La danza de los deseos – Laura Abbot

Durante el silencio que sobrevino, Mona saltó del regazo de Kylie y comenzó a olisquear las migas de la pizza. Libby no dejaba de mirar a la niña.

—Creo que sí. No tengo una mamá ahora pero si tuviera una querría que fuera como usted, señorita Cameron.

Libby abrazó a la niña y no quería dejar de hacerlo jamás. No se atrevía a pensar en sus sentimientos ni a mirar a Trent.

Trent tomó al gato y lo dejó en el suelo. Después se levantó y se aclaró la garganta.

—La dejaré allí a las siete y media.

—¿Tenemos que irnos ya, papá?

—Sí, cariño. Tienes que irte pronto a la cama si quieres despertarte al amanecer. ¿Qué se le dice a la señorita Cameron?

—Gracias por dejarnos venir esta tarde, y gracias por dejarme conocer a Mona. Es una supergata.

—¿Por qué no vas a decirle adiós mientras saco vuestros abrigos?

Kylie salió disparada hacia el salón. Libby se acercó al armario y sacó los abrigos. Cuando se dio la vuelta, Trent le puso una mano en el hombro.

—Eres estupenda con ella, Lib. Te lo agradezco.

—Es muy fácil.

—Yo… —se detuvo—. Sé que probablemente no sea el mejor momento y lugar pero te lo voy a decir. Siento mucho todo el dolor que te causé… No estuve ahí cuando me necesitaste como debería haberlo hecho. Te dije cosas horribles.

Libby sintió que las rodillas le temblaban y un vacío interno.

—Lo que está hecho, está hecho. Los dos hemos continuado con nuestras vidas —dijo Libby segura de que Trent esperaba que le dijera que lo había perdonado, pero las palabras se agolpaban en su garganta—. Cuidaré bien de Kylie.

—Sé que lo harás —dijo él mirándola con una intensidad que despertó en ella sentimientos que no quería identificar y finalmente Trent giró la cabeza—. Kylie, es hora de irnos.

Cuando se hubieron marchado, Libby se quedó inmóvil, la frente apoyada en la puerta cerrada, sintiéndose mal. Trent le había dicho que lo sentía. ¿Estaba pidiendo perdón después de todo ese tiempo? Lo maldijo por ello.

Abrazándose el abdomen, finalmente se acercó a la mecedora, consciente de que nada, nada, podía curar la herida que ese hombre le había causado.

No sabía cuánto tiempo estuvo allí meciéndose aun que ni el repetitivo sonido del ir y venir de la mecedora lograron tranquilizarla. Debía de tener en sus brazos a su bebé. El bebé de Trent.

Movida por una fuerza desconocida, se levantó y se dirigió al dormitorio, consciente de que era un acto masoquista e inevitable al mismo tiempo. Se arrodilló en la alfombra y con manos temblorosas, abrió el baúl de cedro. La fragancia que despedía el interior la hizo atragantarse.

No podía detenerse. No tenía que hacerlo pero su instinto no atendía a razones. Buscando entre las sábanas, manteles y otras cosas, encontró un libro, oculto allí desde hacía tiempo.

A la luz de la lámpara de la mesilla, se obligó a leer el título escrito en la tapa: Mi libro de bebé.

Abrazó el libro en el que tantos deseos había y se lo llevó a la cama. Abrió la primera página, donde ella misma había escrito: Cómo mamá le habló a papá de mí. Después Primera visita de mamá al médico. Y finalmente llegó a las páginas en blanco que gritaban la pérdida tras El tercer mes.

Se negaba a llorar pero sufría espasmos al tratar de controlarlo. Había derramado bastantes lágrimas ya en su vida y no habían cambiado nada.

¿Cómo se atrevía Trent a regresar? ¿Cómo se atrevía a traer consigo a esa preciosa hija que le rompía el corazón? ¿Y por qué su cuerpo la había traicionado? En un momento, había sentido la atracción física hacia él.

Se quedó mirando el libro, consciente de que a partir de ese momento le serviría de recordatorio. Trent ya no formaba parte de su vida. Hacía tiempo que había perdido todo derecho sobre ella.

Nunca le había mostrado comprender lo que ella sentía. Para él había sido simplemente un aborto no deseado. Para ella, una pérdida insoportable.

