Pánico – Jeff Abbott

Capítulo 13

Carrie estaba a salvo.

«Matones que se hacían pasar por agentes del gobierno», le había dicho ella. ¿Realmente era el FBI? ¿O podría ser la CIA quien lo buscaba? ¿Cómo tendrían información sobre él, sobre sus padres o sobre esos detestables archivos? No tenía sentido para él, pero nada lo tenía esa mañana. Lo importante era que Carrie estaba sana y salva. Tendría que haber resistido el impulso de escuchar su voz y mantenerla alejada de esta pesadilla.

«Te encuentro y te pierdo de repente», pensó. Pero sólo hasta que encontrase a su padre y averiguase la verdad de lo que le había ocurrido a su familia. Luego podrían estar juntos de nuevo.

Volvió a la habitación en la que estaba encadenado Gabriel. Ahora éste se hallaba sentado cerca del cabecero.

–Mi novia dijo que el FBI me estuvo buscando ayer por la mañana.

–Es bastante posible -dijo Gabriel-. ¿Qué quieres que haga yo?

–No se creyó que fuesen auténticos agentes del FBI. ¿Podrían haber sido de la CIA? Tú atrapas a mi madre en Austin y ellos a mí en Houston.

–Si te quisiesen a ti te habrían cogido antes y te habrían llevado con ellos. No sé quién ha sido. Lo siento.

Gabriel movió la cadena.

–¿Me vas a dejar aquí?

–Todavía no lo sé.

Evan encerró a Gabriel bajo llave en la habitación. Recorrió a toda prisa el pasillo. Gabriel podía estar mintiendo en lo de que nadie le estaba ayudando; la CIA o cualquier amigo de Gabriel podrían llegar en cualquier momento. Entró corriendo en su habitación. Abrió la primera maleta. Había algo de ropa y mucho dinero en efectivo, lo suficiente para dejarle boquiabierto: fajos hábilmente atados de veinte y de cien. En la bolsa no había identificación, pero la etiqueta del equipaje decía «J. Gabriel», y una dirección de McKinney, un barrio a las afueras de Dallas.

Buscó la otra bolsa de Gabriel, en la que encontró un poco de ropa y dos pistolas pulcramente engrasadas y desmontadas. Metió las piezas de la pistola dentro de la bolsa del dinero. En la esquina vio una pequeña caja de metal.

Intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. Parecía importante. Necesitaba herramientas para romperla. Metió su portátil estropeado en la maleta con el dinero. Corrió escaleras abajo hacia el garaje. Hizo sitio y metió la bolsa en el asiento de atrás del Suburban. Volvió corriendo adentro y recuperó la pequeña caja cerrada, la puso dentro de su petate, regresó al garaje y puso el petate en el asiento del acompañante.

Volvió arriba. Llevar a Gabriel abajo con las esposas no iba a ser fácil. Lo metería en el maletero del Suburban, se echaría a la carretera y llamaría a Durless. Éste le escucharía. Probablemente estaba furioso y avergonzado por haber perdido a Evan y luego el caso ante el FBI. Evan le daría la oportunidad de librarse de la humillación.

Abrió la cerradura y entró en la habitación. La cama estaba vacía y las esposas colgando del cabecero. Las cortinas bailaban con la brisa que entraba por la ventana abierta.

Evan corrió abajo. Estaba aterrado, y su propio aliento le retumbaba en los oídos. En el estudio se oía la CNN. Abrió la puerta que daba al garaje y una vez dentro se agachó. Ni rastro de Gabriel. Bordeó el garaje sutilmente iluminado y fue hacia el Suburban.

¿Dónde demonios estaba Gabriel?

La puerta del garaje se levantó de repente.

Capítulo 14

Evan sabía que lo verían en cuestión de segundos. El Suburban estaba aparcado en la parte del garaje más alejada de la casa. Mientras la puerta del garaje se abría automáticamente, Evan se deslizó sobre el capó del Suburban, de modo que el vehículo quedó entre él y el resto del garaje. Se agachó a la altura de la rueda delantera derecha. Sacó del bolsillo de atrás del pantalón vaquero la pistola que le había cogido a Gabriel.

Gabriel entró corriendo en el garaje.

«Tengo sus llaves, ha salido por la ventana; éste debe de ser el único modo de volver a entrar en la casa», pensó Evan.

