La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

El hombre gris asintió y se volvió hacia los kobolds, preparado para patearlos de nuevo. El príncipe se quedó a esperarlo y dijo:

—Te lo advierto. Si vuelvo a ver otra pasta en toda mi vida, ¡será demasiado!

Los kobolds vieron acercarse al hombre gris e hicieron lo posible por apresurarse. A pesar de ello, a Charmain le pareció una eternidad hasta que perdió de vista la procesión y dejó de oír sus pasos. Mantuvo abrazada fuertemente a la temblorosa Waif, que parecía querer saltar y perseguir al desfile, y miró abajo, entre las hojas, a Timminz.

—¿Por qué no se lo habías contado a nadie? ¿Por qué no se lo dijiste, al menos, al mago Norland?

—Nadie me lo preguntó —dijo Timminz con expresión ofendida.

«¡Claro, por supuesto que nadie te lo preguntó! —pensó Charmain—. Por eso pagaron a Rollo para que los kobolds se enfadaran con el tío abuelo William. Al final, habría acabado preguntándoles si no se hubiese puesto enfermo». Pensó que igualmente estaba bien que el lubbock hubiera muerto. Si, como había dicho Timminz, era el padre del príncipe Ludovic, seguramente tenía pensado matar al príncipe heredero y reinar en el país en su lugar. Al fin y al cabo, eso era más o menos lo que le había dicho a ella. «Pero aún hay que ocuparse del príncipe Ludovic —pensó—. Tengo que contárselo al Rey enseguida».

—Parece ser muy duro con esos kobolds —le dijo a Timminz.

—Lo es —asintió Timminz—. Pero aún no han pedido ayuda.

«Y, por supuesto, a ti no se te ha ocurrido ayudarlos sin que te lo pidan, ¿verdad? —pensó Charmain—. ¡De verdad! Yo me rindo».

—¿Puedes llevarme de vuelta a casa? —le pidió.

Timminz dudó.

—¿Tú crees que al demonio de fuego le gustará saber que el dinero va a parar a Castel Joie? —le preguntó.

—Sí —afirmó Charmain—. O, al menos, le gustará a su familia.

Capítulo 15

En el que secuestran al niño Twinkle

TIMMINZ, a regañadientes, acompañó a Charmain por el largo y complicado camino de vuelta a la cueva de los kobolds. Una vez allí, dijo alegremente:

—Desde aquí ya sabes llegar.

Y desapareció dentro de la cueva, dejando a Charmain sola con Waif.

Charmain no sabía llegar desde allí. Se quedó de pie al lado del objeto que Timminz había denominado «silla» durante unos minutos, preguntándose qué hacer y mirando a los kobolds pintar, tallar y forrar el objeto sin dedicarle ni una sola mirada a Charmain. Al final, se le ocurrió dejar a Waif en el suelo.

—Enséñame el camino a casa del tío abuelo William, Waif—le pidió—. Sé lista.

Waif empezó a caminar con intención. Pero Charmain tardó poco en dudar seriamente de que Waif fuese lista. Waif corría y Charmain caminaba, y giraban a la izquierda y a la derecha, y otra vez a la derecha, durante lo que le parecieron horas. Charmain estaba tan ocupada pensando en lo que había descubierto que, varias veces, se perdió el momento en que Waif giraba a izquierda o derecha, y tuvo que quedarse esperando en la oscuridad gritando: «¡Waif! ¡Waif!», hasta que Waif volvió y la encontró. Lo único que Chamain consiguió, con toda seguridad, fue alargar al doble el trayecto. Waif empezó a jadear y a moverse con dificultad, su lengua cada vez le colgaba más, pero Charmain no se atrevía a cogerla en brazos por si nunca conseguían regresar a casa. En lugar de eso, hablaba con Waif para darse ánimos:

—Waif, tengo que contarle a Sophie lo que ha pasado. A estas alturas, debe de estar muy preocupada por Calcifer. Y también tengo que contarle al Rey lo del dinero. Pero si voy directamente a la mansión cuando llegue a casa, me encontraré allí al terrible príncipe Ludovic fingiendo que le gustan las pastas. ¿Por qué no le gustan? Las pastas están buenas. Supongo que porque es un lubbockin. No me atrevo a decírselo al Rey delante de él. Creo que tendremos que esperar a mañana para ir. ¿Cuándo crees que se irá el príncipe Ludovic? ¿Esta noche? El Rey me dijo que volviese pasados dos días, así que para entonces el príncipe Ludovic debería haberse ido. Si llego pronto, podré hablar antes con Sophie… Oh, cielos, acabo de recordarlo: Calcifer dijo que iban a fingir que se iban, de modo que a lo mejor no encuentro allí a Sophie. Oh, Waif, ojalá supiera qué hacer.

Cuanto más hablaba Charmain sobre el tema, menos sabía qué hacer. Al final, estaba demasiado cansada para hablar y se limitó a tambalearse tras la silueta cansada y jadeante de Waif, que corría ante ella. Finalmente, después de mucho tiempo, Waif abrió una puerta y llegaron al salón del tío abuelo William, donde la perra dio un gemido y cayó de lado con la respiración entrecortada. Charmain miró por la ventana las hortensias, que se veían rosas y lilas a la luz del ocaso. «Nos hemos pasado andando todo el día —pensó—. ¡No hay duda de por qué está tan cansada Waif! ¡No hay duda de porque me duelen los pies! Al menos Peter ya debe de estar en casa y espero que tenga la cena pronto».

—¡Peter! —gritó.

Cuando no hubo respuesta, Charmain cogió a Waif y fue a la cocina. Waif lamió suavemente las manos de Charmain en agradecimiento por no tener que dar un solo paso más. Allí, la luz del ocaso iluminaba las cuerdas de ropa limpia rosa y blanca, que seguían zarandeándose tranquilamente en el patio. No había rastro de Peter.

—¿Peter? —lo llamó Charmain.

No hubo respuesta. Charmain suspiró. Era evidente que Peter se había perdido del todo, mucho más que ella, y no podía saber cuándo aparecería.

—Demasiadas cintas de colores —farfulló Charmain a Waif mientras golpeaba la chimenea para obtener comida para perros—. ¡Niño estúpido!

Estaba demasiado cansada para cocinar. Cuando Waif se hubo comido dos platos de comida y bebido el agua que Charmain le trajo del baño, ella se instaló en el salón y se tomó un té de las cinco. Después de pensarlo un poco, se tomó otro té de las cinco. Y después se tomó un café de la mañana. Luego se planteó ir a la cocina a desayunar, pero se dio cuenta de que estaba muy cansada y, entonces, cogió un libro.

Mucho después, Waif la despertó al subir al sofá a su lado.

—¡Oh, vaya! —dijo Charmain. Y se fue a la cama sin ni siquiera intentar lavarse y se quedó dormida con las gafas puestas.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, oyó que Peter había vuelto. Se oía el baño, pasos y el sonido de puertas que se abrían y se cerraban. «Suena muy activo —pensó Charmain—. Ojalá yo también lo estuviese». Pero supo que tenía que levantarse e ir a la mansión real, así que refunfuñó y se levantó. Sacó su última muda limpia y tardó tanto en lavarse el pelo y peinarse que Waif apareció nerviosa en su busca.

—Sí, desayuno, vale, ya lo sé —dijo Charmain—. El problema es que —admitió mientras cogía en brazos a Waif— me da miedo el hombre gris. Creo que es peor que el príncipe.

Abrió la puerta con el pie, giró y giró a la derecha para entrar en la cocina, donde se quedó de pie mirando.

Una extraña mujer estaba tranquilamente sentada a la mesa de la cocina desayunando. Era el tipo de mujer que enseguida te das cuenta de que es muy eficiente. La eficiencia inundaba por completo su rostro bronceado y sus fuertes manos demostraban su competencia. Aquelias manos estaban ocupadas untando sirope con eficiencia en un enorme montón de tortitas y troceando el beicon que estaba al lado.

Charmain se quedó mirando las tortitas y la extraña ropa de zíngara de la mujer. Llevaba volantes brillantes y pálidos por todas partes, y un colorido pañuelo envolvía su pálido pelo rubio. La mujer se dio la vuelta y le devolvió la mirada.

—¿Quién eres? —preguntaron ambas al mismo tiempo, la mujer con la boca llena.

—Soy Charmain Baker —respondió Charmain—. Estoy cuidando la casa del tío abuelo William mientras le curan los elfos.

La mujer tragó lo que estaba masticando.

—Bien —dijo—. Me alegra saber que dejó a alguien a cargo de todo. No me gustaba la idea de que la perra estuviese sola con Peter. Por cierto, ya le he dado de comer. A Peter no le gustan mucho los perros. ¿Todavía duerme?

—Esto… —titubeó Charmain—. No estoy segura. Anoche no vino a casa.

La mujer suspiró.

—Siempre desaparece en cuanto me doy la vuelta —dijo—. Sabía que había llegado aquí bien —señaló con el tenedor con tortita y beicon a la ventana—. Esa colada es típica de Peter.

Charmain notó cómo su rostro enrojecía y se calentaba.

—En parte fue culpa mía —admitió—. Herví una capa. ¿Por qué creía que había sido Peter?

—Porque siempre ha sido incapaz de realizar bien un hechizo —contestó la mujer—. Créeme que lo sé. Soy su madre.

Charmain quedó bastante impresionada al saber que estaba hablando con la bruja de Montalbino. Estaba sorprendida. «Pues claro que la madre de Peter es supereficiente —pensó—. Pero ¿qué está haciendo aquí?».

—Creía que estaba en Ingary —dijo.

—Estaba —admitió la bruja—. Llegué a Strangia, donde la reina Beatrice me dijo que el mago Howl había ido a High Norland. Así que volví a atravesar las montañas y fui donde los elfos, que me dijeron que el mago Norland estaba con ellos. Entonces me preocupé mucho porque me di cuenta de que seguramente Peter estaría aquí solo. Le mandé para que estuviese a salvo, ¿sabes? Vine enseguida.

—Creo que Peter estaba a salvo —dijo Charmain—. O, al menos, lo estaba hasta que se perdió ayer.

—Estará a salvo ahora que yo estoy aquí —aseguró la bruja—. Noto que está cerca —suspiró—. Supongo que tendré que ir a buscarlo. No distingue la derecha de la izquierda, ¿sabes?

—Ya lo sé —asintió Charmain—. Usa cintas de colores. La verdad es que es bastante eficiente —pero, mientras decía esto, pensó que, para alguien tan eficiente como la bruja de Montalbino, Peter estaba condenado a parecer tan inútil como Charmain le parecía al propio Peter. «¡Padres!», pensó. Dejó a Waif en el suelo y dijo con educación—: Perdone que se lo pregunte, pero ¿cómo ha conseguido que el hechizo del desayuno le trajese tortitas?

—Dando la orden adecuada, por supuesto —dijo la bruja—. ¿Quieres?

Charmain asintió con la cabeza. La bruja dirigió sus eficientes dedos a la chimenea.

—Desayuno —ordenó— con tortitas, beicon, zumo y café.

La bandeja apareció al momento repleta de todo, con un buen montón de tortitas con sirope en el centro.

—¿Ves? —dijo la bruja.

—Gracias —suspiró Charmain mientras cogía la bandeja, agradecida.

La nariz de Waif se levantó con el aroma y corrió en círculos, ladrando. Estaba claro que para Waif ser alimentada por la bruja no contaba como desayuno. Charmain dejó la bandeja sobre la mesa y le dio a Waif el trozo de beicon más crujiente.

—Es una perra mágica —comentó la bruja, y volvió con su desayuno.

—Es muy mona —admitió Charmain mientras se sentaba y empezaba con las tortitas.

—No quería decir eso —dijo la bruja con impaciencia—. Yo siempre hablo en sentido literal. Quería decir que, de verdad, es una perra mágica —tomó más tortita y añadió con la boca llena—: Los perros mágicos son raros y muy poderosos. Ella te honra al adoptarte como su humana. Supongo que incluso cambió de sexo para ajustarse al tuyo. Espero que la aprecies como merece.

—Sí —dijo Charmain—. Así es.

«Y creo que preferiría desayunar con la princesa Hilda —pensó—. ¿Por qué tiene que ser tan severa?».

Siguió con su desayuno y recordó que el tío abuelo William había creído que Waif era macho. Waif había parecido macho al principio. Entonces Peter la había cogido y había dicho que era una hembra.

—Estoy segura de que tiene razón —añadió Charmain educadamente—. ¿Por qué no estaba Peter seguro aquí solo? Tiene mi edad, y yo lo estoy.

—Supongo —dijo la bruja, muy seca— que tus artes mágicas van mejor que las de Peter —acabó con sus tortitas y empezó con las tostadas—. Si Peter puede estropear un hechizo, lo hará —afirmó untando la tostada—. Y no me digas —dijo ella dando un enorme bocado crujiente—, porque no me lo creo, que tu magia no hace exactamente lo que se supone que debe hacer, sea como sea lo que hagas.