La danza de los deseos – Laura Abbot

Kylie se limitó a encoger los hombros Mary sonrió con generosidad.

—Danos una oportunidad, Kylie. En este colegio, adoramos a las niñas como tú —guiñó un ojo a Libby—. ¿No es así, señorita Cameron?

—Claro, y soy afortunada de tener a Kylie en mi clase.

Fuera, Libby escuchó el sonido de los autobuses entrando en el patio. Los demás niños llegarían de un momento a otro y ya no tendría más tiempo para pensar en Trent Baker.

—Que tengáis un buen día —dijo Mary a las dos antes de dirigirse hacia los autobuses.

La presencia de Mary había tenido un efecto calmante, no sólo en Kylie, que ya se dirigía a su mesa y estaba empezando a sacar sus cosas de la mochila, sino también en Libby. Además, sin quererlo, Mary le había recordado el perfecto antídoto contra Trent.

Doug.

* * * * *

Chad Laraby caminaba calle abajo hacia Trent.

—¡Lo conseguimos! —dijo extendiendo la palma de la mano para chocarla con Trent—. Tenemos a los del seguro en el bolsillo.

—Todo gracias a ti —dijo Trent sonriendo. Y era cierto. Trent sostuvo la puerta del Kodiak Café y entró tras él—. Te invito a un café.

—Acepto —dijo Chad frotándose las manos.

Weezer los saludó desde la caja al tiempo que una camarera se acercaba a ellos con una jarra y dos tazas en la mano. Resultaba imposible resistirse al aroma de los bollos de canela especiales típicos de la casa, y los dos pidieron uno.

Chad extendió los brazos a lo largo del respaldo del asiento.

—¿Cómo te sientes de vuelta en Whitefish?

—Fenomenal. Te agradezco de veras esta oportunidad.

—Tú habrías hecho lo mismo por mí. Estamos en el buen camino, amigo.

Trent sólo esperaba que fuera así. El negocio tenía buena pinta en el papel, pero en medio del invierno era difícil atraer turistas en busca de los servicios que ellos ofrecían, especialmente después de los recientes incendios. Tendrían que hacerlo muy bien en el verano, lo que significaría emplear muchas horas los siete días de la semana. Tendría que pensar en algo para Kylie, pero ya se ocuparía de eso más tarde.

—¿Sigues estando en el equipo de salvamento?

—Sí y hablando de eso, tenemos sesión de entrenamiento la próxima semana. ¿Te interesaría unirte a nosotros?

Era una gran tentación. Y estaba ahí mismo. Cuando estaba en la universidad, había participado en el equipo que cubría la zona de Bozeman. Recordarlo hacía que le subiera la adrenalina.

—No me gustaría dejar a Kylie. Tendré que pensarlo.

—Si te interesa, mi hija Lisa cuida niños de vez en cuando. Pero hablando de Kylie, ¿cómo le fue ayer en el colegio?

—Bien, si no hablamos de un sádico de un metro de estatura que se burló de ella porque no sabía esquiar.

—Pero eso tiene fácil solución.

—Eso es lo que le dije. Estoy pensando en llevarla a Big Mountain el sábado.

—Será mejor que el tío Chad os acompañe. Nadie debería tratar de enseñar a esquiar a sus propios hijos. Yo tuve que dejar a los míos con un instructor porque s mí no me hacían caso.

—Tienes razón. Además, quiero que os conozcáis —dijo Trent sonriendo.

—Está bien. Lori llevará a nuestros hijos a Helena este fin de semana a visitar a su familia, así que estoy libre.

Tras discutir los detalles de presentación de su negocio en la feria de actividades al aire libre que iba a celebrarse próximamente en Kalispell, Chad miró hacia la puerta por encima de Trent, y al momento se levantó de la silla saludando con la mano.

—Por aquí, Chuck.

Un hombre de complexión fuerte con una gran sonrisa visible a pesar del bigote rojizo, se acercó a ellos.

—Que me aspen si éste no es Trent Baker —dijo dándole un fuerte apretón de manos y sentándose á su lado—. No te había visto desde aquella acampada en la que nos pillamos una buena tajada. Había oído que estabas trabajando en Billings.

