La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Abajo, Sophie dudó un momento y después dejó a Morgan en brazos del Rey.

—¡Manténgalo a salvo! —masculló. Después se arremangó la falda y echó a correr por la escalera detrás de Charmain, gritando:

—¡Parad ya! ¿Me habéis oído?

Jamal se apresuró con lealtad tras ellas, chillando:

—¡Al ladrón! ¡Al ladrón! —y jadeando con fuerza.

Tras él subía su perro, tan leal como el amo, emitiendo fuertes y roncos gruñidos, mientras Waif corría abajo de un lado a otro, provocando una tormenta de ladridos de soprano.

El príncipe Ludovic se inclinó en la barandilla enfrente de la princesa Hilda y se rió de todos ellos.

Los dos lubbockins atraparon a Twinkle cerca del final de la escalera con sus inútiles alas agitándose y sus brillantes músculos malva. Twinkle se agitó y pataleó con fuerza. Por un momento, sus piernas de terciopelo azul parecieron más grandes, del tamaño de las de un hombre. Una de las grandes piernas aterrizó en el estómago del lubbockin de la niñera. Esta se apoyó en la escalera, y ya sostenía a Twinkle cuando el puño derecho de este aterrizó en su nariz con un poderoso gancho del tamaño del de un hombre. Con los lubbockins en el suelo, Twinkle siguió hacia arriba rápidamente. Charmain le vio mirar hacia atrás y abajo al girar en el siguiente tramo de escaleras convencido de que ella, Sophie y Jamal lo seguían.

Lo seguían porque los dos lubbockins se habían recuperado increíblemente rápido y volvían a perseguir a Twinkle. Charmain y Sophie les aguantaban el ritmo, mientras que Jamal y su perro se quedaban atrás.

A la mitad del siguiente tramo, los lubbockins volvieron a pillar a Twinkle. Volvieron a oírse golpes y Twinkle volvió a soltarse y salir corriendo hacia arriba, por el tercer tramo de escaleras. Casi consiguió llegar al extremo de este antes de que los lubbockins le pillaran y se lanzaran encima de él. Los tres cayeron en un desorden de golpes y agitación de piernas, brazos y alas violetas.

Para entonces, Charmain y Sophie estaban casi sin aliento.

Charmain distinguió la angelical cara de Twinkle emerger del desorden de cuerpos y mirarlas directamente. Cuando Charmain consiguió atravesar el rellano y emprender la subida de aquel tramo seguida por Sophie, que llevaba la mano en el costado a causa del flato, de repente, la montaña de cuerpos explotó. Los bichos violeta salieron rodando y Twinkle, libre de nuevo, acabo de subir el último tramo de escaleras de madera. Para cuando los lubbockins se hubieron recuperado y echaron a correr tras él, Charmain y Sophie ya no estaban lejos. Jamal y su perro estaban muy por detrás.

Y por la escalera de madera subieron los cinco que iban delante. Twinkle iba ahora muy despacio. Charmain estaba bastante segura de que fingía. Pero los lubbockins dieron gritos de triunfo y aceleraron.

—¡Oh, no, otra vez no! —gruñó Sophie mientras Twinkle abría la puerta de arriba y salía al tejado. Los lubbokins salieron disparados tras él. Cuando Charmain y Sophie llegaron allí y se asomaron por la puerta, al tiempo que intentaban recuperar el aliento, vieron a ambos lubbockins sentados a horcajadas sobre el tejado dorado. Estaban en mitad de él y sus caras reflejaban que preferirían haber estado en cualquier otra parte. No había rastro de Twinkle.

—Y ¿qué pretenden ahora? —dijo Sophie.

Casi al mismo tiempo, Twinkle apareció en la puerta, enrojecido y riendo como un ángel, con sus rizos dorados rodeados por una estela de luz.

—¡Venid a ver lo que he encontrado! —exclamó alegremente—. ¡Zeguidme!

Sophie le cogió de un costado y señaló el tejado:

—¿Y qué pasa con esos dos? —preguntó entre jadeos—. ¿Nos limitamos a esperar que se caigan?

Twinkle rió entre dientes.

—¡Ezpera y veráz!

Inclinó su cabeza dorada para escuchar. Abajo, los gruñidos y arañazos del perro del cocinero se oían cada vez más fuertes. Había superado a su amo y subía gruñendo y dando golpes por la escalera; también jadeaba sin parar. Twinkle asintió y se dirigió al tejado. Hizo un pequeño gesto y murmuró una palabra. Los dos lubbockins allí posados crujieron, emitiendo un desagradable sonido, y se convirtieron en dos cosas pequeñas y violetas agitándose por el borde del tejado dorado.

