La danza de los deseos – Laura Abbot

Por entonces, tanto Chad como él consideraban que la vida estaba hecha para disfrutar y habían aprovechado todas las oportunidades, pero en el presente… Chad estaba casado y tenía un hijo y una hija y los dos se tomaban la paternidad muy en serio. Aunque vivían separados habían intentado no perder el contacto pero, desde la muerte de Ashley, Trent echaba mucho de menos la alegría de Chad y también su sentido común. La suya era una oferta que no podía dejar escapar. Era un trabajo que satisfaría su necesidad de aventura y al mismo tiempo, la de asegurar un futuro para él y su hija.

¿Pero cómo afectaría a Kylie un cambio así? ¿Era justo para ella separarla de sus abuelos?

La oferta de Chad parecía perfecta para él. Excepto por una cosa. Si regresaba a la zona de Glacier Park sería inevitable encontrarse con Lib. ¿Por qué enfrentarse de nuevo con el pasado que había dejado atrás?

«¡Mentiroso! No has dejado nada atrás».

Desde la llamada de Chad, Trent no había podido dejar de pensar en Libby ni había logrado contener los sentimientos que esos recuerdos despertaban en él. Había un dicho sobre el primer amor, algo así como que nunca se olvida. Trent se apoyó en la pared deseando que la vida fuera más fácil. Su mente se llenó de imágenes de Libby… su pelo oscuro recogido en una cola de caballo, su cálido cuerpo unido al suyo encendiéndole la piel.

«Déjalo, Baker», se dijo pasándose los dedos por el pelo. ¿Por qué estaba pensando en Lib? Aquello pertenecía al pasado y allí debía quedarse.

Pero a pesar de su resolución, se vio asaltado por una nueva imagen de Libby, una mujer que alimentaba a todo ser vivo que encontraba, sosteniendo en sus brazos a Kylie.

En ese momento, oyó que Gus lo llamaba desde la entrada de la casa.

—Ya voy —dijo al tiempo que recogía las herramientas.

Chad necesitaba una respuesta y pronto. Trent racionalizó lo que quería hacer y la verdad resonó con fuerza en su mente. Su decisión era «sí».

* * * * *

Hacia el final del día, Kirby Bell había conseguido hacer una suma de dos números, Heather Amundsen se había pegado chicle en el pelo y Josh Jacobs había vomitado la comida. Libby tenía dolor de espalda después de ayudar a tantos niños a ponerse las botas pero cuando el último de sus alumnos hubo salido de la clase después de abrazarla con sus bracitos gordezuelos, sonrió satisfecha y aliviada.

Mientras ordenaba las mesas, disfrutó del olor a pegamento, rotuladores y plastilina que flotaba en el ambiente. Casi todos los días daba las gracias por haber tenido la suerte de encontrar el trabajo de sus sueños, un trabajo con el que podía vivir de forma sencilla pero cómoda en uno de los lugares más hermosos del mundo.

Preparándose para la cercana visita de la narradora Louise Running Wolf McCann, Libby despegó de la pizarra las fotos de plantas de la zona noroeste y las reemplazó por las de animales autóctonos.

«Weezer», como había sido conocida por generaciones de niños en Whitefish aquella mujer perteneciente a la tribu de los Pies Negros, compartiría con sus alumnos algunas leyendas de los Indios Nativos relacionadas con los animales.

Después recogió los trabajos del día que había dejado en su mesa. Frunció el ceño al darse cuenta de que el pequeño Rory Polk había dejado sin contestar la mitad de las preguntas del ejercicio de comprensión oral. El pobre trataba de ocultarse en su mesa, en un intento por pasar inadvertido. Libby no podía dejar de pensar que algo malo debía de estar ocurriéndole en casa.

Al ver la hora que era recordó que había quedado con Lois Jeter, su mejor amiga y colega, para que la llevase a recoger su coche al taller.

Se dirigió a la salida apresuradamente observando complacida el vestíbulo adornado con las exposiciones de arte de los alumnos del centro. Mary Travers estaba fuera de la secretaría, las manos apoyadas en los hombros de un escuálido alumno de cuarto.

—Jeffrey, ya hemos hablado de las bolas de nieve. ¿Quieres que tengamos otra conversación?

—No, señora —dijo el niño sacudiendo la cabeza.

