La danza de los deseos – Laura Abbot

Maldiciéndose por haber cometido la imprudencia de haber dejado a Kylie con Libby, Trent saltó de su coche y corrió por el aparcamiento, sin hacer caso a los visitantes que salían del hospital y las luces rojas de una ambulancia que entraba en el acceso de urgencias.

Se detuvo en la puerta y observó la sala de espera. Allí no estaba ni Weezer ni Libby. Nadie que conociera. Se acarició la tez áspera por la incipiente barba y se giró hacia el mostrador vacío de la recepción deseando gritar el nombre de su hija. Aunque lo habían eximido de redactar el informe de lo ocurrido, y le habían permitido bajar en un helicóptero, hacía más de una hora y media que lo habían informado del accidente. Y había sido la hora y media más larga de su vida.

—¿Señor? —una mujer con un uniforme de color ciruela y una chapa identificativa del hospital se aproximó a la recepción—. ¿Puedo ayudarlo?

—Soy el padre de Kylie Baker. ¿Dónde está? ¿Cómo está?

—Sígame, por favor. Está descansando. Ha recobrado los signos vitales —la mujer abrió las puertas que dividían la zona de tratamiento de las otras—. Acaban de subirla del laboratorio del escáner.

—¿Escáner? —preguntó con el estómago atenazado.

—Ha sufrido una conmoción —dijo la enfermera mirándolo—. El escáner determinará si ha habido daño cerebral.

—¿Daño cerebral? —durante un momento creyó que iba a desmayase.

—Señor Baker, su hija está en coma, pero no es algo extraño en estos casos. Pronto despertará. El escáner no es más que otra herramienta más de diagnóstico.

Coma. Daño cerebral. Conmoción. Las palabras resonaban en sus oídos.

—Tengo que ver al médico.

—Le diré que está en la habitación de su hija. Lo pondrá al día de la situación —dijo la enfermera conduciéndole por un pasillo bien iluminado—. Aquí es. No se preocupe demasiado por su apariencia. Se ha hecho algunas heridas y también se ha roto un brazo.

¿Un brazo roto? ¿No iban a acabar nunca las malas noticias?

Inspiró profundamente y entró. Las luces eran tenues, por lo que al principio no vio la pequeña forma tumbada bajo las mantas en la cama, con la mitad de la cabeza afeitada y cubierta por un vendaje, y el brazo escayolado. Dejó escapar un sollozo involuntario.

—¿Kylie? ¿Tesoro? —dijo acercándose a la cama y tomando la manita de su hija en la suya. Se inclinó entonces y le dio un beso—. Kylie, papá está aquí.

Cuando notó una mano en su brazo, se dio cuenta por primera vez de que había alguien más en la habitación.

—Trent, lo siento.

Lentamente, miró a Libby, sus emociones en violento conflicto interior. «Lo siento» eran las palabras más torpes que podían existir en cualquier idioma.

La expresión angustiada de Libby, las ojeras, la mirada lo asustaron. Sabía que tenía que decir algo. ¿Pero qué? Decirle que no pasaba nada. No era así. ¿Aceptar la culpa, toda suya, por haber enviado a su hija a la montaña con otra persona? ¿Golpearla?

En vez de todo eso, volvió su atención a la cama, sin dejar de mirar a su hija. Trató de hablar pero no pudo. Tras aclararse la garganta, logró preguntar:

—¿Cómo ocurrió?

La imagen visual que causaron en él las palabras de Libby estaba llena de viveza. Apenas podía escuchar la repetida petición de disculpas.

—Lo siento.

Lógicamente, él sabía que había sido un accidente. Nadie había tenido la culpa pero la lógica servía de poco consuelo cuando la preocupación y la rabia se habían apoderado de su cerebro. Miró por encima del hombro a Libby, que esperaba con la cabeza inclinada su veredicto.

—Hablaremos más tarde —fue lo único que pudo decir.

Libby asintió con los ojos llenos de dolor infinito.

—¿Puedo quedarme con ella? —preguntó con voz trémula.

Trent no sabía lo que sentía por ella en ese momento. Lo único que sabía era que no podía quedarse solo.

—Como quieras.

—Entonces me quedaré —dijo con voz queda.

Trent acercó una silla a la cama y se dejó caer en ella, apoyando a continuación la cabeza en el borde de la cama. Estaba exhausto pero ahora la extenuación estaba lejos de deberse tan sólo al esfuerzo físico.

Capítulo 12

Sentada entre las sombras, Libby no dejaba de mirar a Trent pero con cuidado de no hacerlo a los ojos de éste para no ver el brillo acusador que había en ellos. Lo único que importaba era que Kylie saliera del coma sin problemas. Así que se mantuvo allí sentada, inmóvil, absorta en sus oraciones.

