Jinetes del mundo incógnito – Alexander Abramov, Serguei Abramov

Zernov evadió nuevamente la pregunta:

—Deje que Anojin se lo relate. Nosotros considerábamos que ese derecho le pertenecía sólo a él.

Yo contesté a las palabras de Zernov con una mirada parecida al golpe de la espada de Bonnville.

Irina, en completo estado de confusión, miraba a Zernov y a mí.

—Yuri, ¿es cierto?

—Sí, es cierto —le respondí, y callé. Consideré que, cuando nos encontráramos a solas le relataría lo sucedido en el casino de St. Dizier, mas no aquí.

—¿Me ocultan algo desagradable?

Zernov se sonrió. La pausa se prolongó un rato más. Por eso, me alegré al oír el chirrido de la puerta al abrirse.

—Lo más desagradable empezará ahora —repuse indicándoles la puerta abierta por donde entraba mi ángel blanco con jeringuillas—. Esta es la parte del tratamiento que ni los amigos deben contemplar.

Y el tratamiento curativo del profesor Peletier me hundió nuevamente en la vorágine del sueño.

Capítulo 26 – Congreso

Me desperté por la mañana y, al recordarlo todo, la rabia se apoderó de mí: tendría que permanecer otro día en la clínica. No me consoló ni la aparición de mi ángel blanco con el desayuno servido en el carritomesa.

—Conecte la radio, por favor —le pedí.

—No tenemos radio.

—Entonces, tráigame un transistor.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Porque está prohibido todo lo que puede impedir el mejoramiento del estado del convaleciente…

—Ya me siento bien, pues.

—Eso lo sabrá solamente mañana por la mañana. —El ángel blanco adquirió ante mí el aspecto del demonio.

—Pero yo debo saber lo que ocurre en el Congreso. Zernov ya está hablando. ¿Comprende? ¡Zernov!

—No conozco al señor Zernov —respondió y me entregó una carpeta forrada con un cordobán rojo.

—¿Qué es esto?

—Estos son los recortes de periódicos que le trajo a usted la señorita Irina. El profesor lo ha permitido.

Este era el pan para el hombre que moría de hambre por falta de información. Y, olvidando mi desayuno, abrí la carpeta para escuchar la voz del mundo. Sí, justamente, escuchar, porque ésta era la voz del mundo que llegaba hasta mí a través del níquel y el vidrio de la clínica, a través de las paredes de ladrillos blancos, a través de la vorágine del sueño y de la delicia del restablecimiento. Era la voz del Congreso con las palabras de apertura del académico Osovets, que fijaban la única posición razonable y consecuente de la humanidad respecto a los visitantes del espacio cósmico.

«¿Qué está claro para nosotros? —decía el académico—. Que estamos ante una civilización extraterrestre; que su nivel técnico y científico es muy superior al nuestro; que ni nosotros hemos podido establecer contacto con ellos ni ellos con nosotros; y que, además, la actitud de ellos para con nosotros es amistosa y pacífica. En tres meses los visitantes han podido reunir y transportar al espacio cósmico el hielo de todos los continentes, y hemos sido incapaces de impedírselo. Bien, ¿qué representa para la humanidad esta última acción? Nada negativo y mucho de positivo. Los climatólogos establecerán dentro de cierto tiempo las consecuencias precisas de lo realizado; sin embargo, ahora podemos hablar ya sobre el considerable mejoramiento del clima polar y sus latitudes adyacentes, sobre la conquista de vastas áreas antes casi inaccesibles y sobre la inmigración más libre de la población del mundo. Aún más, la extracción del hielo terrestre no se acompañó de catástrofes geológicas, inundaciones u otras calamidades naturales. Ni una sola expedición, ni un solo barco y ni una sola estación de investigación científica de las que operan en esas áreas han sufrido daño alguno. Además, los visitantes le regalaron a la humanidad, incidentalmente, riquezas ocultas en las entrañas de la Tierra. En las montañas Yablonevi, ellos dejaron al descubierto vastos yacimientos de cobre, y en Yakutia descubrieron nuevas tierras diamantíferas. En la Antártida encontraron petróleo y por sus propios medios realizaron trabajos de perforación y luego construyeron torres originales de formas desconocidas para nosotros. Y, entre los aplausos de los presentes, concluyó con las siguientes palabras:

«Les puedo informar que en Moscú ha sido firmado un contrato entre países interesados a fin de crear una sociedad anónima industrial-comercial, que llevará las siglas SECPA, o sea, Sociedad para la Explotación Conjunta del Petróleo de la Antártida».