Ahora él tenía una hija y ella no tenía nada.

Para él, había sido un problema sencillo. Pero ella nunca podría olvidar sus palabras en aquel terrible día cuando nada parecía poder calmar sus lágrimas, ni su terrible dolor.

«No es el fin del mundo, Lib. Siempre podemos tener otro hijo».

No, no había estado ahí con ella. Ese mismo día, el amor murió.

Capítulo 4

Atrapado en un torbellino de culpa, Trent se concentró en conducir.

—Papá ¿viste cómo Mona se hacía un ovillo en mis piernas? Es muy suave y me gusta acariciarla. Claro que también quiero a Scout. Los perros son mis favoritos, pero los gatos son…

Kylie no había parado de hablar desde que salieron de casa de Libby. Él se había limitado a asentir con la cabeza y a decir sí a todas sus preguntas mientras pensaba y recordaba.

La euforia de Libby cuando el test de embarazo dio positivo. La manera en que dio la bienvenida a los mareos matutinos como algo natural en su nuevo estado. Su tremenda alegría planeando el cambio de decoración del cuarto para prepararlo para el bebé. Y cómo siempre acababan hablando de los posibles nombres.

Pero no era eso lo único que recordaba.

Terriblemente avergonzado, recordaba también el pánico que sintió él. No estaba preparado para ser padre, ni económica ni emocionalmente. Era un hombre joven, que disfrutaba de su estilo de vida. Disfrutaba surcando las colinas nevadas sobre su tabla o pescando en un río. Después, cuando llegaba a casa, Libby escuchaba su relato, reía y finalmente hacía el amor con él de una forma tan apasionada que le hervía la sangre de sólo pensarlo.

Había sentido que la vida le estaba jugando una mala pasada. Un bebé arruinaría todo y él no estaba preparado.

Aquello no podía estar pasándole. Libby quería que él compartiera con ella su emoción, pero él no podía deshacerse de la idea de levantarse a media noche para dar de comer al bebé, y cambiar pañales. Era más divertido ir al bar o llamar a los amigos para una partida de póquer.

Sí, no estaba orgulloso de su reacción. Tras el divorcio y el cambio a Billings, había tenido mucho tiempo para reflexionar y para crecer. Entonces conoció a Ashley y, una vez más, tuvo que enfrentarse a la idea de la paternidad. Pero esta vez prometió hacer las cosas de otra manera. Sería un padre cariñoso y responsable.

—Papá, tengo miedo. De mañana.

—¿La lectura?

—No… no se me da bien.

—Pero antes sí.

—Eso fue antes de…

Kylie no tuvo que completar la frase. Antes de que Ashley muriera.

—Sí, pero puedes hacerlo bien otra vez. Especialmente con la ayuda de la señorita Cameron.

—Tal vez.

—Te gusta, ¿verdad?

—Sí —dijo la niña, pero a continuación guardó silencio—. Es maravillosa, papá —añadió, y aquello lo dejó sin palabras.

Trent se preguntó entonces qué habría sido de él si no hubiera nacido Kylie. Nunca habría conocido la abrumadora sensación de acunar a su hija entre sus brazos. Libby tenía todo el derecho a despreciarlo. ¿Cómo podía haber pensado alguna vez que un hijo era un problema, una carga? Su hija había sido lo que lo había ayudado para no caer en la desesperación tras la muerte de Ashley.

Sintió un peso tremendo en el corazón. Acababa de darse cuenta de lo torpe y necia que debía de haberle parecido su disculpa a Libby. Sin embargo, a pesar de los sentimientos que había mostrado hacia él, distantes de ser cordiales, había abrazado con cariño a su hija, le había ofrecido su afecto y la aprobación que tan desesperadamente necesitaba. Libby era una persona más sensible de lo que él había sido.

¿Pero cómo podría perdonarlo?

Después de lo ocurrido en el pasado, era esperar demasiado: pero él seguiría pidiendo perdón, rogando si llegara el caso, porque los ojos enternecedores de Libby, la dulzura que había mostrado con Kylie, la sensación de bienvenida que lo había envuelto en el momento de pisar su casa, todo eso no paraba de dar vueltas en su cabeza. Ella había sido su primer amor y quería que fuera el último.

