La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Cuando Charmain le alcanzó y le agarró la mano con la que golpeaba, el carrito estaba lleno a rebosar de teteras, jarras de leche, azucareros, tazas, pastas de té, platos con nata, con mermelada, con tostadas calientes con mantequilla, montañas de magdalenas y un pastel de chocolate. Un cajón con cuchillos, cucharas y tenedores se abrió en el extremo. Charmain y Peter, de acuerdo por una vez, llevaron el carrito hacia el lóbrego sofá y se dispusieron a comer y beber. Al minuto, Waif sacó su enorme cabeza por la puerta, husmeando. Al ver el carrito, empujó un poco y entró también en el salón, donde se arrastró melancólicamente con su enorme tamaño hasta el sofá, donde puso su gigantesco mentón peludo en el respaldo detrás de Charmain. Peter la miró distraído y le dio varias magdalenas, que ella comió de un mordisco con mucha educación.

Pasada una buena media hora, Peter se recostó y se estiró.

—Ha sido genial —suspiró—. Al menos no nos moriremos de hambre. Mago Norland —añadió por probar—, ¿cómo se come en esta casa?

No hubo respuesta.

—Sólo me contesta a mí —exclamó Charmain con orgullosa frivolidad—. Y ahora no voy a preguntarlo. He tenido que vérmelas con un lubbock antes de que llegaras y estoy agotada. Me voy a la cama.

—¿Qué es un lubbock? —preguntó Peter—. Creo que uno mató a mi padre.

Charmain no estaba de humor para contestarle. Se levantó y se dirigió a la puerta.

—Espera —dijo Peter—. ¿Cómo nos deshacemos de todos los trastos del carrito?

—Ni idea —contestó Charmain, y abrió la puerta.

—¡Espera, espera, espera! —dijo Peter corriendo tras ella—. Antes enséñame mi habitación.

«Supongo que tengo que hacerlo —pensó Charmain—, no distingue la izquierda de la derecha». Suspiró. A desgana, empujó a Peter entre las burbujas, que seguían, más densas que nunca, llenando la cocina, para que recogiera su mochila, y después le guio a la izquierda, de vuelta a la puerta donde estaban las habitaciones.

—Quédate con la tercera —le dijo—. Esta es la mía y la primera es la del tío abuelo William. Pero, si quieres otra, hay miles. Buenas noches —añadió, y entró en el baño.

Todo estaba congelado.

—¡Vaya! —exclamó Charmain.

Para cuando había vuelto a la habitación y se había puesto el camisón un poco manchado de té, Peter estaba en el pasillo gritando:

—¡Eh! ¡El lavabo está congelado!

«Mala suerte», pensó Charmain. Se metió en la cama y se durmió casi al momento.

Más o menos una hora después, soñó que se le sentaba encima un mamut peludo.

—Apártate, Waif —le ordenó—. Eres demasiado grande.

Después soñó que el mamut se apartaba lentamente de ella, gruñendo, antes de que ella entrara en otro sueño más profundo.

Capítulo 5

En el que Charmain recibe a su preocupada madre

CUANDO Charmain se despertó, descubrió que Waif había puesto su enorme cabeza sobre la cama, encima de sus piernas. El resto de Waif estaba apilado en el suelo formando una montaña blanca y peluda que llenaba la mayor parte del resto de la habitación.

—Así que no puedes encogerte por ti misma —murmuró Charmain—. Tendré que pensar en algo.

La respuesta de Waif fue una serie de enormes silbidos, después de los cuales pareció que volvía a dormirse. Charmain, con mucha dificultad, sacó las piernas de debajo de la cabeza de Waif y rodeó su enorme cuerpo para buscar ropa limpia y ponérsela. Cuando llegó el momento de peinarse, Charmain descubrió que todas sus horquillas parecían haber desaparecido, seguramente durante su caída por la ladera de la montaña. Todo cuanto le quedaba era un lazo. Su madre siempre insistía en que las chicas respetables tenían que llevar el pelo recogido en un fuerte moño encima de la cabeza. Charmain nunca había llevado el pelo de otra forma.

—Pero, bueno —dijo a su reflejo en el limpio y pequeño espejo—, madre no está, ¿verdad?

