La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Charmain dejó de sentir comprensión por Peter.

—Cerdo tragón —espetó, y golpeó la chimenea para conseguir comida para Waif. Waif, a pesar de todas las pastas que se había comido en la mansión real, estaba encantada de ver su plato de comida—. Tú también eres una cerda tragona —gruñó Charmain viendo a Waif comer a dos carrillos—. ¿Dónde está todo? Tío abuelo William, ¿cómo conseguimos la cena?

La amable voz era ya muy débil.

—Simplemente, golpea la puerta de la despensa y di: «Cena», querida.

Peter llegó el primero a la despensa.

—¡Cena! —rugió golpeando fuerte la puerta.

Hubo un golpe seco sobre la mesa. Ambos se dieron la vuelta para mirar. Allí, al lado de la maleta abierta, había una pequeña chuleta de cordero, dos cebollas y un nabo. Charmain y Peter se quedaron mirándolo.

—¡Todo está crudo! —se lamentó Peter abatido.

—Y además, no hay suficiente —dijo Charmain—. ¿Tú sabes cocinarlo?

—No —contestó Peter—. Quien cocina en casa es mi madre.

—¡Oh! —exclamó Charmain—. ¡Francamente!

Capítulo 9

En el que la casa del tío abuelo William demuestra tener muchos pasillos

CHARMAIN y Peter miraron instintivamente la chimenea. Waif se apartó corriendo mientras ellos, uno tras otro, la golpeaban y gritaban: «¡Desayuno!». Pero parecía que el hechizo no sólo funcionaba por las mañanas.

—¡No me habría importado que me hubiese dado un simple arenque! —dijo Charmain observando tristemente ambas bandejas. Contenían sandwiches, miel y zumo de naranja. Nada más.

—Yo sé hacer huevos duros —afirmó Peter—. ¿Tú crees que Waif se comerá esta chuleta de cordero?

—Se come prácticamente cualquier cosa —dijo Charmain—. Es casi tan mala como… como nosotros. Pero no creo que se coma el nabo. Yo no lo haría.

Tuvieron una cena no del todo desagradable. Los huevos que Peter había hecho eran… bueno, sólidos. Para que Charmain dejase de pensar en ellos, Peter le preguntó por su día en la mansión real.

Charmain se lo contó, para que ambos dejasen de pensar que los huevos duros no combinaban bien con la miel. Peter estaba muy intrigado por el hecho de que el Rey parecía estar buscando oro, y más intrigado aún por la llegada de Morgan y Twinkle.

—¿Y un demonio de fuego? —dijo—. ¡Dos niños con poderes mágicos y un demonio de fuego! Apuesto a que la princesa va a estar ocupada. ¿Cuánto van a quedarse?

—No lo sé. Nadie lo mencionó —contestó Charmain.

—Entonces me apuesto dos tés de las cinco y un café de la mañana a que la princesa los manda de vuelta antes del fin de semana —aseveró Peter—. ¿Has acabado de comer? Quiero que mires la maleta de tu tío abuelo.

—¡Pero yo quiero leer un libro! —protestó Charmain.

—No, no quieres —dijo Peter—. Eso puedes hacerlo en cualquier momento. La maleta está llena de cosas que tienes que saber. Te lo enseñaré.

Apartó las bandejas del desayuno y arrastró la maleta frente a ella. Charmain suspiró y se puso las gafas.

La maleta estaba llena de papeles hasta el borde. Encima de todo había una nota del tío abuelo William con una caligrafía muy bonita, aunque temblorosa. «Para Charmain —decía—, es la llave de la casa». Bajo la nota había una gran hoja de papel con una maraña de líneas dibujadas. Sobre las líneas había dibujados a intervalos recuadros con comentarios, y todas las líneas acababan en una fecha al extremo de la hoja con la palabra «Inexplorado» escrita al lado.

—Esto es la leyenda —le informó Peter a Charmain mientras cogía el papel—. El resto de cosas de la maleta es el mapa propiamente dicho. Se despliega. Mira.

