La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Twinkle miró a Charmain con tristeza.

—De vuelta a la infancia —suspiró—. No me dezcubriráz, ¿verdad?

—Oh, no digas tonterías —dijo Sophie—. Charmain es de fiar —se volvió hacia Charmain—. Se llama Howl y, para mi desgracia, se lo está pasando genial con su segunda infancia. Ven aquí, hombrecito mío.

Cogió a Twinkle con un brazo y lo bajó por las escaleras. Hubo muchas patadas y gritos.

Charmain los siguió meneando la cabeza.

En el rellano principal, a medio camino, parecía que se había reunido toda la mansión, incluidas personas que Charmain no había visto antes, con Calcifer flotando de un lado a otro entre ellos. Incluso el Rey estaba allí, con una Waif medio ausente en brazos. La princesa Hilda empujó a un lado a una joven gorda que tenía a Morgan en brazos y sollozaba, y le dio la mano a Charmain.

—Mi querida señorita Charming, muchísimas gracias. Estábamos muertos de miedo. Sim, ve a decirles a los bomberos que ya no necesitamos las escaleras y que, por supuesto, no necesitamos las mangueras.

Charmain pudo oírla a duras penas. Waif había visto a Charmain y se había apresurado a saltar de brazos del Rey, ladrando sin parar de alivio al ver que estaba sana y salva. Desde algún punto de más atrás, el perro de Jamal respondió con sentidos aullidos. La niñera gorda empezó a hacer: «Snif… ¡¡¡¡buaaah!!!!», Morgan gritaba «jado, jado» y todos los demás hablaban sin parar, interrumpiéndose. A lo lejos, Twinkle estaba berreando:

—¡No zoy malo! ¡Eztaba muy azuztado, te lo he dicho!

Charmain redujo un poco el ruido cogiendo en brazos a Waif. La princesa Hilda hizo callar a casi todos los demás dando unas palmadas y diciendo:

—A trabajar todo el mundo. Nancy, llévate a Morgan antes de que nos deje a todos sordos y déjale muy claro que él no va a subir también al tejado. Sophie, cariño, ¿puedes hacer callar a Twinkle?

Todo el mundo se fue. Twinkle empezó a decir: «No zoy malo…» y, de repente, paró como si alguien le hubiera tapado la boca con la mano. En un momento, Charmain se vio bajando el resto de escaleras con el Rey, camino de la biblioteca, con Waif intentando lamerle la barbilla plenamente feliz.

—Esto me recuerda otros tiempos —dijo el Rey—. Yo subí al tejado varias veces cuando era niño. Siempre provoqué mucho pánico absurdo. Una vez, los bomberos casi me riegan por error. Los niños son niños, querida. ¿Estás preparada para ponerte a trabajar o prefieres sentarte y recuperarte un poco?

—No, estoy bien —le aseguró Charmain.

Se sintió como en casa al tomar asiento en la biblioteca, rodeada por el aroma de los libros viejos, con Waif tostándose la tripa al lado del brasero y el Rey sentado en frente investigando un roído montón de diarios. Estaba tan a gusto que a Charmain se le olvidó por completo el hechizo de Twinkle. Se concentró en separar un montón de viejas cartas enmohecidas. Todas eran de un príncipe muy antiguo que criaba caballos y que quería que su madre le sacase más dinero, al Rey. Estaba el príncipe explicando la maravillosa belleza del nuevo potro al que había dado a luz su mejor yegua cuando Charmain levantó la vista y vio al demonio de fuego titilando lentamente de un lado a otro de la biblioteca.

El Rey también levantó la vista.

—Buenos días, Calcifer —dijo educadamente—. ¿Necesitas algo?

—Sólo miro —respondió Calcifer con su vocecilla chisporroteante—. Ahora entiendo porque no quiere vender estos libros.

—Pues sí —dijo el Rey—. Dime, ¿leen mucho los demonios de fuego?

—Normalmente, no —respondió Calcifer—. Sophie lee para mí a menudo. Me gustan las historias con misterios que resolver, en las que tienes que adivinar quién es el asesino. ¿Tiene alguna?

—Seguramente, no —dijo el Rey—. Pero a mi hija también le gustan las novelas de misterio y asesinatos. Quizá deberías preguntarle a ella.

—Muchas gracias; lo haré —dijo Calcifer, y desapareció.

