La danza de los deseos – Laura Abbot

Trent no quería decir demasiado. Después de la noche anterior, era optimista pero lo último que quería era poner en peligro la situación con Lib. Optó por decir algo superficial que lo resumiera.

—Puede que esté con un pie dentro.

—¿Puede? Eso no es propio del hombre que recorrió todo el Gran Cañón en un solo día.

—Lo creas o no, he madurado. Hay que ser sutil y paciente.

—¿Y tener un gran atractivo?

—Eso también —replicó Trent con gesto juguetón.

—Sigue así —dijo Chad dándole una palmada en la espalda—. Me da buen rollo.

«A mí también», pensó Trent aunque no dijo nada. Se limitó a asentir con la cabeza. Aunque no podía pecar de exceso de confianza con el poco tiempo que había pasado, estaba claro que lo de la noche pasada había sido muy especial y no quería pregonarlo.

Silbando mientras trabajaba con el escaparate de las cañas de pescar, se detuvo sólo cuando sonó el teléfono. Al oír la voz al otro lado del hilo, se frotó las sienes y, finalmente, se dejó caer sobre el sillón del escritorio.

—Sí, Georgia, hola. ¿En qué puedo ayudarte?

Aunque llamaba con frecuencia a casa para ver cómo estaba su nieta, su suegra nunca lo había llamado antes al trabajo.

—¿Pasa algo? —preguntó a continuación.

—Depende de lo que «ocurrir» signifique para ti —dijo ella con tono helado que puso a Trent en alerta y a la espera—. Hablamos con Kylie anoche.

No había nada raro en ello. Kylie se lo había comentado esa misma mañana feliz porque su abuela le estaba enviando otra Barbie.

—Está mejorando en el colegio —dijo él.

—Le gusta mucho su profesora, ¿no es cierto? La señorita Cameron creo que se llama.

—Se llevan bien, sí. La ayuda que le ha ofrecido a Kylie para mejorar en lectura está siendo positiva.

—Bien —dijo ella con un tono lejos de ser aprobador. Trent quedó de nuevo a la espera y al no haber nada más habló.

—¿Qué tal está Gus?

—Preocupado como yo.

—¿Perdona?

—De hecho, hemos pensado en ir a pasar el fin de semana para comprobar la situación con nuestros propios ojos.

—Georgia ¿de qué demonios estás hablando?

—De tu amiga.

—¿Mi qué?

—Me has oído. Kylie habló de ella bastante. Me dijo que su profesora y tú estuvisteis casados y que ahora os gustáis. Deja que te diga cómo lo dijo exactamente. Sí, os gustáis «como en las películas cuando dos personas están enamoradas», y se apresuró a decirme que en breve será su nueva mamá.

La burbuja de felicidad en la que había estado todo el día reventó.

—Georgia, está adelantando acontecimientos… —comenzó Trent.

—¿Es cierto? —lo interrumpió ella.

—¿Qué parte?

—¿Tienes una relación con esa mujer?

Trent caminó por la oficina. Sabía que los Chisholm se sentirían heridos cuando se enteraran de lo que sentía por Libby pero las circunstancias no eran propicias para discutirlo con ellos aún.

—Eso espero, sí.

—Estaremos allí mañana por la tarde. Y Trent…

—¿Sí?

—A Gus y a mí no nos gusta esta situación. Kylie acaba de perder a su madre. Tu relación con esa mujer es irresponsable y no lo haces en beneficio de Kylie.

—Nunca haría nada que pudiera…

—Nos quedaremos en el Alpine Lodge. Te esperamos allí a las ocho. Solo. Estoy segura de que te haremos recuperar el conocimiento y te ayudaremos a superar esta situación. Adiós.

Se quedó allí de pie, con el teléfono en la mano, sin poder dar crédito. ¿Sus suegros iban a ayudarlo a «superar esta situación»?

¡A la porra todo! Él tenía que respetar la opinión de sus suegros pero ellos tendrían que hacer lo mismo. Su vida no estaba en sus manos, ni tampoco la de Kylie. Sólo él se ocupaba de ambos. Y su hija estaba más feliz de lo que había estado en meses. No podía dejar que nada pusiera en peligro su felicidad ni tampoco la promesa de una nueva relación con la mujer que amaba.

