Rechicero (Mundodisco, #5) – Terry Pratchett

—Nuestro Peltre es un esteta —dijo Coin. Sonó una risita, procedente de un par de magos que sabían lo que significaba aquella palabra—. Pero, en cuanto al mundo, puede mejorarse. Te había dicho, Peltre, que miremos donde miremos sólo encontramos crueldad, avaricia e inhumanidad, lo que nos sugiere que el mundo está muy mal dirigido, ¿no?

Peltre fue consciente de que dos docenas de pares de ojos estaban clavados en él.

—Bueno, no se puede cambiar la naturaleza humana —dijo.

Se hizo un silencio de muerte. Peltre titubeó.

—¿Verdad?

—Eso está por ver —replicó Cardante—. La cuestión es que, si cambiamos el mundo, la naturaleza humana también cambiará. ¿No es cierto, hermanos?

—Tenemos la ciudad —dijo uno de los magos—. Yo mismo he creado un castillo…

—Gobernamos la ciudad, pero ¿quién gobierna el mundo? —insistió Cardante—. Por ahí debe de haber miles de reyezuelos, emperadores, jefecillos…

—Y ninguno de ellos sabe leer sin mover los labios —señaló un mago.

—El patricio sí sabe leer —dijo Peltre.

—Si le cortas el dedo índice, no —replicó Cardante—. Por cierto, ¿qué ha pasado con el lagarto? No importa. La cuestión es que el mundo debe ser gobernado por hombres de sabiduría y filosofía. Necesita guía. Nos hemos pasado siglos peleando entre nosotros, pero juntos… ¿quién sabe lo que podemos hacer?

—Hoy la ciudad, mañana el mundo —dijo alguien al fondo de la congregación.

Cardante asintió.

—Mañana el mundo, y… —Hizo un cálculo rápido—. ¡El viernes, el universo!

Así tendremos el fin de semana libre, pensó Peltre. Recordó la caja que llevaba en las manos y se la tendió a Coin. Pero Cardante se situó ante él con un movimiento imperceptible, se apoderó de la caja y se la ofreció al chico con una reverencia.

—El sombrero de archicanciller —dijo—. Pensamos que te corresponde por derecho.

Coin lo cogió. Por primera vez, Peltre vio una expresión de inseguridad en su rostro.

—¿No hay alguna especie de ceremonia formal? —preguntó.

Cardante carraspeó.

—Yo… eh… no —respondió—. No, creo que no. —Miró a los demás magos superiores, quienes negaron con la cabeza—. No, nunca hemos tenido de eso. Aparte del banquete claro. Eh… verás, no es como una coronación, ya sabes, el archicanciller guía a la comunidad de magos, es… —Cardante fue bajando la voz ante el brillo de aquella mirada dorada—. Es… ya sabes… es… el primero… entre… iguales…

Retrocedió apresuradamente cuando el cayado se movió de manera extraña y le apuntó. Una vez más, Coin pareció escuchar una voz interior.

—No —dijo al final. Cuando siguió hablando, su voz tenía esa tonalidad resonante que, si uno no es mago, sólo puede conseguir con carísimos sintetizadores—. Habrá una ceremonia. Tiene que haber una ceremonia, la gente debe comprender que los magos mandan, pero no se celebrará aquí. Elegiré el lugar. Y asistirán todos los magos que alguna vez han cruzado estas puertas, ¿queda claro?

—Es que algunos viven bastante lejos —señaló Cardante con cautela—. Tardarán un tiempo en llegar, ¿para cuándo piensas que se…?

—¡Son magos! —gritó Coin—. ¡Pueden llegar en un abrir y cerrar de ojos! ¡Les he proporcionado el poder para hacerlo! Además… —su voz bajó, recuperó un tono casi normal—. Además, la Universidad está acabada. Nunca ha sido el hogar de la magia, sólo su cárcel. Construiré un nuevo lugar para nosotros.

Sacó el nuevo sombrero de la caja y sonrió. Peltre y Cardante contuvieron el aliento.

—Pero…

Miraron a su alrededor. Casiapenas, el Maestro en Sabiduría, había hablado, y ahora estaba allí, abriendo y cerrando la boca.

Coin se volvió hacia él arqueando una ceja.

—¡No pretenderás cerrar la Universidad! —dijo el viejo mago con voz temblorosa.

—Ya no es necesaria —replicó Coin—. Es un lugar de polvo y libros viejos. Está superada. ¿No es verdad… hermanos?