Trent hizo un gesto de dolor al recordar el final de aquel viaje. Habían pillado la madre de las borracheras y después había tenido que escuchar la bronca de Libby por haberla dejado sola el fin de semana. En el instituto, Chad, Chuck y él habían disfrutado de muchas juergas juntos hasta que Trent se casó con Libby y ésta empezó a mostrarse celosa del tiempo que pasaba con ellos.

—He estado viviendo en Billings varios años.

—¿Y qué te ha hecho volver?

Chad le contó la versión corta de su aventura empresarial.

—Sentí mucho lo de tu divorcio de… —Chuck se detuvo un momento a recordar— ¿Libby? Siempre pensé que hacíais una gran pareja.

Chuck parecía no darse cuenta del gesto de advertencia de Chad pero Trent se enfrentó a la verdad.

—Algunas cosas no están destinadas a ocurrir. Me volví a casar, con una chica de Billings. Ella… murió hace un año.

—Vaya, tío. Lo siento.

—Tengo una niña pequeña. No se me ocurría un sitio mejor para criarla que Whitefish.

—A mí tampoco —dijo Chuck apretándole el hombro—. Me alegra que hayas vuelto —y se levantó—. Y ahora, si me disculpáis, he quedado aquí con alguien. Pero ¿qué os parece si nos vemos el lunes por la noche en el bar? Podríamos tomarnos unas Moose Drool —dijo mencionando una cerveza típica de la zona de Montana—. Y contarnos unas mentiras.

Puede que Chuck Patterson fuera un hombre de treinta y cinco que perdía pelo pero tenía el cerebro anclado en los años ochenta.

—Tal vez algún día —respondió Trent vagamente—. Ahora mismo, prefiero quedarme con mi hija. Todo es muy nuevo para ella.

—Claro, lo entiendo. Adiós —dijo Chuck dirigiéndose hacia la parte trasera del café.

Chad lo vio alejarse con una sonrisa divertida en el rostro.

—Nadie diría que nuestro Chuck ha sido campeón de lucha ni que tiene cinco hijos —se inclinó hacia delante—. Pero ni se te ocurra pensar que ha sentado la cabeza. Sigue siendo un salvaje.

—¿Me estoy haciendo viejo o simplemente he madurado más? —dijo Trent dando un sorbo.

Pero antes de que Chad pudiera responder, la camarera regresó con los bollos, cubiertos de algo dulce y gelatinoso por encima. Chad dio un mordisco pero se detuvo antes de masticar para responder a Trent.

—Ahora tienes responsabilidades.

—Sí.

Y de alguna forma, en ese momento, sus responsabilidades le parecieron mucho más pesadas. Aunque tampoco quería estar en un bar lleno de humo, viendo lucha y oyendo al bueno de Chuck hablarle de los viejos tiempos.

Los dos hombres se concentraron en comer. Por fin, Chad se reclinó en el asiento, dándose unas palmaditas satisfechas en el estómago.

—Seguro que no teníais de éstos en Billings.

—No había ninguna Weezer allí, eso seguro —dijo Trent con una sonrisa.

Su amigo se inclinó hacia delante, con los codos en la mesa, la expresión seria.

—¿La has visto?

—¿A Weezer? —preguntó Trent fingiendo no entender.

—No. A Libby.

Vaya si la había visto. Y cuánto bien le había hecho.

—Sí.

—¿Y bien? —Chad inclinó la cabeza—. ¿Me lo vas a contar?

—No hay mucho que decir. Es la profesora de Kylie.

—Estás de broma.

—No. ¿Cuántas posibilidades había de que ocurriera?

—¿Y?

—Kylie está loca por ella.

—¿Y tú? —dijo Chad fijando sus ojos oscuros en él.

—¿Yo?

—¿Sientes lo mismo que en el pasado?

Oh, sí. Se había pasado la noche entera despierto, caliente como un adolescente con su primera revista porno. Recordando sus pechos erguidos, el vaivén de sus caderas, el aroma de su pelo. Y la forma en que le había dado las buenas noches.

—¿Y qué si es así? ¿Qué bien me haría?

—Tú no eres de los que se rinden, Baker. Si la quieres ve a por ella —dijo Chad mirándolo fijamente.

—Hice algunas cosas imperdonables.

—Hace doce años de eso. Y por si no te habías dado cuenta, no se ha vuelto a casar. ¿No te dice eso algo?

—Ya veremos —dijo Trent levantándose.