—¿Qué…? —farfulló Charmain.

La sonrisa de Twinkle se amplió y se volvió más angelical, si cabe.

Calamarez —anunció exultante—. El perro del cocinero ze muere por loz calamarez.

—¿Eh? Ah, calamares, ya te entiendo —dijo Sophie.

El perro del cocinero llegó mientras ellos hablaban, con sus patas funcionando como pistones y las babas colgando por sus poderosas mandíbulas. Salió por la puerta y recorrió el tejado como un rayo marrón. A mitad de camino, sus mandíbulas hicieron crunch y, después, otra vez crunch, y los calamares desaparecieron. Sólo entonces se dio cuenta el perro de dónde estaba. Se quedó petrificado, con dos patas a un lado del tejado y dos patas tiesas en el otro, y gimiendo lastimeramente.

—¡Pobrecillo! —dijo Charmain.

—El cocinero lo rezcatará —aseguró Twinkle—. Vozotraz zeguidme y no oz alejéiz. Tenéiz que girar a la izquierda por ezta puerta antes de que vueztrozpiez toquen el tejado.

Atravesó la puerta girando a la izquierda y desapareció.

«Creo que ya lo entiendo», pensó Charmain. Era como las puertas del tío abuelo Wílliam, excepto que aquella estaba increíblemente alta. Dejó que Sophie pasara delante para poder agarrarla de la falda si esta se equivocaba. Pero Sophie estaba más acostumbrada a la magia que Charmain. Dio un paso a la izquierda y desapareció sin problemas. Sin embargo, Charmain dudó un momento antes de atreverse a seguirla. Cerró los ojos y dio el paso. Pero sus ojos se abrieron solos al hacerlo y vio de refilón cómo el tejado dorado pasaba de largo a su lado. Antes de poder decidir si gritaba «ylf» para invocar el hechizo para volar, ya estaba en otro sitio. Un espacio cálido y triangular con vigas en el techo.

Sophie soltó una maldición. Con la poca luz, se había dado un golpe en el dedo del pie con una de las muchas pilas de ladrillos llenos de polvo diseminadas por la habitación.

¡Ezo no ze dice! —la regañó Twinkle.

—¡Cállate! —gritó Sophie a la pata coja a la vez que se agarraba el dedo lastimado—. ¿Por qué no creces?

—Todavía no, ya te lo dije —dijo Twinkle—. Aún tenemoz que dezenmazcarar al príncipe Ludovic. ¡Ah, mira! Ezo mizmo acaba de pazar cuando he llegado yo.

Una luz dorada cubría la pila más grande de ladrillos. Los ladrillos captaban la luz y brillaban, a su vez, dorados bajo el polvo. Charmain se dio cuenta de que no eran ladrillos, sino lingotes de oro macizo. Para aclararlo, aparecieron unas letras doradas flotando sobre los lingotes. Con caligrafía antigua decían:

«Den laz graciaz al mago Melicot
Que el oro del rey ezcondió».

—¡Guau! —exclamó Sophie soltándose el dedo—. Melicot debía de cecear igual que tú. ¡Sois como almas gemelas! La misma poca cabeza. No se pudo resistir a escribir su nombre en letras doradas, ¿a que no?

—Yo no quiero ezcribir mi nombre con letraz doradaz —replicó Twinkle con mucha dignidad.

—¡Ya! —dijo Sophie.

—¿Dónde estamos? —preguntó Charmain enseguida cuando pareció que Sophie estaba a punto de agarrar un lingote y arrearle a Twinkle en la cabeza—. ¿Es esto el tesoro real?

—No, eztamos bajo el tejado dorado —respondió Twinkle—. Inteligente, ¿verdad? Todo el mundo zabe que el tejado no ez de oro, azi que a nadie ze le ocurriría buzcar oro aquí.

Cogió uno de los lingotes, lo puso en el suelo para quitarle el polvo y se lo dio a Charmain. Pesaba tanto que casi sé le cae.

—Tu llevaráz lazpruebaz —dijo él—. Creo que el Rey va a eztar encantado de verlaz.

Sophie, que parecía haberse calmado un poco, intervino:

—¡Ese ceceo! ¡Me está volviendo loca! ¡Creo que lo odio aún más que los rizos dorados!

—¡Pero pienza en lo útil que ez! —protestó Twinkle—. El horrible Ludovic intentó zecueztrarme a mí y ze olvidó por completo de Morgan —volvió su mirada azul llena de sentimiento hacia Charmain—. Tuve una infancia horrible. Nadie me quería. Creo que tengo derecho a una zegunda oportunidad ziendo máz guapo, ¿no creez?

—No le hagas caso —dijo Sophie—. Está fingiendo. Howl, ¿cómo salimos de aquí? He dejado a Morgan con el Rey, y Ludovic también está abajo. Si no bajamos rápido, el príncipe va a empezar a pensar en coger también a Morgan.

—Y Calcifer me pidió que os dijera que os dieseis prisa —añadió Charmain—. El castillo está esperando en la plaza Real. En realidad, vine a deciros que…

Antes de que pudiese acabar la frase, Twinkle hizo algo que provocó que toda la estancia girara y ellos acabaran de nuevo de pie al lado de la puerta abierta al tejado. Al lado de la puerta, Jamal estaba tumbado bocabajo sobre la punta del tejado, temblando como una hoja, con un brazo estirado intentando agarrar la pata trasera izquierda de su perro. El perro no dejaba de gruñir. Odiaba que le tirasen de la pata y odiaba el tejado, pero le daba demasiado miedo caerse como para moverse.

Sophie dijo:

—Howl, sólo tiene un ojo y no mucho equilibrio.

—Lo sé —contestó Twinkle—, lo sé. ¡Lo sé!

Movió un brazo y Jamal se deslizó hacia la puerta arrastrando al perro gruñón.

—¡Podría haber muerto! —exclamó Jamal cuando ambos aterrizaron uno sobre el otro a los pies de Twinkle—. ¿Por qué no hemos muerto?

Zólo Dioz lo zabe —dijo Twinkle—. Si noz dizculpa, tenemoz que ver al Rey para hablarle de unaz piezaz de oro.

Se fue dando saltitos por las escaleras. Sophie salió corriendo detrás y Charmain la siguió, tambaleándose bastante por culpa del lingote de oro. Bajaron y bajaron y bajaron corriendo hasta que giraron la esquina del último tramo. Llegaron justo en el momento en que el príncipe Ludovic empujó a un lado a la princesa Hilda, pasó de largo a Sim y arrancó a Morgan de brazos del Rey.

—¡Hombre malo! —exclamó Morgan, y agarró el precioso pelo rizado del príncipe Ludovic para tirar de él. El pelo se cayó, dejando al descubierto una cabeza suave, calva y violeta.

—¡Te lo dije! —chilló Sophie, y pareció que salía volando. Ella y Twinkle bajaron corriendo por las escaleras, uno al lado del otro.

El príncipe levantó la cabeza para mirarlos, la bajó para mirar a Waif, que intentaba morderle el tobillo, e intentó arrancar la peluca de las manos de Morgan. Morgan estaba golpeándole la cara con ella sin dejar de berrear «¡hombre malo!». El hombre gris gritó:

—¡Por aquí, alteza! —y ambos lubbockins salieron corriendo hacia la puerta más cercana.

—¡A la biblioteca, no! —bramaron la princesa y el Rey al unísono.

Lo dijeron con tanta intención y autoridad que el hombre gris se paró, giró y llevó al príncipe en otra dirección. Eso le dio a Twinkle tiempo de atrapar al príncipe Ludovic y colgarse de su manga de seda. Morgan dio un grito de alegría y soltó la peluca sobre la cara de Twinkle, cegándolo en parte. Twinkle fue arrastrado hasta la siguiente puerta con el hombre gris corriendo por delante, Waif persiguiéndolos, ladrando sin cesar, y Sophie tras Waif gritando:

—¡Suéltalo ahora mismo o te mataré!

Tras ella, el Rey y la princesa también los perseguían.

—¡Afirmo que esto ya es demasiado! —exclamó el Rey.

La princesa se limitó a ordenarles que parasen.

El príncipe y el hombre gris intentaron atravesar la puerta con los niños y cerrarla en las narices de Sophie y el Rey. Pero en el momento en que dio el portazo, Waif consiguió de algún modo que la puerta volviese a abrirse y el resto entró corriendo por ella.

Charmain iba la última, con Sim. En aquel momento, le dolían los brazos.

—¿Puedes aguantar esto? —le pidió a Sim—. Es una prueba.

Le dio a Sim el lingote de oro mientras él le contestaba:

—Por supuesto, señorita.

Sus brazos y manos cayeron bajo el peso del lingote. Charmain le dejó haciendo malabarismos y se coló en lo que resultó ser la habitación grande con caballos balancín alineados contra las paredes. El príncipe Ludovic estaba de pie en el centro, con un aspecto muy extraño con la calva violeta al descubierto. Sostenía a Morgan con un brazo rodeándole el cuello y Waif saltaba y daba vueltas a sus pies intentando agarrarlo. La peluca estaba caída en el suelo como un animal muerto.

—Vais a hacer lo que yo diga —estaba diciendo el príncipe— o el niño sufrirá las consecuencias.