Y se peinó el pelo sobre el hombro en una gruesa trenza que recogió con el lazo. Pensó que estaba más guapa así que de costumbre, con la cara más llena y menos flacucha y malhumorada. Asintió a su reflejo y volvió a rodear a Waif para ir al baño.

Para su alivio, el hielo se había fundido durante la noche. La habitación estaba invadida por el suave sonido del agua fundiéndose y bajando por las tuberías, pero nada parecía ir mal hasta que Charmain abrió los grifos. Los cuatro dejaban salir agua helada; daba igual cuanto tiempo la dejase correr.

—De todas maneras, tampoco me quería bañar —comentó Charmain mientras salía al pasillo.

No se oía a Peter. Charmain recordó a su madre diciéndole que a los chicos siempre les costaba más levantarse por las mañanas. No dejó que eso le preocupara. Abrió la puerta y giró a la izquierda para entrar en una espuma espesa. Placas de espuma y grandes burbujas solitarias se cruzaron con ella en el pasillo.

—¡Maldita sea! —dijo Charmain. Agachó la cabeza, se la cubrió con los brazos y entró en la habitación. Allí hacía tanto calor como en la panadería de su padre cuando estaba haciendo un encargo importante—. ¡Guau! —exclamó—. Supongo que las pastillas de jabón tardan días en gastarse.

Después no dijo nada más porque, al abrir la boca, se le había llenado de espuma. Las burbujas le entraron por la nariz hasta que estornudó, causando un pequeño huracán de burbujas. Chocó contra la mesa y oyó caer otra tetera, pero siguió avanzando hasta que encontró las bolsas de ropa sucia y oyó repiquetear las cacerolas de encima. Ya sabía dónde estaba. Se apartó una mano de la cara para buscar a tientas el fregadero y después, pasado el fregadero, palpó la puerta trasera con los dedos. Buscó el pomo; por un momento pensó que había desaparecido durante la noche, hasta que se dio cuenta de que estaba en el otro extremo de la puerta y, finalmente, la abrió. Se quedó allí, respirando profundamente el aire burbujeante y parpadeando con sus ojos vivos e inteligentes llenos de jabón, ante un precioso y templado amanecer.

Las burbujas flotaban en masa por encima de ella. A medida que se le aclaraba la vista, Charmain se quedó admirada por la forma en que las brillantes burbujas captaban la luz del sol mientras se elevaban por las verdes y ondeantes montañas. Se dio cuenta de que la mayoría parecía explotar al llegar al final del patio, como si allí hubiese una barrera invisible, pero algunas seguían subiendo más y más, como si pudiesen hacerlo eternamente. Charmain las seguía con la vista mientras superaban pardas cimas y verdes valles. Uno de aquellas extensiones verdes tenía que ser el prado donde se había encontrado con el lubbock, pero no sabría decir cuál. Dejó volar su mirada hacia el pálido azul del cielo sobre las cumbres. Hacía un día realmente adorable.

Para entonces, una corriente pálida e incesante de burbujas salía de la cocina. Cuando Charmain se dio media vuelta para mirar, la habitación ya no estaba llena de espuma sólida, aunque aún había burbujas por todas partes saliendo de la chimenea. Charmain suspiró y volvió dentro, donde consiguió inclinarse sobre el fregadero y abrir también la ventana. Eso ayudó muchísimo. Ahora salían de la casa, más deprisa que antes, dos filas de burbujas que formaban un arco iris en el patio. La cocina se vació enseguida. Charmain se dio cuenta de que había cuatro bolsas de ropa sucia apoyadas al lado del fregadero en lugar de las dos de la noche anterior.

—¡Anda ya! —bufó Charmain—. Tío abuelo William, ¿cómo desayuno?

Fue bonito escuchar la voz del tío abuelo William entre las burbujas:

—Limítate a golpear el lateral de la chimenea y di: «El desayuno, por favor», querida.

Charmain se lanzó enseguida hacia allí, hambrienta. Dio un golpe impaciente sobre la pintura empapada de jabón del lateral.

—El desayuno, por favor.

