La danza de los deseos – Laura Abbot

Tan pronto como regresó a casa, Libby se quitó la ropa de trabajo y se puso unos vaqueros viejos y una sudadera. Los últimos días habían sido emocionalmente muy absorbentes y, a pesar de la insinuación de Kylie de que Trent iba a ir a su casa, no había tenido noticias suyas. Se alegró. Sólo quería pasar una tarde tranquila en casa con Mona, un buen libro y un poco de música clásica para apaciguar los ánimos. Necesitaba tiempo para recomponerse y examinar sus sentimientos. No era justo dejar a Doug esperando ni tampoco dar a Kylie falsas esperanzas.

Se preparó una taza de té y un sándwich con lechuga y pollo y se sentó a la mesa de la cocina con el periódico extendido. Un pequeño anuncio en la parte inferior de una página le llamó la atención. Trent Baker se había unido al equipo de rescate de la ciudad. Cuando estaban en el instituto se había mostrado muy contento de que le hubieran pedido entrenar con ellos y a menudo era el primero en llegar al lugar cuando saltaba la alarma. Al principio, se había sentido orgullosa de él pero después había empezado a sentirse abandonada cuando Trent prefería irse con sus compañeros después del trabajo en vez de regresar a casa con ella.

Libby dejó el sándwich en el plato y se preguntó si habría sido su inseguridad la que la había conducido a esperar demasiado de un hombre que sólo disfrutaba con el riesgo y la aventura. Su padre biológico había muerto y después, su padrastro había demostrado ser un hombre poco cariñoso. ¿Había tratado de reponer todas esas carencias con su joven marido? Una carga ciertamente pesada para un chico recién salido del instituto.

¿Y qué pasaba con Doug? ¿Esperaba que él pudiera cumplir su sueño de tener un marido y una familia? En un alarde de sinceridad se hizo la gran pregunta: ¿Acaso podría algún hombre darle todo el amor que necesitaba para compensar todos los años de soledad y el dolor de no haber tenido hijos?

Se había quedado sin apetito. Llevó los platos al fregadero y sólo entonces se dio cuenta de que la luz de mensaje parpadeaba en el contestador.

El primer mensaje era de Doug haciéndole saber lo duro que le estaba resultando ser paciente. Se sintió tremendamente culpable. El segundo despertó en ella sentimientos aún más incómodos: miedo, deseo y la sensación de que algo inevitable se avecinaba. Trent estaba en camino.

* * * * *

Trent no tenía ni idea de cómo iba a convencer a Libby de que había cambiado y que merecía una segunda oportunidad. Pero al menos tenía la certeza de que lo que sentía no tenía nada que ver con pasión desenfrenada y la ingenuidad del amor de instituto. Sabía que Libby era la mujer con la que deseaba pasar el resto de su vida. Había luchado mucho para superar la pena y la pérdida. Siempre le estaría agradecido a Ashley por haber aparecido en su vida pero era hora de demostrarle a Libby que era mucho mejor hombre ahora.

Con las alentadoras palabras de Kylie resonando en sus oídos, Trent se acercó a la puerta de Libby. Sobre el asfalto, el viento del norte levantaba remolinos blancos de nieve. ¿Encontraría refugio contra la tormenta en los brazos de Libby o una tormenta de igual vigor que la que soplaba fuera?

Se preocupaba por Kylie. Él lo sabía. Pero también necesitaba que se preocupara por él. Llamó al timbre mientras se sacudía los zapatos. En el momento que Libby abrió la puerta supo lo importantes que serían los próximos minutos.

—Espero no haberte causado demasiados inconvenientes, pero pensé que no podíamos seguir posponiendo esto.

Libby lo miró con los ojos borrosos.

—Estoy de acuerdo —y se hizo a un lado para dejar lo entrar—. ¿Quieres tomar algo?

—No, gracias —dijo Trent aunque se moría por una cerveza.

Se sentó en un extremo del sofá cerca de la mecedora en la que estaba segura que iba a sentarse Libby.

—¿Qué tal está Kylie?

—Feliz. Lo ha pasado muy bien en el colegio.

—Me alegro.

—Pero también está feliz por otra cosa.

—Lo sé —dijo Libby bajando la vista.

Había llegado el momento de sacarlo todo a la luz.

—Está segura de que vamos a casarnos de nuevo.