Si Gabriel lo había visto o no, eso lo sabría en un momento.

Se escucharon pasos dirigiéndose hacia la puerta que llevaba a la cocina. Evan oyó cómo se abría la puerta. Luego, la puerta del garaje se bajó recorriendo sus pequeños raíles. De este modo Gabriel le impedía escapar. Creía que Evan todavía estaba dentro de la casa.

Evan se arriesgó a asomarse sobre el capó del Suburban. «Seguramente tiene más armas en la casa y se dirige a buscar una, porque sabe que yo tengo la suya y que habré oído la puerta del garaje, estuviese donde estuviese en la casa.» Evan entró en el Suburban por el lado del acompañante, pasó al asiento del conductor y metió la llave en el contacto. Encontró el mando de la puerta del garaje sujeto al parasol y pulsó el botón. La puerta del garaje se detuvo.

Al momento volvió a darle al botón y la puerta subió lentamente mientras encendía el Suburban. «Por favor, que ya esté en el piso de arriba…»

La puerta de la casa se abrió; Gabriel estaba de pie en la puerta con la pistola en mano. La puerta del garaje seguía subiendo.

Gabriel le dio un puñetazo al control de la puerta y éste se detuvo. Pasó al lado de la motocicleta y se dirigió directamente a la puerta del conductor.

Evan metió marcha atrás y pisó el acelerador. El Suburban rugía mientras retrocedía y el metal chirriaba al rozar contra la puerta del garaje medio cerrada.

Gabriel disparó. La bala rebotó en el techo: había apuntado demasiado alto. Evan giró el volante y al ir hacia atrás chocó contra algo metálico situado en la parte ancha del camino de entrada. Por el espejo retrovisor vio el Malibu robado.

Gabriel corrió hacia la parte delantera del coche, apuntando a las ruedas y gritando:

–¡Para, Evan! ¡Déjalo!

Evan arrancó el coche violentamente y el Suburban salió disparado hacia delante; Gabriel gritó al rodar por encima del capó y caer por un lado del coche.

«Jesús, le he dado», pensó Evan. Condujo el Suburban por el camino de entrada, que se extendía a lo largo de una colina bastante grande salpicada de cedros y robles. Se parecía a Hill Country. Gabriel había mencionado Bandera. Por una vez había dicho la verdad.

La carretera serpenteaba hasta un portón de metal cerrado que vallaba la propiedad y la separaba de un pequeño camino de campo. Evan presionó el otro botón del mando del garaje, esperando que el portón fuese eléctrico. El portón no se movió. Luego vio un nudo hecho con una cadena que cerraba la puerta. Buscó en la guantera situada entre los asientos del Suburban y luego en el llavero del coche. No había más llaves.

Evan cogió la pistola del asiento del conductor, salió del Suburban y dejó el motor en marcha. Apuntó al enorme candado de la cadena, dio uno o dos pasos atrás y disparó.

El disparo resonó como un trueno entre las silenciosas colinas. El candado se balanceó, tenía un agujero en un borde. Lo probó y vio que aguantaba.

Oyó el zumbido de una motocicleta. La Ducati se acercaba a toda velocidad.

Evan mantuvo firme la mano para apuntar y disparó de nuevo. La bala atravesó el agujero del candado y éste se abrió en sus manos. Desató la cadena y dejó caer los eslabones en la gravilla al borde de la carretera. Podía oír su propia respiración, cada vez más fuerte y profunda. Abrió el portón de un empujón.

El zumbido iba en aumento. Vio la Ducati descendiendo por el camino como una bala, pasando por un hueco entre los árboles, y luego rugiendo en su dirección. Gabriel levantó la pistola. El disparo de advertencia levantó polvo cerca de los pies de Evan.

No había dónde esconderse. Con la cadena en una mano y la pistola en la otra, se metió debajo del Suburban por el lado del acompañante, sobre la arena y la gravilla.

El pánico lo había hecho ponerse a cubierto. «Estúpido, estúpido, estúpido.»

La Ducati se paró a unos trescientos metros de distancia. La parte de abajo de las ruedas estaban cubiertas de polvo de la gravilla.

–¡Evan! – La voz de Gabriel sonaba como si tuviese los dientes rotos-. Tira la pistola. Ya.