Hubo un coro de murmullos inciertos. A los magos les resultaba difícil imaginar una vida sin las antiguas piedras de la UI. Aunque, ahora que lo pensaban, había mucho polvo, claro, y los libros estaban bastante viejos…

—Al fin y al cabo… hermanos… ¿cuántos habéis entrado en esa oscura biblioteca últimamente? Ahora la magia está dentro de vosotros, no aprisionada entre cubiertas. ¿No es maravilloso? Ni uno solo de vosotros había hecho en toda su vida tanta magia, magia de verdad, como en las últimas veinticuatro horas. ¿Hay alguno que, en lo más profundo de su corazón, no esté de acuerdo conmigo?

Peltre se estremeció. En lo más profundo de su corazón, un Peltre interior acababa de despertar, e intentaba hacerse escuchar con todas sus fuerzas. Era un Peltre que de pronto añoraba aquellos días tranquilos, acabados hacía pocas horas, cuando la magia era modosita e iba por ahí en zapatillas viejas, siempre tenía tiempo para tomarse un jerez, no era como una espada caliente en el cerebro y, por encima de todo, no mataba a la gente.

El terror se apoderó de él cuando sintió que sus cuerdas vocales se tensaban y se disponían, pese a todos sus esfuerzos, a manifestar su desacuerdo.

El cayado le estaba buscando. Lo notaba. Lo haría desaparecer como al pobre Billias. Apretó las mandíbulas, pero no sirvió de nada. Su pecho se llenó de aire. Sus mandíbulas crujieron.

Cardante se removía, inquieto, y le pisó. Peltre dejó escapar un gemido.

—Lo siento —dijo Cardante.

—¿Sucede algo, Peltre? —preguntó Coin.

Peltre saltaba a la pata coja, repentinamente liberado. Su cuerpo se llenó de alivio mientras los dedos de su pie se llenaban de dolor. En toda la historia, nadie había estado tan agradecido de que ciento veinte kilos de mago hubieran elegido su extremidad para dejarse caer pesadamente.

El grito pareció romper el hechizo. Coin suspiró y se levantó.

—Ha sido un buen día —dijo.

* * *

Eran las dos de la mañana. Las nieblas del río se enroscaban como serpientes por las calles de Ankh-Morpork, pero se enroscaban en solitario. Los magos no aprobaban que el resto de la gente anduviera por ahí a medianoche, de manera que nadie lo hacía. En lugar de eso, dormían con el sueño nada tranquilo de los hechizados.

En la Plaza de las Lunas Rotas, antaño escaparate de misteriosos placeres procedentes de los discretos establecimientos iluminados con farolitos, donde el noctámbulo podía obtener cualquier cosa, desde un plato de anguilas en gelatina hasta un amplio surtido de enfermedades venéreas, las nieblas se enroscaban y goteaban en un vacío gélido.

Los establecimientos habían desaparecido, sustituidos por mármol deslumbrante y una estatua que representaba el espíritu de no se sabe qué, rodeada de fuentes iluminadas. El sordo chapoteo del agua era el único sonido que rompía el silencio de colesterol que tenía en un puño el corazón de la ciudad.

El silencio reinaba también en la mole oscura de la Universidad Invisible. Excepto…

Peltre se arrastraba por los sombríos pasillos como una araña de dos patas, corriendo (o al menos cojeando rápidamente) de columna en arco, hasta que llegó a las imponentes puertas de la biblioteca. Examinó nervioso la oscuridad que le rodeaba y, tras algunas vacilaciones, llamó con mucha, mucha suavidad.

El silencio brotó de la pesada madera. Pero, a diferencia del silencio que tenía dominado al resto de la ciudad, éste era un silencio atento, alerta. Era el silencio del gato durmiente que acaba de abrir un ojo.

Cuando ya no pudo soportarlo más, Peltre se dejó caer a cuatro patas y trató de mirar por debajo de las puertas. Por último, acercó cuanto pudo la boca a la polvorienta hendidura situada junto a la bisagra más baja.

—¡Eh! ¿Me oyes? —susurró.

Tuvo la certeza de que algo se había movido, tras la oscuridad.

Lo intentó de nuevo, mientras pasaba del terror a la esperanza con cada errático latido de su corazón.

—¿Oye? Soy yo, Peltre. ¿Sabes quién? Dime algo, por favor.

Quizá unos grandes pies peludos se estuvieran arrastrando suavemente por el suelo, o quizá fue sólo el crujido de los nervios de Peltre. Trató de tragar saliva para aliviar la sequedad de su garganta, y lo intentó de nuevo.

—¡Mira, de acuerdo, pero entérate de que están hablando de clausurar la biblioteca!