—¿Ya estamos en casa, papá?

—Aún no, cariño.

Y aún quedaba bastante. No estarían verdaderamente en casa hasta que pudiera demostrarle a Libby que era un hombre nuevo. Un hombre mucho mejor.

* * * * *

Tras una noche inquieta, Libby se despertó tarde. Se vistió a toda prisa con unos pantalones de lana y un jersey rojo de cuello vuelto, un chaleco suelto encima y las botas. Tras recogerse el cabello en una cola de caballo, salió corriendo. A pesar de sus recelos hacia Trent y todas las emociones ocultas que había hecho salir a la superficie, no podía llegar tarde a su tutoría con Kylie.

El sol apenas estaba saliendo por encima de las montañas cuando llegó al aparcamiento del colegio. De pronto, la idea de enfrentarse a un duro día de trabajo con un montón de alumnos de segundo le parecía agotador. Se encogió de hombros.

«Eso es lo que te pasa por dejar que Trent Baker te vuelva la vida del revés».

No sabía qué le había causado el insomnio exactamente: la pena despertada, la rabia por la disculpa tardía de Trent o su loca pero innegable atracción hacia él.

Sus palabras habían despertado unos recuerdos que llevaba años tratando de olvidar. No sólo su matrimonio sino algo mucho más doloroso. Una imagen de su padrastro le hizo apretar los puños. Vernon G. Belton era un político con clase, pero cuando su hijastra cometía un acto que pudiera poner en peligro su imagen, había que tomar medidas desesperadas.

Libby se dirigió al edificio decidida a borrar de su mente todos aquellos pensamientos venenosos. Kylie necesitaba ánimo, no amargura.

Cuando Trent apareció con Kylie, Libby se había tomado ya su primera taza de café, escrito las tareas en la pizarra y preparado el libro que iba a utilizar con Kylie.

—Buenos días, Kylie —dijo Libby con su mejor sonrisa, notando con desesperación que le temblaban los labios cuando miró a Trent que parecía no haber dormido muy bien tampoco—. ¿Has desayunado?

—Cereales.

—Bien. Tenemos que trabajar mucho y no podemos con el estómago vacío, ¿verdad? —dijo señalando hacia la mesa de lectura.

Miró a Trent intencionadamente pero éste parecía no poder moverse ni dejar de mirarla.

—Te agradezco mucho lo que haces, Lib. ¿Cómo puedo pagarte?

—No es necesario. No podemos cobrar por nuestras tutorías, aunque sí podemos ofrecer ayuda extra.

—Oh.

—Adiós, papá.

—Hasta luego, tesoro —dijo Trent agachándose a abrazar a su hija.

Justo antes de girarse para marcharse, tocó con suavidad el hombro de Libby.

—Gracias —añadió con voz bronca.

Libby lo miró alejarse por el pasillo con aquel andar lento y tan sexy suyo.

—Señorita Cameron, ¿está bien?

—Claro, cariño —dijo ella sintiendo que enrojecía.

La niña se sentó en una de las diminutas sillas y Libby acercó su silla. Mordiéndose el labio inferior, Kylie pasó las páginas con nerviosismo.

—Te vas a reír.

—Nunca —dijo Libby tranquilizando a Kylie—. Es una historia maravillosa sobre un oso. ¿Por qué no empezamos ya?

—De acuerdo.

Kylie se trabó un poco al principio pero con los ánimos de Libby pronto comenzó a hacerlo mucho mejor. Cuando terminaron, Libby le dio un abrazo.

—Has sido un gran comienzo. Tienes una forma muy expresiva de leer.

—Eso decía mi mamá.

—Pues tenía razón.

—Lo sé —dijo la niña asintiendo con solemnidad—. ¿Me ayudarás… otro día?

—Claro. ¿Por qué no nos vemos a primera hora de la mañana dos días a la semana hasta que recuperes?

—Podemos decírselo a papá, ¿verdad?

Libby dejó escapar un suspiro. Hablar con papá era lo último que quería hacer.

—Tal vez, cuando venga a recogerte.

—Veo que sois muy madrugadoras —dijo Mary Travers entrando en la clase tras un leve toque en la puerta. Se dirigió a Kylie y le puso una mano en la cabeza—. ¿Te estás adaptando bien?

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