La danza de los deseos – Laura Abbot

Se llevó la mano de la niña a los labios y la besó dejando que las lágrimas corrieran libremente.

—Te quiero tanto, cariño. Yo… yo no podría soportar perderte —su voz se rompió y quedó reducida a un susurro—. No como ocurrió con mis otros bebés.

—¿Bebés?

La palabra retumbó en la habitación silenciosa y Libby se quedó sin respiración. Durante un segundo permaneció paralizada, incapaz de girarse. No podía pensar en nada más que en aquel médico que la miraba tras las gafas mientras sus palabras insensibles destrozaban la parte más íntima de su ser.

—¿Libby? —el tono de Trent era impaciente.

Como si estuviera en trance, se obligó a mirarlo. Trent estaba al pie de la cama, con una expresión de absoluto desconcierto.

—¿Qué quieres decir con «bebés» en plural?

Cada sílaba fue como un mazazo. Sin pensar, se tapó la boca con la mano y salió corriendo de la habitación.

* * * * *

Consternado. Trent se quedó a medio camino entre la cama y la puerta indeciso entre la necesidad de correr tras Libby y la de quedarse junto a Kylie. Se preguntó qué habría querido decir Libby. Tal vez el aborto hubiera sido de gemelos. Se acercó a la ventana y después se dio la vuelta. No, lo habría sabido. Miró hacia la puerta y después a Kylie, su pecho subiendo y bajando con cada respiración. No podía dejarla sola.

Pero tenía que ir a buscar a Libby. La mirada con que había abandonado la habitación era de una angustia horrible, pero sobre todo, de pánico.

Se frotó la cara y pensó que tal vez ella no había querido decírselo. Fuera lo que fuera, era importante. Hacía poco los dos habían prometido que siempre le dirían la verdad a Kylie. ¿Pero qué secreto le ocultaba Libby a él? ¿Y desde cuándo?

Se sentó en el sillón que había en la esquina. En ese momento tenía que centrar su atención en Kylie, pero en algún momento tendría que enfrentarse a Libby. La amaba, pero era evidente que ella no podía confiarle todos sus secretos. Si algo había aprendido en su vida, era que una relación en la que faltaba la confianza estaba condenada al fracaso. Dejó caer los brazos a ambos lados del sillón y apoyó la cabeza. No recordaba haber estado nunca tan cansado física o mentalmente.

Todas sus esperanzas, una nueva vida en Whitefish, seguridad para su hija una nueva relación con Libby de pronto parecían amenazadas. Pero él sacrificaría todo por una señal de que Kylie estaba recuperando la consciencia.

El hospital, los olores, la eficacia silenciosa con que operaban los trabajadores, incluso el sabor amargo del café, eran un vivo recuerdo de las últimas horas con Ashley cuando la esperanza iba desapareciendo con cada nuevo análisis de sangre.

Ya no le quedaban más lágrimas. Dejó caer la cabeza y cerró los ojos. Y así lo encontró Weezer una hora después.

Weezer se acercó a la ventana, los ojos fijos en el horizonte en el que se divisaban unos hilos de luz. La oscura noche había pasado. El nuevo día estaba amaneciendo. Igual que habría de hacer Kylie.

La niña se recuperaría, de eso no tenía dudas. No podía decir lo mismo de Trent o de Libby. Algo había ocurrido entre ellos. No había creído ni por un momento que la preocupación por Kylie fuera la única razón de que Libby hubiera regresado a la sala de espera con los ojos hundidos y llenos de desesperación.

En cuanto a Trent, no había hablado en todo el tiempo que ella había estado en la habitación de Kylie con él. Parecía estar presa de la misma preocupación sin límite que Libby, pero además tenía los labios fruncidos como no los había tenido antes.

Al crecer en una reserva, Weezer sabía perfectamente cómo rastrear, pero la mayor parte de su vida la había pasado buscando pistas en el lenguaje corporal y las expresiones de la gente más que en las marcas dejadas por los animales en el suelo húmedo. Fuera lo que fuera lo que les hubiera ocurrido, los estaba torturando.

