La danza de los deseos – Laura Abbot

A duras penas consiguió contener una risa histérica llena de amargura. Una madre nunca habría dejado que algo así ocurriera. Trent no habría dejado que ocurriera.

—Dios mío, Trent.

—¿Cómo dice? —preguntó la mujer acercándose más a ella.

—El padre de la niña —dijo Libby con la boca seca—. Hay que decírselo.

—La patrulla se ocupará. Dígame, ¿se encuentra bien?

Nunca volvería a encontrarse bien. Recordó las acusaciones que siempre le había lanzado a Tren sobre su irresponsabilidad. ¿Qué pasaría si Kylie había resultado herida de gravedad? Si…

No podía perder a otro niño, y mucho menos a la hija de Trent. Aquella preciosa niña que quería con todo su corazón. Libby se separó del joven y vomitó sobre un banco de nieve.

Mareada y temblorosa, se limpió la boca y miró a Kylie. Tan bonita. Tan serena. Tan quieta.

Tras ella, notó que los presentes abrían paso y, para su alivio, dos miembros de la patrulla de socorro reemplazaron a la enfermera y empezaron a tomar los signos vitales de Kylie.

Ante el insistente golpeteo en el hombro, Libby se dio la vuelta. Era Bart, de la mano de su padre.

—Lo siento, señorita Cameron. Fue una carrera estúpida. ¿Está bien Kylie?

—Ha sido un accidente —dijo el padre del niño con voz queda.

—No quise hacerle daño —dijo Bart limpiándose la nariz con la mano enguantada.

Al ver el rostro surcado de lágrimas del niño, su primer impulso fue el de gritarle, pero entonces captó sus ojos enrojecidos.

—Tal vez no. Espero que hayas aprendido que no hay que burlarse los demás —dijo finalmente. Temiendo no poder contenerse mucho más, intentó levantarse apoyándose en uno de los presentes.

—Deje que la ayude a sentarse en ese banco.

Uno de los socorristas aventuró el cuadro clínico.

—Parece una conmoción con laceraciones en la cabeza y posible rotura de un brazo.

—Pero no está consciente —dijo Libby con voz asustada.

—Todavía. Nos ocuparemos de ella y ya hemos llamado a una ambulancia. Le sugiero que vaya al hospital y espere en la sala de urgencias.

—Su padre… tenemos que contactar con él.

—¿Dónde está? —preguntó el otro miembro de la patrulla.

—Forma parte del equipo de rescate y están fuera en una misión —dijo Libby tragando con dificultad.

Ambos socorristas intercambiaron una mirada cauta, como si supieran algo del intento de rescate.

—Haremos lo posible para contactar con él por radio. ¿Cómo se llama?

—Trent Baker.

—Lo conozco. Es un buen tipo —dijo el socorrista que estaba estabilizando la cabeza y el cuello de Kylie.

Libby cerró los ojos. Un buen tipo. ¿Pero lo suficientemente bueno para perdonar su terrible descuido? No lo creía.

* * * * *

Jeff Ames y el hombre que había ayudado a Libby la acompañaron hasta su coche. Se ofrecieron a llevarla al hospital, pero ella negó con la cabeza.

—Estoy bien —les aseguró mientras buscaba las llaves. Sólo necesitaba un momento a solas, para rezar por que la situación se solucionara. La ambulancia llegó y salió del aparcamiento, pero ella seguía teniendo la misma sensación de mal cuerpo. Kylie seguía inconsciente.

Mientras su coche se calentaba, llamó por teléfono a Weezer que le prometió ir al hospital también. Tenían que conseguir contactar con Trent. Y con los Chisholm.

Sin saber cómo, llegó al hospital y corrió a la entrada de urgencias. Weezer se levantó al verla.

—¿Cómo está? —preguntó Libby.

—No han dicho nada aún —dijo Weezer con gesto preocupado.

—¿Y Trent?

—Los socorristas notificaron el accidente por radio. Están tratando de localizarlo —Weezer la acompañó a un asiento—. Pero tardará un poco en llegar. Tendrá que ser evacuado en helicóptero.