—Bien. Sé que tirar bolas de nieve es divertido, pero también puede ser peligroso, especialmente en una zona como ésta llena de niños pequeños.

Libby vio cómo Mary daba la vuelta al niño y le palmeaba la espalda en señal de que había terminado la riña. La directora, una mujer baja y regordeta con una tez lustrosa y el cabello negro veteado de canas recogido con sencillez, dirigía con firmeza pero también con mucho amor aquella escuela y era respetada por todos.

—Bien hecho —dijo Libby acercándose a ella.

—Chicos —dijo ella dándose la vuelta y sonriendo al verla—. Les resulta difícil resistir la tentación. ¿Qué tal te ha ido el día? —y con esto invitó a Libby a entrar en el despacho.

—Casi perfecto. Como todos los demás.

—¿Y lo dices aun después del incidente de Josh Jacobs?

—Bueno, esas cosas pasan. Pobrecito Estaba muy avergonzado.

—No hemos podido localizar a su madre hasta hace poco —dijo Mary bajando la voz.

—Déjame adivinar. ¿Molesta porque su hijo se había puesto enfermo?

—Por decirlo finamente. Algunas personas simplemente no deberían tener hijos.

Libby se estremeció al pensarlo. ¿Por qué a las personas como la señora Jacobs se les concedía el don de los hijos y a ella no? Rápidamente trató de controlar sus sentimientos.

—Para eso estamos aquí. Para recoger los pedazos.

—Lib —una voz la llamó desde el otro extremo del vestíbulo—. Ya estoy aquí —dijo la pelirroja Lois Jeter, la profesora de gimnasia, acercándose a ellas—. Siento llegar tarde, el gimnasio estaba hecho un desastre. Acabo de terminar de colgar las colchonetas.

—Todos te apreciamos —dijo Libby con una sonrisa—. En días de viento como hoy, los niños necesitan quemar en algún sitio todas sus energías.

Mary se giró entonces hacia ella.

—Tengo entendido que Doug y tú también vais a quemar energías este fin de semana en Missoula.

«Quemar» y «Doug» en la misma frase hizo que Libby notara un cosquilleo en el estómago. Y no facilitaba nada las cosas que Mary la mirara con evidente aprobación, que no tenía nada que ver con sus méritos como profesora.

—¿Missoula? —preguntó Lois arqueando una ceja.

—Vamos a un concierto.

—Y yo que creía que se trataba de algo más salvaje —dijo Lois levantando los brazos en un gesto de impaciencia.

—¿Cómo dices? ¿Y perderme a Mozart? Necesito culturizarme —dijo Libby tratando de mostrarse despreocupada.

—Lo mismo le pasa a Doug, querida —dijo Mary dándole unas palmaditas en el hombro—. Lo mismo.

En el trayecto hasta el taller, Libby agradeció la conversación de Lois porque de esa forma evitó pensar en la mirada de Mary Travers. Y lo que era peor, averiguar por qué su aprobación le resultaba tan incómoda.

* * * * *

Trent estaba haciendo cálculos en la mesa de la pequeña cocina de su apartamento. Delante tenía las estimaciones que había hecho Chad sobre lo que costaría comenzar el negocio, los balances de beneficios y pérdidas de los últimos tres años, y un informe desglosado de los ingresos generados por cada uno de los servicios que Swan Mountain Adventures ofrecía. A causa de los recientes incendios en la zona, los dueños actuales consideraban que el negocio no les salía rentable. Chad tenía las cualidades personales y la experiencia profesional para llevar las cuentas y la promoción, mientras que Trent conocía a la perfección el equipo y su mantenimiento. Y ambos poseían un conocimiento de los deportes al aire libre y tenían experiencia como instructores. Trabajando duro y con un poco de suerte, la aventura empresarial sería una apuesta segura.

Miró hacia el salón donde Kylie jugaba en el suelo rodeada de todas sus Barbies. Parecía dialogar con ellas.

—Mami no quiere que te vistas de naranja y rojo —la oyó decir con voz aflautada y a continuación la vio sacudir la cabeza con desaprobación—. No pegan nada.

Cerró los ojos ligeramente. Ashley siempre se las ingeniaba para estirar el dinero y satisfacer así su necesidad por estar siempre perfecta, claro que el resultado bien valía la pena. Todo el mundo se giraba cuando entraba en una habitación. Sin embargo, lo preocupaba que Kylie se mostrara tan repipi. Era como si se apoyara en la apariencia como una forma de… controlar su mundo y mantener vivo el recuerdo de Ashley.

