La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Charmain pensó en el hechizo para volar y en el de las tuberías y en Rollo dentro de la bolsa, y dijo:

—Sí —con la boca llena de tortita—, supongo…

—Pues el caso —la interrumpió la bruja— es que la de Peter hace justo lo contrario. Su método es siempre perfecto, pero el hechizo siempre acaba mal. Uno de los motivos para mandarlo al mago Norland fue que esperaba que el mago mejorase la magia de Peter. William Norland tiene El livro del palimpsesto, ya sabes.

Charmain sintió que volvía a enrojecer.

—Esto… —murmuró a la vez que le daba media tortita a Waif—, ¿qué es lo que hace El livro del palimpsesto?

—La perra no podrá ni caminar como sigas dándole tanto de comer —repuso la bruja—. El livro del palimpsesto otorga a las personas la libertad de usar las magias de tierra, aire, fuego y agua. Sólo otorga el fuego si la persona es de fiar y, por supuesto, la persona debe tener habilidades mágicas —su rostro severo mostró un rastro de nerviosismo—. Yo creo que Peter tiene habilidad.

Charmain pensó: «Fuego. Yo apagué el fuego de Peter. ¿Quiere decir que soy de fiar?».

—Debe de tener la habilidad —le dijo a la bruja—. Para poder hacer un hechizo mal, antes tienes que poder hacer magia. ¿Por qué mandó a Peter aquí?

—Enemigos —contestó la bruja sorbiendo su café con tristeza—. Tengo enemigos. Mataron al padre de Peter, ¿sabes?

—¿Se refiere a los lubbocks? —preguntó Charmain. Lo puso todo en la bandeja y dio un último trago de café. Se estaba preparando para irse.

—Por lo que sé —dijo la bruja—, sólo hay un único lubbock. Al parecer, mató a todos sus rivales. Pero sí, fue el lubbock quien provocó la avalancha. Yo lo vi.

—Entonces, puede dejar de preocuparse —dijo Charmain, y se puso de pie—. El lubbockin está muerto. Calcifer lo destruyó anteayer.

La bruja estaba sorprendida.

—¡Cuéntamelo! —ordenó con energía.

Aunque se moría por salir corriendo a la mansión real, Charmain se vio a sí misma sentarse, servirse otra taza de café y contarle a la bruja toda la historia, no sólo lo del lubbock y los huevos de lubbock, sino también lo de Rollo y el lubbock. «Y esta es una forma injusta de usar la magia», pensó mientras se oía contarle a la bruja cómo, al parecer, Calcifer había desaparecido.

—Y entonces, ¿por qué estás ahí sentada? —exclamó la bruja—. ¡Vete corriendo a la mansión real y cuéntaselo a Sophie enseguida! ¡La pobre mujer tiene que estar fuera de sí de la preocupación! ¡Date prisa, niña!

«Sin ni siquiera un «gracias por contármelo» —pensó Charmain amargamente—. Prefiero mil veces mi madre a la de Peter. ¡Y sin duda preferiría desayunar con la princesa Hilda!».

Se levantó y se despidió educadamente. Después, con Waif corriendo tras sus tobillos, echó a correr por el salón y por el camino del jardín hacia la carretera.

«Suerte que no le he contado lo del camino de la sala de reuniones —pensó mientras las gafas le golpeaban el pecho al correr—, porque me hubiera hecho cogerlo y no habría podido buscar a Calcifer».

Justo antes de que la carretera girase, llegó al punto en el que Calcifer había hecho estallar los huevos de lubbock. Un gran trozo del acantilado había caído y los trozos de roca habían llegado hasta la carretera. Algunas personas, que parecían pastores, estaban subidas en las piedras buscando ovejas atrapadas y parecían preguntarse qué había causado aquello. Charmain dudó. Si Calcifer hubiese estado allí, aquella gente ya lo habría encontrado. Redujo el paso y miró a lo alto de la piedra rota al pasar. No parecía haber rastro de azul o de llamas entre las rocas.

Pensó en buscar con más cuidado después y volvió a echar a correr casi sin darse cuenta de que el cielo era de color azul claro y de que había una niebla azul oscuro sobre las montañas. Iba a ser uno de esos escasos días de bochorno en High Norland. Lo único en que aquello afectaba a Charmain era que Waif se acaloró enseguida: jadeaba y se tambaleaba mientras corría, y su lengua colgaba tanto que casi tocaba el suelo.

—¡Vaya! Debe de haber sido la tortita —dijo Charmain cogiéndola y siguiendo adelante—. Ojalá la bruja no hubiese dicho lo que ha dicho —le confesó sin dejar de correr—. Ahora me preocupa que me gustes tanto.

Cuando llegó a la ciudad, Charmain tenía tanto calor como Waif, tanto que casi deseó tener una lengua que sacar como el animal. Tuvo que reducir su carrera a un paso rápido y, aunque tomó el camino más corto, le pareció que tardaba muchísimo en llegar a la plaza Real.

Finalmente, giró por la última esquina para entrar en la plaza y se encontró la calle bloqueada por una multitud. Parecía que la mitad de los habitantes de High Norland se había reunido allí para ver el nuevo edificio que se alzaba a unos metros de la mansión real. Era casi tan alto como ella, grande, oscuro, parecido al carbón y con una torre en cada esquina. Era el castillo que Charmain había visto por última vez flotando sin rumbo más allá de las montañas. Se quedó mirándolo tan sorprendida como el resto de personas de la plaza.

—¿Cómo ha llegado hasta aquí? —se preguntaban los unos a los otros mientras Charmain intentaba abrirse paso hasta él—. ¿Cómo ha podido encajar?

Charmain miró las cuatro calles que acababan en la plaza Real y se preguntó exactamente lo mismo. Ninguna de ellas era más ancha que la mitad del castillo. Pero ahí estaba, alzándose sólido, como si se hubiese construido allí de la noche a la mañana. Charmain se abrió camino a fuerza de codos con curiosidad creciente.

A medida que se acercaba a sus muros, vio humo azul salir de las torres y acercársele. Charmain se agachó. Waif se dio la vuelta. Alguien gritó. Todo el mundo se echó atrás de golpe y dejó a Charmain sola, cara a cara con la gota azul que flotaba ante su rostro. La cola de Waif golpeó el brazo de Charmain a modo de saludo.

—Si vais a entrar en la mansión —crujió Calcifer—, decidles que se den prisa. No puedo tener el castillo aquí todo el día.

Charmain estaba demasiado contenta para hablar.

—¡Creía que habías muerto! —consiguió decir—. ¿Qué pasó?

Calcifer se agitó en el aire y pareció un poco avergonzado.

—Debo de estar tonto —confesó—. De alguna manera, me quedé debajo de un montón de rocas. Tardé todo el día de ayer en liberarme. Cuando salí de allí, tuve que encontrar el castillo. Se había alejado kilómetros. En realidad, sólo lo he traído aquí. Díselo a Sophie. Se suponía que tenía que fingir irse hoy. Y dile que casi no me quedan troncos que quemar. Eso debería hacerle venir.

—Lo haré —le prometió Charmain—. ¿Estás seguro de que estás bien?

—Sólo tengo hambre —dijo Calcifer—. Recuerda, troncos.

—Troncos —repitió Charmain mientras subía las escaleras de la mansión hacia la puerta con la sensación de que la vida era mucho mejor, más feliz y más libre que antes.

Sim le abrió la puerta sorprendentemente rápido. Miró fuera del castillo a la multitud y meneó la cabeza.

—Ah, señorita Charming —dijo—. Esta mañana está resultando complicada. No estoy seguro de que Su Majestad esté preparado para empezar el trabajo en la biblioteca. Pero, por favor, entre.

—Gracias —contestó Charmain dejando a Waif en el suelo—. No me importa esperar. Igualmente, tengo que hablar antes con Sophie.

—Sophie… esto… la señora Pendragon, quiero decir —dijo Sim mientras cerraba las puertas—, parece ser parte de las complicaciones de esta mañana. La princesa está muy nerviosa… Pero venga conmigo y verá a lo que me refiero.

Dio media vuelta por el húmedo pasillo indicando a Charmain que lo siguiese. Antes de llegar siquiera a la esquina, a donde estaban las escaleras de piedra, Charmain oyó la voz de Jamal, el cocinero:

—Y cómo puede saber cualquiera qué cocinar cuando los invitados están siempre yéndose y no yéndose y volviéndose a ir, ¿eh?

Esto fue seguido por los gruñidos del perro de Jamal y un coro de otras voces.

Sophie estaba de pie en el hueco de debajo de las escaleras con Morgan en brazos y Twinkle agarrado nerviosa y angelicalmente de su falda, mientras que la niñera gorda estaba allí con aspecto de resultar tan inútil como siempre. La princesa Hilda estaba al lado de las escaleras con el aspecto más real y educado que Charmain le había visto. Y el Rey también estaba, con la cara roja y un real enfado. Después de ver sus caras, Charmain supo que no tenía sentido mencionar los troncos. El príncipe Ludovic estaba asomado por la barandilla con expresión satisfecha y de superioridad. Su dama estaba junto a él, desdeñosa, con lo que casi era un vestido de fiesta y, para disgusto de Charmain, el hombre gris también estaba allí, respetuosamente situado al lado del príncipe.

«Jamás dirías que le acaba de robar al Rey todo su dinero, ¡el muy animal!», pensó Charmain.

—Proclamo que esto es un abuso de la hospitalidad de mi hija —estaba diciendo el Rey—. No tenías derecho a hacer promesas que no pensabas cumplir. Si fueras uno de nuestros subditos, te prohibiríamos que te fueses.

Sophie intentaba sonar digna:

—Tengo la intención de cumplir mi promesa, Majestad, pero no puede esperar que me quede aquí cuando mi hijo está sufriendo amenazas. Si me permite ponerle a salvo, seré libre de hacer lo que quiere la princesa Hilda.

Charmain entendió el problema de Sophie. Con el príncipe Ludovic y el hombre gris de pie allí, no se atrevía a decir que sólo iba a fingir que se iba. Y tenía que mantener a salvo a Morgan.

El Rey dijo enfadado:

—No nos hagas más falsas promesas, joven.

A los pies de Charmain, Waif empezó de repente a gruñir. Tras el Rey, el príncipe Ludovic se echó a reír y chasqueó los dedos. Lo que siguió pilló a todo el mundo por sorpresa. La niñera y la dama del príncipe abrieron sus vestidos. La niñera se convirtió en una persona forzuda de color violeta, llena de músculos y con los pies en forma de garra. El vestido de la dama del príncipe desapareció para mostrar un delgado cuerpo de color malva con una malla negra con agujeros en la espalda para dejar salir un par de pequeñas alas violetas aparentemente inútiles. Ambos lubbockins se acercaron a Sophie con sus grandes y alargadas manos violetas.

Sophie gritó algo y apartó a Morgan de esas manos. Morgan también gritó con una mezcla de sorpresa y terror. Todo lo demás quedó sepultado por los agudos aullidos de Waif y los poderosos gruñidos del perro de Jamal mientras se lanzaba contra la dama del príncipe. Antes de que el perro se acercara a los lubbockins, la dama del príncipe, agitando sus pequeñas alas, había aterrizado sobre Twinkle y lo había agarrado. Twinkle gritó y agitó sus piernecitas recubiertas de terciopelo. La niñera lubbockin se puso enfrente de Sophie para evitar que pudiese rescatar a Twinkle.

—Ya ves —dijo el príncipe Ludovic—. O te vas, o tu hijo sufrirá.

Capítulo 16

Que está lleno de liberaciones y descubrimientos

—ESTO es inacep… —empezó la princesa Hilda.

No había acabado la frase cuando Twinkle, de repente, se escapó. Se deslizó entre los brazos violeta del lubbockin y subió corriendo las escaleras mientras gritaba:

—¡Zocorro! ¡Zocorro! ¡No dejéiz que me toque!

Los dos lubbockins empujaron a un lado a la princesa Hilda y echaron a correr escaleras arriba tras Twinkle. La princesa Hilda se agarró a la barandilla y se quedó allí con el rostro enrojecido y extrañamente poco digna. Charmain se vio a sí misma corriendo por la escalera tras los lubbockins y gritando:

—¡Dejadlo en paz! ¿Cómo os atrevéis?

Cuando lo pensó después, decidió que fue la visión de la princesa Hilda como una persona normal la que provocó su reacción.