Entonces vio que tenía que apartarse para dejar sitio a una bandeja flotante que golpeaba suavemente las gafas que le colgaban sobre el pecho. En el centro de la bandeja había un chisporroteante plato de huevos con beicon, y rebosando por los lados había una cafetera, una taza, un montón de tostadas, mermelada, mantequilla, leche, un cuenco de pasas confitadas y cubiertos dentro de una servilleta almidonada.

—¡Qué bonito! —dijo, y antes de que se llenase de jabón, cogió la bandeja y se la llevó al salón. Para su sorpresa, no había rastro del festín del té de las cinco que se habían dado la noche anterior Peter y ella, y el carrito estaba pulcramente de vuelta en su rincón; pero la habitación olía a humedad y había unas cuantas burbujas furtivas flotando por ella. Charmain siguió derecha hacia la puerta principal y salió. Recordó que, mientras cogía los pétalos rosas y azules para el hechizo de El livro del palimpsesto, había visto una mesa de jardín y un banco por la ventana del estudio. Giró la esquina con la bandeja en su busca.

La encontró en el punto donde el sol de la mañana caía con más fuerza, y sobre ella, sobre el arbusto rosa y azul, estaba la ventana del estudio, aunque no había sitio en la casa para que cupiese el estudio. «La magia es interesante», pensó mientras dejaba la bandeja sobre la mesa. Aunque los arbustos de alrededor aún goteaban a causa de la lluvia de la noche anterior, el banco y la mesa estaban secos. Charmain se sentó y tomó el desayuno más maravilloso que jamás había probado; bajo el calor del sol, se sentía perezosa, rica y muy mayor. «Lo único que falta es un croissant de chocolate como los que hace papá —pensó mientras se recostaba a beber el café—, se lo tengo que decir al tío abuelo William cuando vuelva».

Se le ocurrió que el tío abuelo William debía de sentarse allí a menudo a disfrutar del desayuno. Las hortensias que la rodeaban eran las más bonitas del jardín, como si estuvieran allí especialmente para su deleite. Cada arbusto tenía flores de varios colores. El de enfrente de ella tenía flores de color blanco, rosa pálido y malva. El siguiente empezaba azul por la izquierda y cambiaba gradualmente a verde mar por la derecha. Charmain empezaba a sentirse satisfecha por no haber permitido al kobold cortar aquellos arbustos cuando Peter sacó la cabeza por la ventana del estudio. Eso destruyó bastante el buen momento de Charmain.

—¡Eh! ¿De dónde has sacado el desayuno? —preguntó Peter.

Charmain se lo explicó y él volvió a meter la cabeza y se fue. Charmain se quedó donde estaba esperando que Peter apareciese en cualquier momento y esperando, a la vez, que no lo hiciese. Pero no pasó nada. Después de tomar el sol un poco más, Charmain pensó en buscar un libro para leer. Llevó la bandeja adentro y se dirigió primero a la cocina, felicitándose por ser tan ordenada y eficiente. Obviamente, Peter había estado allí, porque había cerrado la puerta de atrás, dejando abierta sólo la ventana, de manera que la habitación volvía a estar llena de burbujas que flotaban tranquilamente hacia la ventana y después salían rápidamente en fila por ella. Entre las burbujas se adivinaba la enorme silueta de Waif. Cuando llegó Charmain, Waif enderezó su gran cola peluda y la agitó fuertemente contra el borde de la chimenea. Un plato pequeño para perros, lleno con la cantidad de comida adecuada para un perro pequeño, aterrizó entre las burbujas y fue a parar a sus gigantescas patas delanteras. Waif lo examinó con tristeza, inclinó su enorme cabeza y engulló la comida para perros de un solo bocado.

—¡Oh! ¡Pobre Waif. —dijo Charmain.

Waif levantó la vista y la vio. Su gran cola empezó a agitarse, tamborileando contra la chimenea. Un nuevo plato de comida para perros aparecía con cada golpe. En cuestión de segundos, Waif estuvo rodeada de platitos para perros, desperdigados por el suelo.

—No te pases, Waif—la regañó Charmain mientras rodeaba los platos. Dejó la bandeja sobre una de las nuevas dos bolsas de ropa sucia y le dijo a Waif—: Si me necesitas, estaré en el estudio buscando un libro.

Y, de vuelta, rodeó los platos. Waif estaba ocupada comiendo y no le prestó atención.