* * * * *

Libby se había quedado dormida y llegó al colegio, sin aliento, momentos antes de que sonara el timbre aun que debía de tener un ángel de la guarda porque los niños la aguardaban sentados, sin armar jaleo, todo sonrisas y con ganas de trabajar. La lección de geografía fue bien y, maravilla, Rory había llegado incluso a levantar la mano voluntario para decir que la lectura de mapas le había servido para mejorar en sus video juegos y el desayuno de Bart no debía de haber contenido mucha azúcar porque había prestado atención toda la mañana.

Y luego estaba Kylie. Cada vez que la miraba, la niña le sonreía con gesto cómplice. Otra razón más para agradecer que no hubiera pasado nada entre Trent y ella la noche anterior. Le parecía que una relación física habría sellado el futuro de Libby de una manera para la que aún no se veía preparada pero la aprobación de Kylie le hacía más difícil contenerse.

En realidad no se trataba de contención. Sin embargo, no podía avanzar en la relación sin haber hablado con Doug. Esa misma mañana, al ver a Mary dirigiendo el tráfico a la entrada al colegio el ánimo se le había venido abajo. No quería herir a Doug. Herirlo a él significaba herir también a Mary. Libby no tenía ganas de que llegara la tarde. Había llamado a Doug en el descanso de la comida y habían quedado para tomarse algo después del trabajo. El tono esperanzado y alegre de Doug la había entristecido profundamente. Se recordó por enésima vez que era un buen hombre pero por motivos que la noche anterior le habían quedado claros como el agua no era el hombre adecuado para ella.

* * * * *

El ambiente tenue del bar debería haber ayudado a apaciguar sus ánimos pero el motivo real del encuentro no hacía sino encrespar los nervios de Libby. En el bar, dos hombres de negocios hablaban en una mesa junto a la puerta; en la barra, una mujer de largas piernas cruzadas sobre el taburete charlaba con el camarero. Libby había elegido ese sitio deliberadamente porque le había parecido terreno neutral. Su casa o la de Doug habría sido demasiado íntimo, demasiado lleno de recuerdos. De camino, no había dejado de darle vueltas a lo que iba a decirle, consciente de que por mucho que ensayara, nada podría prepararla para el momento crucial.

Doug se levantó de una mesa en un rincón del bar y le hizo señas. Iba vestido con unos pantalones informales en color tostado y un jersey de cuello vuelto azul marino.

—Hola, preciosa —dijo dándole un beso en la mejilla y, tras ayudarla a quitarse el abrigo, la invitó a sentarse en el banco. A Libby le pareció más una prisión que un asiento sabiendo lo que había ido a decirle.

No habían hecho más que sentarse uno frente al otro cuando se acercó una camarera.

—¿Desean pedir algo?

—Yo… una copa de Chablis, por favor —dijo Libby aunque no tenía muchas ganas de beber nada.

—¿Y usted, señor?

—Una cerveza.

Cuando se quedaron solos, Doug extendió la mano por la mesa y tomó la de Libby.

—Te he echado mucho de menos.

—Ha pasado tiempo, sí —dijo ella sintiendo que aquello iba a ser muy difícil.

—Demasiado. Esperar se me hace duro —dijo él apretándole la mano—. Sólo espero que haya merecido la pena. ¿Ha sido así?

Libby quería retirar la mirada, evitar sus ojos esperanzados. No había forma de facilitar el trance. Un profundamente sintiendo una losa helada en el corazón.

—Tengo que decirte muchas cosas y espero que me escuches hasta que haya terminado.

—Haré lo que pueda.

En ese momento, la camarera apareció con las bebidas lo que sirvió de excusa para soltar las manos que ella prefirió dejar en el regazo.

—¿Será necesario buscar coraje en el alcohol? —dijo Doug mientras esperaba a que bajara un poco la espuma de la cerveza. Al no recibir respuesta, alzó el vaso y bebió—. De acuerdo. Ya me siento fuerte. Puedes empezar.

El guión que tan cuidadosamente había preparado se desvaneció y se encontró sin saber cómo empezar.

—Eres un hombre maravilloso…

—Vaya. Un comienzo así siempre lleva consigo un gran pero.