Cogió el siguiente papel y tiró de él, y salió con la siguiente hoja enganchada, y luego la otra, dobladas en zigzag para caber en la maleta. Sobre la mesa, formaba un enorme acordeón. Charmain lo miró ceñuda. En cada trozo había habitaciones y pasillos cuidadosamente dibujados con notas pulcramente escritas al lado de cada cosa. Las notas decían cosas como «Gira a la izquierda dos veces» y «Dos pastos a la derecha y uno a la izquierda». Las habitaciones tenían comentarios sobre ellas, algunos sencillos, como «Cocina», y otros elocuentes, como el que decía: «Mi tienda de objetos mágicos me repone constantemente el almacén gracias a un hechizo de reposición del que me siento bastante orgulloso. Por favor, ten en cuenta que los ingredientes de la pared de la izquierda son sumamente peligrosos y que tienen que manejarse con mucho cuidado». Y algunas de las páginas parecían llenas de pasillos entrecruzados con notas de «A la sección inexplorada del norte», «A los kobolds», «A la cisterna principal» o «Al salón de baile: dudo que lo usemos».

—Había hecho bien en no abrir la maleta —comentó Charmain—. Es el mapa más confuso que he visto jamás. ¡No puede ser que todo esto esté en la casa!

—Así es. ¡Es enorme! —dijo Peter—. Y si te fijas, verás que el modo en que está doblado el mapa da una pista sobre cómo llegar a las diferentes partes. Mira, aquí está el salón, en la página superior; pero, si vas a la página siguiente, no llegas a su estudio o a las habitaciones porque estas quedan dobladas detrás, ¿ves? En cambio, llegas a la cocina que está doblada del mismo modo…

La cabeza de Charmain empezó a dar vueltas y dejó de escuchar las entusiastas explicaciones de Peter. En cambio, miró la maraña de líneas del papel que tenía en la mano. Casi parecía más fácil. Al menos veía la «Cocina» en medio, las «Habitaciones», la «Piscina» y el «Estudio». ¿Piscina? No podía ser, ¿en serio? Una curva interesante salía hacia la derecha por debajo de los recuadros hacia un barullo con un recuadro que decía «Sala de reuniones». De ella salía una flecha: «A la mansión real».

—… hacia un prado en la montaña donde dice «Establos», pero aún no veo cómo llegar allí desde este taller —explicaba Peter abriendo otro pliegue del mapa—. Y aquí está la «Tienda de comida». Dice: «Funciona el Hechizo de Equilibrio». Me pregunto cómo se quita. Pero lo que a mí me interesa son los sitios como este, donde dice «Almacén. ¿Sólo hay trastos? Tengo que investigarlo». ¿Crees que fue él quien creó todo este espacio plegado? ¿O se lo encontró aquí cuando se mudó?

—Se lo encontró —dijo Charmain—. Por las flechas que dicen «Inexplorado» se entiende que él aún no sabe qué hay allí.

—Puede que tengas razón —asintió Peter muy serio—. En realidad, él sólo usa la zona central, ¿verdad? Podemos hacerle un favor y explorar algo más.

—Puedes hacerlo tú si quieres —dijo Charmain—. Yo voy a leer mi libro.

Dobló el papel con la maraña de líneas y se lo guardó en el bolsillo. Le ahorraría la caminata por la mañana.

★ ★ ★

La mañana siguiente, la ropa buena de Charmain seguía empapada. Tuvo que dejarla colgando maltrecha en la habitación y ponerse su siguiente mejor modelo mientras se preguntaba si podría dejar a Waif con Peter. «Mejor no. Imagínate que Peter prueba otro hechizo y obliga a Waif a volverse del revés como un calcetín o algo así».

Por supuesto, Waif entró trotando alegremente en la cocina tras Charmain. Ella golpeó la chimenea para la comida del perro y después, con cierta desconfianza, para su desayuno. Podría ser que ella y Peter hubiesen deshecho el hechizo al pedir un desayuno el día anterior por la noche.

Pero no. Obtuvo una bandeja con café y té a elegir, tostadas, una fuente llena de algo hecho con arroz y pescado y, para acabar, un melocotón. «Creo que el hechizo se está disculpando». No le gustó mucho lo del pescado y le dio la mayoría a Waif, a quien le gustó, al igual que el resto de la comida, y aún olía a pescado cuando salió tras Charmain mientras esta desplegaba el papel, preparada para ir a la mansión real.