El académico resumió también los sucesos relacionados con la copia hecha por los visitantes de aquellos fenómenos de la vida terrestre que despertaron su interés. La lista de fenómenos era tan larga que no fue leída, sino distribuida entre los delegados a guisa de suplemento especial del informe. Citaré aquí solamente los sucesos que fueron comentados por los corresponsales Parisienses.

Además de Sand City, los «jinetes» copiaron una ciudad balneario situada en los Alpes italianos; playas francesas en las horas de la mañana, cuando parecen madrigueras de nutrias; la plaza de San Marcos en Venecia y parte del metro londinense. La atención de ellos fue atraída por el transporte de pasajeros de muchos países. Descendieron sobre los trenes, sobre aviones y barcos de línea, sobre los helicópteros de la policía y hasta sobre los globos que se utilizaban en una competición cerca de Bruselas.

En Francia, penetraron en las carreras de velocidad del velódromo de Paris; en San Francisco, en un encuentro de boxeadores de peso pesado por el título de campeón de la costa del Pacífico; en Lisboa, en un encuentro de fútbol por la Copa de Europa (los jugadores se quejaron luego ante los reporteros de que la niebla roja era tan densa que ellos no veían la portería contraria). La niebla fue igual durante una partida de ajedrez regional en Zurich; ésta permaneció también dos horas en el Gabinete Gubernamental de la República Sudafricana y por cuarenta minutos entre los animales del parque zoológico de Londres. Los periodistas aprovecharon estos dos casos para sus chistes: ambos sucesos ocurrieron en un mismo día y en ninguna de los dos casos la niebla logró dispersar ni a las bestias ni a los racistas.

La lista del académico incluía una enumeración detallada de todas las fábricas y factorías copiadas por completo o en parte por íos visitantes del cosmos: a veces copiaban un taller o una cadena de montaje; otras, algunos aparatos y tornos característicos para un tipo dado de producción, los que fueron elegidos por las «nubes» con precisión infalible. Los periodistas Parisienses, al comentar esta elección, llegaban a curiosas conclusiones. Unos consideraban que las «nubes» estaban interesadas, fundamentalmente, en los tipos anticuados de máquinas que no han tenido ningún cambio sustancial durante más de cien años y que les son menos comprensibles, como son: los medios para la elaboración de piedras preciosas y la designación de los utensilios de cocina. Por esta misma causa era copiado un taller de tallado en Amsterdam y una fábrica primitiva de juguetes en Nuremberg.

Otros observadores, comentando la lista de Osovets, señalaron el interés manifiesto de los visitantes hacia los servicios para el consumidor. El corresponsal del «Paris-Midi» escribió: «¿Nota usted la cantidad de barberías, restaurantes, casas de moda y estudios de televisión copiados? Preste atención al cuidado y esmero con que se eligen para copiar los comercios, tiendas, mercados y hasta las vitrinas callejeras. Preste atención a la variación de los modos de copiar utilizados por «ellas». A veces, las «nubes» bajan en picado sobre el «objeto» y en el acto huyen, sin que hayan podido provocar el pánico. Otras veces, la «niebla» envuelve lentamente al objeto, penetra imperceptiblemente en todos sus rincones y la gente no se da cuenta de nada hasta que la densidad del gas se hace visible. Sin embargo, incluso cuando eso ocurre, algo impide a la gente cambiar su conducta habitual, como si algo les reprimiera la voluntad y la razón. Entonces, sin experimentar terror alguno, continúan en su trabajo corriente: los peluqueros cortan el pelo y afeitan; los clientes, esperando su turno, ojean las revistas; los camarógrafos filman películas o transmiten programas de televisión; el portero de fútbol atrapa una pelota difícil; el camarero entrega cortésmente la cuenta por la cena del restaurante. Todo a nuestro alrededor adquiere un tono purpúreo, como si se estuviera bajo la luz de una lámpara roja, pero, pese a ello, seguimos en nuestros asuntos y sólo más tarde, después de que los «jinetes» se alejan llevándose nuestra imagen viva, nos damos cuenta de lo ocurrido. La mayoría de las veces nos es imposible verlas, pues los visitantes las mostraron a los seres humanos solamente durante los primeros experimentos de fijación de la vida terrestre; y posteriormente todo se ha limitado a la caída de la niebla roja de tonalidad y densidad diferentes».