—Supongo que así es. No sé cómo decir esto sin que suene horriblemente duro.

—Dilo sin más —dijo él mirando su cerveza.

—¿Recuerdas en Navidad, cuando me preguntaste que si podría amarte algún día?

—Lo recuerdo —contestó él mirándola a los ojos—. Dijiste que pensabas que sí. Lo tomé como un sí.

—Pero Doug aquello era un quizá.

—¿Y ya tienes la respuesta?

—Me gustas mucho —empezó Libby mirando su copa de vino sin tocar—. Tu sentido del humor, tu consideración, la forma en que me tratas como si fuera algo especial.

—Lo eres —murmuró él.

—Tu familia no podría haber sido más maravillosa conmigo y siempre he deseado formar parte de una familia tan adorable como la tuya.

—Otro pero.

—Mereces una mujer que pueda amarte incondicionalmente. Lo he intentado, Doug de verdad. Me gustas más que casi nadie más que conozca, pero… —un nudo en la garganta que no la dejaba seguir— no te amo como mereces ser amado.

—Es él, ¿verdad? —preguntó Doug sin levantar la vista de la cerveza.

No tenía sentido fingir que no comprendía.

—Sí.

Cuando Doug levantó la vista, parecía tener el control de la situación, pero había en su expresión una sensación de vacío.

—Ojalá no hubiera regresado nunca.

—A la larga no estoy segura de que eso hubiera cambiado las cosas. Probablemente habríamos acabado teniendo esta conversación en cualquier otro momento.

—Esperaba que de alguna forma…

—Lo sé. Yo también.

—¿Entonces qué hay entre vosotros dos?

—No estoy segura. Los dos cometimos muchos errores en el pasado. Nos hicimos daño de distinta manera pero no puedo negar que siempre sentí algo por él. Si lograremos superar lo que ocurrió hace años, no lo sé. Lo único que sí sé que tengo que intentarlo.

—No voy a mentirte. Me has decepcionado. Desde el principio, sentí que eras la mujer perfecta para mí. Saber que el sentimiento no es mutuo… bueno, duele —se detuvo y arrastró el vaso de cerveza hasta el centro de la mesa—. Quiero decirte que deseo que seas feliz, pero me resulta difícil pensar que será con otro hombre.

Diciendo esto, se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete de veinte dólares que dejó en la mesa.

—No voy a suplicarte, Libby —continuó al tiempo que se levantaba del banco—. No tiene sentido hacer esto más difícil de lo que ya es. Tú quédate —dijo señalando el vino de Libby—. Deja el resto de los veinte como propina.

Viendo el gesto tremendamente dolido de Doug, Libby hizo ademán de levantarse pero éste le puso la mano en el hombro para que no lo hiciera.

—Sé feliz. Libby —dijo con voz grave por la emoción y dándose la vuelta, se dirigió a paso rápido a la puerta.

Desde una salida de calefacción cercana, una racha de aire cálido la envolvió aumentando el color rosado de sus mejillas ya de por sí sonrojadas por la vergüenza y la pena. Montones de cosas que debería haberle dicho se agolparon en su mente aunque sabía que ninguna de ellas habría conseguido suavizar el golpe. Jugueteó con el borde de la copa que finalmente arrastró hasta el centro de la mesa junto a la cerveza de Doug. Él la amaba.

—Señorita, ¿el vino no es de su gusto?

Libby sacudió la cabeza. Aunque el vino hubiera estado agrio, no habría podido compararse con lo que sentía. Había sido una tortura. Doug le importaba y nada en el mundo podría haberla preparado para la angustia que le había producido.

Pero lo suyo nunca habría funcionado. Con Doug nunca había experimentado la sensación de abandono que había sentido en los brazos de Trent la noche anterior cuando hasta la última fibra de su ser había vibrado de deseo.

Miró los vasos, imagen simbólica de lo que podía haber sido, y esperó a que la enormidad de lo que había hecho penetrara en ella.

Para bien o para mal, había hecho su elección y, a pesar de la dolorosa escena con Doug, tenía la sensación de que había hecho bien. Ella nunca podría aceptar un amor a medias, y menos aún después de haber conocido el verdadero amor.

* * * * *

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