La danza de los deseos – Laura Abbot

Hasta ese día, hacía una semana que no lo había visto. Y tampoco había hablado con Doug. Era como si ambos estuvieran esperando a que ella moviera ficha. A lo largo del día, se había asegurado de que en ningún momento se quedara a solas con Trent. Sin embargo, y a pesar de sus intentos por no hacerlo, se encontraba mirándolo a menudo. Vio la manera en que escuchaba a los niños con gesto respetuoso, agachándose junto a ellos para explicarles algo de la exposición. Se encontró mirando sus fuertes y expresivas manos cuando hacía gestos. Las mismas manos que le habían devuelto la vida.

En algún momento, la bocina de un coche la trajo de vuelta al presente. Soñar despierta era inútil y rara vez reflejaba la realidad.

Salió del autobús y miró a su alrededor. La mayoría de los niños se habían marchado ya con sus padres. Kylie no estaba por allí. Finalmente, la vio en el todoterreno de Trent, la cabeza gacha y los brazos cruzados a la defensiva y el labio inferior protuberante en un puchero.

Qué raro. Parecía estar enfadada. Y, sin embargo, parecía haber disfrutado mucho con la excursión. De hecho, Libby había visto un atisbo de esperanza al notar la creciente amistad entre la niña y Lacey. ¿Qué podría haber ocurrido?

Pero antes de tener opción a investigar. Trent se acercó a ella.

—Gracias por un fantástico día, Lib.

—No, gracias a ti —dijo ella agachando la cabeza y sonriendo—. Parece que les has gustado mucho a los pequeños.

—Eso espero —dijo él sonriendo complacido—. Alguno de ellos necesitaba un poco de atención de forma urgente.

—Bienvenido a mi mundo.

Trent miró entonces por encima del hombre hacia el coche.

—Tengo que irme pero Lib, ¿cuándo nos veremos de nuevo?

—Supongo que tenemos que hablar —dijo Libby sintiendo un montón de mariposas en el estómago.

—Al menos —dijo él aunque sus ojos hablaban de algo mucho más prometedor que simple conversación—. Te llamaré —y poniéndole una mano en el hombro dijo—: Buenas noches, Libby.

Libby lo miró alejarse, consciente de la agitación interior por la mera necesidad de hablar del asunto. Se preguntaba cuánto tiempo aguantaría sólo conversación con él. Entonces se irguió y pensó: «Mi libro de bebé».

* * * * *

Trent subió al coche. El día había resultado mucho mejor de lo esperado. Le había parecido muy agradable servir de ayuda con los niños. En su breve conversación con la madre de Rory se había dado cuenta de por qué el crío necesitaba imaginar grandes aventuras. Trent había empleado todo su poder de persuasión para lograr que Rory pudiera acompañarlo en una excursión al campo en primavera.

Había sido divertido también ver a Libby en su elemento. Había nacido para ello. Era alegre, organizada y estaba pendiente de diez cosas a la vez. Y era evidente que sus alumnos la adoraban.

No podía culparlos. Él también, más y más cada vez, aunque ella siguiera sin darle acceso. Al menos había aceptado quedar con él para hablar. Una pequeña pero importante victoria. Encendió el contacto y salió del aparcamiento.

—Cariño, estás muy callada.

Kylie no respondió y entonces Trent se dio cuenta del puchero y su posición rígida.

—¿Lo has pasado bien?

Sólo un encogimiento de hombros. Le había gustado ver cómo se mezclaba con un grupo de niñas. Había estado riendo todo el día. ¿Qué habría pasado? ¿Habría sido por su culpa?

—¿He hecho algo que te haya avergonzado, cariño?

—No.

—Me han gustado tus compañeros. Ha sido divertido.

—No vengas más.

La miró por el retrovisor y se percató de que algo importante rondaba la preciosa cabecita de su hija.

—¿Qué quieres decir?

—La razón por la que has venido es que te gusta ella.

—¿Quién?

—La señorita Cameron —dijo el nombre con desprecio.

—Cariño, ¿de qué estás hablando?

—¡Ella y tú! —dijo la niña elevando la voz—. Y nunca me dijiste nada.

—¿Decirte qué?

—La señorita Cameron y tú. ¡Estabais casados!

Con las manos repentinamente frías, Trent agarró el volante con fuerza y decidió parar en el aparcamiento de un pequeño bloque de oficinas. Mientras detenía el coche buscó las palabras más adecuadas y finalmente se giró en el asiento y miró a su hija a los ojos.

—¿Quién te lo ha dicho?

Mirada fulminante en los ojos de Kylie.

—Quería decírtelo pero estaba esperando a que te hubieras adaptado a la vida aquí.

—Mamá era tu mujer —dijo la niña pataleando en su silla—. Sólo ella.

—Yo quería mucho a mamá. La señorita Cameron y yo estuvimos casados hace mucho tiempo y duró muy poco.

—¿Qué pensaba mamá?

—Lo sabía.

—Pero a mí no me dijiste nada —dijo la niña pataleando de nuevo.

Trent extendió el brazo y le puso la mano en la rodilla.

—Tienes razón. Debería haberlo hecho.

Kylie le dio un manotazo en la mano y los ojos se le llenaron de furiosas lágrimas.

—La señorita Cameron también podría habérmelo dicho.

—Esto no tiene nada que ver con que sea tu profesora.

—Pero a mí me gustaba.

—¿Ya no?

—¡No! Os odio a los dos.

—Tesoro —Trent la miró alarmado al ver cómo una niña de siete años podía hacerlo sentirse como el más rastrero de los mortales—. Lo siento. Te quiero. No te haría daño por nada del mundo. Cometí un error.

Kylie lo miró con expresión obstinada.

—¿Cómo te has enterado? —continuó Trent.

Y entonces lo supo. Dos de las madres habían ido junto a ella en el autobús a la vuelta de Missoula y una de ellas conoció a Libby cuando ésta vivía en Polson antes de que él se fuera a Billings. Había ido todo el camino cuchicheando con la otra mujer sobre la coincidencia de que Trent se hubiera prestado a acompañar a los niños en la excursión precisamente con Libby como una de las profesoras su ex mujer. Y Kylie debió de haberlo escuchado.

Trent siempre había vivido en ciudades pequeñas. Debería haber previsto que algo así podía ocurrir. Debería haber protegido a Kylie de una revelación tan devastadora.

Puede que Libby lo hubiera felicitado por lo bien que se había portado con los niños, pero ¿de qué le servía si le había fallado a su propia hija?

Capítulo 7

Libby no necesitaba un barómetro para saber que se acercaba una tormenta. La agitación que iba creciendo entre sus alumnos era un indicador mucho más preciso. Y por si eso fuera poco, Kylie no había ido a clase. Periódicamente, Libby miraba hacia la puerta segura de que aparecería en cualquier momento. Parecía estar bien el día anterior en la excursión, aunque los virus atacaban en cualquier momento.

Entonces pensó si no habría pasado algo en el coche con Trent al recordar la expresión decaída de Kylie cuando esperaba sentada en el coche. ¿Habría ocurrido algo que hubiera reavivado su fobia hacia el colegio?

Libby detuvo a Bart en la tercera vez que se levantaba para ir a la papelera. Sólo deseaba que llegara pronto el recreo. Finalmente, sacó a los niños al patio, agradecida de que no le tocara vigilar a ella sino a John. Cuando los niños abandonaron la clase, se dirigió a la secretaría. Tal vez estuviera reaccionando de forma exagerada pero necesitaba saber que Kylie estaba bien.

—¿Has sabido algo del padre de Kylie Baker esta mañana? —preguntó a la secretaria.

—Me alegra que estés aquí. Me dirigía a tu clase ahora mismo para darte un mensaje de su parte —dijo la mujer entregándole una nota.

Libby la desdobló y la leyó dos veces con creciente ansiedad: Kylie está dolida y se niega a ir al colegio. Llámame lo antes posible. Trent.

El número estaba junto al mensaje. Arrugó la nota y se dirigió a la sala de profesores afortunadamente vacía en ese momento. ¿Qué podría haber ocurrido? Con el teléfono en la mano aún tuvo un momento de duda y tuvo que reunir todas sus fuerzas para llamar. Contestó Trent.

—¿Lib? Gracias a Dios.

—¿Está bien Kylie? —preguntó ella muerta de preocupación.

—No está enferma, si te refieres a eso. Pero esta mañana se negó a ir al colegio. Empezó a llorar y ha estado a punto de vomitar. No sé qué hacer —sus palabras sonaron como una mezcla de lamento y súplica.

—Algo debe de haber ocurrido.

—Así fue.

—¿Qué? —preguntó ella con un nudo en el estómago.

Se ha enterado de lo nuestro. De nuestro matrimonio.

Las implicaciones de las palabras de Trent la dejaron helada. Se temía que algo así ocurriera.

—Ya.

—Está enfadada porque cree que debería habérselo dicho. Debería habérselo dicho.

—Pero también está enfadada conmigo.

—Eso es quedarse corto.

—¿Dónde está ahora?

—En su habitación. No quiere hablar conmigo.

Libby sintió un terrible remordimiento de conciencia. Kylie había hecho grandes progresos en clase. La situación actual supondría un gran retroceso y ella tenía la culpa en parte. Sabía que era algo impulsivo pero tenía que hacer algo.

—¿Puedes esperar un momento?

—Claro.

Sin pensarlo dos veces. Libby entró en el despacho contiguo y le pidió a la secretaria que localizara un profesor que pudiera sustituirla el resto del día. Y volvió al teléfono.

—Teniendo en cuenta por lo que ha tenido que pasar, debemos hacernos cargo de la situación inmediatamente. La secretaria está buscando un sustituto y en cuanto llegue, iré a tu casa. Mientras tanto, no la presiones. Está en estado de choque. Dale tiempo para pensar.

—Tendría que haberle hablado de nosotros pero supuse que no podría comprenderlo llevando aquí tan poco tiempo.

—No te castigues. Sólo tratabas de protegerla —se detuvo consciente de que de poco le valdrían sus palabras—. Llegaré lo antes posible.

Libby regresó a clase y preparó actividades para el resto del día sin dejar de preguntarse en todo momento si no habría perdido la cabeza. ¿Habría hecho lo mismo de haberse tratado de otro niño? Se había jurado no involucrarse demasiado con Kylie pero era demasiado tarde. Se preocupaba por aquella niña con una pasión que podría considerarse peligrosa.

* * * * *

El viento aullaba y levantaba copos blancos sobre la superficie del lago Whitefish. Se podía oler la nieve que iba a caer. Le había notificado a Mary la situación y había salido poco después del mediodía. ¿Qué demonios iba a decirle a Kylie? ¿Acaso podría comprender una niña sus razones?

Conforme se acercaba a la cabaña de Weezer, trató de ponerse en el lugar de la niña. Kylie había perdido a su madre, se había mudado a una ciudad extraña, había entablado una amistad con su profesora y todo lo había hecho por el amor que sentía hacia su padre y, de pronto, descubría que había estado casado precisamente con la profesora a la que había confiado todos sus miedos. Una áspera traición. Los niños, habitualmente sinceros y abiertos, consideraban esa duplicidad difícil de comprender y de olvidar.

Anticipándose a su llegada, Trent abrió la puerta con una expresión suplicante en el rostro aunque ella no confiaba mucho en poder darle la solución. Por todo saludo se encogió de hombros.

—¿Sigue en su habitación? —preguntó Libby entrando en la casa y quitándose el abrigo.

—Te estaba esperando.

—¿Cómo lo ha averiguado?

Cuando Trent le explicó lo de las dos mujeres en el autobús, Libby asintió con la cabeza. Debería haberlo previsto.

—¿Qué le has dicho?

—Lo más básico. Cada vez que intento hablar con ella, se tapa los oídos y empieza a cantar a voz en grito.

—No va a querer oír lo que tenemos que decirle pero cuanto más esperemos peor será.

—Tal vez no deberíamos haber dejado Billings —dijo él sacudiendo la cabeza.

—Tonterías —dijo Libby tomándolo por los hombros—. No puedes protegerla de la vida. Las cosas pasan. Lo superará.

—Tendrá que hacerlo —murmuró Trent con los dientes apretados.

—Tenemos que conservar la calma y responder a todas sus preguntas. Lo último que necesita son más verdades a medias.

—De acuerdo. Vamos.

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