Libby se sujetó el estómago mientras se balanceaba hacia delante y hacia atrás, como si no pudiera respirar. Una enfermera se arrodilló delante de ella con una taza de café y, por segunda vez en el día, le preguntaron si era la madre de la niña.

—No, soy su profesora… y su amiga.

—Tome —dijo la enfermera poniéndole en la mano el vaso de papel—. Se ha llevado un gran susto.

—Por favor ¿cómo está Kylie? —preguntó tras un sorbo.

—El médico saldrá en un momento —dijo la mujer poniéndose en pie—. No hemos conseguido hablar con el padre aún. ¿Algún otro familiar al que avisar?

Libby miró a Weezer con una sensación agria en el estómago.

—¿Sabes dónde podemos encontrar a los abuelos de Kylie?

—Trent me lo dijo en caso de alguna emergencia —Weezer metió la mano en el bolso y le dio a la enfermera una tarjeta.

—Gracias —dijo la mujer encaminándose a la sala de tratamientos.

Weezer acarició con dulzura la espalda de Libby y ésta finalmente dejó que las lágrimas salieran.

—Pobre pequeña —susurró Weezer—. Lo sé, lo sé —continuó la anciana, con una cadencia serena y calmante—. Es duro, demasiado duro.

Libby dejó caer la cabeza en el regazo de Weezer mientras escuchaba sus palabras reconfortantes, acompañadas por la ligera presión de los dedos de la mujer, que describía círculos en su espalda.

—Te culpas por lo que ha pasado. Y no debes hacerlo. Ha sido un accidente. No sirve de nada mortificaste. Lo único que podemos hacer es rezar y amar.

Libby no había hecho sino rezar desde que vio a Kylie golpearse en la cabeza. Y en cuanto al amor, el corazón se le estaba rompiendo. Libby se sentó y apoyó la cabeza contra la pared con un gran suspiro.

—Weezer, tiene que ponerse bien.

—Lo hará —respondió la mujer tomándole la mano y apretándola para infundirle optimismo.

* * * * *

Eran casi las dos cuando el equipo llegó al lugar del accidente. Un ala rota del avión señalaba al cielo mientras el morro aparecía hundido en la nieve. Milagrosamente, el fuselaje parecía estas de una pieza. Algunas ramas de árboles rotas y largas marcas en la nieve contaban lo que había ocurrido. El avión parecía haber sobrevolado las copas de los árboles antes de aterrizas en la nieve. El copiloto del avión estaba muerto pero el piloto, aunque inconsciente, seguía con vida. Acurrucado en el asiento trasero había un adolescente en estado de shock, los labios azules por el frío y un corte profundo en un hombro.

El equipo se ocupó en primer lugar de los supervivientes. Chad habló por la radio con el segundo equipo y los informó de la situación. Ya había pedido un helicóptero con servicio médico.

—Demonios —murmuró Chuck mientras ayudaba a estabilizar el avión para poder sacar a los pasajeros.

—Espero que hayamos llegado a tiempo —replicó Trent entre dientes.

Al cabo de veinte minutos el helicóptero llegó pero no podía aterrizar. Con sumo cuidado, colocaron en camillas provisionales bien asegurados con cintas, primero al adulto y después al chico, y los subieron al helicóptero. A salvo en la nave, el piloto los saludó y se elevó.

Mientras los equipos esperaban a que el helicóptero regresara a por el cuerpo sin vida del copiloto, intentaron asegurar el avión para que luego pudiera llevarse a cabo la investigación. Hacia media tarde, estaban listos para descender hasta el punto donde los recogería un segundo helicóptero. Estaban agotados.

A medio camino de descenso de la montaña, Trent se dio cuenta de que estaba en peor forma de lo que había pensado. Cuando llegaron a la base, se quitó la mochila, las botas de nieve, y se sentó en una roca, extenuado. Estuvo así varios minutos hasta que notó una mano en el hombro. Al levantar el rostro, vio la cara angustiada de Chad y tuvo el terrible presentimiento de que algo horrible había ocurrido.

—¿Qué pasa?