El Rey meneó la cabeza y volvió a sus diarios. En ese momento, Charmain se dio cuenta de que el diario que estaba hojeando el Rey tenía un tenue brillo de color verde. Al igual que la siguiente cosa de su pila, que era un pergamino bastante arrugado, atado con una cinta dorada.

Charmain cogió aire y preguntó:

—¿Hay algo interesante en ese diario, Majestad?

—Bueno —dijo el Rey—, en realidad, es bastante desagradable. Es el diario de una de las damas de compañía de una de mis bisabuelas. Está lleno de cotilleos. Justo ahora, está muy afectada porque la hermana del Rey murió en el parto de su hijo, y parece ser que la comadrona mató al bebé. Dice que era violeta y que la asustó. Parece ser que van a llevar a la pobrecilla a juicio por asesinato.

La mente de Charmain voló al momento en que ella y Peter habían leído la entrada lubbock en la enciclopedia del tío abuelo William. Dijo:

—Supongo que creyó que el bebé era un lubbockin.

—Sí, eran muy supersticiosos e ignorantes —dijo el Rey—. Ya nadie cree en los lubbockins.

Siguió leyendo.

Charmain se preguntó si debía decir que aquella comadrona había hecho bien. Los lubbocks existían. ¿Por qué no iban a existir los lubbockins? Pero estaba segura de que el Rey no iba a creerla y, en lugar de eso, garabateó una nota. Después cogió el pergamino chafado. Pero antes de abrirlo, se le ocurrió mirar en la fila de cajas donde había guardado los papeles que ya había leído, por si alguno también brillaba. Sólo había uno que brillaba muy tenuemente. Cuando Charmain lo sacó, vio que era la factura del mago Melicot por hacer que el tejado pareciese oro. Eso resultaba confuso, pero Charmain tomó también nota antes de desatar finalmente la cinta dorada y abrir el pergamino.

Era un árbol genealógico de los reyes de High Norland, bastante confuso y hecho con prisas como si sólo fuese el borrador de una copia mucho más cuidada. A Charmain le costó leerlo. Estaba lleno de cruces y flechitas que llevaban a añadidos ilegibles y círculos chatos con notas.

—Majestad —dijo—, ¿puede explicármelo?

—A ver —el Rey cogió el pergamino y lo desplegó sobre la mesa—. Ah —dijo—. Tenemos la copia buena colgada en el salón del trono. No la he mirado con atención en años, pero sí que sé que es más sencilla que este árbol genealógico, sólo con los nombres de quienes han gobernado, con quién se casaron y demás. Este parece tener comentarios escritos por diferentes personas. A ver. Este es mi antepasado Adolphus I. El comentario de debajo tiene una caligrafía realmente antigua. Dice… hmmm… «Levantó las murallas de la ciudad gracias al regalo élfico». Hoy en día no hay ni rastro de esas murallas, ¿verdad? Pero dicen que la parte baja de la calle del Dique, al lado del río, forma parte de las antiguas murallas…

—Perdone, Majestad —le interrumpió Charmain—, pero ¿qué es el regalo élfico?

—Ni idea, querida —dijo el Rey—. Ojalá lo supiera. Se dice que daba prosperidad y protección al reino, fuese lo que fuese, pero parece que se esfumó hace tiempo. Hmm. Esto es fascinante.

El Rey movió su largo dedo de una nota a otra.

—Aquí, al lado del antepasado de mi mujer, dice: «Se dice que era una elfa». Siempre me habían dicho que la reina Matilda era sólo medio elfa, pero aquí está su hijo, Hans Nicholas, etiquetado como «niño elfo», así que a lo mejor es por eso por lo que nunca llegó a ser rey. Nadie se fía de los elfos. Un gran error, en mi opinión. En su lugar, coronaron al hijo de Hans Nicholas, una persona muy aburrida llamada Adolphus II, que nunca hizo gran cosa. Es el único rey del pergamino que no tiene un comentario al lado. Eso quiere decir algo. Pero su hijo, aquí está, Hans Peter Adolphus, tiene uno que dice: «Reafirmó la seguridad del reino en colaboración con el regalo élfico», sea eso lo que sea. Querida, esto es muy interesante. ¿Me harías el favor de hacer una copia legible con todos los nombres y comentarios? Puedes quitar a los primos y similares si no tienen comentarios. ¿Te importaría?

—En absoluto, Majestad —dijo Charmain. Se había preguntado cómo iba a poder copiar todo aquello en secreto para Sophie y Twinkle, y ese era el modo.

Se pasó el resto del día haciendo dos copias del pergamino. La primera era un borrador desordenado para el que había tenido que pedir constantemente ayuda al Rey con este o aquel comentario y la segunda la había hecho con su mejor caligrafía para el Rey. Estaba tan interesada como él. ¿Por qué el sobrino de Hans Peter III se había dedicado a «robar en las colinas»? ¿Qué convertía a la reina Gertrude en una «temible bruja»? Y ¿por qué decían que su hija, la princesa Isolla, era «amante del caballero azul»?

El Rey no podía contestar a esas preguntas, pero dijo que sí tenía una idea de por qué habían etiquetado al príncipe Nicholas Adolphus como un «beodo». ¿Había visto Charmain donde decía que el padre del príncipe, Peter Hans IV, era «un oscuro tirano, además de un mal mago»?

—Algunos de mis antepasados no eran buena gente —dijo él—. Apuesto a que este era un abusón y se pasaba mucho con el pobre Nicholas. Me contaron que eso puede pasar cuando la sangre élfica se estropea, pero creo que, en realidad, son cosas de la gente.

Ya avanzado el día, cuando Charmain estaba cerca del final del pergamino, donde casi todos los gobernantes parecían llamarse Adolphus o Adolphus Nicholas o Ludovic Adolphus, le fascinó encontrarse con una princesa Moina que «se casó con un caballero de Strangia, pero murió dando a luz a un asqueroso lubbockin». Charmain estaba segura que Moina era la del diario de la dama de compañía. Parecía que alguien se había creído la historia de la comadrona. Decidió no comentárselo al Rey.

Tres líneas después, llegó al Rey, «bastante perdido entre sus libros», y a la princesa Hilda, «rehusó casarse con un rey, tres lores y un mago». Estaban bastante apretados para dejar sitio para los descendientes del tío del Rey, Nicholas Peter, que parecía haber tenido muchos hijos. Los hijos de los hijos llenaban toda la línea inferior. «¿Cómo son capaces de recordar quién es quién?», se preguntó Charmain. La mitad de las niñas se llamaban Matilda y la otra mitad Isolla, mientras que la mayoría de niños eran Hans o Hans Adolphus. Sólo se podían distinguir por los pequeños comentarios garabateados y que decían que Hans era «muy agresivo, se ahogó» y que otro había «muerto en accidente» y que otro «murió en el extranjero». Las niñas eran peores. Una Matilda era una «niña aburrida y orgullosa», a otra había que «temerla como a la r. Gertrude» y la tercera era «de naturaleza maligna». Todas las Isollas habían sido «envenenadas» o eran «malignas». El heredero del Rey, Ludovic Nicholas, destacaba en lo que Charmain empezaba a pensar que era una familia muy desgraciada, porque no tenía ningún comentario, al igual que el aburrido Adolphus de muchos años atrás.

Lo escribió todo, nombres, comentarios y demás. Hacia el final de la tarde, tenía el dedo índice de la mano derecha dormido y lleno de tinta azul.

—Gracias, querida —dijo el Rey cuando Charmain le dio la copia buena. Empezó a leerla con tanto interés que a Charmain le fue fácil guardar su copia en sucio y las demás notas en los bolsillos sin que el Rey la viese. Cuando se levantó, el Rey alzó la vista para decirle algo—: Espero que me perdones, querida. No necesitaré tus servicios durante los dos próximos días. La princesa insiste en que salga de la biblioteca y haga de anfitrión para el joven príncipe Ludovic este fin de semana. Ella no es muy buena con las visitas masculinas, ya sabes. Pero espero volver a verte el lunes.

—Por supuesto —dijo Charmain. Cogió a Waif, que se acercó correteando a ella desde la cocina, y se dirigió a la puerta principal preguntándose qué iba a hacer con su copia del pergamino. No estaba segura de confiar en Twinkle. ¿Podía uno fiarse de alguien con aspecto de niño pero que, en realidad, no lo era? Y además, estaba lo que Peter decía, lo que el tío abuelo William había dicho sobre los demonios de fuego. «¿Se puede confiar en alguien tan peligroso?», pensó con tristeza mientras se iba.