El castillo viajero (El castillo ambulante, #1) – Diana Wynne Jones

Aquel conjuro era para el Rey. Otro mensajero peripuesto y oloroso llegó con una carta y un discurso largo, larguísimo en el que preguntaba si sería posible que Howl le dedicase algo de su tiempo, sin duda ocupado en otras muchas cosas, para concentrar su poderoso e ingenioso intelecto en un pe­queño problema que afectaba a Su Real Majestad: concreta­mente, cómo podría el ejército hacer pasar sus pesados carros por un terreno pantanoso e irregular. Howl ofreció una res­puesta elocuente y maravillosamente educada, pero dijo que no. Después, el mensajero habló durante otra media hora, al cabo de la cual ambos hicieron una reverencia y Howl accedió a hacer el conjuro.

—Me da mala espina —le dijo Howl a Michael cuando se hubo marchando el mensajero—. ¿Por qué se tendría que per­der Suliman en el Páramo? El Rey parece creer que yo le serviré en su lugar.

—Él no era tan inventivo como tú, eso está claro —dijo Michael.

—Soy demasiado paciente y demasiado educado —dijo Howl en tono sombrío—. Debería haberle cobrado mucho más.

Howl era igual de paciente y educado con los clientes de Porthaven, pero, como Michael señaló preocupado, el proble­ma era que Howl no les cobraba lo suficiente. Aquello fue después de que Howl hubiera escuchado durante una hora las razones por las que la esposa de un marinero no podría pa­garle todavía ni un penique, y de que le prometiera a un capitán un conjuro de vientos a cambio de una minucia. Howl eludió los argumentos de Michael dándole una lección de magia.

Sophie cosía botones en las camisas de Michael mientras escuchaba a Howl repasar un conjuro con su aprendiz.

—Ya sé que yo soy un poco chapucero —estaba diciendo—, pero no hace falta que me imites en eso también. Primero hay que leerlo siempre entero, atentamente. De su forma ob­tendrás mucha información: si se trata de un conjuro de eje­cución, de búsqueda o un simple encantamiento, o si es una mezcla de acción y discurso. Una vez hayas decidido eso, re­pásalo otra vez y decide qué partes significan lo que dicen literalmente y cuáles se han incluido como parte de un rom­pecabezas. Ahora estamos avanzando hacia la magia más po­derosa, y te darás cuenta de que cada conjuro de poder incluye al menos un error o un enigma puesto deliberadamente para evitar accidentes. Tienes que encontrarlos. Por ejemplo, este conjuro…

Mientras escuchaba las respuestas dubitativas de Michael y observaba cómo Howl escribía comentarios en el papel con una pluma extraña que no hacía falta mojar, Sophie se dio cuenta de ella también podía aprender mucho. Se le ocurrió que si Martha había sido capaz de descubrir el conjuro para cambiarse por Lettie en casa de la señora Fairfax, ella podría hacer lo mismo aquí. Con un poco de suerte, no tendría que depender de Calcifer.

Cuando Howl quedó convencido de que Michael había olvidado el tema de cuánto le cobraba a la gente de Porthaven, lo sacó al patio para que le ayudara con el conjuro del Rey. Sophie se levantó con mucho crujir de huesos y avanzó hasta la mesa. El conjuro era bastante claro, pero los comentarios de Howl no los entendía.

—¡Nunca he visto una letra semejante! —se quejó a la ca­lavera—. ¿Escribe con una pluma o con un punzón? —estudiócon impaciencia cada trocito de papel de la mesa y examinólos polvos y líquidos de los tarros asimétricos—. Sí, lo admito —le dijo a la calavera—, soy una fisgona. Y esta es mi recom­pensa. Acabo de enterarme de cómo curar a los pollos enfer­mos, vencer a la tosferina, provocar un vendaval y eliminar el vello de la cara. Si Martha hubiera descubierto estas cosas,
todavía seguiría en casa de la señora Fairfax. Cuando Howl volvió del patio, a Sophie le pareció que examinaba todas las cosas que ella había movido. Pero tal vez fuera solo porque no podía estarse quieto. Después de eso, no supo qué hacer. Sophie le oyó pasear intranquilo toda la no­che. A la mañana siguiente solo pasó una hora en el cuarto de baño. Parecía que no podía contenerse. Michael se puso su mejor traje de terciopelo color ciruela, listo para ir al Palacio de Kingsbury, y los dos envolvieron el abultado conjuro en papel dorado. Debía de ser increíblemente ligero para su ta­maño, pues Michael podía llevarlo solo con facilidad, rodeán­dolo con los dos brazos. Howl giró el pomo sobre la puer­ta de forma que el rojo apuntase hacia abajo y le envió a la calle de casas pintadas.

—Lo están esperando —le dijo—. Solo te van a entretener casi toda la mañana. Diles que hasta un niño podría mane­jarlo. Muéstraselo. Y cuando regreses, tendré preparado un conjuro de poder para que trabajes en él. Hasta luego.

Cerró la puerta y siguió caminando por la habitación.

—No aguanto más aquí dentro —dijo de repente—. Voy a salir a dar un paseo por las colinas. Dile a Michael que el conjuro que le prometí está encima de la mesa. Y esto es para que te entretengas tú.

Sophie descubrió un traje gris y escarlata, tan elegante y extravagante como el azul y plateado, que había caído en su regazo salido de la nada. Mientras tanto, Howl cogió la gui­tarra de su rincón, giró el cuadrado de madera con el verde hacia abajo y salió entre los brezos en movimiento en lo alto de las colinas sobre Market Chipping.

—¡Que no aguanta más aquí dentro! —gruñó Calcifer. En Porthaven había niebla. Calcifer estaba escondido entre los troncos, moviéndose incómodo a un lado y a otro para evitar las gotas que caían de la chimenea—. ¿Cómo se cree que me siento yo, atrapado en un hogar húmedo como este?

—Entonces tendrás que darme al menos una pista sobre cómo romper tu contrato —dijo Sophie, sacudiendo el traje gris y escarlata—. ¡Madre mía, sí que eres un traje elegante, aunque estás un poco desgastado! Hecho para atraer a las jovencitas, ¿verdad?

—¡Pero si ya te he dado una pista! —protestó Calcifer.

—Pues tendrás que dármela otra vez. No la he pillado —dijo Sophie mientras dejaba el traje en la silla y se acercaba lentamente hacia la puerta.

—Si te doy una pista y te digo que es una pista, entonces es información, y eso no me está permitido —dijo Calcifer—. ¿Adonde vas?

—A hacer una cosa que no me atrevía a hacer hasta que estuvieran los dos fuera —dijo Sophie—. Giró el pomo de ma­dera hasta que la mancha negra apuntó hacia abajo. Entonces abrió la puerta.

Afuera no había nada. No era ni negro ni gris ni blanco. No era espeso ni transparente. No se movía. No tenía ni olor ni tacto. Cuando Sophie sacó cuidadosamente un dedo, no estaba ni caliente ni frío. No se oía nada. Parecía ser total y completamente nada.

—¿Qué es? —le preguntó a Calcifer.

Calcifer estaba tan interesado como Sophie. Había aso­mado su rostro azul de la chimenea para mirar hacia la puer­ta. Se había olvidado de la niebla.

—No lo sé —murmuró—. Yo solo lo mantengo. Lo único que sé es que es la parte del castillo hacia la que no se puede pasar. Da la sensación de estar muy lejos.

—¡Parece estar más allá de la luna! —dijo Sophie. Cerró la puerta y volvió a girar la manija con el verde hacia abajo. Dudó un momento y luego se dirigió hacia las escaleras.

—La ha cerrado con llave —dijo Calcifer—. Me dijo que te lo recordara si volvías a intentar fisgonear.

—Vaya —dijo Sophie—. ¿Qué guarda en su cuarto?

—No tengo ni idea —dijo Calcifer—. No sé nada de lo que hay ahí arriba. ¡Si supieras lo frustrante que es! Ni siquiera veo bien lo que hay fuera del castillo. Solo lo suficiente para averiguar en qué dirección voy.

Sophie, sintiéndose igual de frustrada, se sentó y empezó a remendar el traje gris y escarlata. Michael llegó al poco rato.

—El Rey me ha recibido inmediatamente —dijo—. Me… —miró alrededor y sus ojos se detuvieron en el rincón vacío donde solía estar la guitarra—. ¡Oh, no! —dijo—. ¡Otra vez su amiga! Creí que ya se había enamorado de él y el asunto se había terminado hace varios días. ¿Por qué tarda tanto?

