Los Martillos De Ulric – Dan Abnett

—¡Ganz! -gritó con ansiedad, sin preocuparse por el respeto o el rango.

El comandante Lobo avanzó hacia él, al parecer sin preocuparse tampoco por esas cosas.

Kruza señaló la pared, las sólidas piedras que encajaban con las paredes que las rodeaban, y las apartó a un lado.

Ganz se sobresaltó. Una lona colgada como si fuera un tapiz, pintada con una perfección tal que no se diferenciaba de las piedras de alrededor, cubría por completo la arcada que había detrás.

—Nosotros vamos a la guerra, pero las habilidades de un carterista nos muestran dónde está la guerra -comentó Morgenstern con una risa entre dientes.

Al otro lado de la tela pintada, había un pasillo oscuro, carente de iluminación, cuyo viciado aire tibio estaba cargado de humo y que se adentraba en lo desconocido. Ganz lo traspasó con la misma confianza con que atravesaría las puertas del templo, y los otros lo siguieron.

Drakken marchaba en la retaguardia de la fila. Kruza, que sujetaba la tela a un lado, lo cogió por un brazo y lo miró con ferocidad a la cara.

—¿Querías dejarme por estúpido ante tus poderosos camaradas, Lobo? -le siseó, y Drakken sacudió el brazo para quitarse la mano de encima.

—No tenía ninguna necesidad, ya lo estabas haciendo muy bien tú sólito.

—Ella no te ama, templario -le soltó Kruza, de repente, y Drakken se volvió.

—¿Y tú qué sabes?

—Yo sé cómo me mira a mí.

Drakken se encogió de hombros.

—Y yo sé que tú no la amas -añadió Kruza, tentando la suerte.

—¿Estamos aquí para salvar a la ciudad, y tú piensas en ella?

Al oír eso, en el rostro de Kruza apareció una ancha sonrisa triunfante.

—Tú, no. Por eso sé que no la amas.

—Ya habrá tiempo para esto más tarde -le dijo Drakken, desconcertado, y pasó por debajo del arco.

Kruza dejó caer la lona detrás de Drakken. A solas, avanzó hasta el centro de la habitación y se arrodilló en el polvo a la vez que pasaba los dedos de la mano izquierda a través del mismo. Era ése el sitio; el lugar en que había visto a Resollador por última vez, el lugar en que Resollador había…

«¡Vamos, Kruza! ¡Ahí está para cogerlo!»

Kruza se sobresaltó. Allí no había nadie. Por supuesto que no. Resollador no estaba junto a él, nunca había estado. Kruza sabía que el fantasma rondaba por espacios secretos del interior de su mente.

—Ya voy -dijo mientras alzaba la espada y atravesaba la lona.

***

Bajo la copiosa abundante nevada, el caballo de Aric levantó las patas delanteras ante los escalones del templo de Ulric, y el templario sintió que la muchacha que iba a la grupa se sujetaba con fuerza mientras él luchaba con las riendas que cogía con la mano sana.

—¿Qué estamos haciendo? -le jadeó ella al oído cuando el caballo volvió a apoyarse sobre las cuatro patas-. ¡Kruza dijo Nordgarten! ¡El lugar estaba en Nordgarten! ¡Eres tan pesado como Drakken, que todo el condenado tiempo quería enseñarme el templo!

—Esto es importante -le aseguró Aric al desmontar-. Acompáñame. Necesito tu ayuda.

Atravesaron el gran atrio, donde una conmoción agitaba el aire. Bertolf había dado la alarma y las compañías acuarteladas, Roja, Gris, Dorada y Plateada, estaban formando en orden de batalla para ir a ayudar a sus hermanos de la Compañía Blanca.

Apoyándose en Lenya, Aric avanzó cojeando por la nave principal hacia la gran estatua de Ulric. El aire frío olía a incienso, y el coro de Lobos estaba cantando un himno de salvación, que resonaba en la noche. Millares de llamas de vela oscilaron al pasar ellos.

Lenya guardaba silencio y miraba en torno. Nunca había estado en aquel lugar grandioso y devoto, y entonces entendía por qué Drakken había querido enseñárselo. De un modo que las palabras no podían explicar, comprendió lo que significaba el templo, lo que significaban los Lobos. Estaba muda a causa de la conmoción y sorprendida por sentirse humilde de verdad.

Se acercaron a la gran capilla de la Llama Eterna, donde Aric se quitó la piel de lobo y comenzó a envolver con ella la cabeza del martillo. Con su único brazo sano, le resultaba difícil. Se volvió a mirar a la muchacha.

—Dame tiras de tela de tu falda.

—¿Qué?

—¡Arráncalas! ¡Ahora!

Lenya se sentó sobre el frío suelo y comenzó a arrancar tiras de tela del ruedo de la falda.

Aric había encontrado una bolsa relicario y escandalizó a Lenya cuando vació el polvoriento contenido para quitarle el tiento de cuero. Con el tiento y las tiras de tela que le dio ella, el Lobo ató apretadamente la piel en torno a la cabeza del martillo de guerra, usando los dientes para compensar la mano inutilizada. Ella se puso a ayudarlo a hacer los nudos.

—¿Qué estamos haciendo, Aric? -preguntó ella.

Aric acercó a la Llama Eterna el martillo envuelto en la piel. El pálido fuego la lamió y prendió, y Aric alzó la antorcha de llama incandescente.

—Ahora vamos a buscar a los otros -le dijo.

***

Kruza se reunió con Ganz y Von Volk en la vanguardia del grupo cuando atravesaban el oscuro pasillo. Ante ellos había una luz mortecina, como una promesa de amanecer.

—Esto no está como estaba antes -le dijo a Ganz-. Está completamente cambiado. Supongo que es debido a la magia.

—Supongo que sí -asintió Ganz.

Llegaron a la luz y el pasillo se ensanchó. La cámara que tenían delante era enorme. Imposible. Inconmensurable. La fría roca negra y escarpada de la Fauschlag se arqueaba en lo alto, iluminada por un millar de fuegos desnudos.

—¡En el nombre de Ulric! ¡Es más grande que el estadio! -jadeó Anspach.

—¿Cómo puede estar esto aquí abajo sin que nosotros lo sepamos? -dijo Bruckner con un susurro asombrado.

—Magia -intervino el sacerdote de Morr. Parecía ser su respuesta para todo.

Ganz miró hacia el interior de la gigantesca cámara negra, donde las llamas ardían en centenares de braseros cuya luz se mezclaba con el resplandor blanco de millares de lámparas alquímicas, que pendían ensartadas en cuerdas colgadas de las toscas paredes. Allí había centenares de adoradores ataviados con túnicas, arrodillados, que gemían una plegaria malsana, cuyas palabras hendían el alma del Lobo en docenas de puntos malignos. El aire estaba cargado de olor a podredumbre y muerte.

En el fondo, ante los adoradores congregados, se alzaba una plataforma, un altar, sobre el que había un trono de roca tallado en la propia Fauschlag. En él se encontraba sentada una figura encapuchada que absorbía la adoración.

Detrás de la plataforma, el líquido fuego volcánico eructaba y saltaba al aire, y un humo sulfuroso se acumulaba en las zonas más altas de la caverna. A la izquierda de la cámara había una jaula o caja tan grande como una mansión de Nordgarten, envuelta en lona tratada con alquitrán, que se balanceaba y estremecía.

—¿Qué… hacemos? -tartamudeó Kruza, aunque ya sabía que la respuesta no iba a gustarle.

—Matamos a tantos como podamos -gruñó Von Volk.

—Es un buen plan -dijo Ganz al mismo tiempo que levantaba una mano para contenerlo-; pero me gustaría precisar los detalles.

Señaló con su martillo de guerra a la figura que estaba sentada en el trono, al otro lado.

—Él es nuestro enemigo. Matad a tantos como sea necesario para llegar hasta él. Luego, matadlo a él.

Von Volk asintió con la cabeza, pero Kruza sacudió la suya.

—¡Tu plan no parece en nada mejor que el del Caballero Pantera! ¡Pensaba que los guerreros erais inteligentes! ¡Que empleabais la táctica!

—Esto es la guerra -le gruñó Von Volk-. ¡Si no tienes estómago para esto, márchate! ¡Tu trabajo ha terminado!

—Sí -añadió Drakken, con tono de mofa, desde detrás-. Ya te llamaremos cuando el trabajo esté acabado.

—¡Que Ulric se te coma entero! -le espetó Kruza a Drakken, a la cara-. ¡Acabaré lo que he comenzado!

—En ese caso, estamos de acuerdo -resumió Ganz-. El ser cadavérico es nuestro objetivo. Abríos paso hasta él con todos los medios que podáis. Matadlo. El resto no tiene importancia. -El comandante alzó su martillo-. ¡Ahora! -gritó.