Libby se meció en silencio. Finalmente, levantó la vista.

—¿Cómo podemos hacer que olvide la idea sin hacerle daño?

Trent sintió un peso en el pecho que le impedía respirar. ¿Quería decir aquello que no iba a darle otra oportunidad? Sin quitar los ojos de los de Libby le preguntó:

—¿Tenemos que hacer que olvide la idea?

—Hay demasiado bagaje emocional, Trent.

—Esperaba que pudiéramos hablar de ello.

—¿Por qué? No podemos deshacer el pasado.

—No si evitas a toda costa que hablemos de él.

Libby se levantó de golpe y se acercó a la chimenea junto a la que se detuvo dándole la espalda a Trent. Tras varios minutos así, finalmente se giró para mirarlo.

—No eres un mal hombre. Y lo estás haciendo muy bien con Kylie pero… —se detuvo y miró al techo como si buscara inspiración.

Trent tuvo que contenerse para no levantarse y prepararse para el golpe que iba a recibir.

—Sigue.

—Nunca podré olvidar que no querías tener a nuestro bebé. Que no te importó cuando… —se detuvo incapaz de terminar y Trent vio el fulgor de las lágrimas antes de que Libby pudiera darse la vuelta.

Trent cruzó entonces la habitación y la rodeó con sus brazos por la espalda.

—Lib, es verdad —empezó Trent. Libby no dio respuesta alguna pero tampoco hizo intento de desasirse de sus brazos—. Te hice mucho daño, más de lo que pudiera haber imaginado en aquel momento, pero nunca hemos hablado de ello. Y eso ha sido culpa mía. Era un idiota inmaduro pero quiero que hablemos de ello ahora —dijo al tiempo que la hacía girarse para mirarlo y levantaba su rostro para verle los ojos—. Por favor, Lib.

—Supongo que tenemos que hacerlo. Yo tengo que hacerlo.

—No importa lo que ocurra en el futuro. Los dos tenemos que comprender lo que ocurrió entonces… —Trent tragó con dificultad antes de terminar— con el bebé.

Libby se zafó y abrió mucho los ojos.

—Pero antes de empezar, quiero que sepas que ahora te quiero de una manera de la que no era capaz de amar entonces. Sólo era un egoísta insensible, demasiado asustado para reaccionar —añadió Trent.

—Nunca tenías miedo de nada.

—En eso te equivocas. Estaba petrificado —dijo él tomándole la mano.

—¿De qué? —preguntó Libby mirándolo fijamente a los ojos.

La condujo al sofá y se sentó junto a ella, el brazo rodeándole los hombros.

—De todo. Especialmente de ser un desastre como padre.

—Pero podrías haber aprendido. Mira lo bien que lo estás haciendo con Kylie.

—Lo único que podía pensar cuando me dijiste que estabas embarazada era en el desastre que sería. Igual que mi padre. Pensé que un hijo era más de lo que podía manejar. Sólo pensaba en si sería algo genético, en si yo también os abandonaría y si no lo hacía si sería capaz de darle a ese niño todo lo que necesitaba. Ni siquiera tenía un trabajo fijo ni una carrera. Un bebé significaba pañales, ropa, utensilios de bebé. Después, cuando fuera mayor, necesitaría aparato dental, clases de baile, un coche y la universidad. Me sentí abrumado, Lib. Tú estabas obsesionada con tu embarazo y con la decoración de la habitación del bebé y con su libro de bebé y…

Al mencionar el libro, Libby giró la cabeza con brusquedad. Separándose de él, levantó las rodillas en el sofá y se abrazó, una postura a la defensiva que no hacía sino incrementar la distancia entre los dos.

—¿Se supone que tengo que sentir lástima de ti? Perdóname por quedarme embarazada pero la última noticia que tengo es que para concebir hacen falta dos. Claro que para ti eso sí fue divertido ¿verdad?

Trent hizo una mueca de dolor al recordar la manera desinhibida y alocada en que hacían el amor.

—Te quería.

—Pues tenías una manera muy peculiar de demostrarlo. ¿Qué? Supongo que me culpaste a mí de que se rompiera el condón.

—Lib, sabes que no es así —protestó él pasándose la mano por el pelo.

