Brujerías (Mundodisco, #6) – Terry Pratchett

Sonó una canción que resonó de precipicio en precipicio, llegando hasta los altos valles ocultos y provocando avalanchas en miniatura. Se deslizó por los túneles secretos bajo los glaciares, y perdió todo su sentido al cruzar entre los muros de hielo.

Para saber en qué consistía realmente aquella canción, había que acudir junto al fuego moribundo, al lado de la piedra vertical, donde los ecos y las resonancias convergían en una menuda anciana que blandía una botella vacía.

—… con un caracol si quieres arrastrarte, pero el puercoespín…

—El final de la botella es lo que mejor sabe, ¿verdad? —dijo Magrat, tratando de hacerse oír por encima de los ecos.

—Es cierto —asintió Yaya al tiempo que apuraba su vaso.

—¿Queda más?

—Por el aspecto de Gytha, creo que lo ha terminado todo.

Se quedaron sentadas, entre las fragancias de la noche, y contemplaron la luna.

—Bueno, tenemos un rey —dijo Yaya—. Ya ha terminado todo.

—Ha sido gracias a ti y a Yaya —señaló Magrat, con un hipido.

—¿Por qué?

—Nadie me habría creído sin vuestro apoyo.

—Sólo hablamos cuando nos preguntaron.

—Pero todo el mundo sabe que las brujas no mienten, eso es lo que importa. Es decir, eran muy parecidos, eso saltaba a la vista, pero podía ser una coincidencia. Verás… —Magrat se sonrojó—. Busqué eso de droit de seigneur. La Abuela Whemper tenía un diccionario.

Tata Ogg dejó de cantar.

—Sí —dijo Yaya Ceravieja—. Bueno.

Magrat se dio cuenta de que ambas parecían incómodas.

—Dijisteis la verdad, ¿no? —insistió—. Son hermanos, ¿verdad?

—Oh, sí —aseguró Gytha Ogg—. Desde luego. Cuidé a su madre cuando nació tu…, cuando nació el nuevo rey. Y a la reina, cuando nació el pequeño Tomjon, y ella me dijo quién era su padre.

—¡Gytha!

—Lo siento.

El vino se le estaba subiendo a la cabeza, pero las ruedecitas de la mente de Magrat consiguieron ponerse en marcha.

—Un momento —pidió.

—Recuerdo al padre del bufón —dijo Tata Ogg con voz lenta, deliberada—. Un joven muy avispado, pero no se llevaba bien con su padre. Aunque volvía de vez en cuando. Para hacer visitas a los amigos.

—Hacía amigos con facilidad —confirmó Yaya.

—Sobre todo entre las chicas. Era muy atlético. Podía trepar por los muros como si tal cosa, o eso me dijeron.

—Yo lo que sé es que era muy popular en la corte —añadió Yaya.

—Al menos, era muy popular con la reina.

—Y el rey siempre estaba por ahí cazando, y esas cosas.

—Por lo de ese droit suyo —asintió Tata—. Siempre por ahí, rara era la noche que dormía en casa.

—Un momento —repitió Magrat.

La miraron.

—¿Sí? —inquirió Yaya.

—¡Dijisteis a todo el mundo que eran hermanos, y que Verence era el mayor!

—Es cierto.

—Y permitisteis que todos creyeran…

Yaya Ceravieja le echó el chal por los hombros.

—Estamos obligadas a decir la verdad, pero no tenemos obligación de que nos entiendan correctamente.

—No, no, lo que estás diciendo es que el rey de Lancre no es en realidad…

—Lo que estoy diciendo es —atajó Yaya con firmeza—, que tenemos un rey que no es peor que la mayoría y sí mejor que muchos, que tiene la cabeza en su sitio…

—Aunque la espalda la tenga algo torcida… —puntualizó Tata.

—…y que el fantasma del viejo rey por fin descansa en paz, ha habido una coronación preciosa, algunas de nosotras tenemos jarras, aunque no nos correspondían, sólo eran para los niños, y, en resumen, las cosas están mucho mejor que antes. Eso es lo que estoy diciendo. No me importa cómo deberían o podrían ser las cosas. Eso no tiene el menor interés.

—¡Pero no es un rey de verdad!

—Puede serlo —replicó Tata.

—Si acabáis de decir…

—¿Quién sabe? A la reina no se le daba muy bien llevar las cuentas. Además, él no sabe que no tiene sangre real.

—Y tú no se lo dirás, ¿verdad? —dijo Yaya Ceravieja.

Magrat contempló la luna, rodeada por unas pocas nubes.

—No —respondió.

