La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Peter volvió al salón.

—Ya sé lo que deberíamos hacer —dijo.

—¿Sí? —exclamó Charmain entusiasmada.

—Deberíamos ir donde los kobolds a contarles lo de Rollo —propuso Peter.

Charmain se quedó mirándolo. Se quitó las gafas y volvió a mirarlo.

—¿Qué tienen que ver los kobolds con Calcifer?

—Nada —dijo Peter confuso—. Pero podemos demostrar que Rollo cobró del lubbock para crear problemas.

Charmain se preguntó si debía levantarse y golpearlo en la cabeza con El viaje del mago. ¡Qué más daban los kobolds!

—Tenemos que ir ya —empezó a convencerla Peter—, antes de…

—Mañana por la mañana —le interrumpió Charmain con firmeza y sin dar opciones—. Mañana por la mañana después de que nos hayamos acercado a aquellas piedras a ver qué le ha pasado a Calcifer.

—Pero… —empezó Peter.

—Porque —dijo Charmain rápidamente pensando en razones— Rollo estará por ahí enterrando la olla de oro y tiene que estar presente cuando lo acusemos.

Para su sorpresa, Peter lo pensó y estuvo de acuerdo con ella.

—Y deberíamos ordenar la habitación del mago Norland —sugirió—. Por si acaso lo traen de vuelta mañana.

—Ve tú —dijo Charmain. «Antes de que te tire el libro —pensó— y puede que también el jarrón con las flores».

Capítulo 14

Que vuelve a estar lleno de kobolds

CUANDO se levantó a la mañana siguiente, Charmain seguía pensando en Calcifer. Al salir del baño, vio que Peter estaba ocupado cambiando las sábanas de la cama del tío abuelo William y metiendo las sucias en una bolsa de colada. Charmain suspiró. Más trabajo.

—Aunque al menos —le dijo a Waif mientras le ofrecía su habitual cuenco de comida para perros— así estará ocupado mientras yo busco a Calcifer. ¿Me acompañas a las rocas?

Waif, como siempre, estaba encantada de ir dondequiera que fuese Charmain. Después de desayunar, fue trotando alegremente tras ella, atravesó el salón y salió por la puerta principal. Pero no llegaron a ir a las rocas. Cuando Charmain puso la mano sobre el pomo de la puerta, Waif empujó desde detrás y esta se abrió de golpe. Y allí estaba Rollo, en el umbral, alargando la mano en su gesto diario de recoger la jarra de leche. Entre gruñidos, Waif saltó sobre él, le rodeó el cuello con sus mandíbulas y lo tiró al suelo.

—¡Peter! —gritó Charmain de pie en un charco de leche—. ¡Ven rápido! ¡Necesitamos una bolsa! —puso un pie sobre Rollo para evitar que se moviese—. ¡Bolsa! ¡Una bolsa! —chilló.

Rollo daba golpes y se revolvía como un loco bajo su pie, momento en que Waif lo soltó para poder ladrar. Rollo se sumó al griterío vociferando:

—¡Socorro! ¡Asesinato! ¡Asalto! —con voz grave.

Para ser justos con Peter, hay que decir que llegó enseguida. Contempló la escena desde la puerta y agarró una de las bolsas bordadas de comida de la señora Baker, con la que consiguió envolver las inquietas piernas de Rollo antes de que Charmain pudiese coger aire para explicarse. En un abrir y cerrar de ojos, Peter había metido a Rollo en la bolsa y la sujetaba en el aire mientras esta se agitaba, se retorcía y chorreaba leche, y él intentaba alcanzar uno de sus bolsillos.

—¡Bien hecho! —dijo—. Sácame cinta de este bolsillo, ¿puedes? No queremos que salga —y una vez Charmain hubo sacado un lazo violeta del bolsillo, añadió—: ¿Ya has desayunado? Bien. Ata la parte de arriba de la bolsa muy fuerte mientras yo me preparo. Entonces nos podremos ir.

—¡Solcolrro! ¡Alyulda! —murmuró la bolsa al pasarla Peter.

—¡Silencio! —le espetó Charmain, y agarró la bolsa con las dos manos justo por encima de la cinta violeta.

La bolsa se retorció hacia un lado y hacia el otro mientras Charmain miraba a Peter sacar ovillos de cintas de colores de todos los bolsillos de su abrigo. Se ató una cinta roja en el dedo gordo izquierdo y una verde en el derecho; después, una violeta, una amarilla y una rosa en los tres dedos siguientes de la mano derecha, seguidas de una negra, una blanca y una azul en los de la mano izquierda. Waif estaba quieta bajo el umbral de la puerta con sus orejas peludas levantadas, observando el proceso con interés.

