítulo 26

Carrie estaba despierta cuando Evan volvió a la habitación. El guardia cerró la puerta cuando entró, y los dejó solos.

–Eh, ¿cómo te encuentras? – preguntó él.

Carrie tenía delante una bandeja de la cena con comida reconfortante: sopa de pollo, puré de patatas, un batido de chocolate y un vaso de agua helada. Casi no había probado bocado.

–¿No tienes hambre?

No sabía cómo empezar la conversación. Ella había permanecido inconsciente durante la mayor parte del rápido vuelo desde Nueva Orleans, y no habían podido hablar delante de los tipos de la CIA.

–La verdad es que no.

–Bedford ha dicho que la herida no pinta tan mal.

Carrie se puso colorada.

–Parece más bien hecha con un cincel que con una bala. Me alcanzó la parte superior del hombro. Duele y está entumecido, pero me siento mejor.

Evan se sentó en la silla atornillada al suelo, a los pies de su cama.

–Gracias por salvarme la vida -dijo.

–Tú me salvaste a mí. Gracias.

De nuevo un extraño silencio.

Se levantó y se sentó en la cama junto a ella.

–Ahora mismo no sé lo que creer. No sé en quién confiar.

Las palabras de El Turbio resonaban en su cabeza: «No confíes a menos que tengas que hacerlo».

Quizá Carrie había visto a El Turbio entre la multitud (quizá lo reconoció por El más mínimo problema), pero todavía no se lo había mencionado a Bedford. Para proteger a su amigo; para demostrarle, mediante el silencio, que podía confiar en ella, Evan no se atrevía a mencionar el nombre de El Turbio; probablemente la habitación tenía micrófonos ocultos. Sólo esperaba que él estuviese ahora a salvo y oculto.

–Confía en ti mismo -dijo Carrie.

Ahora sólo miraba la maraña de sábanas que rodeaban su cintura.

–¿En ti no?

–No puedo decirte lo que tienes que hacer. No tengo derecho.

–Bedford dice que quieres ayudarme a recuperar a mi padre.

–Sí.

–Vas a correr un gran riesgo.

–¿Qué es la vida, si no riesgo?

–No tienes que demostrarme nada.

–Tú y tu padre sois nuestra mejor esperanza para acabar con ellos. No es una cuestión de obligación, sino de ingenio. Lo único que quiero es acabar con Jargo y que tú estés a salvo.

Evan se inclinó y le dijo:

–Escucha. No tienes que seguir interpretando un papel. No tienes que seguir fingiendo que me quieres, ni siquiera que te gusto. Estaré bien.

–No te subestimes, Evan. Eres más fácil de querer de lo que tú piensas.

A Evan le subió el calor a la cara.

–¿Por qué no me dijiste simplemente la verdad?

–No podía ponerte en ese peligro. Jargo te habría matado.

–Y tú habrías perdido la oportunidad de atraparlo.

–Pero para mí tú eres más importante que Jargo. – Cerró los ojos-. No me permití a mí misma encariñarme con nadie desde que mis padres murieron. Tú fuiste el primero.

Evan le cogió las manos.

–Bedford dice que Jargo mató a tu familia.

–La verdad es que no sé quién apretó el gatillo. Seguramente uno de los otros Deeps o un asesino a sueldo. Jargo no se mancharía las manos. Se aseguró de que estuviese con él y con Dezz cuando ocurrió. Quería que estuviese segura de que había sido la CIA.

–Háblame de tus padres.

Ella se lo quedó mirando y dijo:

–¿Por qué?

–Porque ahora tú y yo tenemos muchísimo en común.

–Lo siento, Evan. Lo siento.

–Háblame de tu familia.

Ella le soltó las manos y se enroscó las sábanas entre los dedos.

–Mi madre no tenía nada que ver con Los Deeps. Era redactora en una pequeña empresa de publicidad directa. Era hermosa, buena y divertida; una gran madre. Yo era hija única, así que lo era todo para ella. Me quería muchísimo, y yo a ella. Jargo la mató cuando mató a mi padre. Eso es todo.

–¿Y tu padre?

–Trabajaba para Jargo. Yo pensaba que tenía una empresa de seguridad. – Bebió un sorbo de agua-. Pero sospecho que a lo que se dedicaba habitualmente era al espionaje corporativo: buscaba personas dentro de las empresas dispuestas a vender secretos. O bien las ponía en situaciones comprometidas para obligarlas a venderlos.

–¿Tu madre lo sabía?

–No. No hubiera seguido casada con él. Mi padre tenía una vida que nosotras desconocíamos.

–¿Cuánto tiempo hace que murieron?

–Catorce meses. Jargo decidió que mi padre lo había traicionado y los mató a los dos. Hizo que pareciese un robo: robó sus anillos de casados y la cartera de mi padre. – Cerró los ojos-. Yo ya estaba trabajando para Jargo por medio de mi padre. Él me reclutó.

–Dios. ¿Por qué te metió tu padre en todo este lío?

Ella lo miró con ojos atormentados.

–No sé por qué… supongo que pensó que era mucho dinero, más del que estaba ganando yo. Me licencié en Derecho Penal por la Universidad de Illinois y entré a trabajar en la policía. Me dijo que podía ganar mucho más dinero trabajando en «seguridad corporativa».

Marcó con los dedos las comillas en las dos últimas palabras.

–¿Qué tipo de trabajos hacías?

–Trabajos sin importancia. Hacía de intermediario entre Jargo y otros agentes o contactos de clientes. Rellenaba «buzones muertos», ya sabes, lugares secretos donde se dejan documentos y el cliente los recoge. Nunca veía a Jargo ni al contacto del cliente. Nunca conocía la ubicación del buzón muerto hasta el último minuto, así que para El Albañil era mucho más difícil vigilar. Cuando me mandó a Houston, hacía tres meses que no me encargaba ningún trabajo.

–Bedford dice que acudiste a él para luchar contra Jargo.

–Nunca me creí la historia del robo; mi padre estaba entrenado para luchar, no lo habrían cogido tan fácilmente. Yo estaba haciendo un trabajo en México DF y fui a la embajada. Me pusieron en contacto con un oficial de la CIA que envió rápidamente a Bedford en un avión. Me pidió que me quedase donde estaba, que siguiera trabajando para Jargo y que les diese toda la información que pudiese. Pero era difícil. Yo quería salirme; quería matar a Jargo de un disparo, quería matar a Dezz. Pero Bedford me ordenó que no lo hiciese. Necesitábamos acabar con toda la red y con sus clientes. Si yo los matase, otro Deep tomaría el mando y estaríamos de nuevo como al principio.

–Todavía no entiendo cómo no pueden atrapar a ese tío.

–Evan, Jargo es extraordinariamente cuidadoso y lleva mucho tiempo haciendo esto. Yo recibía las instrucciones codificadas, en lo que parecía un correo electrónico inocente. Luego recogía de un buzón muerto el material para el cliente que otro Deep había robado e iba a un segundo buzón muerto, que a menudo estaba en otra ciudad u otro país, y lo dejaba allí. Si la CIA atrapaba a quien recogía las mercancías, Jargo sabía que su red se desharía y que no podríamos acercarnos más. Lo mejor que podía hacer la CIA era sustituir la información que yo dejaba por información que era similar, pero no tan correcta. Nunca utiliza el mismo correo electrónico más de una vez. Todo lo gestionan terceras empresas que no son más que tapaderas, y siempre que puede paga en efectivo. Es realmente difícil detenerlo. Ha matado a cuatro personas en los últimos días. – Le vinieron las lágrimas a los ojos-. Pensé que podría hacerlo sola, pero no pude.

Evan le besó las manos y se las colocó de nuevo sobre la manta.

–Encontraré los archivos que robó mi madre. Jargo aún tiene a mi padre y lo traeré de vuelta. ¿Sabes dónde está?

–Creo que en Florida. Jargo tiene una casa de seguridad allí, pero no sé dónde.

–Bedford ha accedido a ayudarme.

–Deja que Bedford te esconda, Evan. Si tu padre puede escapar de Jargo…

–No. No puedo esperar. No puedo abandonar a mi padre. Bedford ya me dijo que no podría convencerte de esto. ¿Me ayudarás?

Ella asintió y le cogió la mano.

–Sí. Y…

–¿Qué?

–Sé que ahora es difícil confiar en alguien, pero puedes confiar en Bedford.

–De acuerdo.

Carrie le puso la mano en la mejilla.

–Túmbate aquí conmigo.

–No quiero hacerte daño en el hombro.

Ella esbozó una pequeña sonrisa.

–Tú sólo túmbate a mi lado, campeón.

Se apartó un poco y él se estiró junto a ella y la abrazó, y ella se quedó dormida con la cabeza en su hombro en pocos minutos.

Bedford estaba sentado, mirando por un monitor a Carrie y a Evan tumbados en la cama de hospital, susurrando bajito y hablando. El amor a los veinticuatro años. La intensidad de ese sentimiento era lo que podía asustar a un hombre, su certeza, la creencia de que el amor era una palanca que movía el mundo. Ya había bajado el volumen; no necesitaba escuchar lo que decían. Era un espía, pero no quería espiarlos a ellos, ahora no.

Carrie dormía y Evan miraba al infinito. «Me pregunto cuánto sabe realmente, o lo que de verdad sospecha.»

–¿Señor? – dijo una voz detrás de él; uno de sus técnicos.

–¿Sí?

El hombre sacudió la cabeza.

–El reproductor musical está estropeado… no podemos recuperar ningún archivo codificado de su interior. Sea cual sea el proceso que utilizaron, no quedó ningún otro archivo oculto dentro de los archivos musicales cuando los pasó al reproductor. Lo siento muchísimo.

–Gracias -respondió Bedford.

El técnico se marchó cerrando la puerta tras él.

Bedford apagó los monitores al cabo de un momento y fue a la cocina de la clínica para hacerse un bocadillo.

Escuchó un ruido a su espalda después de extender la mayonesa sobre el pan de centeno.

Evan estaba de pie detrás de él con una sonrisa ligeramente torcida.

–Sé por dónde empezar. Podemos hacer un movimiento al que Jargo nunca se podrá anticipar.

Galadriel leía los archivos del ordenador mientras bebía un descafeinado y comía un donut de chocolate. Sabía que no debía, pero el estrés despertaba su apetito por los hidratos de carbono. Había pirateado el acceso a la base de datos de la Administración Federal de Aviación para examinar todos los despegues de Luisiana y Misisipi desde que Jargo y Dezz habían perdido a Carrie y a Evan en Nueva Orleans. Todos los vuelos contabilizados, registrados, apuntados, pero ninguno había ido a un sitio al que no debiese ir. Y aquello significaba que no habían cogido un avión sino que habían salido de Nueva Orleans en coche, o incluso que aún seguían en la ciudad.

Sin embargo, ya había mirado todos los registros hospitalarios y había rastreado las bases de datos, y en esa zona no había ingresado en un hospital ninguna chica que encajase con la descripción de Carrie. Tendrían que ampliar la búsqueda y cubrir Texas y Florida.

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