La danza de los deseos – Laura Abbot

Había llegado el momento de confiarle todo a su amiga.

—Cuando nos casamos, tenía una noción totalmente idealizada de cómo debía de ser un marido. Trent era vivaz y aventurero. Me encantaba. Me parecía muy masculino. Pero también quería tenerlo a mi lado. Me imaginé una casa llena de niños y a nosotros como unos padres abnegados. Así que me encontré rebosante de felicidad cuando descubrí que estaba embarazada —se detuvo, reticente a continuar.

—¿Y Trent?

—Era joven. La paternidad le resultaba abrumadora. No se veía como padre. Aquello me dolió. Toda mi vida había deseado tener hijos. El avión de mi padre se estrelló cuando yo era muy pequeña y mi madre murió cuando tenía seis años. El único padre que he tenido —si es que se lo puede llamar así— ha sido el senador.

Percatándose de la nota de acritud en las palabras de su amiga, Lois levantó una mano.

—Ya me he dado cuenta de que te resulta difícil llamarlo padrastro.

—Me aguantaba nunca me faltó nada, pero no me quería. Ni siquiera estoy segura de que le gustara.

—La responsabilidad para Trent era grande sí. Tenía muchos huecos que llenar.

—¿Qué quieres decir?

—El marido perfecto. El padre perfecto.

Libby miró a su amiga y asintió con tristeza.

—Cuatro palabras te han bastado para llegar a la raíz del problema. Esperé que Trent pudiera hacer realidad todo. Que fuera el marido ideal y también el padre de unos hermosos niños con los que formar la maravillosa familia que soñaba.

—Vamos, que lo que buscabas era un papá.

—Supongo que sí. Unas expectativas demasiado altas para un chico de veintidós años.

—¿Y te falló?

—Eso pensé en aquel momento —Libby no podía de tenerse—. Perdimos a nuestro bebé. Estaba convencida de que el mundo había acabado para mí pero Trent no podía comprender por qué estaba tan triste —vaciló un momento. No estaba segura ya de que los recuerdos que durante tanto tiempo había alimentado reflejaban lo que verdaderamente había ocurrido—. Dijo que siempre podríamos tener otro hijo.

—¿Y no era así?

—Supongo que sí pero la sola idea me pareció muy fría. E insensible. Como si ya hubiera olvidado al bebé que acabábamos de perder.

—¿Qué te hace pensar que ha cambiado?

Libby pasó el dedo por el borde de la taza y se chupó el dedo de espuma antes de responder.

—Kylie.

—Es una niña muy inteligente —admitió Lois.

—Y Trent la adora.

—Así que es un buen padre después de todo.

—Eso espero.

—¿Habéis hablado del hijo que perdisteis?

—Un poco.

—Suena como si la herida no se hubiera cerrado del todo. ¿Habéis pensado en celebrar una misa en su memoria? Algo privado, quiero decir.

—¿Qué? —preguntó Libby levantado la vista sorprendida.

—Durante mucho tiempo, la gente no se ha percatado de la importancia de recordar a los niños perdidos tras un aborto no intencionado. Recientemente, sin embargo la iglesia ha llegado a la conclusión de que toda esa pena acumulada puede prolongarse durante años. Una misa es una forma de reconocer la pérdida y comenzar así a cerrar la herida. Trent y tú podríais considerar la idea en un momento dado.

—Tiene sentido. He llorado su pérdida desde entonces. Y siempre lo haré. Una misa… —se preguntó si serviría de algo—. Lo pensaré.

—Podría ser una manera de preparar el camino para celebrar un nuevo embarazo.

—¡Oye! Eso es ir demasiado rápido aunque sí, me gustaría tener hijos. Una familia —dijo Libby sonriendo.

—Serías una madre maravillosa —dijo Lois tomando la servilleta y la taza, pero antes de levantarse para marchase añadió un comentario final—: Y una madrastra maravillosa —dijo guiñándole un ojo—. Te echo una carrera al aparcamiento.

Y por increíble que pueda parecer eso es lo que hicieron, sin importarles estar haciendo el ridículo. El aire puro azotaba el rostro de Libby y tenía la respiración entrecortada, pero no le importaba. Se sentía libre.

* * * * *

O eso había pensado hasta que llegó a casa y escuchó el mensaje en el contestador. Una fría voz, la de Jeremy Kantor, solicitaba una entrevista con ella. Cerró los ojos con fuerza mientras escuchaba el motivo de la visita: hacer un viaje a su relación pasada y presente con su padrastro.

Se preguntaba lo implacable que podría llegar a ser ese reportero. Desde luego no tenía ningún derecho a husmear en su vida ni a perseguirla para sonsacarle asuntos que estaban mejor ocultos. Aunque Vernon le había advertido en contra de él, había esperado poder evitar la entrevista. Siempre podía negarse pero eso no haría sino aumentar las sospechas sobre Vernon, mientras que si la concedía sería ella la única responsable de una verdad censurada. Una verdad que no quería recordar.

Después de la buena mañana que había pasado, esperaba que el estrés de la pasada semana hubiera desaparecido. Sin embargo, una sencilla llamada había bastado para someterla de nuevo a un terrible estado de nervios.

Entró en su habitación, se quitó la ropa de entrenar, y se metió en la ducha. Durante diez minutos, permaneció allí, dejando que el agua resbalara por sus músculos doloridos. Aunque reticente, al cabo de un rato salió y se secó, envolvió el pelo en una toalla y se acercó al armario para buscar la bata. Mona estaba estirada a los pies de la cama, la cabeza levantada y sus ojos verdes clavados en Libby como si pudiera percibir el desequilibrio emocional de su dueña.

Entonces sonó el timbre y Libby dio un salto. Atándose el cinturón de la bata, se puso las zapatillas y se dirigió a la puerta preguntándose si sería algún boy scout vendiendo palomitas o entradas para un concurso de talentos. Cuando vio que era Trent, se sorprendió al notar la oleada de calor que le subía al rostro. Abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarlo entrar.

—Entra.

Este atravesó el umbral y se detuvo consciente de su estado de semi desnudez.

—Yo… ¿Te pillo en buen momento?

—Acabo de salir de la ducha —dijo ella cerrando la puerta—. Espera un momento. Voy a cambiarme.

Trent la tomó por la muñeca entonces y con voz seductora le hizo una sola pregunta.

—¿Por qué?

Libby se giró para mirarlo consciente de que su piel desnuda estaba cubierta por un fina capa de tela.

—No lo sé.

—Yo tampoco —dijo él rodeándola con los brazos e inclinándose un poco sobre ella le besó el cuello y después le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Qué bien hueles.

Sujetándole las solapas del abrigo, Libby se puso de puntillas y le dio un leve beso en la mejilla.

—Creo que esto no es una buena idea.

—Dame una razón.

Por mucho que quisiera, no se le ocurría ninguna razón, especialmente cuando sentía la piel arrebatada y las piernas temblorosas. Sin aliento, cometió el error de mirarlo a los ojos en los que se reflejaba su propio, y arrollador, deseo.

—No puedes, ¿verdad? —susurró él metiendo los dedos bajo la toalla que le sujetaba el cabello e introduciendo los dedos en la mata húmeda—. Eres tan hermosa…

No pudo hacer nada para evitar perderse en el aroma, la sensación, la cercanía de Trent. Y se besaron. Sólo cuando notó que la bata se abría retrocedió y se tapó con dedos temblorosos.

—Trent, creo que no estoy preparada.

Trent la miró divertido.

—Sí que lo estás. Igual que yo, ¿no crees?

—Vamos demasiado rápido —dijo ella consciente de que sus palabras se debían a su estado de evidente confusión—. Y esta vez hemos acordado que se trataría de algo más que… —se sonrojó— ya sabes. Quiero decir que sólo han pasado unos días. Tenemos que superar demasiadas cosas. No deberíamos complicar la situación con…

—Puedes decirlo, Lib. Sexo —sonrió con maldad—. Pero tienes razón. Esta vez va a ser algo más. Y sólo ocurrirá cuando estés preparada. Así que… —la tomó por los hombros y haciéndola girar sobre sí misma la despidió dándole un cachete en el trasero— corre a vestirte.

Libby entró en el dormitorio sin saber si sentía alivio o decepción. Se puso unos vaqueros y una camisa de felpa y bajó al salón donde encontró a Trent sentado en el sofá acariciando a Mona.

—Parece que han pasado siglos desde el miércoles por la noche —dijo éste.

