La danza de los deseos – Laura Abbot

Más tarde, ya en casa, Libby se sentó pensativa en la mecedora que había llevado consigo desde Oklahoma. Era la silla en la que su madre solía acunarla antes de dormir. Tenía sobre el regazo a Mona, su gatita gris con una máscara blanca en forma de diamante, que ronroneaba de placer. Reinaba el silencio roto sólo por el ruido de la madera del suelo ajustándose o el pasar del tiempo en el reloj de cuco.

Las Navidades perfectas.

Compañía agradable, deliciosa comida, risas y muchos besos y abrazos. Eran las Navidades con las que siempre había soñado. Las que había echado de menos desde la muerte de su madre. Los regalos no habían faltado, eso no. Todo lo que quería, se le proporcionaba. Esa era la palabra, «proporcionar» no «regalar».

En aquel tiempo, papá Belton había sido elegido por Oklahoma. Su secretaria compraba y envolvía todos los regalos de Libby. En Muskogee, las Navidades se habían celebrado siempre con una fiesta a la que acudían los aliados políticos y otras personas influyentes. El día de Navidad, los dos abrían sus regalos, papá hacía las llamadas de rigor y después comían en el viejo salón. Libby pasaba las tardes sola en su habitación.

Durante su adolescencia, había soñado con formar una familia de verdad, con un amante marido y muchos niños. La vida, sin embargo, le había enseñado la inutilidad de los sueños.

Acarició el lomo arqueado de Mona mientras pensaba en lo perfecto y a la vez preocupante que había sido el día. La asustaba pensar lo mucho que deseaba formar parte de una familia como los Travers. Por la tarde, había tenido la sensación de que Doug había estado a punto de ofrecerle el futuro que tanto deseaba.

«¿Podrás amarme algún día?», le había preguntado. La pregunta tan directa la había sorprendido. Un matrimonio sin amor estaría vacío. ¿Acaso se habría comprometido demasiado al decirle que tal vez? Le parecía una respuesta muy cobarde.

* * * * *

Weezer se frotó las manos huesudas con expectación. Estaba oscuro y aún no había señales de ellos. Comprobó la hora. No tenía sentido esperar junto a la ventana. Se acercó a la lumbre y removió los troncos con el atizador levantando una espiral chisporroteante. Trent sabía cómo conducir con ese tiempo. Tendría cuidado. Sin embargo…

A pesar de la ansiedad de Trent por volver a Whitefish, Weezer sabía que no era eso lo que la preocupaba. La aversión de Kylie al colegio. La separación de sus abuelos y de un ambiente conocido. Además, la niña seguía llorando la pérdida de su madre y luchando, probablemente, por superar el dolor.

Trent debía de saber todo eso. Por propia experiencia. Desde el día que aquel indigno vaquero llamado Charlie Baker abandonó a Lila y a él, el niño se había comportado como sin nada le importara, tentando a los dioses para que lo llevaran consigo ya fuera sobre un monopatín, una bicicleta o una tabla de snowboard. Más tarde, lo siguió haciendo navegando los rápidos en una canoa o escalando. Siempre que Lila o Weezer le habían preguntado si se consideraba invencible contestaba que un chico tenía que divertirse.

Ahora Weezer sospechaba que Trent había aprendido que en la vida había más cosas aparte de la diversión.

Sacudió la cabeza con tristeza. La enfermedad de la madre de Kylie había sido algo trágico. Parecía que cada vez que Trent había intentado amar, algo se había interpuesto, o tal vez él mismo hacía algo que lo saboteaba.

Unas luces se abrieron paso entre los pinos en dirección a la entrada de la casa. A su lado, Scout, su pastor alemán, golpeó el suelo con la cola y salió disparado hacia la puerta mirando hacia atrás expectante mientras Weezer se acercaba a la puerta y la abría, no sin dificultad debido a la artritis, y salía al porche.

Cuando el todoterreno se detuvo, Weezer trató de ver en la oscuridad; pero no veía a la niña. Trent salió del vehículo con una sonrisa.

—Lo hemos conseguido. Espero que no estuvieras preocupada. Un camión atravesado cerca de Lakeside bloqueaba la entrada de la autovía.

—Me alegro de que hayáis llegado sanos y salvos —dijo Weezer bajando los escalones que lo separaban de Trent y fundiéndose en un abrazo con él—. ¿Y dónde está esa hija tuya?

Trent la tomó de la mano y la condujo hacia el coche. Abrió la puerta y señaló. En el asiento de atrás, profundamente dormida, estaba la niña de mejillas rosadas que Weezer no había visto desde que era un bebé.

—Pobrecilla.

—Ha sido un día largo —suspiró Trent.

Entonces, Scout apareció entre ellos y se subió al asiento trasero.

—¡Scout! —dijo Weezer pero antes de poder detenerlo, el perro estaba inclinado sobre Kylie lamiéndole la cara.

—Papá —dijo la niña abriendo los ojos de repente.

—No te asustes cariño. Sólo es Scout.

—¿Un perro? Adoro los perros —dijo la niña incorporándose y rodeándole la cabeza al animal.

—Creo que tu pequeña ya ha hecho su primer amigo en Whitefish —dijo Weezer asintiendo con la cabeza sabiamente.

Durante la cena y mientras deshacían el equipaje. Kylie no perdió de vista al animal. Aunque no hablaba mucho, parecía observar con detalle todo lo que la rodeaba.

Finalmente, tras sacar todo lo del coche y preparar el baño de Kylie, los tres se sentaron en el salón de la cabaña de invitados a tomar una taza de chocolate caliente. Con su pijama de una pieza de franela, Kylie se enroscó en el sofá con Scout. Parecía muy tímida pero al final se dirigió a Weezer.

—¿Estamos en una cabaña de madera de verdad como la de La casa de la pradera?

—Bueno, está equipada con más cosas modernas que la de los Ingalls pero sí, pequeña, es una cabaña de verdad.

—Bien —dijo Kylie—. Haré como si fuera Laura, o tal vez Mary.

Era un comentario inocente pero Weezer sintió un escalofrío. ¿Acaso la niña se alejaba de sus problemas refugiándose a un mundo imaginario igual que había hecho Trent siendo niño?

—Es hora de irse a la cama, cariño —dijo Trent—. Estoy impaciente por enseñarte el pueblo por la mañana —dejó la taza en la mesa y abrió los brazos—. ¿Qué te parece un gran abrazo de buenas noches?

Kylie levantó la cabeza del perro de su regazo y se acercó a Trent. Enlazando los dedos, la niña lo miró y habló con suavidad.

—Estoy intentando no tener miedo, papá.

—Lo sé. Es normal que todo te parezca extraño al principio pero enseguida te sentirás como en casa —dijo él abrazando protectoramente a su hija.

A Weezer le dolía la mezcla de amor, tristeza y preocupación que veía en el rostro de Trent, pero fue la respuesta de la niña, lastimera aunque esperanzada, lo que le hizo volver la cabeza para que no la vieran llorar.

—Por favor, papá —susurró Kylie—, sé feliz.

* * * * *

Aunque las vacaciones habían sido más que bienvenidas tras un duro primer trimestre, Libby estaba contenta de volver a clase. Para tranquilizar a sus alumnos en su primer día, les mandó construir trenes, barcos, aviones o cualquier otro medio de transporte con cajas de cereales vacías, el cartón de los rollos de papel vacíos y varias cosas más.

Mientras ayudaba a Rory a poner pegamento en un trozo de cartón, se dio cuenta de que no había sido una gran idea. No hizo más que acabar con Rory cuando otro alumno la llamó pidiendo ayuda.

—Se ha estropeado —lloró Lacey Ford—. ¡Ha sido él! —dijo a continuación señalando a Bart Ames, el niño malo de la clase que estaba de pie con las piernas abiertas y los brazos cruzados imitando a un superhéroe.

—¡Yo no he hecho nada! —gritó Bart—. Sólo era un estúpido submarino.

Libby contó mentalmente hasta cinco. Entonces tomó a Bart del brazo y lo llevó a la mesa de lectura. Después regresó con Lacey, que necesitaba un pañuelo desesperadamente.

—Cálmate, cielo, y dime lo que ha ocurrido.

Cuando Lacey le contó la historia, Libby se acercó al niño y le preguntó:

—¿Le has aplastado el submarino?

—No quise hacerlo —dijo el niño mirando al techo y encogiéndose de hombros.

—¿Qué crees que deberías hacer ahora?

Se encogió de hombros de nuevo.

—¿Cómo te sentirías si alguien aplastara tu helicóptero?

—Me enfadaría.

—¿Crees que podrás decirle a Lacey que lo sientes y que la ayudarás a construir otro submarino?

El niño movió las manos con nerviosismo y mostró otra cara que no era la del chico malo.

—Supongo que sí.

—Pues corre —dijo Libby dándole una palmada en el hombro.

Se quedó allí agachada y trató de tomar aliento. Entonces oyó que se abría la puerta de la clase y por el rabillo del ojo vio tres pares de pies, los de Mary Travers con sus Birkenstock un par de botas de vaquero y unos pequeños pies con zapatillas de deporte blancas con lazos rosas.

—Por favor, que no sea un nuevo alumno —imploró en voz baja.

—¿Señorita Cameron? —preguntó Mary al entrar en la clase—. Quiero que conozca a alguien.

Al girarse recayó en la pequeña de constitución delgada y cabello rubio a la altura de los hombros. Y al momento se reprendió por su falta de sensibilidad. La pobrecita estaba temblando de miedo. La clase se había puesto de acuerdo para guardar silencio mientras estudiaban con detalle a la nueva niña.

Libby se puso en pie para mirar al padre pero según subía estudiando las largas y musculosas piernas, la cintura estrecha y por fin los anchos hombros, se quedó sin respiración. No podía ser. Y entonces el rostro, tan familiar que sintió una picazón en los dedos deseosos de acariciar la piel recién afeitada. Miró los sensuales labios, la nariz un poco torcida, las cejas pobladas y los rizos de color castaño claro y no pudo posponer más lo inevitable, el momento de mirar los embriagadores ojos azules.

—Trent —dijo tropezando con la mesa de lectura.

—Libby —dijo él avanzando un paso y deteniéndose.

Por un momento, las paredes se volvieron borrosas como un caleidoscopio. Entonces, para alivio de Libby, Mary solucionó el momento tomando a la niña por los hombros y empujándola hacia ella.

—Kylie, ésta será tu nueva profesora. La señorita Cameron.

Luchando por ignorar la cascada de emociones que amenazaban con inundar su sentido común, Libby se acercó a la niña.

—Kylie, es un nombre precioso. Bienvenida a segundo curso —dijo rodeando los delgados hombros de la niña con su brazo y presentándola al resto de la clase—. ¿No es emocionante, chicos? Es Año Nuevo y tenemos una alumna nueva. Decidle hola a Kylie.

—Hola, Kylie —dijeron los niños a coro haciendo que Kylie se sonrojara violentamente.

Mary entregó a Libby el expediente de Kylie de cambio de escuela y sonrió a los dos.

—Veo que ya os conocéis.

Con gran esfuerzo. Libby miró a Trent de nuevo. Los rasgos seguían siendo tal como los recordaba, aunque en sus ojos era visible el peso de la pena, había arrugas por la preocupación en su rostro y el pelo rubio se había oscurecido un poco con el tiempo haciendo que el hombre atractivo que una vez fue su marido pareciera un extraño.

—Sí, nos conocemos —dijo Libby—. Fue hace mucho tiempo.

—Bien. ¿Nos vamos, señor Baker?

Mary se giró para marcharse pero Trent se quedó inmóvil, sin retirar los ojos de los de Libby.

—Cuídala bien, Lib.

Libby quería retirar la vista, quería estar en cualquier otro lugar que no fuera aquél.

—Lo haré —dijo con calma.

Y directora y Trent salieron de la clase. Libby le dio un pañuelo a Lacey y se sacó uno para ella.

* * * * *

Trent se reclinó sobre el sillón de cuero de su todoterreno. Sabía que Libby era profesora en la zona pero también era casualidad que fuera en la misma escuela en la que había matriculado a Kylie. Lo último que había sabido de ella era que era la educadora de infantil en Polson, cerca del lago Flathead.

Tampoco podía decirse que hubiera oído hablar mucho de ella en los últimos tiempos. Tras el divorcio, se había alejado de Dodge y había rehecho su vida en Billings. Weezer y Chad habían tenido cuidado de no mencionarle nada de Libby.

¿Señorita Cameron? Sabía que había retomado su apellido de soltera pero escucharlo le dolía. De alguna forma, había esperado que su regreso a Whitefish despertara viejos recuerdos, pero verla había sido un duro golpe. Igual que la primera vez que fijó los ojos en ella cuando salía del edificio de la administración en el estado de Montana. Cuando era pequeño, su madre lo había llevado a ver Blancanieves y cuando vio a Libby dirigiéndose a él en el campus, no pudo evitar pensar que aquélla era su Blancanieves particular: el mismo pelo negro ondulado, las mejillas sonrosadas y los labios rojos. La única diferencia estaba en que Libby tenía los ojos azules en vez de oscuros.

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