El silencio se hizo más alto. El gato durmiente acababa de levantar una oreja.

—¡Lo que está sucediendo no es correcto! —le confió el tesorero, justo antes de taparse la boca con la mano ante la enormidad de lo que acababa de decir.

—¿Oook?

Fue el más ligero de los ruidos, como el eructo de una cucaracha.

Envalentonado de repente, Peltre acercó aún más los labios a la hendidura.

—¿Tienes al… mmm… al patricio ahí dentro?

—Oook.

—¿Y al perrito?

—Oook.

—Oh, estupendo.

Peltre se tendió en la comodidad de la noche, y tamborileó los dedos sobre el suelo gélido.

—¿No te importará… mmm… dejarme entrar? —aventuró.

—¡Oook!

Peltre hizo una mueca en la oscuridad.

—Es que… necesito verte unos minutos… Tenemos que discutir asuntos urgentes, de hombre a hombre.

—Eeek.

—Perdón, de hombre a simio.

—Oook.

—Entonces, ¿por qué no sales tú?

—Oook.

Peltre suspiró.

—Esta demostración de lealtad está muy bien, pero ahí dentro te vas a morir de hambre.

—Oook oook.

—¿Qué otra entrada?

—Oook.

—Bueno, lo haremos a tu manera —suspiró Peltre.

Pero, fuera como fuera, la conversación le había hecho sentirse un poco mejor. En la Universidad, todos los demás parecían vivir en un sueño, mientras que el bibliotecario no le pedía a la vida más que fruta madura, un suministro regular de tarjetas clasificadoras y la oportunidad, más o menos de una vez, de saltar el muro del zoológico privado del Patricio[13]. Le resultaba extrañamente tranquilizador.

—¿Así que andas bien de plátanos y todo eso? —inquirió tras otra pausa.

—Oook.

—No dejes entrar a nadie, ¿eh? Es muy importante.

—Oook.

—Perfecto.

Peltre se levantó, se sacudió el polvo de las rodillas y luego hizo una pausa. Acercó la boca al agujero de la cerradura.

—No confíes en nadie —añadió.

—Oook.

Dentro de la biblioteca, la oscuridad no era absoluta, porque las hileras de libros mágicos emitían un ligero resplandor octarino, causado por los escapes taumatúrgicos en un fuerte campo ocultista. El brillo apenas bastaba para iluminar las estanterías amontonadas contra la puerta.

El ex patricio había sido cuidadosamente decantado en un bote de cristal, y se encontraba sobre el escritorio del bibliotecario. Éste estaba sentado bajo el mueble, envuelto en su manta y sosteniendo a Galletas en su regazo.

De vez en cuando, se comía un plátano.

* * *

Entretanto, Peltre había cojeado de vuelta por los pasillos de la Universidad, en busca de la seguridad de su dormitorio. Como sus oídos estaban tensos hasta el límite, a la búsqueda y captura del menor sonido dentro de los umbrales habituales, oyó los sollozos.

No era un sonido habitual allí. En los alfombrados corredores tras cuyas puertas se encontraban los dormitorios de los magos superiores se podían oír muchos sonidos a avanzadas horas de la noche, como ronquidos, tintineo de vasos, cánticos desafinados y, de vez en cuando, el zumbido y siseo de un hechizo que había salido mal. Pero los sollozos ahogados de alguien eran tan novedosos que Peltre se descubrió a sí mismo eligiendo el pasillo que llevaba a las dependencias del archicanciller.

La puerta estaba entreabierta. Con la seguridad de que no debería hacerlo, preparándose para una huida urgente, Peltre miró hacia el interior.

* * *

Rincewind miró a su alrededor.

—¿Qué es esto? —susurró.

—Parece una especie de templo —contestó Conina.

Rincewind se irguió y miró hacia arriba. Las multitudes de Al Khali chocaron contra él y discurrieron a su alrededor en una especie de movimiento browniano humano. Un templo, pensó. Bueno, era grande, era impresionante, y el arquitecto había aprovechado todos los trucos habidos y por haber para que pareciera aún más grande e impresionante de lo que era, y también para imprimir en todo el que lo mirase la sensación de que era muy pequeño, muy vulgar y no tenía tantas cúpulas. Era de ese tipo de lugares con aspecto memorable.

Pero Rincewind conocía bien la arquitectura religiosa, y los frescos que se divisaban en los grandes y, por supuesto, impresionantes muros, no eran nada pías. Para empezar, los que participaban en ellos estaban disfrutando. Casi con toda seguridad estaban disfrutando. Desde luego, sería sorprendente que no fuera así.

Autore(a)s: