La danza de los deseos – Laura Abbot

Libby se apoltronó en su silla de trabajo y suspiró aliviada. Otra semana que acababa. Bart se había enredado en una pelea en el patio de recreo, Rory seguía levantando la mano para tomar parte en alguna discusión, y Kylie… Bueno, era difícil saber lo que pensaba. Aparentemente, estaba contenta después de las dos tutorías de lectura pero cuando estaba con los demás niños, se cerraba, su lenguaje corporal indicaba que estaba a la defensiva.

Trent le había dicho esa misma tarde al ir a recoger a Kylie que, en adelante, iría en el autobús del colegio excepto los días de tutoría. A Libby se le había partido el corazón al ver la mirada llena de dolor de Kylie hacia su padre. Aunque pensaba que el autobús podía ser una buena idea. No le quedaría más remedio que relacionarse con los demás niños.

Y así, ella podría evitar tener que relacionarse con Trent.

Libby estaba llenando su bolsa con trabajo para el fin de semana cuando notó que alguien la miraba desde la puerta.

—Libby, hola —Doug sonrió y a continuación se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla—. Acabo de salir de la oficina de Great Falls y tenía ganas de verte.

—¡Doug, qué sorpresa! —exclamó ella, poniéndose en pie repentinamente sonrojada. El maquillaje de la mañana no estaba en su mejor momento y llevaba el jersey más viejo que tenía.

—Estás preciosa —dijo él.

—Más bien parezco Mary Poppins después de un duro día con los niños de los Banks —dijo ella mirándolo con incredulidad.

—No hagas eso —dijo él tomándola de las manos.

—¿Qué?

—Subestimarte. Cuando un hombre te dice que estás preciosa, tienes que creerlo.

—Sí, señor —dijo ella soltando las manos y haciendo un saludo marcial tratando de restarle intensidad al momento.

—Espero que estés libre este fin de semana. Tengo grandes planes.

Su plan de fin de semana incluía limpiar la cocina y llamar a los padres de Bart y Rory. Excitante. Pero aun así, no pudo evitar la irritación que le causó el hecho de que Doug hubiera asumido que estaría libre para… lo que fuera.

—¿Qué tienes en mente?

—Para empezar, ¿te apetece comida mexicana esta noche? Después podríamos ir a ver el partido de baloncesto del instituto o ver una película en casa. Tú eliges. ¿Y mañana? He oído en la radio que la nieve de Big Mountain está genial. Había pensado que podríamos ir a esquiar. ¿Cuándo has esquiado por última vez?

—Antes de Navidad y desde luego ir a esquiar tiene mucha mejor pinta que lo que yo tenía en mente —dijo ella pensando que ya trabajaría el domingo.

—Estupendo. Te recogeré a las seis para cenar —dijo besándola de nuevo y salió.

Libby se encontró con Mary cuando salía del edificio.

—¿Podría hablar contigo un minuto?

—Claro —y la siguió a su despacho.

—¿Conoces a Jeremy Kantor?

—¿Debería? —preguntó Libby frunciendo el ceño.

—No necesariamente. Es un reportero de una revista nacional.

—¿Tiene algo que ver con mi padrastro? —preguntó Libby con una sensación desagradable. Se había esforzado por distanciarse del senador y él y su gente habían acordado dejarla fuera del foco de atención.

—Dijo que estaba recabando información sobre el senador Belton y me pidió que verificara que trabajabas aquí. No he podido negarme.

—¿Era eso lo único que quería?

—Aparentemente —dijo Mary rodeando la mesa y tomando a Libby de la mano—. Estás pálida. ¿Te encuentras bien?

—Sí. Es sólo que… mi padrastro y yo nunca hemos estado muy unidos y me desagrada que te hayan puesto en esta situación. Tal vez no sea nada pero no me da buena impresión todo esto —dijo Libby. Tendría que hablar con Vernon y preguntarle qué estaba ocurriendo.

Mary la observó preocupada.

—Dime si puedo ayudarte o si Doug puede.

—Te lo agradezco pero no es necesario que te impliques. En el futuro, di al señor Kantor que hable conmigo.

—¿Estás segura?

—Totalmente —dijo Libby—. Gracias.

—Recuerda, Libby, que no tienes que enfrentarte a nada tú sola. Nos tienes a todos nosotros.