Finalmente, él se levantó. Weezer inclinó la cabeza para contemplarlo y al principio no oyó el repentino grito ahogado de Trent.

—Cariño, abre los ojos otra vez. Soy papá.

Trent se inclinó sobre Kylie. Weezer se acercó, pero no observó cambio alguno en la expresión de la niña.

—Por favor, tesoro, abre los ojos.

El movimiento había sido casi imperceptible momentos antes, y después un poco más pronunciado. Los párpados de Kylie temblaron. Esta vez, Trent habló con voz más vigorosa.

—Abre los ojos, Kylie.

Weezer se llevó las manos al pecho en señal de súplica. Los párpados de la niña se estremecieron de nuevo pero seguía sin abrir los ojos. Entonces, los dos se dieron cuenta de que los dedos de la mano sana se doblaban débilmente en un esfuerzo por agarrar la sábana.

—Dios, por favor —suplicó Trent.

—Llamaré a la enfermera —dijo Weezer—, y a Libby —y salió de la habitación.

No había hecho sino salir por la puerta cuando oyó una vocecilla que susurraba:

—¿Papá?

* * * * *

Libby levantó la vista cuando Weezer entró en la sala de espera con una gran sonrisa en el rostro.

—Ven.

—¿Kylie? —dijo Libby conteniendo la respiración, esperanzada.

—Está consciente.

—Gracias a Dios —dijo ella exhalando el aire contenido en los pulmones.

—Ven a verlo por ti misma —dijo Weezer poniéndole una mano en la cintura.

—¿Está bien?

—Han llamado a la doctora. No sabremos nada con seguridad durante un tiempo pero desde luego ha reconocido a su padre.

Sólo la desesperada necesidad de ver a Kylie empujó a Libby hacia la habitación. No sabía cómo enfrentarse a Trent, pero tenía que hacerlo.

Weezer la empujó dentro de la habitación. Un rayo de sol se colaba por la ventana.

—Está descansando —dijo Trent mirándola emocionado.

—Tesoro, soy la señorita Cameron. ¿Puedes oírme?

Kylie abrió los ojos y una dulce sonrisa se formó en sus labios.

—Hola —dijo débilmente antes de volver a cerrar los ojos.

—Bendita sea —dijo Libby apoyándose en la cama. Nunca antes un saludo le había hecho sentir tanta gratitud.

Weezer también se acercó y miró a Kylie.

—Menuda noche hemos pasado, pero todo volverá a la normalidad con el tiempo —dijo mirando a Libby y a Trent—. Vosotros dos estáis exhaustos. ¿Por qué no dejáis que me quede un rato yo? Id a casa a descansar un poco. Y volved más tarde.

—No —dijo Trent—. Quiero hablar con la doctora. Y tengo que esperar a que lleguen los Chisholm.

Libby sintió mal cuerpo al pensar en ellos. Pero luego se encogió ligeramente de hombros. Si Trent no podía perdonarla, poco importaba lo que pensaran los Chisholm.

—Ve, Libby —las palabras de Trent deberían haberla reconfortado si hubieran sido solícitas, pero sonaron más como una orden.

—Sí —dijo ella inclinándose a darle un beso a Kylie en la mejilla—. ¿Podré volver más tarde?

—Kylie te estará esperando —fue lo único que dijo.

Resignada ante el tono de censura, se dirigió a la puerta cuando oyó que Trent añadía algo más.

—Y yo también.

Se aferró a las palabras mientras se dirigía al aparcamiento. Tal vez fuera su imaginación, pero creía que aún podía haber esperanza.

Pero sólo si le contaba toda la verdad. Y eso significaba revivir el dolor que había encerrado bajo llave muchos años atrás.

* * * * *

Mientras se aproximaban a las afueras de Kalispell. Georgia se cubrió los ojos.

—Un accidente. Y todo por ir a esquiar. No puedo creerlo. Le dijimos a Trent lo que pensábamos de que pusiera a Kylie en peligro de esa forma.

—Habla por ti. Tú le dijiste lo que pensabas. Además, no fue un accidente esquiando. Se cayó en el aparcamiento. Es una niña. Georgia. Esas cosas pasan. No querrás tenerla tan protegida como a una planta de invernadero ¿verdad?

—Es muy típico de él.

—¿Qué?

—Irse por ahí y dejar a su hija a cargo de otra persona.

—Esa otra persona es Libby Cameron, una mujer adulta perfectamente responsable. Y por tu forma de hablar parece que se trate de una frívola. Por todos los santos, según las noticias, estaba ayudando a rescatar a dos personas heridas.

Georgia miraba al frente ajena a la interminable aparición de negocios franquicias que se alineaban a ambos lados de la autopista. Tan sólo deseaba que el hospital apareciera. El miedo le atenazaba la garganta. Si al menos Gus no fuera un hombre tan razonable. ¿Nunca le daría el placer de alzar la voz para maldecir a Trent y a esa mujer?

—Di lo que quieras, pero si algo le pasa a nuestra Kylie, que Dios me ayude…

—¿Qué? ¿Le echarás la culpa a Trent?

—Sí. Pesará sobre sus hombros.

—¿Igual que con Ashley?

—¿Qué se supone que quieres decir con eso? —preguntó mirándolo.

—Nunca aceptaste a Trent. Me pregunto si, de alguna manera, lo has culpado todo el tiempo por la muerte de Ashley.

Georgia sujetó con dedos rígidos el bolso.

—¿Estás loco? —dijo dejando escapar una débil risa—. Como si Trent pudiera controlar la leucemia.

—Quiero decir que, en tu cabeza, pensabas que todo habría salido bien si se hubiera casado con un hombre diferente.

Era irracional y Georgia lo sabía pero no podía dejar de hacerse esas inútiles preguntas. ¿Qué habría pasado si Ashley se hubiera casado con Browning Lafferty y se hubieran mudado a Denver? ¿No habría sido alguna sustancia tóxica de las paredes de la casa en que vivía con Trent? Y ahora no podía evitar preguntarse si Kylie no estaría en el hospital de no haberse mudado a Whitefish.

Cerró los ojos y con ello encerró la rabia en su corazón. Aunque no le gustaba lo que su marido acababa de sugerir, una terrible verdad pesaba en aquella situación. No era una persona horrible… ¿O sí?

Gus condujo en silencio. Al fondo, Georgia vio una señal que indicaba la dirección al hospital. El corazón dejó de latirle en el pecho.

—Trent no necesita nuestra ira ni nuestro juicio. Lo ha debido de pasar muy mal.

La imagen de su preciosa Kylie sonriendo llenaba la mente de Georgia. Se centró en un pensamiento en particular. El rostro radiante de Ashley el día que le dijo que estaba embarazada del «único hombre que había amado en su vida».

Una lágrima descendió por la mejilla de Georgia y el sabor salado se coló entre sus labios. Sólo entonces Gus la miró, como movido por una intuición.

—Lo que necesitan, cariño, es nuestro amor.

—Lo sé —murmuró, preguntándose por qué habrían ocurrido todas esas cosas malas.

—Tú tienes mucho para dar, y éste es un buen lugar para empezar —dijo Gus dándole unos golpecitos cariñosos en el muslo.

Entraron en el aparcamiento del hospital y, por razones que no sabría explicar, Georgia se sintió más tranquila y más serena de lo que se había sentido en mucho tiempo.

* * * * *

Libby se acurrucó en la cama acariciada por los rayos del sol, y el cuerpo cálido de Mona a su lado. La ducha que se había dado no había conseguido aliviar el dolor de su cuerpo y no había bálsamo alguno para su alma, excepto el hecho de que Kylie se encontraba mejor. Temblando, se cubrió con las mantas y ajustó la almohada por quinta o sexta vez ya. No conseguía sentirse cómoda.

Se puso de espaldas y cruzó las manos sobre el vientre. Ahora que sabía que al haber estado engañándose había dejado atrás la rabia que sentía hacia el senador y su propia culpa. ¿Acaso había creído realmente que había pagado ya por todos sus pecados; que una vida dedicada a enseñar a los pequeños serviría?

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