—¿De veras? Nunca sabrás cuánto quería tener aquel hijo, Trent. ¿Tienes idea de cómo me sentí cuando empecé a notar los calambres, cuando empecé a sangrar? Me abrazaba el abdomen en un intento inútil por contener el desastre. ¿Y dónde estabas tú? Acampando en cualquier sitio con tus amigotes. Divirtiéndote. ¡Divirtiéndote!

—No deberías haber estado sola —dijo Trent dejando caer la cabeza.

—No, no debería. Pero tú no querías saber nada de cosas desagradables de mujeres, ¿verdad? ¿Y qué clase de comprensión recibí cuando regresaste?

Trent cerró los ojos anticipándose a lo peor aún por llegar pero sabía que hasta que Libby no dejara salir toda la amargura y el dolor que guardaba no habría para ellos una esperanza de futuro.

—Dijiste: «Siempre podremos tener otro bebé» —continuó Libby con desprecio—. No lo comprendías, ¿verdad? Otro bebé era en lo último que estaba pensando en aquel momento. Yo quería a aquél. Deseaba tenerlo más que nada en el mundo. Pero lo único que se te ocurrió decir fue que ya tendríamos otro, como si la preciosa vida que acababa de morir en mi interior pudiera reemplazarse. U olvidarse. Deja que te diga una cosa, Trent. No pasa un solo día en el que no llore su pérdida.

El silencio invadió la habitación y Trent sabía que merecía todas las palabras desagradables que Libby tuviera que decirle. Todo era cierto. Había sido un capullo. ¿Cómo no había sido capaz de comprender lo importante que aquel niño era para ella? Sintió un vuelco en el estómago al pensar si Kylie no hubiera llegado a nacer igual que aquel bebé.

—¿Y bien? ¿No vas a decir nada? —preguntó ella con los ojos relucientes de ira aunque él sabía que estaba teniendo que hacer un gran esfuerzo para contener las lágrimas.

—Merezco todo lo que tengas que decir. Te hice mucho daño.

—Pero tú seguiste con tu vida. Yo no.

—Por eso nos divorciamos. Éramos dos personas en distintas etapas de nuestras vidas.

—Así era entonces.

—Lib, no soy el mismo hombre. He aprendido mucho —se detuvo—. Te pido una segunda oportunidad. Por mucho que me gustaría no puedo cambiar el pasado, pero sí puedo prometerte un futuro diferente.

Libby posó la cabeza en las rodillas abrazándose con fuerza como si quisiera hacerse invisible. ¿En qué estaba pensando? ¿Cuáles eran sus sentimientos?

—No sé si puedo confiar en ti —dijo finalmente levantando la cabeza.

—Nunca lo sabrás si no lo intentamos otra vez —dijo él poniéndole una mano en la rodilla—. Creo que hay algo muy poderoso entre nosotros —tomó una de sus manos y le besó los dedos—. No quiero perderte otra vez.

—Por favor, Trent. No me toques —dijo ella retirándose.

Al principio sus palabras fueron como un jarro de agua fría pero entonces la miró a los ojos y allí, detrás del miedo, había algo más, una llama que ardía intensamente.

—¿Qué pasa, Lib?

Libby apoyó la frente en las rodillas de nuevo y él esperó inmóvil, sin atreverse ni a respirar.

—Tengo miedo. No quiero volver a sentirme como entonces —susurró.

—¿Cómo te sentiste? —preguntó él rozándole levemente el pelo con los dedos.

—Sola.

—Cuéntamelo —dijo él dejando que las palabras calaran en su interior. Siguió acariciando con el dorso de la mano la mejilla de Libby. Entonces, cuando toda resistencia parecía haber cedido, la atrajo hacia su pecho y la abrazó consciente de que la clave estaba en la comprensión y la dulzura.

—Desde el principio, cariño. Tómate todo el tiempo que necesites —añadió.

Entonces Libby le contó todos los momentos de tristeza que había tenido que soportar desde su más tierna infancia, cuando se quedó sin familia. Un padrastro frío, siempre ocupado y una casa grande; y el colegio, donde el estigma de «no tener una familia de verdad» le había hecho muy difícil trabar amistad. Historias de un mundo de fantasía en el que había un padre y una madre como salidos de un anuncio de televisión y muchos niños de mejillas sonrosadas a su alrededor. Entonces llegó el momento en su narración en el que lo conoció a él, su príncipe azul.

—Menudo príncipe azul, ¿eh? —dijo él con una risa amarga.

Autore(a)s: