La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Esta vez se encontraron completamente a oscuras. Charmain notó que Waif le olisqueaba ansiosamente los tobillos. Ambas olieron, y Charmain dijo:

—¡Ah!

Aquel lugar tenía el mismo olor a piedra húmeda que recordaba del día que había llegado a la casa.

—Tío abuelo William —dijo—, ¿cómo vuelvo a la cocina?

Para su gran alivio, la amable voz respondió. Sonaba muy débil y lejana:

—Si estás aquí, estás bastante perdida, querida, así que escucha con atención. Da una vuelta entera en el sentido de las agujas del reloj…

Charmain no necesitaba oír nada más. En lugar de dar una vuelta entera, dio media vuelta cuidadosamente y después fue hacia delante, con toda seguridad; había un pasillo tenuemente iluminado que se cruzaba con el que estaba ella. Caminó agradecida a grandes zancadas con Waif trotando tras ella y giró por el pasillo. Supo que estaba en la mansión real. Era el mismo pasillo por el que había visto a Sim empujar el carrito el primer día que había estado en casa del tío abuelo William. No sólo olía como debía, un cierto olor a comida sobre el aroma a piedra húmeda, sino que las paredes tenían el aspecto típico de las de la mansión real, con recuadros pálidos y alargados allí donde se habían descolgado cuadros. El único problema era que no sabía en qué zona de la mansión estaba. Waif no era de ayuda. Se había limitado a engancharse a los tobillos de Charmain y temblar.

Charmain cogió a Waif en brazos y caminó por el pasillo esperando encontrarse con alguien conocido. Giró dos esquinas sin ningún resultado y después casi choca con el hombre gris que había ofrecido las pastas el día anterior. Él dio un salto, profundamente sorprendido.

—¡Oh, cielos! —dijo escudriñando a Charmain en la penumbra—. No tenía ni idea de que ya hubiera llegado, señorita… Charming, ¿verdad? ¿Se ha perdido? ¿Puedo ayudarla?

—Sí, por favor —pidió Charmain con rapidez—. Yo iba a… esto… bueno, ya sabe, donde las damas, y después debo de haberme equivocado al girar. ¿Puede indicarme el camino a la biblioteca?

—Puedo hacer algo mejor —dijo el hombre gris—. Puedo acompañarla. Sígame.

Dio media vuelta para desandar el camino por otro pasillo en penumbra y atravesó un recibidor grande y frío de donde arrancaba un tramo de escaleras hacia arriba. La cola de Waif empezó a agitarse levemente como si reconociese la zona. Pero su cola dejó de moverse cuando estaban pasando por delante de las escaleras. Se oyó la voz de Morgan retumbando desde lo alto de la escalera:

—¡No quiedo, no quiedo, no quiedo!

Y luego la voz aguda de Twinkle:

—¡No quiero llevar eztoz! ¡Quiero loz de rayaz!

El eco de Sophie Pendragon también llegó abajo:

—¡Callaos los dos! O haré algo terrible, ¡os lo advierto! ¡Se me está acabando la paciencia!

El hombre gris hizo una mueca y le dijo a Charmain:

—Los niños alegran mucho la casa, ¿verdad?

Charmain lo miró con intención de asentir y forzar una sonrisa. Pero algo la hizo estremecer. No estaba segura del porqué. Lo único que consiguió fue asentir un poco antes de seguir al hombre por una puerta, pasada la cual la voz de Morgan retumbando y los gritos de Twinkle desaparecieron en la distancia.

Superada la siguiente esquina, el hombre gris abrió una puerta que Charmain reconoció como la de la biblioteca.

—Parece que la señorita Charming ha llegado, Majestad —dijo inclinándose.

—Oh, bien —dijo el Rey levantando la vista de una pila de finos libros de cuero—. Entra y siéntate, querida. Anoche encontré un montón de papeles para ti. No tenía ni idea de que hubiese tantos.

Charmain se sintió como si no se hubiese ido. Waif se acomodó panza arriba al calor del brasero. Charmain también se acomodó frente a una inestable pila de papeles de distintos tamaños, encontró papel y pluma y empezó. Era muy agradable.

Después de un rato, el Rey dijo:

—Un ancestro mío, quien escribió estos diarios, se creía poeta. ¿Qué opinas de este? Por supuesto, es para su mujer.

«Bailas con la gracia de una cabra, amor, y cantas con la suavidad de una vaca en las montañas».

—¿Tú dirías que es romántico, querida?

Charmain se echó a reír.

—Es horrible. Espero que se lo tirase a la cabeza. Eh… Su Majestad, ¿quién es el hombre g… eh, el caballero que me ha acompañado hace un momento?

—¿Te refieres a mi mayordomo? —dijo el Rey—. ¿Sabes?, lleva años y años con nosotros y soy incapaz de recordar el nombre del pobrecillo. Tendrás que preguntárselo a la princesa, querida. Ella se acuerda de estas cosas.

«Vale —pensó Charmain—. Entonces me limitaré a pensar en él como el hombre gris».

El día pasó tranquilo. Charmain pensó que era un buen cambio después del agitado inicio. Clasificó y tomó notas de facturas de doscientos años, de cien años y de unos míseros cuarenta años. Para su extrañeza, las cantidades de las facturas antiguas eran mucho mayores que las de las más nuevas. Parecía como si cada vez se gastase menos en la mansión real. Charmain también ordenó cartas de hacía cuatrocientos años y otras más recientes de embajadores de Strangia, Ingary e, incluso, de Rajpuht. Algunos embajadores enviaban poemas. Charmain le leyó los peores al Rey En la parte de abajo de la pila, encontró recibos. Papeles que decían cosas como «En pago al retrato de la dama, atribuido a un gran maestro, 200 guineas» empezaron a ser más y más frecuentes, todos de los últimos sesenta años. A Charmain le pareció que la mansión real había estado vendiendo sus cuadros por todo el reino. Decidió no preguntarle al Rey sobre ello.

Llegó la comida, más platos especiados de Jamal. Cuando los trajo Sim, Waif se levantó de un salto agitando la cola, se quedó quieta, puso cara de disgusto y salió corriendo de la biblioteca. Charmain no tenía ni idea de si lo que quería Waif era ver al perro del cocinero o su comida. Seguramente, la comida.

Mientras Sim dejaba la fuente sobre la mesa, el Rey preguntó alegremente:

—¿Cómo van las cosas ahí fuera, Sim?

—Un poco ruidosas, Majestad —contestó Sim—. Acabamos de recibir nuestro sexto caballo balancín. El señor Morgan parece ansioso por tener un mono vivo, el cual, me alegra informarle, le ha prohibido la señora Pendragon. Eso ha tenido como consecuencia más ruido. El señor Twinkle parece convencido de que alguien se niega a que se ponga un par de pantalones de rayas. Ha estado hablando muy fuerte de ello durante toda la mañana, alteza. Y el demonio de fuego ha decidido que su lugar para calentarse sea el hogar del salón delantero, y allí se ha instalado. ¿Tomará el té con nosotros en el salón delantero hoy, Majestad?

—Creo que no —dijo el Rey—. No tengo nada en contra del demonio de fuego, pero ya está todo bastante lleno con tanto caballo balancín. Sé bueno y tráenos unas pastas aquí a la biblioteca, si eres tan amable, Sim.

—Por supuesto, Majestad —dijo Sim mientras salía tambaleándose de la habitación.

Cuando se cerró la puerta, el Rey le dijo a Charmain:

—En realidad, no es por los caballos balancín. Y me gusta bastante el ruido. Pero todo eso me hace pensar en lo mucho que me hubiera gustado ser abuelo. Una lástima.

—Esto… —titubeó Charmain—, la gente del pueblo siempre dice que la princesa Hilda tuvo un desengaño amoroso. ¿Es por eso por lo que no se casó?

El Rey parecía sorprendido.

—No, que yo sepa —dijo—. Tuvo a príncipes y duques haciendo cola para casarse con ella cuando era más joven. Pero no es de las que se casan. Nunca le atrajo la idea, eso es lo que me dijo. Prefiere su vida aquí, ayudándome. Aunque es una lástima. Mi heredero tendrá que ser el príncipe Ludovic, el hijo tonto de una prima mía. Pronto le conocerás, si conseguimos apartar unos cuantos caballos balancín, o quizá mi hija use el gran salón. Pero la auténtica lástima es que no haya más jóvenes por la casa últimamente. Lo echo de menos.

El Rey no parecía muy infeliz. Parecía más realista que lastimero, pero de repente Charmain se sorprendió de lo triste que era la mansión real. Grande, vacía y triste.

—Le entiendo, Majestad —dijo ella.

El Rey forzó una sonrisa y dio un bocado a una de las especialidades de Jamal.

—Lo sé —afirmó—. Eres una jovencita muy inteligente. Llegado el momento, no dejarás en mal lugar a tu tío abuelo William.

Charmain parpadeó un poco ante aquella descripción, pero antes de que los halagos pudiesen incomodarla demasiado, comprendió lo que había insinuado el Rey. «Puede que sea inteligente —pensó con tristeza—, pero no soy nada amable ni simpática. Creo que puede que tenga un corazón de piedra. Mira cómo trato a Peter».

Reflexionó sobre aquello el resto de la tarde. El resultado fue que, cuando llegó el momento de parar hasta el día siguiente y Sim reapareció con Waif corriendo a su alrededor, Charmain se levantó y dijo:

—Gracias por ser tan bueno conmigo, Majestad.

El Rey pareció sorprendido y le dijo que no le diese vueltas. «Pero lo haré —pensó Charmain—, su generosidad debería ser una lección para mí». Mientras seguía el lento caminar de Sim con Waif, que parecía muy gorda y somnolienta y se arrastraba con dificultad entre ambos, Charmain decidió ser amable con Peter cuando volviese a casa del tío abuelo William.

Sim había casi alcanzado la puerta principal cuando Twinkle pasó corriendo haciendo girar un aro con energía. Iba seguido con rapidez por Morgan, que llevaba los brazos estirados y gruñía:

—¡Ado, ado, ado!

Sim se desequilibró. Charmain intentó agarrarse a la pared mientras Twinkle pasaba corriendo. Hubo un momento en que le pareció que Twinkle le dedicaba una extraña mirada escrutadora al pasar, pero un aullido de Waif hizo que se lanzara en su rescate y no volvió a pensar en ello. Waif había caído boca abajo y estaba muy molesta por ello. Charmain la recogió y casi choca con Sophie Pendragon, que perseguía a Morgan.

—¿Por dónde? —dijo Sophie casi sin aire.

Charmain señaló el camino. Sophie se arremangó la falda y echó a correr, murmurando algo sobre tripas y serpientes mientras corría.

La princesa Hilda apareció en la distancia y se paró para devolver el equilibrio a Sim.

—De verdad que lo siento, señorita Charming —le dijo a Charmain cuando esta la alcanzó—. Ese niño es como una anguila, bueno, de hecho, ambos. Voy a tener que tomar medidas o la pobre Sophie no va a tener tiempo de atender nuestros problemas. ¿Estás bien, Sim?

—Perfectamente, señora —dijo Sim. Se inclinó ante Charmain y la dejó salir por la puerta principal al brillante sol de la tarde como si nada hubiese pasado.

«Si algún día me caso —pensó Charmain atravesando la plaza Real con Waif en brazos—, no tendré hijos. Me convertirían en una persona cruel y dura de corazón en una semana. Quizá debería hacer como la princesa Hilda y no casarme nunca. Así, al menos tendría la oportunidad de aprender a ser amable. En cualquier caso, practicaré con Peter, que ya es un trabajo duro».

Estaba completamente decidida a ser amable cuando llegó a la casa del tío abuelo William. Ayudó el hecho de que, al pasar entre las plantas de hortensias, no estuviese Rollo. Ser amable con Rollo era algo que Charmain estaba segura de que sería incapaz de hacer.

«Es humanamente imposible», se dijo a sí misma mientras dejaba a Waif sobre la alfombra del salón. Se sorprendió porque la habitación parecía inusualmente limpia y ordenada. Todo estaba en su sitio, desde la maleta, pulcramente apoyada en la parte trasera de uno de los sillones, al jarrón de las hortensias multicolor sobre la mesa del café. Era, sin duda, el que había desaparecido al dejarlo sobre el carrito. «Quizá Peter ha pedido el café de la mañana y han vuelto —pensó sin prestar mucha atención porque recordó de repente que había dejado ropa húmeda por toda su habitación y las sábanas caídas en el suelo—. ¡Vaya! Tengo que ordenarlo».