La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Apartó su cuenco de col y nabo. «Tengo que ser amable con él. Tengo que serlo, ¡tengo que serlo!».

—Peter, ¿qué te parece si mañana voy a ver a mi padre cuando vuelva y le pido un libro de cocina? Debe de tener cientos. Es el mejor cocinero de la ciudad.

Peter pareció visiblemente aliviado.

—Buena idea —dijo—. Mi madre nunca me ha enseñado mucho de cocina. Siempre lo hace ella.

«Y no debo quejarme de la opinión que le ha dado de mí al tío abuelo William —se prometió Charmain—. Debo ser amable. Pero como vuelva a hacerlo…».

Capítulo 10

En el que Twinkle se sube al tejado

POR la noche, a Charmain le asaltó una idea preocupante. Si en casa del tío abuelo William se podía viajar en el tiempo, ¿podría ser que ella llegase a la mansión real de hacía diez años y que el Rey no la estuviese esperando? ¿O a la de dentro de diez años y que fuese el príncipe Ludovic quien estuviese reinando? Eso bastó para que decidiese ir a la mansión caminando del modo tradicional.

Así, a la mañana siguiente, Charmain emprendió el camino con Waif correteando detrás de ella hasta que llegó al acantilado donde estaba el prado del lubbock; para entonces, Waif estaba tan cansada y daba tanta pena que Charmain la cogió en brazos. «Como siempre —pensó Charmain—. Me siento como una chica mayor trabajadora, como tiene que ser», añadió mientras se acercaba al pueblo a grandes zancadas con Waif tratando alegremente de lamerle la barbilla.

Había vuelto a llover por la noche, pero aquella era una de esas mañanas con el cielo azul pálido y grandes nubes blancas. Las montañas parecían de seda azul y, en la ciudad, el sol brillaba sobre los adoquines húmedos y se reflejaba en el río. Charmain se sentía satisfecha. Realmente le apetecía pasarse el día ordenando papeles y charlando con el Rey.

Al cruzar la plaza Real, el sol se reflejaba con tal fuerza sobre el tejado dorado que Charmain se vio obligada a mirar hacia los adoquines del suelo. Waif parpadeó y bajó la cabeza y, después, cuando un ruido agudo surgió de la mansión, saltó:

—¡Miradme, miradme!

Charmain miró, se le llenaron los ojos de lágrimas por el reflejo y soltó una de las manos que sujetaban a Waif para volver a mirar, haciéndose visera. Twinkle estaba sentado a horcajadas en la punta del tejado dorado, a más de treinta metros de altura, saludándola alegremente con los brazos. Casi se desequilibra al hacerlo. Al verlo, Charmain olvidó todos los pensamientos desagradables sobre los niños que había tenido el día anterior. Soltó a Waif sobre los adoquines y corrió a la puerta de la mansión, donde golpeó la aldaba y llamó al timbre frenéticamente.

—¡El niño! —le dijo jadeando a Sim cuando este abrió despacio la puerta chirriante—. ¡Twinkle! ¡Está sentado en el tejado! ¡Alguien tiene que ir a bajarlo!

—¿De verdad? —dijo Sim. Y fue tambaleándose hacia la escalera de entrada. Charmain tuvo que esperar a que llegase a un lugar desde el que pudiera ver el tejado y estirase el cuello tembloroso.

—Pues sí, señorita —coincidió—. Menudo diablillo. Se caerá. Ese tejado resbala como el hielo.

Charmain se paseaba con impaciencia.

—Mande a alguien a buscarlo. ¡Rápido!

—No sé a quién —dijo Sim lentamente—. Nadie en la mansión trepa demasiado bien. Podría mandar a Jamal, supongo, pero, como sólo tiene un ojo, su equilibrio no es demasiado bueno.

Waif estaba dando ladridos y moviéndose ostensiblemente para que la subiesen por las escaleras. Charmain no le hizo caso.

—¡Pues mándeme a mí! —propuso—. Sólo dígame cómo llegar. Ya. Antes de que se resbale por uno de los lados.

—Buena idea —coincidió Sim—. Tome las escaleras del fondo del recibidor, señorita, y no deje de subir; el último tramo es de madera y, después, encontrará una puerta pequeña…

Charmain no esperó más. Dejó que Waif se espabilara por sí misma y echó a correr por el pasillo de piedra húmeda hasta llegar al recibidor con las escaleras de piedra. Después empezó a subir por ellas como si le fuera la vida en ello, con las gafas golpeándole el pecho y los pasos resonando en las paredes. Subió dos largos tramos sin dejar de pensar en el pequeño cuerpo cayendo a plomo y golpeando los adoquines y… bueno… un paf, más o menos, allí donde había dejado a Waif. Resollando, empezó a subir el tercer tramo, el más estrecho. Parecía que no se acabara nunca. Después, llegó a las escaleras de madera y subió rítmicamente, casi sin aliento. También parecían interminables. Finalmente, llegó a la pequeña puerta de madera. Rezando por haber llegado a tiempo, Charmain la abrió de golpe y se encontró con el gran resplandor del sol y el oro.

Ya penzaba que no ibaz a venir —dijo Twinkle desde el centro del tejado. Llevaba un traje de terciopelo azul pálido y su pelo rubio brillaba tanto como el tejado. Parecía totalmente tranquilo, más como un ángel perdido que como un niño pequeño atrapado en un tejado.

—¿Tienes mucho miedo? —preguntó Charmain respirando nerviosa—. Agárrate fuerte y no te muevas. Yo me arrastraré a cogerte.

—Por favor, hazlo —dijo Twinkle educadamente.

«¡No es consciente del peligro! —pensó Charmain—. Tengo que estar tranquila». Con mucho cuidado, salió por la puerta de madera y maniobró hasta ponerse a horcajadas sobre el tejado como Twinkle. Era muy incómodo. Charmain no sabía qué era peor, si el hecho de que las tejas de metal estuvieran calientes, húmedas, afiladas y resbaladizas o el modo en que parecía que el tejado iba a cortarla en dos. Cuando echó una ojeada abajo, a la plaza Real, que estaba muy, muy lejos, tuvo que recordarse a sí misma muy seriamente que hacía sólo tres días había hecho un hechizo que la había salvado del lubbock y que había demostrado que podía volar. A lo mejor podía hacer que Twinkle se agarrase a su cintura y bajar flotando con él.

En ese momento se dio cuenta de que, a medida que ella se acercaba, Twinkle se apartaba.

—¡Deja de hacer eso! —protestó—. ¿No sabes lo peligroso que es?

—Claro que —replicó Twinkle—. Laz alturaz me aterrorizan. Pero ezte ez el único zitio donde puedo hablar contigo zin que nadie noz oiga. Zimplemente, quédate en medio del tejado, donde yo no tenga que gritar. Rápido. La princeza Hilda ha contratado a una niñera para Morgan y para mí. La pobre chica debe de eztar a punto de llegar.

Aquello sonó tan adulto que Charmain parpadeó y se quedó mirándolo. Twinkle le dedicó una sonrisa cegadora con sus grandes ojos azules y sus encantadores labios rosados.

—¿Eres un niño-genio o algo así?

—Bueno, ahora lo zoy —dijo Twinkle—. Cuando ezta era mi edad real, era del montón, creo. Con una gran habilidad mágica, por zupuezto. Avanza, ¿quierez?

—Lo intento —Charmain consiguió arrastrarse por el tejado hasta quedarse sólo a medio metro del niño—. Bueno, ¿de qué se supone que vamos a hablar? —le soltó.

—Primero, del mago Norland —dijo Twinkle—. Me han dicho que tú lo conocez.

—Bueno, en realidad, no —explicó Charmain—. Es el tío abuelo de la mujer de mi tío. Le estoy cuidando la casa mientras está enfermo.

No se sintió con fuerzas de mencionar a Peter.

—Y ¿cómo ez la caza?. —preguntó Twinkle. Y añadió, quitando hierro—: Yo vivo en un caztillo ambulante. ¿La caza de Norland ze mueve?

—No —dijo Charmain—. Pero hay una puerta en el medio que te lleva a cientos de habitaciones diferentes. Dicen que fue el mago Melicot quien la hizo.

—¡Ah, Melicot! —exclamó Twinkle. Parecía muy complacido—. Entoncez, zeguramente tendré que ir. Lo que diga Calcifer. ¿Te parece bien?

—Supongo que sí —dijo Charmain—. ¿Por qué?

—Porque —explicó Twinkle— Zophie, Calcifer y yo hemoz zido contratadoz para averiguar qué pazó con el oro del tezoro del Rey. Al menoz, ezo ez lo que creemoz que quieren, pero no eztán ziendo demaziado claroz al rezpecto. La mitad del tiempo parece que lo que dicen ez que han perdido un regalo élfico y nadie zabe qué ez un regalo élfico. Y la princeza le ha pedido a Zophie que averigüe qué ez lo que paza con el dinero de loz impueztoz. Y ezo vuelve a parecer otra coza diferente. Han vendido un montón de cuadroz y otraz cozaz y ziguen ziendo tan pobrez como laz rataz de una iglezia, ya te debez de haber dado cuenta.

Charmain asintió.

—Sí, me he dado cuenta. ¿No podrían subir los impuestos?

—O vender una parte de la biblioteca —sugirió Twinkle. Se encogió de hombros. Eso provocó que se balanceara de un modo tan precario que Charmain cerró los ojos—. Cazi mandan echar a Calcifer anoche cuando zugirió vender algunoz libroz. Y en cuanto a loz impueztoz, el Rey dice que la gente de High Norland eztá bien y contenta y que, igualmente, cualquier dinero eztra de impueztoz acabaría dezapareciendo también. Ezo no ez bueno. Lo que quiero que hagaz

Se oyó un grito abajo en la distancia. Charmain abrió los ojos y miró a los lados. Se habían reunido unas cuantas personas en la plaza, todas haciendo visera con la mano y señalando al tejado.

—Rápido —dijo ella—. Llamarán a los bomberos en cualquier momento.

—¿Tienen? —preguntó Twinkle—. Qué civilizadoz que zoiz aquí —volvió a mostrar otra de sus deslumbrantes sonrisas—. Lo que necezitamoz que hagaz

—¿Qué? ¿Estáis a gusto ahí? —preguntó una voz cercana desde detrás de Charmain. Sonó tan cercana y era tan inesperada que Charmain saltó y todo se desequilibró.

—¡Cuidado, Zophie! —dijo Twinkle alarmado—. Cazi haces que ze caiga.

—Lo que viene a demostrar que esta idea era descerebrada incluso para ti —replicó Sophie. Por el sonido, estaba asomada a la puerta de madera, pero Charmain no se atrevió a darse la vuelta para mirar.

¿Haz hecho la magia que te di? —preguntó Twinkle inclinándose hacia un lado para hablar rodeando a Charmain.

—Sí —respondió Sophie—. Todo el mundo anda corriendo por la mansión derrochando actividad: Calcifer está intentando frenar los ataques de histeria de esa niñera inútil y alguien de fuera acaba de llamar a los bomberos; yo he conseguido colarme en la biblioteca con tu hechizo aprovechando la confusión. ¿Contento?

—Perfecto —Twinkle volvió a sonreír angelicalmente—. ¿Vez lo aztuto que era mi plan? —se inclinó hacia Charmain—. Lo que he hecho —le dijo— ez lanzar un hechizo que hace que todoz loz libroz y papelez que tienen la máz mínima relación con loz problemaz del Rey brillen con una luz que zólopuedez ver. Cuando veaz algo iluminado quiero que tomez nota de qué ez y qué dice. En zecreto, claro. Eztá claro que aquí hay algo que no va bien y no queremoz que nadie zepa lo que eztáz haciendo en cazo de que apuntez a la perzona culpable del problema. ¿Lo haráz?

—¿Por qué no? —dijo Charmain. Parecía fácil, aunque no le acababa de gustar la idea de esconder secretos al Rey—. ¿Para cuándo queréis mis notas?

—Para esta noche, por favor, antes de que llegue ese principito heredero —contestó Sophie desde detrás de Charmain—. No hay necesidad de que se entrometa en esto. Y estamos muy agradecidos y esto es realmente importante. Es la razón por la que hemos venido. Y ahora, por el amor de Dios, entrad los dos antes de que empiecen a desplegar escaleras.

—Vale —dijo Twinkle con voz aguda—. Vamoz. Aunque te avizo de que, a lo mejor, yo llegaré partido en doz.

—Te estaría bien empleado —repuso Sophie.

El tejado empezó a moverse y resbalar bajo Charmain. Casi se pone a gritar. Pero se agarró con ambas manos y se recordó a sí misma que podía volar. ¿Podía? Y el tejado se deslizó y resbaló hacia atrás, camino de donde había venido, delante de ella; Twinkle se deslizaba también hacia delante. Enseguida, Charmain notó cómo Sophie la cogía por debajo de los brazos y tiraba de ella hacia detrás, con un poco de dificultad, de nuevo al interior de la mansión real. Sophie se inclinó hacia fuera, agarró a Twinkle y lo dejó en el suelo al lado de Charmain.