Pero Kruza ya encabezaba la carga con su espada corta en alto, bramando un grito de guerra que le salía del alma. Lobos y Caballeros Pantera lo siguieron, blandiendo sus armas. El sacerdote de Morr cogió a Lowenhertz por un brazo.

—¿Padre?

—¿Podría molestarte para que me dieras un arma?

Lowenhertz parpadeó y desenvainó su daga, que le entregó al sacerdote con la empuñadura por delante.

—No pensaba que tú…

—Tampoco yo -replicó Dieter Brossmann, y dio media vuelta para seguir a los que cargaban.

***

Cayeron sobre los adoradores del no muerto, por la espalda, y mataron a muchos antes de que pudiesen incorporarse. La sangre manó sobre el polvoriento suelo de la cámara de roca.

Formaban tres puntas de lanza: Ganz, con Drakken, Gruber, Lowenhertz, Dorff y Kaspen; Von Volk, con sus Caballeros Pantera, Schell y Schiffer; el tercer grupo lo componían Kruza y Anspach, el sacerdote, Morgenstern y Bruckner. Pisoteaban a la impía congregación tras tajearla y derribarla con sus espadas y martillos. La multitud se levantó para enfrentarse con ellos. Mujeres, hombres y otros seres bestiales, tras quitarse las capas y capuchas, sacaron armas y profirieron estridentes aullidos contra los atacantes. Kruza vio que cada uno llevaba un talismán del devorador del mundo en torno al cuello, todos idénticos al que había cogido Resollador, el que entonces llevaba en la bolsa que colgaba de su cinturón.

El ataque de Von Volk comenzó a fracasar cuando el enemigo se incorporó en gran masa, feroz, en torno a su grupo. Un Caballero Pantera cayó decapitado. Otro se desplomó destripado. Von Volk sufrió una herida en su brazo izquierdo, pero continuó asestándoles golpes a los cuerpos que se incorporaban a su alrededor para hacerle frente.

La criatura que se encontraba sentada en el trono, se puso de pie y contempló, con silenciosa sorpresa, la carnicería que estaba produciéndose en la caverna.

Luego, echó la cabeza atrás y la celebró con una atroz carcajada atronadora.

—¡Muerte! ¡Más muerte! ¡Incontables muertes!

El grupo de Kruza se trabó en una feroz lucha en el lado derecho de la caverna. Los adoradores los rodeaban por todas partes. Kruza asestaba estocadas con su espada, tajeaba y giraba. Nunca había visto nada como eso. El torbellino, el calor, la bruma de sangre que flotaba en el aire, el ruido… Aquello era la guerra de verdad, algo que jamás pensó que experimentaría, ni siquiera en sus más descabellados sueños. Un carterista como él… ¡haciendo la guerra! A su lado, Anspach, Bruckner y Morgenstern golpeaban a la frenética muchedumbre con sus martillos.

Una criatura bestial ataviada con una túnica, de piel color ceniza, ojos vidriosos y morro de cabra, profirió un rugido dirigido a él. Kruza, que tenía la espada atascada dentro del último enemigo, dio un respingo. Una daga cercenó el cuello de la criatura.

El sacerdote de Morr bajó los ojos hacia la ensangrentada hoja que tenía en la mano.

—Morr está conmigo -repetía para sí y en voz baja-. Morr está conmigo.

Kruza giró en redondo y ensartó a una mujer rabiosa que estaba a punto de reducir la estatura del sacerdote en una cabeza.

Morgenstern destrozó una cara con un golpe de martillo.

—Esto me recuerda la lucha de la Puerta de Kern -comentó con una risa entre dientes.

—¡A ti todo te recuerda la lucha de la Puerta de Kern! -le rugió el corpulento guerrero rubio, Bruckner, a la vez que golpeaba a la apiñada muchedumbre con su martillo.

—¡Eso es porque está senil! -gritó Anspach, balanceando el martillo hacia abajo para describir un círculo vertical y estrellarlo contra un cráneo que se aplastó, complaciente.

—¡No lo estoy! -refunfuñó Morgenstern mientras hacía girar el martillo a diestra y siniestra, destruyendo cuerpos.

—No, está…

La voz de Bruckner se apagó. Su boca se movió para terminar la frase, pero por ella sólo salió sangre. Una punta de lanza tan larga como una hoja de espada lo había ensartado por la espalda. Bajó los ojos hacia el acero que le sobresalía del peto; la sangre manaba como de un surtidor. Le salió más sangre por la boca, donde hizo espuma, y el Lobo cayó.

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