Incapaz de hablar, Libby abrazó a Mary y salió del despacho. No se le ocurría una suegra más cariñosa que Mary. Suegra. ¿De dónde había salido esa idea? Aunque lo cierto era que ahí era exactamente a lo que conducía su relación con Doug. Después de todo, prácticamente le había dicho que la quería.

Prácticamente, pero no se lo había dicho en realidad.

* * * * *

El sábado por la mañana, Trent estaba preparando tortitas en la cocina de la cabaña. Había comprado sirope de arándanos, el favorito de Kylie. Miró por la ventana. Bajo la luz del sol de invierno, la nieve que lo cubría todo, parecía azúcar cristalizada.

—Papá —Kylie entró en la cocina vestida con el pijama frotándose los ojos.

—Buenos días. ¿Lista para pasar un gran día?

Kylie no respondió. En su lugar, tomó la colcha de ganchillo del sofá y se acurrucó bajo ella. Debía de estar aún dormida. Trent silbaba mientras vertía la masa en la sartén y ésta silbaba al contacto.

—Kylie, ¿pones la mesa? El desayuno está listo.

—No tengo hambre —dijo la niña sin moverse.

—¿Por qué no? —preguntó Trent, suspicaz.

—Estoy enferma.

Trent dejó la espátula y se dirigió hacia el sofá.

—¿Qué te duele? —preguntó arrodillándose junto a la niña.

—La tripa.

—No tienes fiebre —dijo Trent tras palparle la frente.

—Me da igual. Estoy enferma.

—Pero si vamos a pasarlo muy bien. Te gustará mucho esquiar. El tío Chad es un profesor estupendo.

—No voy a ir —dijo la niña frotándose el estómago—. Podría vomitar.

Frustrado, Trent se preguntó cómo debería tomarse las quejas de su hija. Nunca sabía cuando estaba fingiendo. Tal vez no quisiera ir a esquiar.

—¿No quieres aprender a esquiar?

La niña sacudió la cabeza bruscamente.

—¿Por qué no?

—Parecerá que soy tonta. Además, mamá no esquiaba.

Tenía razón en eso. Ashley disfrutaba con otros deportes como el golf o el tenis. Pensó en algo que decir para incentivarla.

—La señorita Cameron sí esquía.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó la niña incorporándose. Aquél no era el momento de sacar a relucir su antigua relación.

—¿No te fijaste en la baca que llevaba en el coche la noche que fuimos a su casa?

—Oh.

—Te perderás lo mejor del día si te quedas en casa.

—¿Crees que podríamos encontrárnosla hoy?

Trent no tenía la menor idea. Las posibilidades no eran muy grandes.

—No lo sé. Tendremos que ir para averiguarlo ¿no crees?

—¿Me enseñará el tío Chad?

—En menos que canta un gallo hará que esquíes por la pista de principiantes.

—Vale.

—Esta es mi chica —dijo Trent dando un suspiro aliviado y levantándose.

—Papá, ¿qué es ese terrible olor?

Trent se dio la vuelta y notó el humo que provenía de la sartén. Sólo esperaba que las tortitas quemadas no fuera un mal augurio.

* * * * *

Kylie permanecía en silencio mientras le ajustaban las botas, pero cuando por fin se puso de pie sobre la nieve, le sonrió a Trent.

—Mira papá, tengo píes de monstruo.

Chad la hizo reír con su imitación del hombre de las nieves y a continuación se arrodilló junto a ella y empezó a señalar las técnicas básicas en otros esquiadores. Ella atendía en silencio cuando Chad le explicó cómo girar para detenerse en una colina suave y, colocándose con sus esquís por fuera de los de ella, comenzaron a deslizarse.

Cuando llegaron al final, Chad miró a Trent.

—Piérdete un rato, papá, ¿quieres? Esta pequeña y yo tenemos una lección de esquí pendiente.

—Sí, papá. Vete. Cuando vuelvas, seguro que te vas a llevar una sorpresa porque sabré esquiar.

—Está todo bajo control —aseguró Chad.

Aunque reticente, Trent se dirigió hacia el telesilla. Había albergado la esperanza de poder enseñarle él mismo a esquiar a su pequeña, pero se alegraba de que pareciera llevarse tan bien con Chad y de que éste hubiera conseguido quitarle el miedo a hacerlo mal.