—Papá.

—Sí, cariño —dijo él abriendo los ojos de repente.

—Estás haciendo deberes?

—Algo así, sí.

Kylie dejó la muñeca en el suelo y se acercó a él con la frente arrugada.

—Pero tú no vas al colegio.

—No, pero trabajo.

Se encaramó a él y le echó los brazos al cuello.

—Con herramientas. Eres «campintero».

Su mala pronunciación de la palabra siempre lo hacía sonreír.

—Car-pin-te-ro —corrigió él revolviéndole el pelo y suspirando antes de hacer la pregunta que tanto temía—. ¿Y qué pasaría si no quiero seguir siendo carpintero?

La niña lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿No quieres ser carpintero? ¿Y qué serás entonces? —preguntó pero antes de poder darle una explicación la niña continuó —: ¡Ya lo sé! Podrías ser el jefe, como el abuelo Gus.

Trent la abrazó contra el pecho.

—No, cariño, no podría. Aunque fuera el jefe, seguiría echando de menos todas las cosas que me gustan.

—¿No te gusta ser carpintero? —dijo ella con gesto sorprendido como si pensara que los padres no podían cambiar de opinión nunca.

—No. cariño, no me gusta. A mí me gusta andar por la montaña y esquiar y pescar y estar siempre al aire libre.

—Oh —contestó ella asintiendo con la cabeza en señal de comprensión—. Te gusta jugar pero no trabajar.

Trent se quedó pensativo. ¿Acaso aquello sólo se trataba de una necesidad inmadura de recuperar la adolescencia perdida?

—¿Y qué me dices si mi trabajo fuera como si estuviera jugando?

—Eso es una tontería, papá —dijo ella riéndose.

—¿No te gustaría que fuera… más feliz? —dijo tras vacilar un momento.

—Estamos tristes, ¿verdad? —dijo Kylie entonces acariciándole la mejilla—. Los dos echamos de menos a mamá.

—Pero mamá querría que fuéramos felices de nuevo, y que riéramos y jugáramos.

—Vale —dijo ella zanjando el asunto.

¿Vale? Si fuera tan sencillo… Había repasado una y otra vez la mejor manera de decírselo a Kylie y ahora que tenía que hacerlo, se quedaba mudo. Se humedeció los labios y la abrazó con más fuerza antes de comenzar.

—Tengo algo importante que decirte y quiero que me prestes atención.

—Es sobre mamá, ¿verdad?

—No exactamente.

—Lo sé. Es sobre la carpintería —dijo ella frotándose la nariz.

—Sí. Ayer le dije al abuelo que no seguiré trabajando con él. He aceptado un trabajo en un lugar llamado Whitefish donde seré mucho más feliz. Y creo que te encantará vivir allí.

—¿Vamos a mudamos?

Trent tragó con dificultad y asintió. Con un respingo, Kylie se bajó al suelo y lo miró fijamente mientras jugueteaba con un lazo de su jersey.

—¡No!

—Pero, tesoro…

—No iré —dijo ella haciendo el puchero habitual.

—Acabas de decir que te gustaría volver a reír y a jugar.

—Pero aquí —dijo ella pataleando.

—Te gustará Whitefish. Allí fui yo al colegio —dijo Trent sintiendo un nudo en el estómago.

—¡No me gustará!

—Pero hay lagos y montañas. Podrás aprender a esquiar y a andar con raquetas y…

—No —dijo ella sacudiendo vigorosamente la cabeza rubia—. No podemos irnos.

Trent trató desesperadamente de comprender la situación desde el punto de vista de su hija. Su vida había sufrido muchos cambios últimamente y no le parecía justo infligir uno más aunque significara para él un alivio.

—¿Por qué no?

Kylie permaneció quieta, mirándolo como si le acabara de hacer la pregunta más ridícula del mundo.

—Porque mamá está aquí.

—Tesoro, ya lo hemos hablado muchas veces —dijo él sintiendo que el dolor lo invadía todo—. Mamá está muerta. Pero aunque nunca vuelva a estar con nosotros, siempre estará su espíritu, pero ella ya no está en Billings.

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