La danza de los deseos – Laura Abbot

Kylie se sentó en el suelo junto a Scout y empezó a acariciarlo detrás de las orejas.

—Los niños han sido malos conmigo.

Weezer se agachó junto a ella a pesar de sus inútiles rodillas.

—Cuéntamelo.

—Un niño se ha burlado de mí. Porque no sé esquiar —dijo Kylie lentamente.

—Pero eso podemos arreglarlo —dijo Weezer.

—Y las niñas salieron corriendo a jugar en el recreo.

—¿No te dijeron que te unieras a ellas?

Kylie estaba concentrada en acariciar al perro.

—¿Kylie? Weezer te ha hecho una pregunta.

—Bueno, sí.

—¿Y por qué no has jugado con ellas? —dijo Weezer fingiendo examinar una de las patas de Scout.

—No las conozco.

—Pero… —comenzó Trent, pero Weezer levantó una mano para hacerlo callar.

—Déjame hacerte una pregunta. ¿Cómo las conocerás si nunca les das una oportunidad?

—No lo sé —dijo Kylie enrojeciendo.

—Si piensas en ello, estoy segura de que disfrutarás más en clase.

—Bueno, tal vez —dijo Kylie apoyando la espalda—. Lacey es simpática.

—¿Y qué me dices de tu profesora?

—Ella es muy guapa, y muy, muy amable.

—¿Lo ves? Ahí lo tienes. ¿Cómo se llama?

—Señorita Cameron. Y esta noche cenaremos con ella pizza. Tiene un gato que se llama Mona y nos ha invitado.

Sorprendida. Weezer miró a Trent que encogió los hombros con gesto impotente. ¿Qué estaba pasando allí? El divorcio de Trent y Libby, aunque de común acuerdo, no podría decirse que hubiera sido amigable. Hasta donde Weezer sabía, no habían tenido contacto desde entonces.

—¿Qué podía hacer? Mi hija quería conocer a Mona —dijo Trent finalmente.

—La señorita Cameron dice que es una gata gris muy bonita. Tengo muchas ganas de verla.

Al menos, la niña mostraba entusiasmo por algo, un gran avance desde el comienzo de la conversación. Pero Trent se había sentado en una silla de la cocina tenso, como una jaguar esperando para atacar. Weezer optó por desviar la atención.

—Kylie, ¿por qué no vas a por unas galletas y luego sales a la calle con Scout?

—¿Puedo? —preguntó ella levantándose como un rayo—. Vamos, Scout —y el perro se levantó, moviendo la cola, y ambos salieron al frío exterior.

Weezer sacó dos tazas del armario y las llenó de café.

—Desembucha. ¿De qué va todo esto? —dijo ladeando la cabeza y dejando una taza para Trent.

—Maldito sea si yo mismo lo sé —dijo él pasándose la mano por el pelo.

—¿Cena? ¿Pizza? Prácticamente te he criado, hijo. Y creo que sí lo sabes —dijo sentándose a su lado.

—No sabía que Lib fuera profesora en Whitefish.

—Podías haberme preguntado pero hace mucho tiempo dejaste claro que ella no era tema de conversación entre nosotros.

—Cuando me fui a Billings, no tenía intención de volver. Era feliz con Ashley —su voz sonaba torturada.

—Lo sé, pero estabas huyendo. Cuando haces algo así, el pasado siempre regresa.

—Y que lo digas.

—¿Entonces por qué vas a cenar a su casa esta noche?

—Kylie —dijo él suspirando y se detuvo. Weezer esperó a que continuara—. Era la primera vez que mostraba interés por algo desde que decidiera venir a vivir aquí. Lo de compartir una pizza salió de mí, no sé cómo.

—¿Estás seguro de que haces esto sólo por Kylie?

—No —dijo él reclinándose en la silla.

—Ya entiendo —se detuvo y bebió un sorbo—. Ten cuidado, hijo. No creo que Kylie y tú podáis soportar más dolor y decepción.

—Y Lib tampoco.

—Bien. Espero que lo recuerdes.

—Sólo será esta vez.

¿Esta vez? Weezer lo dudaba mucho. Incluso cuando era un chaval, la expresión de Trent siempre había sido muy transparente. Y en ese momento, lo que veía en su rostro era, simple y llanamente, una gran esperanza.

* * * * *

Libby se resistía a cambiarse de ropa. No quería dar a Trent la impresión de que aquello era algo especial. De hecho, parte de ella no quería que Trent entrara en su casa. Tras el divorcio, había vendido o regalado los pocos objetos que habían compartido y se había dedicado a visitar todas las tiendas de antigüedades y mercadillos hasta llegar a amueblar su modesto hogar. Le encantaba la madera de roble de su mesa de café, el sillón de respaldo alto, el papel de flores de la pared y la descolorida alfombra persa por la que había pujado demasiado en una subasta. No era una casa moderna, pero era suya. Era su santuario.

La presencia de Trent le resultaría claramente invasiva.

Y lo que era aún peor, le resultaba difícil imaginarse a Trent como padre. Él nunca había mostrado interés en la paternidad. Al contrario, siempre se había burlado de ello diciendo que sería un padre horrible. La justificación para ello era que su propio padre lo había abandonado cuando era pequeño y no había tenido un modelo que seguir.

Por más que lo pensaba, lamentaba profundamente haberlos invitado. Pero a pesar de ello, siguió colocando los cubiertos en la mesa y los platos de vivos colores sobre un mantel amarillo.

¿Cómo había dejado que Kylie le llegara al corazón? ¿Sería por que era la hija de Trent, el hijo que ellos nunca tuvieron, o porque ella misma había perdido a su madre siendo una niña y se identificaba con la pequeña?

Libby no debía bajar la guardia si quería mantener su relación en el terreno profesional. Era una profesora mostrándose amable con una alumna emocionalmente necesitada. Su relación anterior con el padre de la niña era irrelevante.

A las seis en punto, oyó que un vehículo se detenía a la entrada de la casa y las puertas se abrían y cerraban. Se puso en pie y se alisó la falda fingiendo indiferencia.

—Hola —dijo abriendo la puerta—. Huele muy bien —añadió mientras Trent entraba con la pizza que despedía un rico aroma a tomate y orégano—. Dadme los abrigos.

Kylie y todos obedecieron.

—Imagino que estarás impaciente por conocer a Mona —continuó Libby mientras colgaba los abrigos en el armario de la entrada.

—¡No puedo esperar más! —gritó Kylie balanceándose sobre los talones.

—Los gatos no son tan amigables como los perros. Les cuesta habituarse a los extraños.

—Weezer me lo ha dicho. Me dijo que tengo que ser paciente y dejar que Mona se acerque a mí.

—Sabio consejo.

Libby no se sentiría tan incómoda siempre y cuando se limitara a hablar con Kylie pero entonces cometió el error de levantar la mirada. La figura de Trent se silueteaba de pie junto a la chimenea, extremadamente guapo con sus vaqueros ajustados y el jersey de cuello vuelto.

—¿Pizza? —dijo éste señalando la caja.

—Lo siento. Dámela —dijo mientras Kylie se sentaba en el sofá esperando a que llegara la escurridiza Mona. Trent siguió a Libby a la cocina.

—Bonita casa —murmuró.

—Es mi hogar —dijo ella dejando la caja en la encimera—. ¿La calentamos un poco?

—Kylie no comerá nada hasta que conozca a Mona. Esperemos cinco minutos más.

—¿Quieres una cerveza? ¿Vino? ¿Whisky? —Libby se sentía como una idiota. Sabía perfectamente que sólo bebía cerveza.

—Una cerveza, gracias.

Como profesora, no le parecía apropiado beber delante de Kylie, así que ella abrió un refresco.

—¿No me acompañas con la cerveza? —dijo él señalando con la cabeza hacia la lata.

—No —dijo ella mirando hacia el salón—. Mira.

Los dos se acercaron a la puerta. Trent estaba muy cerca de ella, a tan sólo unos centímetros.

—Dios mío, parece tan feliz —dijo con voz quejumbrosa.

Kylie estaba sentada en un sillón mientras la gata le ponía las patas encima del pecho. Ignorando que la estuvieran mirando, Kylie le susurraba algo al oído al animal.

—Gracias —añadió mirándola—. Espero que esta visita no te esté resultando demasiado incómoda.

—Lo hago por Kylie.

—Lo sé.

—Papá, ¿no crees que es muy bonita?

—Sí que lo es.

—Nos estamos conociendo. Vosotros podéis volver a la cocina.

—Parece que no somos necesarios aquí —dijo Trent sonriendo a Libby.

—Me parece bien. Así iré calentando el horno.