La vista desde el telesilla era espectacular. Los deslumbrantes picos helados de Glacier Park recortados contra el cielo azul sin nubes y los lagos relucientes como espejos. Trent inspiró profundamente el aire de la montaña y se relajó en su asiento. Había echado mucho de menos el norte de Montana: más de lo que había imaginado. Con el tiempo, Kylie también amaría aquel lugar.

Para poder vivir en Whitefish durante los años de formación de Trent, su madre había trabajado en numerosos sitios: agente de reservas de Glacier Park, conductora del autobús del colegio, cajera y finalmente camarera en el Kodiak Café. Allí fue donde Weezer y ella se hicieron grandes amigas. Trent se rió. Si a una de las dos se le escapaba que él estaba haciendo alguna fechoría, la otra lo controlaba. Sus escapadas las había tenido a las dos en constante vigilancia.

Y eso era lo que quería para Kylie una comunidad con buena gente en la que apoyarse. El telesilla llegó a un alto y Trent se dejó caer. A pesar del sol y de las condiciones excelentes de la nieve, había pocos esquiadores en aquella sección. Se ajustó las gafas, plantó los bastones y se dio impulso. La sensación de la velocidad le resultaba estimulante. Cuando plantó los bastones en la nieve al final de la bajada no puso reprimir una amplia sonrisa de satisfacción.

Subió y bajó de nuevo antes de regresar con Chad y la niña. Se quitó los esquís, se los colocó sobre el hombro y se dirigió hacia la zona de principiantes. Para su asombro. Kylie ya esquiaba sola, las cejas fruncidas en gesto de concentración. Entonces se detuvo, miró a Chad y se echó a reír satisfecha.

—¡Lo he conseguido, tío Chad lo he conseguido!

—Ya lo creo —dijo él chocando los cinco con la niña—. Tienes cualidades innatas.

Al mirar por encima del hombro de Chad vio a Trent.

—¡Papá, papá! ¡Ya sé esquiar!

—Nunca lo dudé —dijo Trent acercándose y dándole un abrazo.

—Así aprenderá ese estúpido de Bart Ames. ¿Cuándo volvemos otro día?

—¿Mañana?

—¡Sí! —contestó la niña con las mejillas sonrosadas por el frío y una mirada danzarina en los ojos.

—¿A quién le apetece un chocolate? Así el tío Chad podrá esquiar un poco también.

—Me encanta el chocolate.

—Gracias amigo —dijo Trent extendiendo la mano hacia Chad—. Te debo una.

—No me debes nada. Kylie y yo lo hemos pasado muy bien, ¿verdad, pequeña?

Trent la ayudó a quitarse los esquís y se dirigieron a la cafetería. De pronto, Kylie se detuvo y entornó los ojos para ver a lo lejos.

—Papá, mira allí. ¿Ves a ese hombre que besa a una mujer con un gorro rojo? Creo que es la señorita Cameron.

No quería mirar pero sus ojos se dirigieron a la pareja como si fueran un imán.

—¿Por qué la está besando?

Bajo el frío de la montaña, Trent sintió que la sangre le hervía en las venas.

—No lo sé. A lo mejor no es la señorita Cameron.

—Sí lo es. ¿No lo ves? Se ha dado la vuelta. El hombre le rodeaba la cintura con un brazo. Estaban charlando y riendo, ajenos a todo.

Kylie empezó a dar saltos agitando las manos en guantadas.

—Señorita Cameron, ¡hola!

Trent deseó que se levantara una horrible ventisca, lo que fuera antes que enfrentarse a la confirmación de que Libby estaba con un hombre. Alguien que evidentemente, la adoraba.

—Hola, Kylie. ¿Estás aprendiendo a esquiar? —preguntó Libby saludando con la mano.

—¡Lo hago muy bien! —respondió Kylie con tono triunfal.

—¡Estupendo!

Trent también la saludó aunque sin mucho entusiasmo y vio cómo Libby y su hombre se dirigían al telesilla.

—Vamos, Kylie —dijo Trent alejando a Kylie de allí. Pero por muy dulce y cremoso, el chocolate no pudo quitar el amargor que se formó en su boca cuando vio cómo aquel hombre besaba a Libby.

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