—¿Vamos a buscar el final del arco iris o qué? —preguntó Charmain.

—No, pero es que así es como he memorizado el camino a casa de los kobolds —se explicó Peter—. Bien. Cierra la puerta y vamonos.

—¡Alllda! —chilló la bolsa.

—¡Tú más! —replicó Peter, y se dirigió hacia la puerta interior. Waif fue trotando tras él y Charmain la siguió con la bolsa, que no dejaba de moverse.

Giraron a la derecha en la puerta. Charmain estaba demasiado preocupada para decir en voz alta que ella creía que habían tomado el camino de la sala de reuniones. Estaba recordando lo rápido que habían desaparecido los kobolds y cómo el mismo Rollo se había hundido en la tierra del prado. Pensó que era sólo cuestión de tiempo que Rollo se escabullera por el fondo de la bolsa bordada. Ella tenía una de las manos allí, pero estaba segura de que no era suficiente. Con leche chorreándole por entre los dedos, se le ocurrió mantener a Rollo dentro con un hechizo. El problema era que no tenía ni idea de cómo hacerlo. Lo único que se le ocurría era hacer lo mismo que había hecho para solucionar el problema de Peter con las tuberías agujereadas. «¡Quédate dentro! ¡Quédate dentro!», pensó dirigiéndose a Rollo y masajeando el fondo de la bolsa. Cada movimiento de la mano producía un nuevo grito, lo que le hizo estar más segura que nunca de que Rollo estaba intentando salir. Así que se limitó a seguir a Peter cada vez que él giraba por uno u otro sitio y no llegó a ser consciente de cómo habían llegado a casa de los kobolds. Sólo se dio cuenta cuando pararon.

Estaban fuera de una gran cueva bien iluminada, llena de personillas azules y atareadas. Era difícil ver qué estaba haciendo la mayoría de ellos porque la entrada estaba parcialmente bloqueada por un objeto muy extraño. El objeto parecía uno de esos trineos tirados por caballos que usa la gente de High Norland cuando nieva en invierno y es imposible usar los carros y los carruajes, aunque aquella cosa no tenía dónde atar un caballo. En cambio, tenía un asa grande y arqueada detrás y cosas curvadas por todas partes. Docenas de kobolds estaban trabajando en ella, subiendo por un lado y por otro mientras trabajaban. Algunos estaban forrando el interior con espuma y piel de oveja, otros estaban martilleando y tallando; el resto estaba pintando el exterior con flores azules sobre fondo dorado. Iba a ser muy hermosa cuando la acabasen.

Peter le dijo a Charmain:

—¿Puedo confiar en que esta vez serás educada? ¿O al menos intentarás tener tacto?

—Puedo intentarlo —vaciló Charmain—. Depende.

—Entonces, déjame hablar a mí —le dijo Peter, y golpeó en el hombro al kobold más cercano—. Perdone, ¿puede usted indicarme dónde puedo encontrar a Timminz, por favor?

—En la mitad de la cueva —contestó la kobold con voz aflautada y señalando con su pincel—. Trabaja en el reloj de cuco. ¿Por qué lo busca?

—Tenemos algo muy importante que decirle —dijo Peter.

Eso atrajo la atención de la mayoría de kobolds que estaban trabajando. Algunos se dieron la vuelta y miraron con aprensión a Waif, que a su vez puso una expresión tímida y adorable. El resto miraba a Charmain y la bolsa bordada saltarina.

—¿A quién tienes ahí? —le preguntó uno de ellos a Charmain.

—A Rollo —respondió Charmain.

La mayoría asintió, sin expresar sorpresa. Cuando Peter preguntó:

—¿Es correcto que vayamos a hablar con Timminz?

Todos asintieron y le dijeron:

—Id.

Charmain tuvo la sensación de que Rollo no le caía bien a nadie. Él parecía saberlo, porque dejó de moverse y hacer ruido cuando Peter encabezó el camino una vez superado el extraño objeto, con Charmain tras él con la bolsa a un lado para evitar que se manchase de pintura.

—¿Qué estáis haciendo? —le preguntó al kobold más cercano al pasar.

—Es un encargo de los elfos —contestó uno de ellos.

Otro añadió:

—Les va a salir muy caro.

