La danza de los deseos – Laura Abbot

Libby cruzó las piernas en el sofá, se sentó frente a él.

—No fue culpa tuya —dijo ella con calma—. Mis expectativas eran demasiado grandes.

—Pero yo no estuve a la altura.

Libby le tomó la mano y la sostuvo en su regazo.

—No sé cómo vamos a sobreponernos a nuestro pasado.

—¿Por qué nunca hablamos de esas cosas cuando estuvimos casados?

—No lo sé —Libby inclinó la cabeza, pensativa—. Miedo a abrir nuestros corazones, supongo. Siempre me he resistido a revivir mi vida en Oklahoma. Supongo que con mi optimismo natural, pensé que había encontrado en ti todo lo que necesitaba.

—Probablemente no era demasiado bueno escuchándote.

—Tampoco te di muchas oportunidades —dijo ella con una débil sonrisa.

—Tal vez sea ésa la respuesta, Lib.

—¿Respuestas a qué?

—A cómo vamos a sobreponemos a nuestro pasado. Hablando. Todos me han acusado siempre de ser un amante del riesgo y es cierto en muchas cosas. Pero hay algo que nunca he arriesgado contigo, y con Ashley lo hice cuando ya era demasiado tarde, cuando ya… se estaba muriendo.

—¿Qué?

—Mi vulnerabilidad —dijo él sintiendo que aquéllas eran las palabras más difíciles a las que habría de enfrentarse en su vida.

Lo miró con los ojos relucientes y levantó la mano hacia él.

—¿Podrías hacerlo? ¿Ahora?

Había sido capaz de clavar las rodillas a los flancos de un toro salvaje, había descendido por más de un precipicio y había manejado un kayak entre violentos rápidos, pero todo eso eran juegos de niños en comparación con aquello. Tomó la mano de Libby y la sostuvo entre las suyas.

—Sí.

Cuando comenzó a hablar, la emoción y la satisfacción de montar un animal salvaje, o de rapelar por una pared o de bajar por el cauce brioso de un río palideció en comparación con la recompensa que halló en el rostro de Libby.

Amor.

Capítulo 8

¿Por qué nunca le había contado nada de aquello? Libby ya no veía al hombre despreocupado con el que se casó, sino a un niño roto por el abandono de su padre, decidido a no dejar que nadie volviera a hacerle daño. Escuchando mientras le explicaba lo desesperadamente que había buscado la aprobación de su padre y el dolor que sus palabras rebosaban, sintió que se le rompía el corazón.

—Nada era suficiente —dijo—. Debería haberlo odiado pero no era así —acarició con el pulgar el dorso de la mano de Libby—. No hasta que se fue. Al principio, pensé que fue porque yo había hecho algo mal. Que era culpa mía. Si hubiera dicho o hecho algo bueno, se habría quedado. Con el tiempo, me di cuenta de que no iba a regresar y que no le importábamos nada ni mamá ni yo. Tal vez nunca le habíamos importado. Entonces me enfadé mucho. Decidí que le demostraría a aquel malnacido lo bueno que podía ser: el mejor vaquero, el mejor en la montaña, en el kayak, esquiando, lo que quieras —se detuvo perdido en sus pensamientos—. Tomé la decisión de que no dejaría que nadie volviera a hacerme daño —sacudió la cabeza con tristeza—. Irónico, ¿eh? No puedes pasar por esta vida sin escapar al dolor.

Cerró los ojos pensando en Ashley y Libby esperó que también estuviera pensando en su bebé muerto.

—No, Trent, no es así.

Por primera vez se le ocurrió que tal vez ambos se hubieran impuesto inconscientemente condiciones a su amor. Ella lo había hecho para protegerse de la soledad y él del rechazo y el miedo al fracaso.

Cuando descruzó las piernas y se acercó más a él, acomodándose en la curva de su brazo, Trent abrió los ojos.

—Suena interesado y melodramático, supongo.

—En absoluto. Volviendo la vista atrás, supongo que los dos estábamos asustados y teníamos algo que demostrar. Yo, que era la madre perfecta y tú que podías conquistar el mundo.

—Y no le dijimos una palabra al otro —dijo él con una sonrisa muy sexy en los labios—. Excepto en la cama.

Libby notó la boca seca al tiempo que una sensación de nerviosismo la recorría desde la garganta hasta la entrepierna.

—No entremos en ese tema esta noche, Trent.

—¿Alguna de estas noches entonces? —dijo él sonriendo con más énfasis.

Libby no quería que Trent se tomara el comentario literalmente, pero era incapaz de detener los vivos recuerdos que sus palabras evocaban en ella ni la aceleración que su corazón estaba experimentando.

—Trent, no quise decir eso.

—Lo sé, pero tampoco es tan mala idea, ¿no crees? —dijo él besándole la sien.

Libby encontró el valor para mirarlo. ¿Mala idea? Sonaba maravillosa. Si sólo fuera sexo. Al ver que no respondía. Trent tomó de nuevo la palabra.

—Le hemos dicho a Kylie que no le mentiríamos. Dime la verdad, Lib.

—No me hagas esto —suplicó tomándolo por la pechera del jersey de lana.

Estaban tan cerca que notaba sus labios rozándole las mejillas, y su aliento tibio.

—¿Hacerte qué?

—Tentarme.

Trent le tomó el rostro evitando que pudiera desviar la mirada para que sólo pudiera mirarlo a él.

—¿Así? —preguntó entonces rodeándola con los brazos y besándola, lentamente al principio, y más íntimamente después, hasta que Libby se rindió a toda lógica. Trent deslizó una mano bajo la sudadera de Libby, encendiendo chispas a lo largo de su columna vertebral. Ella se contorsionaba de placer contra él, hundiendo los dedos en aquellos rizos que había deseado tocar desde el primer día que apareció en su clase.

Trent rompió el beso y empezó a mordisquearle la sensible piel del cuello trazando una línea ardiente a lo largo. Libby sabía que debería detener aquello, el deseo que ya sentía desde las orejas hasta los pechos hinchados. Pero sus manos no hacían caso a su cabeza y tomando el rostro de Trent en ellas, lo acercó a sus labios y sus lenguas comenzaron una sensual y familiar danza.

Una voz en su interior no dejaba de gritarle «hace mucho tiempo» y a continuación la más inmensa felicidad.

Justo cuando pensaba que podría morir allí mismo de placer. Trent la tomó dulcemente en sus brazos y sonrió tan adorablemente que Libby se quedó sin aliento.

—Creo que me has dicho la verdad, cariño.

Una parte de ella quería ocultar la cara de vergüenza. Había explotado al más mínimo roce. Pero tenía razón. Había mucho de verdad en aquella actuación.

—Sigues encendiendo mi pasión.

Trent le retiró un mechón de pelo de la frente.

—Pero ahora se trata de algo más, ¿verdad? Amistad, compromiso, compartir cosas. ¿Podemos intentarlo? Por favor…

—No puedo evitar sentir miedo.

—Confía en mí, Lib. Esta vez no te fallaré.

Y la abrazó sintiendo el latido de su corazón.

—Esta bien —dijo ella finalmente—. Lo intentaremos.

* * * * *

Libby no podía dormir. No sabía por qué lo estaba intentando siquiera de no ser porque al día siguiente tenía que ir al colegio. Finalmente, se levantó y se puso la bata y las zapatillas. Después, tomó una manta y se dirigió al salón, donde se sentó con Mona a mirar los copos de nieve que se recortaban contra el haz de luz de la farola de la calle.

Se habían dicho cosas importantes. Trent había sido siempre su caballero, guapo, invencible, dulce. Se preguntaba si las cosas habrían sido diferentes en su matrimonio si él hubiera logrado exponer lo que le dolía en el corazón. Se preguntaba también si no habría sido demasiado ingenua al esperar que él recibiera la noticia del embarazo con el mismo entusiasmo que ella y por extensión que hubiera llorado la pérdida tanto como ella.