El académico Osovets resumió: «Nadie ha sufrido daño durante estos experimentos y nadie ha sufrido pérdidas materiales. A excepción del taburete que desapareció junto con el doble en la reunión de Mirni y el automóvil del piloto Martin, luego de ser abandonado imprudentemente en la ciudad copiada, nadie podría mencionarme una cosa que haya sido destruida o dañada por los visitantes del cosmos. Se escribió sobre la bicicleta perdida por un ciclista checo, que la dejó abandonada en una carretera cercana a Praga, pero se supo posteriormente que fue encontrada en la parada durante un período de descanso. Se escribió sobre el alpenstock, que le arrebató el doble al guía suizo Fred Schomer, cuando éste caminaba por un sendero montañoso. Sin embargo, el mismo Fred Schomer escribió a los periódicos negando la veracidad de esta noticia y declarando que él mismo abandonó al alpenstock, asustado por lo que había visto, pero que posteriormente las «nubes» lo devolvieron picando sobre la puerta de su cabaña. Todos los otros casos mencionados en los periódicos resultaron ser inventos de individuos que querían pasar por «víctimas», o de los propios reporteros. Las «nubes» rosadas retornan al cosmos sin causar ningún daño a la humanidad y sin llevarse nada, excepto el hielo terrestre y esas supuestas grabaciones de la vida terrestre, codificadas inexplicablemente en una niebla roja. Esta última idea, a propósito, es una hipótesis, no demostrada de ninguna manera por persona alguna».

El informe del académico Osovets fue aprobado por la mayoría de los delegados. Decidí no leer el discurso de Thompson. Este no encontró apoyo y los debates se transformaron en un cambio de réplicas y preguntas, lejos de ser polémicas, ni tampoco audaces o convincentes. Se expresaron, por ejemplo, temores de que el espíritu de paz de los visitantes era nada más que camuflaje y que ellos regresarían con otras intenciones muy diferentes.

—¿Con cuáles? —quiso saber el académico.

—Con intenciones agresivas.

—Poseyendo tales posibilidades técnicas, dudo mucho que ellos necesiten tal camuflaje.

—¿Y si esto es sólo un reconocimiento del terreno?

—¿Y qué? Los primeros encuentros les han demostrado ya la diferencia sustancial entre nuestros potenciales técnicos.

—¿Acaso les hemos mostrado nuestro potencial? —interpeló Thompson.

—Ellos lo copiaron ya.

—Pero nosotros ni siquiera tratamos de utilizarlo contra sus ataques.

—¿Hubo acaso ataques?

—No, pero, ¿puede usted asegurar que no los habrá?

—En defensa de mis aseveraciones cité numerosos hechos comprobados; en defensa de las suyas, sólo hemos escuchado hipótesis.

Después de esta discusión —sin gloria para los oponentes del académico soviético—, los «incrédulos», como fueron llamados luego en los pasillos del Congreso, empezaron a desquitarse en las comisiones que se crearon, especialmente en la Comisión para los Contactos y Conjeturas, la cual comenzaba a ser famosa por sus tempestuosas sesiones. En ella se exponía todo tipo de hipótesis y a la postre se destruían sin compasión. De una deliberación se pasaba a otra, luego a otra, alejándose así de la discusión primaria, hasta que finalmente era cortada por el timbre del presidente. Los corresponsales ni siquiera trataban de dar forma de reportaje a estas discusiones, sino que simplemente las citaban.