Los Martillos De Ulric – Dan Abnett

Drakken abrió lo suficiente una de las puertas como para que pasaran los tres. Dentro, había la luz de una sola antorcha, que ardía en su aro herrumbroso fijado en la pared del patio. A los lados del patio, había estrechos establos con medias puertas, y el lugar olía a lechos de paja y viejos excrementos de caballo.

Kruza nunca había estado cerca de un caballo. Había pocos en Altquartier y mantenía una gran distancia con aquellos a los que encontraba en otras zonas de la ciudad. Pero en aquel lugar no había sonido alguno, ni bufidos ni pisotones, y el carterista se relajó un poco al ver que todos los establos estaban vacíos.

Aunque el relajamiento no duró mucho rato. Drakken se volvió hacia él en cuanto salieron de la calle, lo empujó contra las toscas maderas de la pared de un establo y se le plantó delante con el rostro alzado para mirar a Kruza a los ojos. Las narices de ambos casi se tocaban.

En el semblante de Drakken había un profundo ceño fruncido, y Kruza volvió a tensarse. Se sentía como si su cuerpo fuese la serie de cables tirantes y bloques de pesada roca que formaban el sistema de poleas y contrapesos de los ascensores que funcionaban en la Fauschlag, tironeando y estirándose mientras subían cargas imposibles.

Tenía el pecho tan tenso y duro que le parecía imposible que pudiera respirar. Con Drakken pegado a la cara, se preguntó durante cuánto tiempo más se le permitiría respirar. Kruza le lanzó una mirada taimada a Anspach, que hacía guardia junto a la enorme puerta negra que colgaba de los goznes, entreabierta. No tendría un aliado en él. Kruza sabía que los Lobos se mantendrían unidos.

—Ella llegará pronto -comenzó Drakken.

«¿Ella? -pensó Kruza, y entonces comprendió-. ¡Lenya! Debo rendir cuentas ante Lenya por la muerte de Resollador. Por eso, me han traído aquí. ¡Y luego, este Drakken me matará!»

—Después de la lucha de la plaza de Fieras, te diste a la fuga. Supongo que no puedo reprochártelo. Yo te asusté al llamarte ladrón, mentiroso y asesino. Y tal vez es lo que eres, pero, de ser así, Lenya merece oír la historia de tus labios. A mí no me escucharía.

»Lenya necesita saber qué le sucedió a Resollador. Lo estuvo buscando. No habla de nada más que de su hermano, de los callejones sin salida que han sido las pistas que siguió. Dice que tú lo conociste. Si de verdad sabes qué le sucedió a su hermano, debes decírselo con claridad, para que su mente descanse de una vez y para siempre. Y si tú lo mataste, responderás de ello ante la guardia de la ciudad -concluyó Drakken con severidad.

«¿Qué puedo decirle, a la muchacha?, se preguntó Kruza. Había pasado hacía mucho el momento en que podría habérselo contado todo; había pasado durante aquel último encuentro, la noche en que fueron salvados de la plaza de Fieras por ese mismo Lobo Blanco, cuando se dio cuenta, con auténtica conmoción, de que ese hermano era el mismo muchacho al que él había intentado olvidar. «No quiero contarle ni una sola palabra. No lo entiendo. ¡Durante todos estos meses, he intentado no pensar en el asunto!»

Pero con aquel par de Lobos Blancos que lo vigilaban, sabía que tendría que contarle algo a Lenya. En ese momento, decidió que habría preferido pagar con su vida en la calle donde habían luchado, antes que tener que encararse con Lenya y contarle la historia.

No quedaba tiempo para pensar porque Lenya ya entraba de espaldas por la estrecha puerta del establo, mientras hablaba con alguien que debía hallarse al otro lado.

—¿Por qué has querido traerme aquí? ¡Esto no puede estar bien! -exclamó, y luego, al volverse, los vio.

Sus ojos se clavaron en Kruza, que inclinó la cabeza y no dijo nada. Entonces, ella echó a correr hacia Drakken y posó las manos sobre el amplio torso de él, que la tomó delicadamente por los codos, uno en cada mano.

—Lenya -dijo-, te he hecho traer hasta aquí para hablar con el carterista. Pregúntale lo que quieras acerca de tu hermano. Te responderá a todo. -Esto último lo dijo con los ojos fijos en Kruza. Se trataba de una advertencia.

