Los Martillos De Ulric – Dan Abnett

También oyeron el grito los hombres de gris que se encontraban en el callejón próximo, a cubierto de la luz.

—Es un muchacho valiente este carterista tuyo -dijo en voz baja la figura más alta y delgada con tono sardónico-. ¡Tiene intención de venir por nosotros!

La figura más baja y de constitución más pesada, se volvió con ligereza, salió a la calle desierta y arrastró a su compañero tras él. Se quedaron de pie a treinta pasos de la firme silueta del preocupado carterista, cuyo grito aún resonaba entre los cerrados edificios y se perdía en el laberinto de calles y callejones de Altquartier.

El más alto de los hombres de gris se metió una mano debajo de la capa para coger el arma. Su compañero se llevó las manos al interior de la capucha, que le ocultaba el rostro, y abrió la boca para gritar.

Pero Kruza voló a través de los treinta pasos que mediaban entre él y los hombres de gris antes de que el otro tuviese oportunidad de hablar. Llevaba la espada corta enarbolada por encima de la cabeza y cogida a dos manos. Tenía intención de descargar con ella un fuerte golpe y luchar, luego, hasta la muerte, aunque fuese la suya. Sus ojos inyectados en sangre, con los párpados bien abiertos, dejaban a la vista la esclerótica en torno a los agujeros negros de sus pupilas tremendamente dilatadas. Un segundo alarido comenzó a salir entre sus dientes apretados.

Luego, se produjo el impacto. Kruza apenas pudo retener la espada corta cuando ésta rebotó contra el martillo y se retorció en sus manos debido al impacto que había salido de alguna parte para arrebatársela.

Volvió a blandiría en un tosco arco oscilante, que fue parado en seco por el mango de un martillo diestramente manejado; la intensidad del choque hizo volar esquirlas de acero y astillas de madera.

El siguiente golpe de Kruza fue bajo, aunque no lo bastante profundo, y sólo abrió un profundo tajo en la flameante capa gris del adversario más alto.

El hombre se apartó de un salto y echó atrás la cabeza, un gesto que hizo caer la capucha que le ocultaba el rostro. Kruza vio una cara de piel arrebolada y ojos oscuros que lo miraban. No había rastro de la piel delgada y frágil como el papel, ni de la delgadez pálida que caracterizaba a los otros hombres de gris. Estos hombres eran de carne y hueso…, y estaban dispuestos a luchar con toda su alma.

Un martillo volvió a arremeter contra él, manejado por el hombre más bajo. Kruza bloqueó el golpe con ferocidad y lanzó otra estocada con la espada. El hombre más bajo la esquivó. También él se había quitado la capucha, y había liberado uno de sus hombros del peso de la capa. En torno a su cuerpo, Kruza pudo ver entonces la piel de lobo.

Había visto antes aquella piel. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad al mismo tiempo que volvía a atacar con la espada el torso cubierto por la piel. Al abrir un profundo tajo en ésta sin llegar a tocar al hombre que se encontraba debajo, Kruza pensó en aquel otro hombre. ¡Lo había visto hacía semanas, en la plaza de Fieras! El hombre que llevaba un paquete con la armadura envuelta en una piel igual que ésa. ¡El gladiador enmascarado!

Kruza miró al rostro de Drakken, confuso. «Es el Lobo Blanco. ¡El Lobo Blanco de Lenya! ¿Era él uno de los hombres de gris?»

Las fosas nasales de Kruza se dilataron cuando inspiró aire con el fin de controlar el pánico que lo invadía. Tenía los labios empapados en saliva y los dientes apretados, cosa que no permitía que ningún sonido saliese de su cuerpo. En torno a él había dos martillos que zumbaban por el aire en una demostración de la fuerza del templo del Lobo. ¿O era la fuerza de los hombres de gris? No lo sabía.

Cuando su espada corta lanzó la siguiente estocada, sólo encontró aire. Luego, al girarse y volver a atacar, sintió que rasgaba carne con el extremo de la hoja. Antes de que pudiera saborear aquello, se encontró en el suelo, doblado por la mitad, conmocionado y sin aliento a causa de un tremendo golpe recibido en el centro del pecho.