Charmain no se aclaraba con las líneas. Se dio cuenta de que el croquis de la maleta la había confundido aún más. Dobló el papel en acordeón intentando reproducir el de la maleta, pero eso no ayudó. Después de girar a izquierda y derecha, se vio caminando por un lugar grande y bien iluminado por ventanas que daban al río. Había una preciosa vista de la ciudad más allá de este, pero, para su frustración, vio el tejado dorado de la mansión real brillando al sol.

—¡Pero estoy intentando ir allí, no quedarme aquí! —dijo mirando a su alrededor.

Bajo las ventanas, había largas mesas de madera llenas de herramientas extrañas y otras amontonadas en el centro de la habitación. Las demás paredes estaban llenas de estanterías repletas de jarras, recipientes de hojalata y cristalería antigua. Charmain percibió el olor a madera nueva sobre el que destacaba el mismo olor a tormenta de especies del estudio del tío abuelo William. «El olor de la magia en ejecución —pensó—, este debe de ser su taller». A juzgar por cómo correteaba de un lado a otro, Waif conocía bien el sitio.

—Vamos, Waif—dijo Charmain, y se detuvo a mirar un papel encima de las extrañas herramientas del centro de la habitación. Decía: «Por favor, no tocar»—. Volvamos a la cocina y empecemos de nuevo.

No funcionaba así. Un giro a la izquierda desde la puerta del taller las llevó a un lugar abierto muy, muy cálido, con una pequeña piscina azul rodeada de piedras blancas. El lugar estaba cercado por jardineras de piedra blanca en las que crecían rosas. Al lado de las rosas también había tumbonas blancas llenas de grandes toallas esponjosas. «Preparadas para después de nadar», supuso Charmain. Pero a la pobre Waif le horrorizaba aquel lugar. Se acurrucó tras la puerta de entrada, aullando y temblando.

Charmain la cogió en brazos.

—¿Alguien ha intentado ahogarte? ¿Fuiste un cachorro que nadie quería? No pasa nada. Yo tampoco voy a acercarme al agua. No tengo ni idea de nadar.

Al girar a la izquierda en la puerta, le vino a la cabeza que nadar era sólo una de las muchas cosas que no tenía ni idea de cómo hacer. Peter había tenido razón al quejarse de su ignorancia.

—No es que sea perezosa —le explicó a Waif al llegar a lo que parecían los establos— o tonta. Es sólo que no me he molestado en ir más allá de los límites de cómo hace las cosas madre, ya sabes.

Los establos olían bastante mal. Charmain se sintió aliviada cuando vio que los caballos que vivían allí estaban en el prado de más arriba, tras una valla. Los caballos eran otra de las cosas sobre las que no tenía ni idea. Al menos, Waif no parecía asustada.

Charmain suspiró, dejó a Waif en el suelo, buscó sus gafas y volvió a mirar la confusa maraña de líneas. Los «Establos» estaban allí, en algún punto de las montañas. Tenía que girar dos veces a la derecha desde allí para volver a la cocina. Giró dos veces a la derecha con Waif correteando detrás y se encontró casi a oscuras en lo que parecía ser una gran cueva llena de kobolds. Todos se volvieron y miraron indignados a Charmain. Ella se apresuró a volver a girar a la derecha. Y entonces se encontró en una tienda de tazas, platos y teteras. Waif lloriqueó. Charmain se quedó mirando los cientos de teteras de todos los colores, formas y tamaños alineadas en los estantes y le entró el pánico. Se estaba haciendo tarde. Peor aún: cuando volvió a ponerse las gafas y consultó el mapa, vio que estaba cerca de la esquina inferior izquierda de la maraña donde una flecha que señalaba al borde tenía una nota que decía: «Un grupo de lubbockins vive por aquí. Ir con cuidado».

—Oh —exclamó Charmain—. ¡Esto es ridículo! Vamos, Waif.

Abrió la puerta por la que acababan de entrar y volvió a girar a la derecha.