Lenya se volvió, mientras Drakken continuaba sujetándola por los codos con suavidad.

—¿Conociste a Stefan?

—No…, conocí a Resollador…

Kruza se dio cuenta de que ambos estaban repitiendo las palabras que había pronunciado después de salir de la plaza de Fieras aquella noche.

—Déjanos, Krieg -pidió la muchacha al mismo tiempo que agitaba una mano hacia su amante templario, pero sin apartar la atenta mirada del rostro de Kruza.

***

—¡Qué poder tiene esa ordeñadora! -le comentó Anspach a Drakken con gesto torcido.

Se encontraban en la calle junto con Bruckner, en el exterior de las caballerizas. Drakken lo miró.

—Poder tanto sobre el Lobo como sobre el carterista -concluyó Anspach, divertido.

Drakken bajó la mirada mientras un intenso rubor de enojo y azoramiento le ascendía desde el cuello para bañarle el rostro y la frente. El rubor fue seguido por el fruncimiento de su entrecejo, que le dejó marcas de color blanco y púrpura en la frente.

***

—Conocí a Resollador -comenzó Kruza, repitiendo su última frase-. No lo conocí por ningún otro nombre. Me dijo que no tenía nombre, que era el hijo bastardo de un noble y una madre que murió de parto. No podía saber que era tu hermano.

«Yo lo llamaba «hermano» pero nunca supe que lo fuera con seguridad. Nadie lo conocía realmente -pensó Lenya-. En general, apenas si reparábamos en su presencia.» Pero no dijo nada. Kruza estaba hablando, y se dijo que callaría si lo interrumpía. Quería escuchar lo que tuviese que decirle.

—No se parecía a ti.

«No se parecía a nadie», pensó la muchacha.

—Dijiste que era honrado, ¿recuerdas? -preguntó Kruza, pero no aguardó la respuesta-. Lo era, de una manera extraña. Lo pillé robándole a un viejo carterista, uno de mis maestros, pero sólo robaba lo que no pertenecía a nadie, o lo que sobraba. Yo fui su primera visita, su primer amigo en Middenheim. Espero haber sido su amigo.

«Si eras su amigo, eres el único que ha tenido jamás -pensó Lenya, y el recuerdo le dolió-. La gente era cruel con él cuando reparaban en su presencia. Al final, nadie parecía verlo siquiera.»

—Nunca he conocido a nadie capaz de robar como lo hacía él. En silencio, sin que lo vieran. Yo… lo utilizaba. -Dejó caer la cabeza-. No estoy orgulloso de eso, pero al menos no lo recluté ni permití que Bleyden se apoderara de él y lo usara de un modo aún peor. Éramos amigos. -Era como si hablase sólo para sí mismo.

«No podríamos usar a Resollador; tenía su propio tipo de libertad, sus propias costumbres», pensó Lenya, pero nada dijo. Reconocía la verdad cuando la oía.

Se produjo una larga pausa, y entonces se dio cuenta de que aún estaban de pie en medio del patio de los establos, abierto a las estrellas, y que la noche se estaba volviendo fría y de color púrpura. Nubes grises y negras, de los colores de la roca Fauschlag, se deslizaban por el firmamento y ocultaban las lunas gemelas; la muchacha sintió un intenso helor. Kruza estaba inmóvil ante ella, como lo había encontrado al entrar en el patio. Lenya tendió una mano hacia el carterista, el cual la evitó antes de que llegara siquiera a tocarle una manga.

—¡No lo hagas! No voy a gustarte después de que oigas lo que tengo que contarte. Yo lo usé… Él robó para ayudarme a completar la cuota. Yo lo desafiaba. Era como un juego -prosiguió, sin mirar a Lenya.

«No intentes jugar al escondite con él», pensó Lenya.

—Él robaba para mí, y yo escuchaba sus cuentos. Tenía una habitación extraordinaria, llena de cosas hermosas. Bebíamos juntos y yo me quedaba dormido en su sofá, escuchando a medias las historias que me contaba. Yo sabía que lo estaba utilizando; me aprovechaba de sus habilidades de ladrón, pero no le deseaba ningún mal. A él le gustaba jugar a aquel juego, y luego regresar para hablar de las brujas que lo habían criado. Tonterías como ésa. Nadie más lo veía, ¿sabes?