Chad también se levantó y rodeó a Trent con un brazo.

—Decidas lo que decidas, amigo, estoy contigo. Pero si la quieres, no esperes demasiado.

Fuera, tomaron caminos separados. Trent estaba a medio camino cuando se detuvo en seco, las palabras de Chad resonando en sus oídos: «No esperes demasiado». ¿Acaso sabía Chad algo que no le había contado?

Se bajó la visera de la gorra, maldiciendo. Se preguntaba si habría alguien. Era una posibilidad que no se le había ocurrido pensar, pero podía ser. Libby era una mujer muy especial atractiva, divertida, bondadosa y muy sexy.

Frunció el ceño y echó a andar de nuevo. Se había comportado como un imbécil. ¿Por qué iba a darle una nueva oportunidad?

* * * * *

Georgia esperaba impaciente a que Gus saliera de la ducha. Había aprendido que, en vez de forzar las discusiones, era mucho mejor buscar la oportunidad perfecta para hablar. Gus trabajaba muchas horas para poder llevar el relajado ritmo de vida que llevaban, por lo que ella le estaba agradecida, pero a veces era un bobo. Como en ese momento. ¿Cómo podía estar tan tranquilo a pesar de que los habían separado de su nieta?

Al fin, Gus apareció y se detuvo junto al minibar.

—¿Quieres algo? —preguntó levantando un vaso.

—Uno suave para mí, por favor —dijo ella. «No le metas prisas».

—Una de las chicas de tu club de tenis me habló del proyecto que tiene para una casa.

—¿Sí?

—Lora Neff —contestó Gus sirviéndose un whisky solo para él y uno con soda y hielo para ella—. Quiere tirar tabiques y unir a la cocina una habitación —dijo pasándole el vaso, reclinándose a continuación en su sillón de cuero y levantando los pies—. No sé si podré hacerle un hueco.

—Salud, querido —dijo Georgia conteniéndose las ganas de gritar.

Brindaron y finalmente le hizo la pregunta que había estado esperando.

—¿Qué tal has pasado el día?

Normalmente, Gus fingía prestar atención a lo que su mujer le contaba, a sus aburridos recitales, partidos de golf y sus compras.

—He hablado con Kylie esta tarde. Sinceramente, había pensado que Trent nos iba a llamar antes.

—Acaban de mudarse, cariño. Necesitan tiempo para adaptarse.

—Ya lo sé —dijo Georgia sin comprender por qué su marido se mostraba tan razonable—, pero tenía ganas de saber qué tal le había ido en los dos primeros días de colegio.

—¿Y que dijo?

—Lo que me temía —se detuvo para dar un efecto dramático—. No es feliz.

—¿Podrías especificar un poco más? —preguntó su marido arqueando una ceja.

—No le gustan los niños de su clase.

—Tampoco le gustaba el colegio aquí, no es nada nuevo —dijo él balanceando el vaso—. Estoy seguro de que tendrá cosas buenas que contarnos.

—Me dijo algo de un perro y un gato —dijo con desprecio—. Lo próximo será una reacción alérgica.

—¿Qué te ha dicho de su nueva casa? ¿De su profesora?

—Oh, Gus. ¿Te lo imaginas? Viven en una cabaña de madera, como Laura y Mary Ingalls, dijo Kylie. Vaya idea. Le gusta su profesora. Al menos Whitefish tiene algo bueno. ¿No podías haberle ofrecido a Trent más dinero para que se quedara?

—Lo hice —dijo Gus dejando el vaso en la mesa y al hacerlo el sillón volvió a su posición erguida—. Georgia, cariño, era algo que Trent tenía que hacer.

—¿Qué? ¿Romper nuestros corazones? —dijo ella y cuando su marido le puso la mano en el hombro, ella giró la cara.

—Hacer realidad su sueño. Construir un futuro para su hija. No puedes culparlo por ello.

—Pero la echo mucho de menos —dijo Georgia pestañeando furiosamente.

—No se trata de ti, ni de mí —dijo Gus—. Tenemos que hacer lo posible por apoyarlos en esta nueva aventura.

Georgia se levantó dejando su vaso en la mesa.

—Te juro, Gus, que por mucho tiempo que llevemos casados, no te comprendo. ¡No puedo soportarlo! —y diciendo esto, salió de la habitación con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas.

* * * * *

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