—Muy bien —asintió la anciana—. Además, mira las cosas desde otro punto de vista. La realeza tiene que comenzar en algún momento. Tanto da que sea con él. Parece que se lo va a tomar en serio, que es mucho más de lo que han hecho otros reyes. Le irá bien.

Magrat sabía que había perdido. Contra Yaya Ceravieja siempre se perdía, lo único interesante consistía en ver cómo.

—Pero vosotras dos me habéis dado una auténtica sorpresa —insistió—. Sois brujas. Eso significa que debéis preocuparos por asuntos como la verdad, la tradición y el destino, ¿no?

—Ahí es donde siempre te has armado el lío —señaló yaya—. El destino es importante, claro, pero la gente se equivoca al pensar que los controla. Es al revés.

—Una birria de destino —asintió Tata.

Yaya la miró.

—Supongo que nadie te dijo que ser bruja fuera sencillo, ¿verdad?

—Estoy aprendiendo —suspiró Magrat. Miró hacia el otro lado del páramo, donde una tenue orla de amanecer brillaba sobre el horizonte—. Creo que será mejor que me vaya —añadió—. Se hace temprano.

—Yo también me voy —dijo Tata Ogg—. Mi Shirl se preocupa si no estoy en casa cuando me lleva el desayuno.

Yaya apagó cuidadosamente los restos de la hoguera.

—¿Cuándo volveremos a reunimos? —preguntó.

Las brujas apenas se atrevieron a mirarse.

—Estoy un poco ocupada el mes que viene —dijo Tata—. Cumpleaños y cosas de esas. Eh…, y el trabajo se me ha amontonado con todo lo que ha pasado. Además, tengo que ocuparme de los fantasmas.

—Creí que los habías enviado de vuelta al castillo —señaló Yaya.

—Sí, pero no quisieron irse —replicó Yaya vagamente—. Para ser sincera, me he acostumbrado a tenerlos en casa. Me hacen compañía por las noches. Y ya casi no gritan.

—Estupendo. ¿Y tú, Magrat?

—En esta época del año es cuando más trabajo hay, ¿no os parece?

—Cierto —asintió Yaya con voz amable—. Es mejor que tengas todo tu tiempo libre. Lo dejamos en el aire, ¿de acuerdo?

Las otras dos asintieron. Y, cuando el nuevo día se derramó sobre el paisaje, cada bruja se fue a casa[22] inmersa en sus propios pensamientos.

Notas

[1] Las vaciaba, pero no bebía todo el líquido; buena parte de él caía en su pechera.

[2] Fuera lo que fuera, nadie había sabido explicárselo. Pero al menos estaba seguro de que era algo que debía tener un señor feudal, y también de que necesitaba ejercicio regular. Se imaginaba que se trataba de una especie de perro grande y peludo. Haría todo lo posible por conseguir uno y por ejercitarlo.

[3] Escritas por magos, que son célibes y tienen unas ideas un tanto raras a las cuatro de la mañana

[4] En realidad, no hizo nada, aunque cuando lo veía en el pueblo le dedicaba una sonrisa sutil, ligeramente asombrada. Después de tres semanas de suspense insoportable, el ladrón se quitó la vida. Bueno, en realidad no se la quitó, sino que se la llevó al otro lado del continente, donde se reformó por completo y jamás volvió a su casa.

[5] Por desgracia, ninguno de ellos es publicable.

[6] La sabanadija es un animalito de pelo color blanco y lomo aplastado. Es pariente lejano del lemming, y más cauteloso, puesto que sólo se lanza a charquitos poco profundos.

[7] Y funcionaban. Los remedios de las brujas solían funcionar siempre, pese a la forma que adoptaran.

[8] Un insulto terrible en el idioma de los enanos, pero usado aquí como término cariñoso. Significa «Adorno para el césped».

[9] Metafóricamente hablando, claro.

[10] Alguien tenía que hacerlo, ¿no? Está muy bien eso de pedir un diente de león, pero, ¿cuál? ¿Común, africano, macho, hembra? Además, ¿qué diente? ¿Dará lo mismo un colmillo? Si se sustituye la clara de huevo, ¿el hechizo a) funcionará, b) fracasará o c) derretirá el fondo del caldero? En estos asuntos, la curiosidad de la abuela Whemper era enorme e insaciable.**

** Bueno, casi insaciable. Probablemente quedó saciada durante su último vuelo para comprobar si una escoba sobreviviría si le arrancaban una a una las cerdas durante el viaje. Según el cuervo que había entrenado como caja negra, la respuesta era no.

[11] Las brujas nunca se inclinan.

[12] Nadie sabe por qué los hombres dicen cosas así. En cualquier momento dirá también que le gustan las chicas duras.

[13] Siempre sucede lo mismo, en todas partes. Nadie los ve llegar. La explicación lógica es que la franquicia incluye el carrito, el gorro de papel y la máquina a gas.

[14] Con la participación de un atizador al rojo, un excusado, cinco kilos de anguilas vivas, un traguito de vino, dos bulbos de tulipanes, unas gotas de veneno, una ostra y un hombre muy corpulento con un martillo. El rey Murune no tenía muchos amigos.

[15] Posiblemente el primer suministro de combustible en vuelo a una escoba mágica.

[16] Puede que haga falta una explicación. El bibliotecario de la Universidad Invisible, el principal centro de enseñanza de magia en el Disco, se había transformado en orangután hacía años debido a un accidente mágico en aquel lugar tan propenso a ellos. Desde entonces, había resistido enérgicamente los bienintencionados esfuerzos por devolverlo a la normalidad. Para empezar, los brazos largos y los dedos de los pies prensiles le facilitaban la tarea de llegar a los estantes más altos, y al ser un simio no tenía que preocuparse por gran parte de las complicaciones de la vida. Además, el nuevo cuerpo le gustaba mucho: aunque parecía un globo lleno de agua, tenía el triple de fuerza que el antiguo.

[17] Las Sombras es uno de los barrios antiguos de Ankh-Morpork, considerablemente más desagradable y peligroso que el resto de la ciudad. Es algo que nunca deja de sorprender a los visitantes.

[18] El envidiable sistema de criminalidad profesional de Ankh-Morpork se debía en gran parte al actual patricio, Lord Vetinari. Él pensó que la única manera de mantener una policía efectiva en una ciudad de un millón de habitantes era legalizar las diferentes bandas y grupos de ladrones, concederles estatus profesional, invitar a sus jefes a los banquetes, permitir un nivel de criminalidad callejera aceptable y responsabilizar a los jefes de los gremios de que se cumplieran las normas, so pena de ser despojados de sus nuevos honores cívicos, junto con buena parte de sus pellejos. Y funcionó. Resultó que los criminales eran una excelente fuerza policial. Por ejemplo, los ladrones no autorizados descubrieron pronto que el castigo no era una noche en una celda, sino una eternidad en el fondo del río.

Aun así, quedaba el problema de la igualdad en el crimen, de manera que se estableció un complejo sistema de cuotas anuales para conseguir que a) todos los profesionales pudieran ganarse la vida dignamente, y b) que ningún ciudadano fuera robado o atracado más de un determinado número de veces. Muchos ciudadanos previsores llegaron a acordar un número mínimo de robos y atracos al principio del año fiscal, y a menudo tenían lugar en la comodidad de sus propios hogares, con lo cual luego podían caminar por las calles con bastante tranquilidad el resto del año. Todo funcionaba de una manera pacífica y eficaz, demostrando una vez más que, comparado con el patricio de Ankh, Maquiavelo no habría podido gobernar ni un establo.

[19] Porque la manera de medir el tiempo variaba mucho entre los estados, reinos y ciudades. Después de todo, cuando en un área de cien kilómetros cuadrados el mismo año recibe nombres tan diferentes como Año del Murciélago Pequeño, Año del Mono Anticipado, Año de la Nube Cazadora, Año de las Vacas Gordas, Año de los Tres Corceles Brillantes y al menos nueve números diferentes que marcan el tiempo** a partir de que varios reyes, profetas o acontecimientos extraños fueron coronados, nacieron o sucedieron, y cada año tiene un número diferente de meses, y algunos de ellos ni siquiera tienen semanas, y uno en concreto se niega a aceptar el día como medida de tiempo, la única cosa de la que se puede estar seguro es de que las buenas relaciones sexuales no duran lo suficiente.***

**El calendario de la Teocracia de Muntab cuenta el tiempo hacia atrás. Nadie sabe por qué, pero quizá no sea buena idea quedarse para averiguarlo.

***Excepto en la tribu Zabingo del Gran Nef, por supuesto.

[20] El lector atento ya habrá adivinado que era porque el rey estaba sentado allí. No porque el hombre hubiera pronunciado la frase «comienza a empezar» a sangre fría. Aunque habría sido justo.

[21] Mejor dicho, supervisando la carga del carromato. No podía prestar mucha ayuda física, porque el día anterior había resbalado con algo y se había roto una pierna.

[22] Hay una escuela de pensamiento que dice que los magos y las brujas no pueden ir a sus casas. Están equivocados.

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