Y un tercero dijo:

—Los elfos pagan bien.

Charmain entró en la cueva con la sensación de que no había sacado nada en claro. La cueva era enorme, y había niños kobold mezclados con los atareados adultos. La mayoría de niños gritaba y salía corriendo al ver a Waif. Sus padres se desplazaban con prudencia a la parte trasera de lo que fuese en lo que estaban trabajando y seguían pintando, puliendo o tallando. Peter iba al frente mientras pasaban por delante de caballos balancín, casas de muñecas, tronas, relojes de madera, bancos de madera y muñecas de madera de cuerda, hasta llegar al reloj de cuco. Era inconfundible. Enorme. Su estructura de madera llegaba hasta el techo iluminado mágicamente, su enorme reloj estaba apoyado a un lado y ocupaba la mayor parte de la pared junto a la estructura, y el cuco, que un ejército de kobolds estaba recubriendo de plumas, era bastante más grande que Charmain y Peter juntos. Charmain se preguntó quién querría un reloj de cuco tan grande.

Timminz estaba subido en el enorme mecanismo del reloj con una pequeña llave inglesa.

—Ahí está —dijo Peter, que lo reconoció por su nariz. Peter se acercó al enorme mecanismo y carraspeó—. Perdone, ejem, perdone.

Timminz se deslizó por un enorme muelle metálico y los miró.

—Ah, sois vosotros —miró la bolsa—. ¿Ahora secuestráis gente?

Rollo debió de oír la voz de Timminz y supo que estaba entre amigos.

—¡Solllllpooooolllrro! ¡Solllllpoorro! —chillaba la bolsa.

—Ese es Rollo —dijo Timminz con incriminación.

—Correcto —asintió Peter—. Le hemos traído para que confiese. El lubbock de la montaña le pagó para sembrar la cizaña entre ustedes y el mago Norland.

—¡Solllcollllrro, alllllyullldalll! —gritó la bolsa.

Pero Timminz se había puesto azul plateado del susto.

—¿El lubbock? —repitió.

—Así es —dijo Peter—. Le vimos ayer pidiéndole al lubbock su recompensa. Y el lubbock le dio la olla de oro del final del arco iris.

—¡Melllllltillllala! —negó la bolsa sonoramente—. ¡Alllyullldaaa!

—Los dos lo vimos —afirmó Peter.

—Sacadlo de ahí —ordenó Timminz—. Dejad que hable.

Peter dijo que sí con la cabeza a Charmain. Ella quitó la mano del fondo de la bolsa y dejó de hacer lo que ella esperaba que fuese un hechizo. Al momento, Rollo atravesó la bolsa hasta el suelo, donde se sentó escupiendo remates de hilo del bordado llenos de leche y migas viejas y mirando a Peter.

«¡He hecho magia de verdad! ¡Le he mantenido dentro!», pensó Charmain.

—¿Has visto cómo son? —exclamó Rollo enfadado—. ¡Meter a alguien en una bolsa y llenarle la boca con migas revenidas para que no pueda contestar mientras cuentan mentiras sobre él!

—Puedes contestar ahora —repuso Timminz—. ¿Te ha dado el lubbock una olla de oro a cambio de hacernos enfadar con el mago?

—¿Cómo podría haberlo hecho? —dijo Rollo con inocencia—. Ningún kobold hablaría, ni muerto, con un lubbock. ¡Todos lo sabéis! —para entonces se había reunido ya un buen grupo de kobolds, a cierta distancia de Waif, y Rollo gesticulaba teatralmente—. ¡Decídselo! —exigió—. ¡Soy víctima de un montón de mentiras!

—Id unos cuantos a buscar en su cueva —ordenó Timminz.

Algunos kobolds se levantaron enseguida. Rollo se puso en pie.

—¡Voy con vosotros! —gritó—. ¡Demostraré que ahí no hay nada!

Rollo había dado tres pasos cuando Waif lo agarró de la parte de atrás de su chaqueta azul y lo lanzó de nuevo al suelo. Se quedó allí, con los dientes agarrando la chaqueta, moviendo la cola histéricamente, señalando con una oreja a Charmain como queriendo decir: «¿He hecho bien?».

—Has hecho muy bien —aseveró Charmain—. Perra buena.

Rollo gritó:

—¡Dile que pare! ¡Me está haciendo daño en la espalda!

—No. Estáte ahí hasta que vuelvan de registrar tu cueva —dijo Charmain.