Calcifer crepitó con malicia.

—Has interpretado mal los indicios. Al desalmado de Howl le está costando mucho esta dama. Decidió dejarla tran­quila unos días para ver si eso servía de algo. Eso es todo.

—¡Qué lata! —dijo Michael—. Nos va a dar problemas, ya verás. ¡Y yo que esperaba que Howl hubiera recobrado su juicio!

Sophie dejó caer el traje sobre las rodillas.

—¡Desde luego! —exclamó—. ¡Cómo podéis hablar tranqui­lamente los dos con tanta maldad! Al menos, supongo que no puedo culpar a Calcifer, pues para eso es un demonio mal­vado. ¡Pero tú, Michael!

—¡Yo creo que no soy malvado! —protestó Calcifer.

—¡No me lo tomo con tranquilidad, si eso es lo que crees! —dijo Michael—. ¡Si supieras todos los problemas que hemos tenido porque Howl no deja de enamorarse! Nos han puesto juicios y han venido hombres a retarle a duelo, madres ar­madas con rodillos, y padres y tíos con porras. Y tías. Las tías son terribles. Te atacan con alfileres de sombrero. Pero lo peor es cuando las mismas chicas averiguan dónde vive Howl y se plantan en la puerta, tristes y llorosas. Howl se escapa por la puerta trasera y Calcifer y yo tenemos que lidiar con todas ellas.

—Odio a las infelices —dijo Calcifer—. Me mojan con su llanto. Las prefiero cuando están enfadadas.

—A ver, vamos a aclarar las cosas —dijo Sophie, cerrando con fuerza sus puños nudosos sobre la tela colorada—. ¿Qué les hace Howl a estas pobres chicas? Me habían dicho que les de­voraba el corazón y les robaba el alma.

Michael soltó una risita incómoda.

—Entonces debes de venir de Market Chipping. Cuando inventamos el castillo, Howl me mandó allí para manchar su reputación. Yo…, bueno, dije alguna cosa por el estilo. Es lo que suelen decir las tías sobre sus sobrinas cuando las con­quista. Solo es cierto de forma figurada.

—Howl es muy caprichoso —dijo Calcifer—. Solo se mues­tra interesado hasta que las jovencitas se enamoran de él. Des­pués de eso, no les hace ni caso.

—Pero no para hasta conseguir que lo quieran —añadió Michael con vehemencia—. Es imposible razonar con él hasta que lo logra. Siempre estoy deseando que llegue el momento en que la muchacha se enamora de él. Entonces las cosas mejoran.

—Hasta que lo encuentran —intervino Calcifer.

—Al menos podría tener la sensatez de darles un nombre falso —dijo Sophie con tono de indiferencia. La indiferencia era para ocultar que se sentía como una tonta.

—Sí, siempre lo hace —dijo Michael—. Le encanta dar nombres falsos y hacerse pasar por otro. Lo hace incluso cuan­do no anda cortejando. ¿No te has dado cuenta de que es el Hechicero Jenkin en Porthaven y el Mago Pendragon en Kingsbury, además del Horrible Howl en el castillo?

Sophie no se había dado cuenta, lo que la hizo sentirse todavía más tonta. Y eso la ponía de mal humor.

—Está bien, pero sigo pensando que, ir por ahí haciendo infelices a esas pobres chicas es una maldad —dijo—. Se com­porta como un desalmado sin sentido.

—El es así —concluyó Calcifer.

Michael acercó al fuego el taburete con tres patas y se sentó mientras Sophie cosía. Le contó así las conquistas de Howl y algunos de los problemas que habían tenido después. Sophie, mientras, hablaba al traje en voz baja.

—Así que devoraste corazones, ¿eh, trajecito? ¿Por qué usarán las tías unas expresiones tan raras para hablar de sus sobrinas? Probablemente a ellas también les gustabas, que­rido traje. ¿Cómo te sentirías perseguido por una tía encolerizada, eh?

Mientras Michael contaba la historia de una tía que no había podido olvidar, a Sophie se le ocurrió que probable­mente era positivo que los rumores sobre Howl hubieran lle­gado a Market Chipping de esa forma. Podía imaginar que, de no ser así, alguna chica decidida como Lettie podría ha­berse interesado por él y terminar siendo muy infeliz.