En la cocina, Trent sacó una silla y se sentó a horcajadas apoyando los brazos en el respaldo. Como siempre solía hacer. Libby se mordió el labio. No quería recordar el pasado. Necesitaba concentrarse.

—¿Qué te ha traído a Whitefish?

Afortunadamente, la explicación le dio tiempo a calentar la pizza y a aliñar la ensalada que había dejado preparada, todo lo cual la mantuvo ocupada para no darse cuenta de la excitación que había en su voz y la forma en que miraba todos sus movimientos. Cuando terminó de explicarle los planes que tenían para la campaña de publicidad le preguntó por ella.

Libby se limitó a darle la versión corta. Había trabajado primero en Polson, donde vivían cuando se divorciaron, y había conseguido su diploma durante el verano. Entonces se mudó a Whitefish tres años atrás.

No iba a ser fácil. Libby se movía por la cocina preparando los vasos, rallando queso, buscando una fuente para la pizza, cualquier cosa para retrasar el momento de sentarse a cenar con su ex marido. Pero había una pregunta a la que tenían que enfrentarse.

—¿Le has dicho a Kylie que estuvimos casados?

—No. Es demasiado pronto —dijo él pasándose una mano por el pelo.

—¿Qué quieres decir?

—Está pasando un momento muy difícil con la muerte de Ashley y la mudanza. Le gustas. No quiero alterar su vida más.

—Pero en algún momento tendrá que saberlo.

—Por favor, Lib, todavía no. Deja que se adapte a esto.

Libby no estaba segura de que ocultarle ese pequeño detalle fuera una buena idea, pero Trent era el padre de Kylie y se suponía que la conocía mejor que nadie.

—Tú eres su padre. Haré lo que tú digas.

—Gracias —dijo él asintiendo.

Sobrevino un incómodo silencio, y Libby fingió hacer algo en la encimera. Justo antes de que sonara el timbre del horno, Kylie apareció por la puerta llevando sobre el hombro a la gata Mona.

—Señorita Cameron, creo que le gusto a Mona.

—No me cabe duda —dijo ella sonriendo—. No deja que mucha gente la tome en brazos.

—¿Puede cenar con nosotros?

—¿Crees que le gustará el pepperoni? —dijo Trent riéndose.

—Eres muy gracioso, papá. Quiero decir que si se puede sentar conmigo mientras como.

Trent miró a Libby y ésta asintió.

—Pero no la utilices como servilleta.

Para asombro de Libby, Mona se quedó en el regazo de Kylie mientras ésta cenaba. De vez en cuando golpeaba con su patita el mantel pidiendo comida.

—Está muy rica esta ensalada —dijo Trent.

—Gracias.

—Y la pizza también —dijo Kylie comiendo con ganas.

—Es la mejor de Whitefish —dijo Trent tomando la servilleta y limpiándole la boca a su hija.

—Whitefish. Qué nombre tan feo —dijo la niña con el gesto ensombrecido—. ¿Tengo que ir al colegio mañana?

—Por supuesto. Ya lo sabes —dijo Trent mirando a Libby con preocupación.

Kylie no dijo nada pero retiró el plato.

—Me decepcionarías mucho si no vinieras a mi clase —dijo Libby.

Los ojos de Kylie se llenaron de lágrimas.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Libby, inclinándose hacia ella.

—Se reirán —confesó Kylie.

—¿Quienes?

—Los otros niños.

Libby miró a Trent por encima de la mesa y vio su expresión de angustia.

—¿Por qué?

—Porque… —Kylie se detuvo y las lágrimas rodaron por sus mejillas—. Porque tendré que leer.

Libby tenía el corazón en un puño. La pobre criatura estaba aterrorizada.

—Apuesto a que nadie se reirá. ¿No te gusta leer?

—Antes lo hacía.

—¿Cuándo?

—Antes de que mamá fuera al cementerio.

Trent retiró la cabeza y Libby tomó las manos de la niña en las suyas.

—Cariño, ¿leías con mamá?

—Sí.

—¿Y estaba orgullosa de ti?

—Sí.

—¿Y crees que querría que dejaras de leer?

—No —dijo la niña limpiándose la nariz con el brazo.

—Tengo una idea. ¿Podrías venir más temprano mañana al colegio?

Trent se apresuró a asentir con la cabeza.

—Creo que sí —dijo Kylie.

—Practicaremos un poco antes de que vengan los otros niños, igual que hacías con tu mamá. ¿Podrás hacerlo?

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