La danza de los deseos – Laura Abbot

Suspiró. No había envejecido, estaba mejor que antes. La misma figura esbelta pero con unas formas más generosas. Cuando le había sonreído a Kylie, le había costado contenerse para no tocarla.

El caso es que Libby iba a ser la profesora de Kylie lo cual era bueno porque si había alguien capaz de ayudarla en ese difícil período de transición, era ella. Su confuso estado emocional era el pequeño precio que tenía que pagar.

Miró el reloj y vio que llegaba tarde a la cita con Chad en el banco. Sin embargo, mientras recorría las familiares calles, su mente estaba lejos de préstamos bancarios. Podría fantasear todo lo que quisiera con volver a estar con Libby y darle así una madre a Kylie, pero no dejarían de ser eso, fantasías.

Libby nunca lo perdonaría. Bastante mal lo había pasado él mismo tratando de perdonarse. Había sido un completo idiota.

¿Pero y si lo hacía? Las cosas serían diferentes. Él tendría que ser diferente.

Pensó en Ashley y en los últimos días que había pasado junto a su cama en el hospital, tomándole la mano. Y las cosas importantes que habían tenido tiempo de decirse.

Ahora sabía mucho más del amor. Y de la pérdida, especialmente de la pérdida.

* * * * *

¿Trent? ¿Aquí en Whitefish? Nada podría haberla preparado para la riada de emociones que iban desde la sorpresa hasta la rabia pasando por la pena y la alegría, la esperanza y la confusión. Y sobre todo el reproche. Por lo menos, Libby había sido capaz de mostrarse normal mientras ayudaba a Kylie a instalarse. La sentó junto a Lacey, que parecía alegre de poder ayudar a la nueva niña y feliz de que no tuviera que ser Bart quien la ayudara a construir el submarino. Kylie sin embargo, permaneció en silencio, jugueteando con la barra de pegamento.

Se sonrojó cuando Bart le tiró del pelo y dijo:

—Eh, tú, la nueva. ¿De dónde vienes?

Sin ni siquiera mirarlo, se limitó a responder con un susurro.

—Billings.

—Seguro que ni siquiera sabes esquiar —se burló el niño.

—Aprenderá —dijo Libby acompañándolo a su sitio.

Entonces llegó el momento de guardar las cosas que no habían utilizado y separar los trabajos terminados. Entre el ruido de cajones y cestos que se abrían y cerraban, Libby pudo echar un vistazo a Kylie. Tenía la cara cuadrada de Trent y su boca generosa pero el pelo debía de ser de su madre. Trent lo tenía rizado. Sintió una punzada en el pecho al recordar el pelo silvestre que no podía domar de ninguna forma. Cuando sonó el timbre del recreo, Libby se sintió aliviada. No quería pensar más en quién se parecía Kylie ni en el hijo que podrían haber tenido…

Libby se puso el abrigo. No le gustaban los derroteros que estaban tomando sus pensamientos pero la injusticia que se había cometido amargaba como la peor de las medicinas.

En el patio de juegos, las niñas se dirigieron a los columpios mientras que los niños se reunieron en tomo a un balón de fútbol. Kylie, sin embargo, se quedó de pie junto a la puerta las manos en los bolsillos de su parka floreada. Weezer le había dicho a Libby que la mujer de Trent había muerto el año pasado. Y sólo pudo pensar en Kylie. Libby comprendía lo que era perder a una madre, que el mundo idílico de una niña se rompiera en pedazos y sólo quedara el vacío y la inseguridad.

Libby se acercó a la niña.

—¿Te ha invitado Lacey a jugar con el resto de las niñas?

—Sí, pero no quiero.

—¿Por qué no? —preguntó al ver el gesto altivo tan familiar.

Kylie se limitó a encogerse de hombros y Libby le rodeó los hombros con el brazo.

—Es difícil ser nueva, ¿verdad?

La niña se sorbió la nariz y Libby la atrajo hacia sí.

—Mudarse conlleva muchos cambios. Todo te parece raro, supongo. Todos queremos ayudarte. ¿Nos vas a dejar?

Cuando Kylie giró la cara y la apoyó en el abrigo de Libby, ésta pudo sentir cómo sus delgados hombros temblaban con cada sollozo que se esforzaba por ocultar al resto de los alumnos. Libby sacó un pañuelo y se arrodilló frente a ella de espaldas al patio.

—Toma, cariño.

—Así me llama papá a veces —dijo la niña entre sollozos.

—Es la forma que tienen los papás de ser dulces.

—Supongo, pero no tengo mamá.

—La echas mucho de menos, imagino.

La niña asintió vigorosamente. Libby la ayudó a secarse los ojos y se puso de pie. Cuando Kylie deslizó con timidez la mano en la de ella, Libby sintió una oleada de calor en su interior. Aquella pequeña necesitaba desesperadamente amor, pero era la hija de Trent. No debía inmiscuirse.

—¿Puedo decirle algo? —preguntó Kylie mirándola con adoración.

—Claro.

—Creo que es muy bonita, señorita Cameron.

—Gracias, Kylie —contestó Libby parpadeando furiosamente para no llorar.

En el recreo, Kylie se había quedado a su lado todo el tiempo. Libby charló con ella sobre el cambio de ciudad y así se enteró de que Trent y su hija estaban viviendo con Weezer y que Kylie adoraba los perros y las Barbies. Libby le habló de Mona, y la invitó a conocerla algún día. También le aseguró que aprendería a esquiar enseguida. Pero había sido la respuesta de la niña a su última pregunta la que le dejó claro que la cicatriz que llevaba dentro no había curado.

—¿Por qué os habéis mudado a Whitefish, Kylie?

El tono esperanzado de Kylie, apenas en un susurro, lo explicaba todo.

—Para que papá pueda ser feliz.

Claro. Ese era el hombre con quien se había casado. Su felicidad y su comodidad era lo único que siempre le había importado.

Capítulo 3

Al final de la clase, Kylie parecía estar más relajada. Seguía evitando el contacto con los otros niños incluso cuando algo les parecía divertidísimo ella permanecía callada, insensible.

Libby temía el momento final del día, cuando acompañaba a los niños a los autobuses o a los coches donde los esperaban sus padres. Ahí le sería imposible evitar a Trent, así que sería mejor que fuera acostumbrándose a la idea de verlo. No debería ser tan difícil. Al fin y al cabo, ella tenía su propia vida, un trabajo que adoraba, una floreciente relación con Doug y montones de amigos. Lo único que echaba en falta eran hijos.

Colocó a los niños en fila y los condujo a la entrada del colegio. Primero dejó a los que iban en autobús y después esperó a que fueran llegando los coches de los padres que iban a recoger a sus hijos. Y allí estaba, con la frente arrugada de pura preocupación. Libby tomó a Kylie de la mano y la ayudó a subir al asiento trasero.

—¿Has tenido un buen día? —preguntó Trent con cierta inseguridad.

—La señorita Cameron tiene un gato que se llama Mona —dijo Kylie encogiéndose de hombros.

Trent quedó un tanto perplejo ante el abrupto cambio de tema.

—¿De veras?

—Me ha dicho que algún día podría ir a conocerlo. ¿Puedo ir, papá? ¿Pronto?

Cuando Trent miró a Libby con gesto impotente, ésta lamentó haberlo sugerido. Sin embargo, por mucho que quisiera retractarse, no podía ignorar la expresión de felicidad en el rostro de Kylie.

—Tal vez puedas acercarte a casa con Kylie un día de éstos.

—¿Te parece bien esta noche? —preguntó Trent, en sus ojos una súplica silenciosa—. Kylie sería feliz con una amiga llamada Mona.

—Trent, yo…

—¿De qué conoces a la señorita Cameron, papá?

—Esto…

Decidida a evitar la discusión a toda costa, Libby lo interrumpió.

—Esta noche va bien.

—¿Hacia las seis? Podríamos llevar una pizza.

—No creo que sea una buena idea.

—Lib, por favor.

Tras mirar los ojos danzarines de Kylie. Libby acabó por darle a Trent la dirección y después cerró la puerta del coche.

Se maldijo por la forma en que Trent había conseguido meterse en su vida con tanta facilidad. Utilizando a Kylie. Pobrecilla. En medio de algo que sólo podía ir de mal de peor. Una pizza. Iban a conocer a su gato. Eso era todo.

Otra vez dentro, se sentó en su escritorio y se puso a leer el expediente de Kylie. Tanto las calificaciones como las anotaciones de los profesores habían ido empeorando durante el año pasado. Anteriormente, los profesores la describían como una niña inteligente y vivaz, pero después se había vuelto apática y triste. Luego estaban los comentarios de la directora que hacían ver la reciente aversión al colegio que se había producido en ella. Libby cerró la carpeta y reclinándose en la silla, miró por la ventana. ¿En qué demonios estaba pensando Trent? No se le ocurría peor momento para sacarla del colegio.

¿Pero cuándo había pensado Trent en los demás? Para él sólo importaba la diversión y las frivolidades, nada de responsabilidades. Era encantador, sí, tenía que admitirlo. Los primeros meses de su matrimonio habían sido todo risas y nuevas experiencias, por no mencionar el sexo, algo fenomenal. Pero Trent no estaba hecho para ser un marido. Al menos, no para ella.

Cuando Libby apagó la luz finalmente y atravesó el vestíbulo en dirección al aparcamiento, Mary salió de su despacho.

—¿Qué tal te ha ido con Kylie Baker?

—Dado su historial, podía haber sido peor.

—Pobre niña —dijo Mary asintiendo con la cabeza—. Es demasiado para ella. Por eso la he puesto en tu clase en vez de en la de John. Necesita desesperadamente el contacto con una mujer. John es un buen profesor, pero no es lo que necesita Kylie en este momento.

Libby se quedó pensando si la habría aceptado en clase de haber sido consultada pero al momento se reprendió por pensarlo. Era el bienestar de Kylie lo que importaba y no el suyo propio o el de Trent.

—Está muy sola.

—Lo sé. Con el tiempo, lo solucionaremos. Confío en ti. Por cierto, ¿de qué conoces a Trent Baker?

La pregunta era normal e inevitable. Mary sabía que ella había estado casada antes y que tras el divorcio había retomado su apellido de soltera, pero Libby no le había dado más detalles, ni siquiera a Doug. Ese capítulo de su vida estaba cerrado, o eso pensaba.

—Es mi ex marido.

—Vaya.

La respuesta cayó como una piedra en un pozo profundo. Libby casi veía el cerebro de Mary procesando la información y sus posibles implicaciones.

—No hemos estado en contacto desde el divorcio.

Recobrándose con rapidez, la directora le puso una mano en el hombro.

—Querida, si esto te va a resultar desagradable, tener a Kylie en tu clase…

La oferta era tentadora. Al menos así Trent no estaría en contacto con ella. Pero era Kylie en quien había que pensar. Tanto si le gustaba como si no, la niña simbolizaba el motivo principal por el que ella era profesora. El amor.

—Gracias, Mary, pero estoy de acuerdo en lo que has dicho antes. Creo que Kylie me necesita.

Libby esperaba de todo corazón que ésa fuera la única razón y que el bienestar de una alumna fuera la única consideración para tener a la hija de Trent en su clase.

* * * * *

Weezer vio cómo Trent y Kylie se sacudían la nieve de sus botas antes de entrar en la cabaña. Kylie miró al rededor.

—Hola, Weezer. ¿Dónde está Scout?

—En la cocina —contestó Weezer revolviéndole el pelo—. ¿Os apetecen unas galletas recién hechas?

—Claro —dijo Trent quitándose el abrigo y ayudando después a Kylie.

Kylie siguió a Weezer a la cocina y allí, junto a la estufa, estaba Scout profundamente dormido.

—No es un gran perro guardián, ¿no crees? —dijo Weezer—. Si no, ya habría sabido que había llegado gente —y mientras hablaba le dio con el pie—. Despierta, dormilón, y escuchemos qué tal le ha ido a Kylie en el colegio.

—Vamos, cariño. Cuéntales a Weezer y a Scout qué tal te ha ido —animó Trent desde la puerta.

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