—Lo sé —dijo ella enroscándose en el extremo del sofá—. Gracias por darme tiempo. He roto con Doug.

—¿Qué tal fue?

—Bien —respondió ella encogiéndose de hombros.

—La decisión que hemos tomado está afectando a mucha gente, ¿verdad?

—Doug. Kylie.

—Y los padres de Ashley —dijo él tomándole la mano—. Tengo que advertirte. Están molestos. Georgia sobre todo. Gus tiene una opinión más abierta, pero ambos están preocupados. Georgia piensa que Kylie olvidará a su madre.

—Pero no dejaremos que ocurra eso.

—Eso es lo que les dije.

—Están muy asustados. Y lo entiendo. Kylie es lo único que les queda de Ashley. ¿Conseguiste tranquilizarlos?

—Espero que tú puedas ayudarme.

—¿Yo?

—Han aceptado conocerte. Si tú estás preparada, claro. Kylie también estará allí.

Jeremy Kantor pasó a un segundo término. Los padres de Ashley representaban un desafío formidable e inevitable. Si tenía algún futuro con Trent y Kylie, habría que incluirlos. ¿Qué tipo de relación sería cuando ellos estuvieran delante?

—¿Lib?

Quería esconderse bajo las mantas como una niña pequeña huyendo del hombre del saco.

—¿Vendrás a la cabaña a cenar esta noche? ¿A conocerlos?

Apoyó la frente en las rodillas. Aunque reticente, se daba cuenta de que los finales felices de los cuentos de hadas sólo ocurrían tras el enfrentamiento con las brujas y los dragones. Sólo había una respuesta para Trent.

—Sí.

Capítulo 10

—¿Papa, cómo se escribe «Georgia»?

Trent levantó la vista de lo que estaba cocinando, Kylie estaba inclinada sobre la mesa con un lápiz rojo en la mano.

—Estoy haciendo carteles con los nombres para la fiesta.

—Puedes poner sólo «abuela».

—Sí pero la señorita Cameron no la llamará abuela —se rió Kylie.

Trent la ayudó con el deletreo mientras terminaba de preparar la pasta para la cena. Kylie albergaba grandes expectativas para la cena que tras el debate interior, había decidido celebrar en la cabaña. Kylie estaría en su elemento, y el ambiente resultaría más acogedor para la conversación que el elegante Alpine Lodge o un ruidoso restaurante. Espolvoreó queso parmesano rallado en la fuente y la metió en el horno. La comida olía muy bien pero Trent no tenía demasiado apetito.

Weezer le había llevado dos barras de pan recién horneado y también un consejo: «Todo a su tiempo, hijo».

A las seis menos cinco, la mesa estaba preparada y las tarjetas de Kylie indicaban el sitio de cada uno. La ensalada ya preparada estaba en el frigorífico y el aroma de salsa marinara y queso fundido llenaban la casa. Trent que se había cambiado la camisa salpicada de tomate por un jersey de cuello alto de color verde, esperaba ansioso junto a la ventana. Kylie hacía guardia bastante nerviosa junto a la puerta.

—Estoy deseando que los abuelos conozcan a la señorita Cameron. Sé que les va a gustar, ¿no crees?

—Sí, claro —contestó Trent sin demasiada fe.

A las seis en punto, se vieron unas luces acercándose a la casa.

—Es ella, es ella —gritó la niña hecha un manojo de nervios—. Es el coche de la señorita Cameron.

Trent sintió un nudo en la garganta. Amaba a Libby y deseaba que aquello saliera bien, que los Chisholm vieran en ella lo mismo que él. Pero, tenía que admitir que les iba a resultar difícil ver más allá del fantasma de Ashley.

—Justo a tiempo —dijo él abriendo la puerta.

—Es la profesora que llevo dentro —confesó Libby mirando interrogativamente.

—No han llegado todavía.

—Hola, señorita Cameron. Ven a ver las tarjetas que he hecho con los nombres.

Y sin darle tiempo siquiera a rozar sus dedos para desearles suerte, Kylie la tomó del brazo y la condujo a la mesa.

Trent las siguió y, admiraron juntos el buen trabajo de la niña. Le puso las manos en los hombros y el acto en sí lo ayudó a encontrar valor. Entonces Libby se giró para mirarlo con unos ojos llenos de calidez y amor.

—Superaremos esta prueba, ya lo verás —susurró.

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