Se abrazó las rodillas pensando en lo inocentes que habían sido entonces. Trent había fracasado tanto como ella en comprender lo que significaba construir un matrimonio. No había duda. Ninguno de los dos había tenido un modelo a seguir. Se tocó con el pulgar el vacío dedo anular y una impactante sensación de dolor y de pérdida la invadió. Ahora, en el lugar que hasta ahora sólo había amargura con la que había convivido tanto tiempo, comenzó a brotar el perdón hacia aquella ansiosa joven y aquel vulnerable chico.

Habría sido bastante dejarlo ahí pero Trent quería más. A pesar de la forma en que Trent conseguía excitar la hasta hacerla gritar de deseo, tenía que agradecerle que se hubiera detenido antes de acabar en la cama. Le había demostrado que esta vez su relación tenía que ser algo más que mera atracción física por muy poderosa que ésta fuera.

«¿Esta vez?». En algún rincón del subconsciente, Libby sabía que ella ya había tomado una decisión respecto a Trent mucho antes de esa noche. Era una segunda oportunidad, la definitiva.

Cuando estiró las piernas, Mona se subió a su regazo reconfortándola con su calor. Había muchas dudas, cierto. No sabía si realmente habría cambiado tanto como decía, ni si su acercamiento no se debería sólo a la necesidad de encontrar una madre para Kylie. Se preguntaba también si el negocio con Chad no sería uno más de los muchos trabajos sin futuro que había tenido. Tal vez la lujuria la había cegado hacía unas horas y se preguntó si con la luz del día podría superar el dolor que le había infligido tiempo atrás. Pero sobre todo, la gran duda era: si se casaban otra vez y volvía a quedarse embarazada, ¿demostraría Trent haberse reformado?

Pero aun haciéndose todas esas preguntas, se dio cuenta de que tenía que correr el riesgo. Podía dar un paso hacia la confianza o retroceder a la seguridad de lo bueno conocido pero arriesgando en el proceso la pérdida del gran amor de su vida.

Enterró el rostro en el suave pelaje de Mona. Trent siempre había sido eso, su gran amor. Y podía volver a serlo.

El viento arreció fuera golpeando con virulencia la casa y agolpando la nieve en los bordes de las aceras y las entradas de las casas. Lo había intentado con Doug con todas sus fuerzas. Incluso en ese momento, abandonar la idea de la seguridad que él y su familia representaban le resultaba casi imposible. La dulce Mary. El padre de Doug, que la había admitido como a una hija desde el principio. Sus hermanas, que con el tiempo se habían convertido en amigas, y su inteligente hermano. ¿Pero qué pasaba con Doug?

Merecía algo más. Por mucho que lo había intentado no había sido capaz de amarlo de la manera en que una mujer debía amar a su compañero. Y para ser sincera, ella siempre había sabido por qué.

Nunca había dejado de querer a Trent. No le quedaba más remedio que romper con Doug.

—Mona, Mona, ¿qué puedo decirle?

«Confía en mí», le había dicho Trent.

En ese momento supo lo que debía de sentir un trapecista la primera vez que actuaba sin red.

* * * * *

—¿Qué piensas? —Chad se quedó atrás para que Trent pudiera ver el tablón y la bandera que habían hecho para la exposición de actividades al aire libre que se celebraría en marzo en Kalispell. Letras verdes sobre un fondo de color beige daba a la creación un aire muy natural.

—Llama la atención —dijo Trent sonriendo.

—Más nos vale. Nos jugamos mucho —dijo Chad levantando la vista de lo que estaba haciendo.

Trent dejó a un lado la cuerda de escalar que había estado enrollando.

—En serio, está fenomenal. Sé que todo esto es necesario pero, sinceramente, estoy impaciente por empezar a tener clientes que quieran iniciarse en la aventura.

—¿Libby no es suficiente aventura para ti? —preguntó Chad con sagacidad.

—¿De dónde has sacado eso?

—De la cara de bobo que tienes desde que llegaste esta mañana. Supongo que no te has dado cuenta de que has montado el mismo escaparate dos veces.

—¿Tan obvio es?

—Como un cartel luminoso, amigo mío —dijo Chad doblando la bandera—. ¿Qué ocurrió?

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