«El niño expósito de mamá -pensó ella-, y ya nunca sabré por qué lo llamaba así ni por qué todos reíamos, mi padre, mis hermanos, incluso mi madre con tristeza en los ojos. Tal vez no pertenecía en absoluto a nuestra familia. Quizá nunca perteneció a nadie.»

—Creo que murió, Lenya. Lo siento. Creo que ha muerto.

Kruza sabía eso desde hacía mucho tiempo, pero nunca lo había dicho antes en voz alta.

«¡Muerto! Antes de que yo pudiera encontrarlo o entenderlo. ¿Por qué tenía que morir?» El gemido que se produjo en el corazón no llegó hasta sus labios. Se sentía ligeramente mareada.

—Era invisible; debería haber estado a salvo…, pero no salió. Nunca salió. -La voz de Kruza era baja, y él mismo se sorprendió ante la calma con que hablaba. Sabía qué debía decirle la verdad-. Pensaba que era por un truco, o cuestión de suerte, eso de que nadie lo viera; pero no era así.

»Tropezó con la escoria del contrabando, contrabando a lo grande.

Hizo una pausa y miró a Lenya por primera vez. La muchacha estaba pálida y se estremeció.

Lenya tenía frío y miedo. Confundida, se volvió en busca de algún lugar al que ir, un sitio en el que sentirse protegida y abrigada. En torno a ellos, estaban sólo los establos vacíos, pero sin duda los cobijarían un poco. Le volvió la espalda a Kruza y avanzó hacia la media puerta del más cercano, en cuya aldabilla negra y ennegrecida posó una mano. Estaba bien engrasada y se desplazó con facilidad. Giró otra vez para mirar a Kruza, que se dio cuenta de que lo estaba esperando y fue a su encuentro. La joven entró en el establo, que olía de modo muy similar a los de Linz; le recordó a los caballos a los que atendía a veces, así como a las vacas a las que a menudo ordeñaba allí. Kruza permaneció de pie, un poco encorvado contra la media puerta. Estaba cansado y angustiado. Aunque había sobrevivido al enfrentamiento con los Lobos, pensaba que lo peor aún estaba por llegar.

—Había contrabandistas. Resollador lo supo. Siguió a los cadáveres y me contó la historia -volvió a comenzar cuando Lenya se instaló sobre una pila de heno viejo.

«Nadie veía nunca a Resollador. Así podía desaparecer durante varios días. «¡Anda por ahí con los suyos!», solía decir mi madre. Ahora creo que no lo decía por un exceso de imaginación. Nunca sabíamos dónde estaba ni qué hacía, pero a mí siempre me alegraba verlo regresar del bosque. Lo amaba y adoraba sus historias.» Lenya respiró profundamente al recordar que Stefan estaba muerto, mientras los recuerdos de él daban vueltas y vueltas en su cabeza. Kruza continuó, interrumpiéndose de vez en cuando.

—Sólo que no eran cuerpos, y los hombres de gris no eran del templo de Morr. Eran contrabandistas que entraban en la ciudad toda clase de cosas. Vaya, ni siquiera sé por qué estoy hablando contigo. Resollador ha desaparecido.

Una parte de Lenya quería preguntar por los contrabandistas, quiénes eran, hasta dónde los había seguido Resollador. No obstante, sabía que si lo preguntaba, podría darse el caso de que Kruza no quisiera hablar más con ella. Experimentó un escalofrío que no había esperado, pese al aire cálido y cerrado del viejo establo.

Con la punta de una bota, Kruza trazaba pequeños círculos en el polvo de heno que había sobre el piso.

—Resollador me llevó al lugar donde estaban los contrabandistas. Al principio, yo no quería entrar -dijo Kruza al mismo tiempo que miraba a Lenya de un modo que impidió que le formulase la pregunta que temía: ¿dónde había muerto Resollador?

Ella permaneció sentada y quieta, y Kruza continuó trazando pequeños círculos con el pie. Tenía la cabeza inclinada, y Lenya apenas podía oírlo.

Autore(a)s: