La danza de los deseos – Laura Abbot

Aunque le regalara todas las Barbies del mundo no sería suficiente. Lo que tenía que dar a su nieta realmente era la aprobación para una nueva madre.

—¿Qué hacéis, chicas? —preguntó Gus entrando seguido de Trent.

—Hablar, claro —dijo Kylie.

—¿Puedes darme las llaves del coche? —preguntó Georgia a su marido.

—¿Vas a algún sitio?

—Sí. Al colegio de Kylie, si Trent me dice cómo llegar.

—Claro —dijo Trent—. ¿Quieres que haga yo algo para ahorrarte el viaje?

—No. Esto es algo que tengo que hacer yo. Voy a ver a Libby.

Trent miró a Gus en busca de respuesta pero éste se limitó a encogerse de hombros.

—Probablemente estará en clase.

—Vale. Esperaré entonces —dijo tomando el bolso y las llaves—. Adiós, tesoro, volveré en un rato —y salió de la habitación con un gesto travieso en el rostro. Hacía años que no había puesto un pie en un colegio de primaria.

* * * * *

Libby estaba en su mesa, viendo una película con sus niños. El ciclo vital de las abejas no le interesaba gran cosa. Estaba allí como en un sueño, aliviada porque Trent la hubiera perdonado. No podía pedir un hombre más comprensivo. Tal vez lo hubiera juzgado mal en el pasado o tal vez la vida les hubiera enseñado a confiar. Fuera lo que fuera, Trent la hacía sentirse amada y protegida. De hecho, no tendría preocupación alguna de no ser por la entrevista que iba a tener con Jeremy Kantor esa tarde.

Libby sintió una manita en el hombro. Abrió los ojos avergonzada creyendo que se había quedado dormida. Era Lacey.

—Señorita Cameron, mire. Hay una señora en la puerta.

Cuando Libby se giró esperaba encontrar a Mary o a la secretaria, pero abrió los ojos genuinamente sorprendida. ¿Georgia Chisholm?

—¿Georgia? ¿Le ocurre algo a Kylie? —preguntó acercándose a la puerta.

—No —Georgia llevaba el abrigo bajo el brazo. Hizo un gesto hacia una silla vacía junto a la mesa de lectura—. He venido a hacerte una visita. ¿Te importa?

—Claro que no, pero…

—¿Tienes un descanso para comer?

—Los niños saldrán al recreo en unos minutos.

—Bien. Me gustaría hablar contigo. Lo que tengo que decirte no me llevará mucho tiempo.

—Muy bien —dijo Libby acompañándola a una silla vacía.

Libby volvió a su mesa y aparentó interés. Los padres y familiares de los niños eran invitados a visitar las clases siempre que quisieran pero ella no estaba preparada para la visita de Georgia Chisholm, con su inmaculada ropa de diseño.

Libby la miró tratando de imaginar el motivo de aquella visita pero nada la habría preparado para lo que Georgia le dijo cuando los niños salieron al recreo.

—Quiero pedirte disculpas.

—¿Por qué? —preguntó Libby sentándose junto a ella en la mesa de lectura.

—Por haber sido una vieja amargada.

Libby se dio cuenta de que había algo más pero, antes de poder decir nada, Georgia continuó.

—Cuéntame cosas de tu niñez.

Libby no sabía lo que esperaba pero desde luego no había sido aquello. La empatía que vio en los ojos de Georgia la empujaron a hablarle de las muertes de sus padres y de la vida con un padrastro indiferente.

—Querías mucho a tu madre —dijo Georgia cuando terminó.

Libby levantó la vista y miró hacia la ventana. Aún la echaba de menos, después de tantos años.

—Sí.

—Kylie me dijo que había hablado contigo de Ashley.

—Kylie y yo tenemos mucho en común.

—Me imagino que deseas mucho formar una familia.

Una vez más, la conversación tomó un giro inesperado. ¿Pero qué podía perder por vaciar su alma con aquella mujer?

—Eres muy intuitiva. Toda mi vida he soñado con ser parte de una familia feliz —suspiró—. Tal vez no sea más que un sueño pero quiero ser madre, tener hijos. Pasar mi vida con el hombre que amo… —se detuvo por la emoción.

—¿Es Trent ese hombre, Libby? —preguntó Georgia tomándole la mano.

—Sí.

—Bien —dijo Georgia visiblemente aliviada—. Dentro de mi amargura y mi pena, soy culpable de haberte juzgado sin motivo. A ti y también a Trent.

—Nunca intentaría ocupar el puesto de Ashley.

—Ahora lo sé. Pero en una forma, y por extraño que parezca, quiero que lo hagas.

—No entiendo —dijo Libby oyendo las risas de los niños por el pasillo.

—No tienes madre. Yo no tengo hija. Kylie necesita una familia. Necesita una madre —Georgia pestañeó rápidamente—. Ahora veo lo que antes no podía. Te quiere —Georgia levantó una mano cuando Libby trató de decir algo—. Espera. Déjame terminar—. Yo te quiero.

—¿Una familia? —a Libby se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Una familia. Trent, Kylie, tú, Gus y yo. A veces no tenemos la familia que deseamos, pero podemos tener la opción de tenerla —de nuevo levantó una mano para que no la interrumpiera—. La mía está construida en algo maravilloso y no sólo es Kylie. Somos todos nosotros.

—¿Estás segura?

—Totalmente —dijo Georgia rodeando los hombros de Libby con un brazo, haciéndola sentirse querida—. Bienvenida a casa, Libby.

—¿Está enferma? —Bart Ames interrumpió el momento.

—Sí, señorita Cameron. ¿Es enfermera esta señora?

—No es ninguna enfermera, niños y niñas, es mi nueva madre —dijo Libby sonriendo a Georgia.

* * * * *

A las cuatro y cuarto, Libby llegó a casa. Debería ser un día de celebración. Georgia la había aceptado, Kylie saldría del hospital a la mañana siguiente. Trent la amaba y ella había aprendido una importante lección sobre confianza.

Pero en quince minutos, Jeremy Kantor aparecería en su puerta dispuesto a hurgar en su pasado. Y aún no tenía idea de cómo iba a manejar la situación. Ni si había logrado perdonar a su padrastro.

Cuando el timbre sonó, se quedó en medio del salón, presa del pánico. Cuadró los hombros. Tenía que enfrentarse a aquello. Si no era Jeremy Kantor sería otro periodista en cualquier otro momento.

Pero cuando fue a abrir la puerta se encontró a Trent.

—¿Trent?

—No pareces muy contenta de verme. Probemos otra vez —dijo él cerrando la puerta y tocando el timbre de nuevo. A Libby le encantaba su actitud juguetona, pero no era el momento.

—Trent… cariño —dijo Libby abriendo la puerta de nuevo.

—Eso está mejor —dijo él cruzando el umbral y abrazándola—. He salido pronto del trabajo y me dirigía al hospital, pero quería ver antes a mi chica.

—Me has dado una sorpresa, eso es todo.

—¿Por qué? ¿Esperas a alguien?

—De hecho… —el timbre sonó de nuevo. Trent la miró sin comprender y Libby fue a abrir la puerta. En el porche había un hombre joven con el pelo largo de color oscuro y gafas de montura de metal.

—¿Señor Kantor?

—Usted debe de ser Libby Cameron.

—Sí. Pase, por favor.

Libby le presentó a Trent y explicó quién era para que éste comprendiera.

—El señor Kantor es periodista y ha venido a entrevistarme para un artículo que está escribiendo sobre el senador Belton.

—Entiendo.

—Por favor, siéntese —Libby hizo un gesto hacia el salón—. Los dos —y ella se sentó en la mecedora. Mona salió de debajo del sofá y olisqueó al extraño, un tanto suspicaz. Libby se agachó y la tomó en brazos.

—Le agradezco que hay accedido a verme. Quisiera hacerle algunas preguntas pero no creo que nos vaya a tomar mucho tiempo —dijo el periodista sacando una pequeña grabadora que dejó sobre la mesa—. ¿Le importa que grabe la entrevista?

—Un momento —dijo Trent.

—Está bien —dijo Libby. El momento había llegado después de mucho tiempo y ella diría lo que tenía que decir—. Estoy bien —añadió sonriéndole.

—Bien. Empecemos entonces —dijo el joven encendiendo la grabadora—. ¿Puede decirme algo del matrimonio de su madre con el senador y sobre su niñez en Muskogee?

Libby obedeció pero sin entrar en demasiados detalles sobre la miserable soledad que la envolvió tras la muerte de su madre.

—¿Cómo describiría su relación con su padrastro?

—No me faltó nunca de nada —Libby comenzó buscando con cuidado las palabras—. Era un hombre muy generoso a ese respecto. Sin embargo, Vernon Belton era, y es, un animal político sobre todo, no un hombre de familia. No puedo imaginar que quedarse a cargo de una hijastra entrara en sus planes.

—¿Entonces no estuvieron nunca muy unidos?

—Siempre estaba muy ocupado.

—¿Se sintió abandonada?

—No conscientemente.

—¿Y emocionalmente? Debe de haberse sentido sola a veces. ¿Me equivoco o en la casa sólo estaban usted, el senador y la asistenta?

—Sí. Pero en lo de la soledad, no lo culpo por ello —y en ese momento se dio cuenta de que era cierto—. Simplemente, era así.

¿Por qué no se habría dado cuenta antes? ¿Por qué no había visto antes que Vernon Belton lo había hecho lo mejor que había podido dado quién era?

—¿Pero es justo decir que nunca se sintieron muy unidos?

Por el rabillo del ojo vio que Trent se estaba inclinando un poco hacia delante.

—Sí, lo es.

Kantor sacó del bolsillo de la chaqueta un cuaderno y buscó una página.

—Según uno de mis informadores, cuando se fue de Muskogee después del instituto, apenas volvió por allí. ¿Es esto correcto?

—Sí.

—¿Y nunca ha visitado al senador en Washington?

—Correcto.

Trent miró nervioso a Libby y después al periodista.

—¿Adónde quiere llegar?

Ignorándolo, Kantor se dirigió directamente a Libby.

—Señorita Cameron, me he dado cuenta de que no utiliza el apellido del senador.

—Elegí no hacerlo —dijo ella mirándolo fijamente.

—Pero él la adoptó, así que debió de decidirlo cuando se fue de casa.

—Así es.

—¿Por qué no? ¿Ocurrió algo que provocara esa decisión?

¿Qué le debía al honorable Vernon Belton? ¿Y qué se debía a sí misma?

—Sí.

Trent se levantó y se dirigió hacia ella con la intención clara de protegerla.

—No, Trent —dijo ella haciéndole un gesto para que volviera a sentarse—. Sé lo que hago.

—Parece como si quisiera dejar atrás su pasado cuando se mudó al oeste —dijo el periodista, cuyos ojos habían adquirido un brillo casi salvaje.

—Así es. ¿Quiere saber la historia? Aquí está —y para su sorpresa, una vez que las palabras comenzaron a fluir, empezó a serenarse—. No todo el mundo está hecho para ser padre. Vernon Belton es una de esas personas. Siento el mayor respeto por su dedicación al servicio público. El hecho de que no supiera ser el padre que yo necesitaba y deseaba, aunque es una pena, no fue algo de lo que él fuera responsable.

»Cuando era adolescente, algunas de las cosas que echaba en falta eran de carácter emocional, como la aceptación de mis amigos, novios, esas cosas —se detuvo y pensó con cuidado en lo que iba a decir a continuación—. Supongo que le gustaría saber más cosas que motivaron nuestra separación. De hecho, probablemente sea la razón de que esté aquí. Pues bien, cuando me gradué en el instituto, mi padrastro quería continuar dirigiendo mi vida —sonrió con ironía—. Después de todo, estaba acostumbrado a hacerlo siempre, y se le daba bien.

—¿Y usted se rebeló?

—¿Podría usted culparme? —sonrió—. Necesitaba huir. Lejos —ni siquiera estaba mintiendo—. Pensamos que era lo mejor. Él me dio dinero para mi educación, para que pudiera conseguir mis sueños, y así él quedaba libre de toda responsabilidad sobre mí. Podría ser yo misma sin la presión de ser la hija de un político.

—Pero no me cabe duda de que debe de sentir algo de resentimiento por una infancia que no parece ideal.

—¿Ideal? Señor Kantor, estoy segura de que no es usted tan ingenuo para creer que existe la familia ideal. Mi infancia fue como fue, y moldeó a la mujer que ahora soy. No podemos elegir a nuestras familias —se maravillaba de estar repitiendo las palabras de Georgia—, pero tenemos la oportunidad de crear la nuestra. Desafortunadamente, el senador y yo no lo conseguimos. Espero que pueda perdonarme porque hasta hace bien poco no había sido capaz de perdonarlo.

—¿Quiere decir con eso que realmente espera poder cerrar la herida abierta entre ustedes?

—Tengo en mente intentarlo. Pero eso es algo entre él y yo y no es de interés público.

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