La voz de Trent abrupta en medio del silencio, la sobresaltó.

—Pensé que Weezer estaría aquí.

—Estaba. Se fue a dar de comer a Scout y a Mona.

—Ya —dijo él frotando el brazo sano de Kylie con cariño.

—Una enfermera llamó a los Chisholm. Llegarán mañana —dijo Libby y Trent hizo un gesto de asentimiento.

Trent aún llevaba puesta la ropa de montaña y la camisa se ceñía a su espalda cada vez que se inclinaba sobre la cama. Los ojos enrojecidos y la cara sin afeitar no hacían sino acentuar el sufrimiento de Libby. Un hombre al borde de la desesperación. Y todo por su culpa. Debería haber vigilado con más cuidado a Kylie. Deseaba poder deshacer el pasado, regresar al momento en que Jeff Ames le pidió un momento para hablar de su hijo.

Se echó a temblar aterrorizada. Las palabras de Kylie diciéndole que iba a ser una buena mamá para ella retumbaban en sus oídos.

Con el estómago en un puño, Libby se dobló hacia delante y se tapó la cara con las manos. No podría ser una madre nunca, ni para Kylie ni para nadie.

—¿Señor Baker? —la doctora Coker estaba en la puerta.

—¿Sí?

—Soy Mel Coker, la doctora que atiende a Kylie —dijo estrechándole la mano y, colocándose detrás de la cama, estudió el cuadro clínico—. Tenemos motivos, actualmente, para esperar una evolución favorable. La rotura del brazo fue limpia y curará bien. El pulso, la respiración y la tensión arterial parecen normales. Tuvimos que darle algunos puntos en la cabeza pero también curarán rápidamente. Es la conmoción lo que me preocupa.

Libby esperó a que continuara sin poder contener el latido acelerado de su corazón. Trent sacudió la cabeza.

—Tiene que ponerse bien.

—El escáner está bien. No parece que haya ninguna mancha de sangre en el cerebro. Se dio un fuerte golpe pero tenemos muchas esperanzas de que recuperará la consciencia en las próximas veinticuatro horas. Tendrá dolor de cabeza, incluso la visión un poco borrosa durante algún tiempo. La tendremos en observación por si se da algún ataque.

—¿Ataque? —Trent palideció.

—A veces se presentan ataques como efecto secundario tras sufrir una conmoción. Es sólo por precaución —dijo llevándose el cuadro clínico—. ¿Alguna otra pregunta?

Trent parecía mareado. Por fin consiguió sacudir la cabeza.

—Intente descansar algo —sugirió antes de salir de la habitación—. Si está cansado, no le hará ningún bien a su hija.

Trent asintió y miró a Kylie. Libby apenas pudo entender lo que le dijo a Kylie.

—¿Lo has oído, cariño? Todo va a salir bien. Vuelve con nosotros, donde sea que estés. Te necesitamos.

Y entonces su voz se rompió y apoyando la frente en las sábanas, sus hombros comenzaron a temblar en medio de sollozos ahogados.

Libby deseaba acercarse a él, reconfortarlo, pero ya no había sitio para ella junto a él. En silencio salió de puntillas de la habitación.

* * * * *

Trent no sabía cuánto tiempo había estado intentando dormir junto a la cama de Kylie, atento a cualquier movimiento, un parpadeo el temblor de un dedo. Cuando la puerta se abrió, levantó la vista. Era Weezer, mirándolo desde la puerta con su arrugado rostro lleno de compasión.

—¿Algún cambio?

—Aún no.

La mujer se acercó y le puso las fuertes manos sobre los hombros.

—Son más de las nueve. Necesitas un descanso.

—No.

—Hijo, todo va a salir bien.

Sus palabras y sus manos parecieron tranquilizarlo, infundirle alguna paz, como si aquella sabia mujer india realmente tuviera el poder de sanar. Esperó un poco dejando que su mensaje penetrase en él.

—Pero tú no lo estarás si no comes algo.

—Pero…

—Libby se quedará con ella —dijo Weezer ayudándolo a levantarse—. Vamos, hijo.

Miró a Kylie largo y tendido y salió. Libby, triste, esperaba en el pasillo. Incapaz de encontrar las palabras, Trent le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, y después se dirigió a la cafetería con Weezer a comer algo. Weezer le sacó un café mientras esperaba a que comiera algo. El sándwich de pollo no sabía a nada. Y tampoco el plátano consiguió insuflarle fuerzas en aquella noche aciaga.

—No puedes culparte —Weezer lo estudió con gesto sabio—. Ningún padre puede estar en varias partes a la vez. Querías que Kylie amara lo que tú amas, probar nuevas cosas. Atreverse —le dio unas palmadas en el hombro—. Fue un accidente. Los padres de ese chico, Ames, han llamado para ver cómo estaba Kylie. Su hijo está destrozado.

—Espero que comprendas que no sienta compasión por él.

—Puede que ahora no. Pero espero que algún día sí —dijo soplando su café antes de beber—. Igual que sé que perdonarás a Libby.

—No puedo hablar de ella en este momento —dijo levantando la cabeza.

—Está destrozada, Trent.

Trent dejó el plátano en la bandeja.

—¿Se supone que eso tiene que hacerme sentir mejor? ¿Hará que Kylie despierte?

—Estás enfadado.

—Maldita sea. Claro.

—Ten cuidado hacia quién diriges tu enfado. Ya te ha causado problemas en el pasado. Amas a Libby. Lo que hagas en las próximas horas determinará el curso de tu vida.

Libby, Dios, su Libby. Weezer tenía razón. Estaba enfadado. Era fácil para otros hablar de que los accidentes ocurrían. Pero, esta vez era su propia hija la víctima. Debería haber estado con ella. Tal vez habría podido evitarlo.

Como si pudiera leerle la mente, Weezer continuó.

—No puedes culparla a ella, Trent. Te podría haber ocurrido igualmente a ti.

—Nunca lo sabremos —dijo él con tristeza.

—Hijo puedes seguir torturándote y castigar a Libby el resto de tu vida, pero eso no cambiará las cosas. Sólo servirá para amargarte.

Trent empujó la bandeja hacia el borde de la mesa con la cabeza gacha, rindiéndose a la verdad. No podía enfrentarse a la vida sin Kylie, sin Libby. Dejó escapar un suspiro. Un accidente. Sólo había sido eso. Nadie tenía la culpa.

Weezer continuó bebiendo en silencio dejándole a solas con sus pensamientos. Tras unos minutos, Trent cuadró los hombros.

—Gracias. Ya estoy preparado para volver —antes de levantarse consiguió sonreír—. ¿Estás segura de que no eres un chamán?

* * * * *

Libby se sentó en la silla que antes había ocupado Trent junto a la cama. Tomó la mano inmóvil de Kylie en las suyas pensando con sorpresa lo poco que había tardado en considerar a aquella niña como suya. No sólo porque Kylie representaba la hija que Trent y ella nunca habían tenido, ni porque se hubiera enamorado perdidamente de Trent otra vez. Tenía que admitir que, durante un tiempo, inconscientemente, había utilizado a Kylie como una compensación por lo que ella había perdido. Pero la niña era mucho más que eso, mucho más que un objeto que se pudiera poseer.

No, no era eso. En el fondo del asunto había un hecho indiscutible. La amaba por ser la preciosa y única criatura que era. No importaba lo que pasara en el futuro, Libby se prometió que no volvería a hacer comparaciones con lo que podía haber sido.

Y si Trent no podía perdonarla, tendría que encontrar la fuerza para soportarlo. «Creo que serás un gran mamá». Libby cerró los ojos y rogó a Dios para que le diera una nueva oportunidad.

Una enfermera entró en ese momento y comprobó el estado de Kylie, anotando cosas en el cuadro. Cuando Libby levantó las cejas inquisitivamente, le sonrió.

—Todo va bien. ¿Sabe? Ayuda que le hable. En algún nivel de conciencia puede oírla.

—Gracias.

Cuando la enfermera salió. Libby se sentó en el borde de la cama, de espaldas a la puerta, y tomó la mano sana de Kylie entre las suyas. ¿Qué podía decirle? Tal vez no importara. Lo único que podía hacer era compartir con ella lo que guardaba en su corazón.

—Tesoro, siento mucho que te haya ocurrido esto. Si pudiera haberlo evitado, lo habría hecho. Espero que sigas adorando el esquí como tu papá. Él no suele darse por vencido rápidamente, y apuesto a que tú tampoco.

Trent nunca se había sentido satisfecho si no era el mejor. Muchas veces había tenido que curarle las heridas pero nunca había logrado hacerla desistir de una idea.

—Siento también que perdieras a tu mamá. Recuerdo lo que se siente. Es como si los colores vivos del mundo se convirtieran en una mancha gris —tragó con dificultad—. Y tú has tenido suerte, sin embargo. Tienes un papá maravilloso que te adora. Mi padrastro, sin embargo… —cerró los ojos al recordarlo—. No me odiaba. Era peor. Creo que no le importaba lo que me ocurriera. Siempre y cuando me mantuviera lejos de su camino, convivíamos. Durante un tiempo. Hasta que… —se detuvo—. Lo único que quería más que nada en el mundo era una familia. Una mamá y un papá que se amaran locamente y adoraran a sus hijos. Que rieran. Eres más afortunada que muchos niños, Kylie. Tienes un papá maravilloso y unos abuelos que se preocupan por ti. Por eso te pido que despiertes y regreses con ellos. Conmigo.

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