La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Los ojos de Charmain captaron un repentino resplandor azul en la chimenea. Miró y vio a Calcifer, que debía de haber entrado en busca de troncos. Se acomodó entre la madera sin encender con expresión placentera. Cuando vio que Charmain lo miraba, le guiñó uno de sus ojos naranjas.

—¡Sufrirá, he dicho! —amenazó el príncipe Ludovic con dramatismo.

Sophie miró a Morgan, que se debatía en brazos del príncipe y, después, miró a Twinkle, que estaba simplemente allí mirándose los dedos como si nunca antes los hubiera visto. Miró de reojo a Calcifer y pareció que este intentaba contener la risa. Su voz sonó temblorosa cuando dijo:

—Alteza, le advierto que está cometiendo usted un terrible error.

—Ciertamente —asintió el Rey jadeando y con la cara enrojecida a causa de la persecución—. No tenemos en High Norland la costumbre de juzgar a nadie por traición, pero será un placer para nosotros hacer una excepción contigo.

—¿Cómo te atreves? —vociferó el príncipe—. Yo no soy uno de tus subditos, yo soy un lubbockin.

—Entonces, según la ley, no puedes suceder a mi padre como rey —afirmó la princesa Hilda. A diferencia del Rey, estaba muy tranquila y muy digna.

—¿Ah, no? —dijo el príncipe—. Mi padre, el lubbock, dice que yo seré rey, que piensa gobernar el país a través de mí. Me deshice del mago para que nada se interpusiese en nuestro camino. Me tenéis que coronar rey ahora mismo o este niño sufrirá las consecuencias. Aparte de eso, ¿qué he hecho mal?

—¡Les has quitado todo el dinero! —gritó Charmain—. Os vi a los dos, perversos lubbockins, obligar a los kobolds a cargar todo el dinero de los impuestos a Castel Joie. ¡Y vas a soltar a ese niño antes de que lo estrangules!

Para entonces, la cara de Morgan ya estaba de color rojo brillante y se agitaba frenéticamente. «Creo que los lubbockins no tienen sentimientos —pensó Charmain—. ¡Y no entiendo qué es lo que Sophie encuentra tan gracioso!».

—¡Dios mío! —exclamó el Rey—. ¡Así que es allí donde ha ido a parar todo, Hilda! Eso sí que es resolver un enigma. Gracias, querida.

El príncipe Ludovic dijo enfadado:

—¿Por qué estáis tan contentos? ¿Es que no me habéis oído? —se volvió hacia el hombre gris—. Luego nos ofrecerá pastas. Haz tu hechizo. Sácame de aquí.

El hombre gris asintió y alargó sus débiles manos violetas. Pero fue en ese momento cuando apareció Sim con el lingote de oro en brazos. Se dirigió tambaleándose al hombre gris y le soltó el lingote sobre el dedo gordo del pie.

Después de eso, pasaron muchas cosas al mismo tiempo.

Mientras el hombre gris, ahora totalmente violeta a causa del dolor, iba dando saltos y gritando, Morgan pareció llegar al límite de aire. Sus manos se convulsionaban de manera extraña. Y el príncipe Ludovic se encontró agarrando a un hombre alto vestido con un elegante traje de satén azul. Soltó al hombre, que enseguida se dio la vuelta y le dio un puñetazo en la cara al príncipe.

—¡Cómo te atreves! —gritó el príncipe—. ¡A mí nadie me hace eso!

—Mala suerte —replicó el mago Howl, y le dio otro puñetazo. Esta vez, el príncipe Ludovic pisó la peluca y cayó al suelo cuan largo era—. Este es el único idioma que entienden los lubbockins —dijo el mago al Rey—. ¿Has tenido bastante, chico?

Al mismo tiempo, Morgan, que parecía llevar el traje azul de terciopelo de Twinkle, arrugado y demasiado grande para él, fue corriendo hacia el mago diciendo:

—Papi, papi, ¡papi!

«Ya lo entiendo —pensó Charmain—. Se han intercambiado de algún modo. Es un truco muy bueno. Me gustaría aprender a hacerlo». Mientras miraba al mago apartar con cuidado a Morgan del príncipe, se preguntó porque había querido Howl ser más guapo de lo que era. Su aspecto era el que la mayoría de la gente definiría como el de un hombre guapo, aunque, pensó, su pelo era un poco irreal. Le caía sobre los hombros cubiertos de satén azul formando unos inverosímiles rizos rubios.

Pero, también al mismo tiempo, Sim dio un paso atrás mientras el hombre gris daba saltos frente a él e intentaba hacer algún tipo de anuncio oficial. Pero Morgan hacía tanto ruido y Waif ladraba tan fuerte que lo único que oyeron todos fue «alteza» y «Su Majestad».

Mientras Sim hablaba, el mago Howl miró la chimenea y asintió. Entonces, pasó algo entre el mago y Calcifer que no fue exactamente un resplandor de luz y tampoco un resplandor de luz invisible. Mientras Charmain seguía intentando describirlo, el príncipe Ludovic se comprimió sobre sí mismo y desapareció. Lo mismo le ocurrió al hombre gris. En su lugar, aparecieron dos conejos.

El mago Howl los miró primero a ellos y después a Calcifer.

—¿Por qué conejos? —preguntó cogiendo a Morgan en brazos. Morgan dejó de gritar al momento y se hizo el silencio.

—Todos esos saltos —dijo Calcifer— me hicieron pensar en conejos.

El hombre gris seguía saltando, aunque lo que saltaba ahora era un gran conejo blanco con los ojos saltones de color violeta. El príncipe Ludovic, que era de color marrón claro con los ojos violeta aún más grandes, parecía demasiado sorprendido para moverse. Estiró las orejas, agitó la nariz…

Y fue entonces cuando Waif atacó.

Mientras tanto, las visitas que Sim había intentado anunciar ya habían entrado en la habitación. Waif mató al conejo marrón casi bajo las ruedas de la silla pintada por los kobolds y que estaba empujando la bruja de Montalbino. El tío abuelo William, bastante pálido y delgado, pero mucho mejor, estaba sentado en la silla sobre una montaña de cojines azules. Él, la bruja y Timminz, que estaba de pie en los cojines, se asomaron por el lateral de la silla azul de madera para ver a Waif gruñir y agarrar al conejo marrón por un lado del cuello, para después, con otro pequeño gruñido, lanzarlo por encima de su espalda hasta caer con un plof muerto sobre la alfombra.

—¡Madre mía! —dijeron el mago Norland, el Rey, Sophie y Charmain—. ¡Creía que Waif era demasiado pequeña para hacer eso!

La princesa Hilda esperó a que el conejo aterrizase y se dirigió a la silla. Ignoró con desdén la frenética persecución de Waif y el conejo blanco dando vueltas por la habitación.

—¡Mi querida princesa Matilda! —dijo la princesa alargando sus brazos hacia la madre de Peter—, ¡cuánto tiempo sin verte! Espero que vengas a hacernos una larga visita.

—Depende —repuso la bruja, tajante.

—La hija de mi primo segundo —les explicó el Rey a Charmain y a Sophie— prefiere que la llamen bruja de algún sitio. Siempre se enfada cuando alguien la llama princesa Matilda. Y mi hija lo usa, claro. No soporta el esnobismo inverso.

En ese momento, el mago Howl había subido a Morgan sobre sus hombros para que los dos pudiesen ver cómo Waif había acorralado al conejo tras el quinto caballo balancín de la fila. Se oyeron nuevos gruñidos. Al cabo de poco, el cadáver del conejo blanco apareció volando por encima de los caballos, muerto y tieso.

—¡Hurra! —exclamó Morgan, golpeando con sus puños la cabeza rubia de su padre.

Howl bajó a Morgan rápidamente y se lo dio a Sophie.

—¿Les has contado ya lo del oro? —le preguntó.

—Aún no. Las pruebas se han caído sobre el pie de alguien —dijo Sophie cogiendo a Morgan con fuerza.

—Cuéntaselo ahora —dijo Howl—. Hay algo más que no encaja aquí.

Se inclinó y cogió a Waif, que volvía trotando al lado de Charmain. Waif se revolvió, aulló, estiró el cuello e hizo todo lo posible para dejar claro que con quien quería ir era con Charmain.

—Ahora, ahora —dijo Howl, al tiempo que daba vueltas a Waif, confundido. Al final, la llevó a la silla donde el Rey estaba dándole la mano jovialmente al mago Norland mientras Sophie les enseñaba el lingote. La bruja, Timminz y la princesa Hilda rodeaban a Sophie con los ojos como platos y le preguntaban dónde había encontrado el oro.

Charmain estaba de pie en mitad de la sala sintiéndose olvidada. «Sé que no estoy siendo razonable —pensó—. Sólo soy la misma de siempre. Pero quiero que me devuelvan a Waif. Quiero llevármela cuando me manden de vuelta a casa con madre». Le pareció evidente que iba a ser la madre de Peter quien iba a cuidar del mago de ahora en adelante, y eso ¿dónde dejaba a Charmain?

Hubo un ruido terrible.

La pared se tambaleó, lo que provocó que Calcifer saliera a toda prisa de la chimenea y se posara sobre la cabeza de Charmain. Después, a cámara lenta, un enorme agujero se abrió en la pared al lado de la chimenea. Primero se rompió el papel pintado, después el yeso de debajo. Entonces, las piedras oscuras de debajo del yeso se rompieron y desaparecieron, hasta que no quedó nada, excepto un espacio oscuro. Finalmente, ya no a cámara lenta, Peter salió disparado del agujero y aterrizó delante de Charmain.

—¡Agujero! —exclamó Morgan señalando.

—Creo que sí —asintió Calcifer.

Peter no parecía nada sorprendido. Miró a Calcifer y dijo:

—Así que no has muerto. Sabía que ella se estaba preocupando por nada. No es muy sensata.

—¡Muchas gracias, Peter! —contestó Charmain—. Y ¿cuándo has sido tú sensato? ¿Cuándo?

—Ciertamente —afirmó la bruja de Montalbino—. Yo también quiero saberlo.

Empujó la silla hasta Peter de modo que el tío abuelo William y Timminz pudieran mirar a Peter al igual que el resto, excepto la princesa Hilda, que estaba mirando con lástima el agujero de la pared.

Peter no parecía preocupado. Se sentó.

—Hola, mamá —dijo alegremente—. ¿Por qué no estás en Ingary?

—Porque el mago Howl está aquí —respondió su madre—. ¿Y tú?

—He estado en el taller del mago Norland —dijo Peter—. Fui allí en cuanto le di esquinazo a Charmain —agitó sus manos con el arco iris de cintas en los dedos para explicar cómo había llegado. Pero miró al mago Norland muy asustado—. He tenido mucho cuidado, señor. De verdad.

—¿En serio? —dijo el tío abuelo William mirando el agujero de la pared. Parecía que se estaba arreglando poco a poco. Las piedras negras se estaban cerrando con cuidado y el yeso estaba creciendo sobre las piedras—. ¿Y qué has estado haciendo allí todo un día con su noche, si es que puedo preguntar?

—Hechizos de adivinación —explicó Peter—. Tardan mucho. Tuve suerte de que tuviese usted todos aquellos hechizos de comida, señor, o a estas horas estaría muerto de hambre. Y he usado su cama turca. Espero que no le importe —por la cara que puso el tío abuelo William, estaba claro que sí que le importaba. Peter añadió enseguida—: Pero el hechizo funcionó, señor. El tesoro real tiene que estar aquí, donde están todos, porque le dije al hechizo que me llevase dondequiera que estuviese el tesoro.

—Y así es —corroboró su madre—. El mago Howl ya lo ha encontrado.

—Oh —dijo Peter. Parecía muy entristecido, pero enseguida se alegró—. Entonces, ¡he hecho un hechizo y ha funcionado!

Todo el mundo miró el agujero que se estaba cerrando poco a poco. El papel pintado se estaba moviendo con cuidado sobre el yeso, pero era obvio que la pared ya nunca sería la misma. Tendría un aspecto húmedo y arrugado.

—Estoy segura de que eso es un gran alivio para usted, jovencito —dijo la princesa Hilda amargamente. Peter la miró inexpresivo y se preguntó quién era.

Su madre suspiró.

—Peter, esta es su alteza la princesa Hilda de High Norland. Tal vez podrías ser lo suficientemente bueno como para levantarte e inclinarte ante ella y ante su padre el Rey. Después de todo, son casi familia nuestra.

—¿Ah sí? —preguntó Peter. Pero se puso de pie y se inclinó muy educadamente.

—Mi hijo, Peter —dijo la bruja—, quien ahora es seguramente heredero a su trono, alteza.

—Encantado de conocerte, chico —contestó el Rey—. Todo esto es muy confuso. ¿Puede alguien explicármelo?

—Yo lo haré, Majestad —dijo la bruja.

—Tal vez deberíamos sentarnos todos —propuso la princesa—. Sim, sé tan amable de retirar esos dos… esto… conejos muertos, por favor.

—Ahora mismo, señora —dijo Sim. Atravesó la habitación a toda prisa y recogió los dos cadáveres. Estaba claramente tan ansioso por oír lo que fuese que iba a contar la bruja que Charmain estaba convencida de que se había limitado a abrir la puerta y tirarlos fuera. Cuando volvió a entrar a toda prisa, todos estaban sentados en los sofás descoloridos, excepto el tío abuelo William, que estaba recostado en los cojines con aspecto maltrecho y cansado, y Timminz, que se sentó en un cojín al lado de la oreja del tío abuelo William. Calcifer volvió a ir a tostarse al hueco de la chimenea. Sophie sentó a Morgan en sus rodillas, donde Morgan se puso a chuparse el dedo gordo y se durmió. Y finalmente, el mago Howl le devolvió a Waif a Charmain. Lo hizo con tal sonrisa de disculpa que Charmain se puso nerviosa.