—Acabamos de escuchas algo por radio. Es Kylie.

Fue como si un volcán entrara en erupción en su cabeza. Las lágrimas lo quemaban en los ojos.

—¿Qué ha ocurrido?

—Un accidente. Está en el hospital. Estamos intentando que te lleven a la base.

—¿Se pondrá bien? —gritó angustiado tomando a Chad por la solapa de su parka, los ojos enrojecidos.

—No lo sé. Dios, espero que sí. Voy a llamar —dijo su amigo—. Equipo uno a base. Corto.

* * * * *

Weezer permanecía sentada con los ojos cerrados rezando a todo espíritu misericordioso que conocía. En primer lugar por Kylie y porque sanara rápido. Después por Trent, el padre que tanto quería a su hija. Y finalmente por la joven que tenía a su lado, doblada en dos por el miedo y la culpa, que amaba sin límite tanto al padre como a la hija.

Llevaban casi dos horas esperando y no les habían dicho nada. Otros pacientes y familias llegaban y se marchaban. La televisión que nadie miraba zumbaba incesantemente. Un nuevo turno de enfermeras llegó. Weezer se acercó al vestíbulo de urgencias para utilizar el control remoto con la patrulla de rescate, pero las noticias no resultaron demasiado optimistas. Los hombres no podrían bajar de la montaña hasta la tarde, si las condiciones atmosféricas eran favorables. Y a juzgar por el viento que se había levantado y el cielo cubierto, no parecía muy probable.

En medio de sollozos, Libby había conseguido relatarle el accidente. En otras circunstancias, Weezer habría sonreído al comprobar que la hija respondía igual que el padre ante un desafío.

Al notar una presencia a su lado, Weezer abrió los ojos. Una enfermera se acercaba.

—Señorita McCann, señorita Cameron, ¿podrían venir conmigo? El doctor quiere hablar con ustedes.

Ambas se levantaron. La enfermera las condujo hasta una pequeña habitación tras unas puertas abatibles. A los pocos minutos, una mujer con el pelo corto y entrecano, y gafas, se presentó como la doctora Coker.

—He hablado con el padre de la niña y me ha dado permiso para informarlos del estado de Kylie —se encogió de hombros con gesto comprensivo—. La intimidad del paciente, ya saben.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Libby.

—Eso esperamos. Nos hemos ocupado del brazo roto. Afortunadamente ha sido una rotura limpia y le hemos cosido el corte de la cabeza. Nuestra mayor preocupación ahora es la conmoción. No ha recobrado el cono —cimiento. No es extraño pero estamos haciendo un escáner para comprobar que no hay daño cerebral.

—Oh, Dios —dijo Libby dejándose caer en una silla.

—Somos optimistas. Los niños sobrellevan un golpe así mucho mejor que un adulto. Esperemos a los resultados del escáner. Mientras tanto, podría despertar en cualquier momento. Le dolerá mucho la cabeza y tendremos que mantenerla en observación varios días, pero se recuperará.

—¿Pero que ocurrirá si el escáner muestra algún daño? —dijo Libby con ojos torturados por la culpa.

—Entonces, tendremos que considerar en tomar otras medidas, pero no pensemos en eso todavía —dijo la doctora poniéndole la mano en el hombro.

—¿Podemos verla? —preguntó Weezer.

—Tan pronto como la traigan del laboratorio, haré que una enfermera las lleve. De hecho, sería una buena idea que hubiera alguien con ella para cuando despierte —sonrió tratando de animarlas—. Ver caras familiares la reconfortará. Las mantendremos informadas de cualquier cambio.

Las dos mujeres le dieron las gracias a la doctora y volvieron a la sala de espera, donde la recepcionista tenía un mensaje para Weezer. Lo leyó rápidamente y se lo pasó a Libby, que lo leyó y. al levantar la vista, sus ojos estaban llenos de lágrimas una vez más.

—No puedo pensar qué les voy a decir a los Chisholm.

Weezer abrazó a Libby con cariño mientras le susurraba al oído:

—Lo que te dicte tu corazón, pequeña.

* * * * *

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