–No -dijo Evan.

–Escúchame, no seas idiota. No escapes. Te matarán.

–Atrás o disparo.

Gabriel bajó la voz.

–Si me disparas te quedarás completamente solo en este mundo. Sin dinero. Sin un sitio adonde ir. La policía te entregará al FBI y luego ya sabes lo que ocurrirá.

–No lo sé.

–El FBI vendrá y se te llevará bajo custodia federal en nombre de la CIA. Luego te extraviarán, Evan, porque el gobierno os quiere a ti y a tu familia muertos. Te has convertido en la patata caliente que nadie quiere tocar. Soy tu única esperanza. Ahora sal.

–No estoy hablando contigo. Estoy contando. Cuando llegue al número mágico te dispararé en el pie.

Quería salir de debajo de aquel coche polvoriento y caliente, el calor del motor le oprimía el pecho.

Gabriel mantuvo la voz tranquila, como si probase distintas opciones para ver cuál atraería a Evan hacia la luz del sol.

–Evan, sé lo que es no tener ningún sitio adonde ir -Evan no respondió-. Sé cómo trabaja esa gente, Evan. Cómo te perseguirán. Puedo esconderte de ellos. O buscarte un sitio desde el que puedas negociar un acuerdo amistoso con ellos. – Se movía lentamente, rodeando el Suburban-. Y lo mejor de todo es que tengo un plan para recuperar a tu padre. – El tono de voz de Gabriel era bajo, como el de un colega íntimo.

Evan le apuntó a los pies. Su corazón latía contra la gravilla.

–Tu madre confiaba en mí y le fallé. Me siento responsable. Pero recuerda, rompí la cuerda de un disparo, te salvé la vida -Gabriel hablaba más bajo-. Te estoy hablando, no intento sacarte de ahí a rastras para pelearme contigo.

«Porque te golpeé con un coche y porque tengo una pistola y lo sabes. Me oíste disparar al candado. Y estás herido, malherido por el choque con el coche, pero todavía me perseguiste hasta aquí. Me necesitas, porque quieres a Jargo y yo soy el cebo.»

–Tenemos que ir a Florida -dijo Gabriel-. Allí es donde iba a llevar a tu madre. Allí esperaba encontrar a tu padre.

Gabriel le dio una pequeña esperanza.

–¿En qué parte de Florida?

–Podemos hablar de los detalles cuando salgas. Tengo una idea para devolverte a tu padre.

–Escuchemos tu plan entonces -continuó Evan.

«Que Gabriel siga hablando. Deja que su voz le traicione si realiza cualquier movimiento repentino, como ir corriendo hacia el Suburban.»

–Jargo quiere a tu padre para atraerte a ti y asegurarse de que no le puedes hacer daño con los archivos. La CIA quiere a tu padre o los archivos para arrestar a Jargo y a quienquiera de la CIA que trabaje con él. Te sugiero que ofrezcas un trato a cada parte, ponlos cara a cara. Luego amenazas con destapar a ambas partes: a Jargo por ser un espía independiente y a la CIA por negociar con él, lo cual sería una vergüenza para ellos; así podrás negociar para que devuelvan a tu padre. Haz que se enfrenten. Podemos planear los detalles. Pero sal y hablemos.

«¿Y qué ganas tú con ese plan?», se preguntó Evan. No podía imaginar lo que quería Gabriel; venganza, tal vez. Pero ¿contra Jargo y contra la CIA? No tenía sentido, a menos que realmente fuese un ex agente de la CIA y el trabajador más contrariado del siglo.

–De acuerdo -dijo Evan-, ahora voy a salir. No me dispares.

–Tira la pistola, Evan. Ponle el seguro y tírala.

Evan, tumbado en el suelo, apuntó con cuidado al pie de Gabriel. Le temblaba la mano y deseaba que estuviese quieta. «Haz que valga la pena.» La superficie de la carretera, con montones de gravilla, le hacía temer que la bala no fuese directa a la pierna de Gabriel.

«Tienes que herirlo lo suficiente como para poder huir como alma que lleva el diablo.»

Apuntó. Pero antes de apretar el gatillo se escuchó un único disparo. Oyó el impacto de una bala contra la carne. Gabriel pegó un grito y cayó al suelo.

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