¿Por qué…, por qué no estaba muerto? ¿Por qué el golpe no lo había matado? ¿Por qué se le permitía que viviera cuando estaba dispuesto a morir? Kruza, tendido en el suelo, profirió un suave gemido.

***

Anspach se frotó con un puño la herida que tenía en el hombro, mientras Drakken se arrodillaba junto a la despatarrada forma de Kruza y tendía una mano prudente para coger al ladrón.

Anspach estaba pasándoselo de maravilla. Drakken le había hablado de un carterista al que necesitaba encontrar, una enemistad personal, al parecer, que quería mantener en secreto. El joven templario había reclutado a Anspach para que lo ayudara a hacerlo. No resultaba demasiado difícil para un hombre con el conocimiento que Anspach tenía del mundo subterráneo de la ciudad, y la pequeña batalla librada en una calle tranquila de Altquartier era un buen premio, algo que animaba aquella fría noche otoñal. Drakken no le había dicho que el joven ladrón tuviera tantos bríos ni un brazo tan fuerte. No se había hecho ningún daño irreparable; sólo tenía una herida superficial en su hombro, que se le curaría en un abrir y cerrar de ojos. La indignidad sufrida por Drakken era otra cosa; un corte le había dividido la piel de lobo en dos trozos, y ninguno bastaría para cubrir el enorme torso del joven templario.

«Explícale eso a Ganz», pensó Anspach para sí. Sonrió afectadamente mientras contemplaba el extraño cuadro de un Lobo sucio que le ofrecía la mano a un joven delincuente callejero. Casi sintió nostalgia.

***

En el lado norte de Middenheim, un gigantesco templario del Lobo rubio avanzaba a grandes zancadas por las amplias avenidas situadas justo al sur del palacio. Junto a él, había una mujer menuda, cuyos pies se movían medio a la carrera, medio a saltos, para seguirle el paso.

—Pero ¿por qué te ha enviado Krieg? ¿Y adonde me llevas? -jadeó Lenya, que respiraba agitadamente e intentaba mantener su falda y su capa lejos de la fina película de escarcha que comenzaba a brillar sobre los adoquines.

Bruckner se detuvo en seco. Lenya estuvo a punto de adelantarlo; luego, también hizo un alto y se inclinó hacia adelante al mismo tiempo que se cogía un flanco.

—Tengo una punzada de dolor. ¿No puedes caminar un poco más despacio? -preguntó.

—Un poco, tal vez -respondió Bruckner sin mirarla-. Drakken me pidió que te acompañara, en bien de tu seguridad. Él mismo te dirá por qué necesita verte.

Continuaba sin mirar a su acompañante, posiblemente porque tendría que inclinarse mucho para posar los ojos en su rostro, o tal vez porque sencillamente era un trabajo que tenía que hacer, un favor que le hacía a un compañero y que para él no revestía el más mínimo interés.

Bruckner continuó avanzando hacia el sur, se detuvo tras unas pocas zancadas y luego aminoró el paso para que Lenya pudiera seguirlo… si daba una carrera cada dos pasos.

***

Drakken y Anspach sacaron a Kruza de la calle, medio a rastras, medio en volandas, hacia un callejón adyacente, donde pudo recuperarse durante unos momentos lejos de las gentes que habían oído la pelea y entonces salían al exterior para ver qué había sucedido.

El carterista se sentó con la espalda contra una pared musgosa. Tosió y escupió sobre el oscuro suelo de tierra, entre sus prominentes rodillas. En ese momento, parecía bastante dócil mientras Anspach lo observaba de pie ante él, recostado contra la pared opuesta. Había el espacio justo para ellos dos, así que Drakken permaneció a un lado y esperó a que el carterista se recuperara lo suficiente como para continuar con el asunto que lo ocupaba esa noche. Había esperado que Kruza se acercara en silencio, que se mostrara cobarde como toda la escoria callejera, y entonces sentía una reacia admiración por la valentía que acababa de demostrar al luchar contra ellos, por muy equivocado que estuviese.

Kruza alzó brevemente la mirada hacia Anspach. En un solo parpadeo reparó en la estatura del hombre, en la herida superficial que había sufrido, la posición de su martillo, su postura elegante y relajada. Kruza tenía ojos de ladrón y entonces los utilizó para fijarse en cada detalle. Luego, se dobló por la mitad a causa de otro sonoro y convulsivo ataque de tos. Su mano salió disparada mientras el codo continuaba apoyado contra la rodilla.

Drakken no supo qué había sucedido. De repente, Kruza estaba de pie apoyando la punta de una daga contra el cuello de Drakken, mientras Anspach gritaba y retrocedía con paso tambaleante, pillado desprevenido y con la guardia baja durante un fugaz momento. Pero sólo por un momento.

Anspach blandió el martillo en un ángulo bajo apenas inclinado y derribó a Kruza con un golpe en las rodillas. El carterista se golpeó con fuerza las nalgas contra el suelo de tierra del callejón y dejó caer la daga que había cogido de una bota de Anspach durante el espectacular ataque de tos. Kruza alzó las manos al saber que finalmente estaba derrotado.

—Se acabó. Haced conmigo lo que queráis. O matadme -dijo.

Anspach volvió a sonreír. ¡El joven ladrón le había quitado el cuchillo sin que él lo notara! «¡Por Ulric, sí que es bueno!»

Anspach le tendió una mano a Kruza, y el ladrón creyó ver que el templario sonreía al tirar de él para ponerlo de pie. Pero sus miradas se habían encontrado durante el más breve de los instantes, y Drakken avanzaba en ese momento para hacerse nuevamente cargo de la situación.

—¡Compórtate! Hay alguien con quien quiero que hables -dijo Drakken-. Sígueme. Anspach, cúbrenos las espaldas.

Lenya y Bruckner continuaban avanzando hacia el sur a un paso ligeramente más lento, pero por mucho que la muchacha ordeñadora lo intentaba no lograba que el Lobo entablase ninguna clase de conversación.

—Al menos podrías decirme adonde vamos, ¿no? -preguntó ella.

—Ya lo verás -fue la única respuesta de él.

—¿A qué distancia queda? -intentó ella otra vez.

—No muy lejos -fue la breve respuesta.

Bajaron por otra empinada calle que corría a lo largo del muro norte del Gran Parque, y luego otra vez al sur. El no dijo nada más, y Lenya no sabía qué más preguntar. Contempló cómo sus pies caminaban sobre los adoquines, primero pulidos, anchos y planos, y después, en los barrios más pobres, ásperos, rotos y desiguales. Allí, las piedras eran más pequeñas y estaban dispuestas en remolinos y mosaicos que en nada se parecían a los empedrados lisos del norte. Bueno…, al menos sabía que se dirigían hacia Altquartier.

***

Kruza siguió a Drakken, con sus andares regulares, mientras escuchaba los relajados y ligeros pasos del que se llamaba Anspach, que caminaba detrás de él. No tuvieron que ir muy lejos. Tras girar al norte y al oeste en el aire frío, por calles casi vacías, se detuvieron en el exterior de las grandes puertas dobles de las cuadras del barrio.

El caballerizo hacía pocos negocios en aquella zona. Sus establos sólo se llenaban cuando la ciudad rebosaba de visitantes ricos, y entonces los excedentes de las cuadras de caballerizos más respetables del norte, a veces, acababan llegando hasta allí. Pero, aun así, los clientes más ricos de tal establecimiento eran sólo comerciantes moderadamente situados, que por la noche se marchaban de la ciudad hacia sus moradas de campo, y sólo necesitaban un lugar donde dejar los caballos durante las horas de trabajo. No era una existencia tan mala para el caballerizo y sus hijos, y no vivían mal. Los establos estaban siempre vacíos por la noche, así que los lechos de paja se cambiaban sólo con la luna nueva, y los caballos, que comían en sus establos del campo por la mañana y por la noche, requerían poca alimentación durante las horas diurnas.

Autore(a)s: