La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

Charmain pensó que el suelo le haría un favor si se abriese bajo sus pies húmedos y la arrastrase a las bodegas. Se había olvidado completamente de la visita del príncipe heredero Ludovic. Era obvio que la princesa Hilda había invitado a todos los notables de High Norland a conocer al príncipe. Y ella, la sencilla Charmain Baker, había reventado la celebración del té.

—Encantada de conocerle, alteza —intentó decir. Pero lo que le salió fue un murmullo aterrorizado.

Seguramente el príncipe Ludovic no la oyó. Se echó a reír y dijo:

—¿Charming es el apodo que el Rey utiliza cuando se dirige a ti, niña? —señaló con el tenedor del pastel a la señora que no llevaba un vestido de noche—. Yo llamo Lady Despilfarro a mi ayudante. Me cuesta una fortuna, ya sabes.

Charmain abrió la boca para explicar cómo se llamaba en realidad, pero la señora que no llevaba un vestido de noche se le adelantó:

—¡No me llames así! —dijo enfadada—. ¡Bicho asqueroso!

El príncipe Ludovic se echó a reír y dio media vuelta para hablar con el hombre gris que se acercaba con su traje gris de seda. Charmain se hubiera ido discretamente en busca de Calcifer si no hubiese sido porque, al darse el príncipe media vuelta, la luz del gran candelabro que colgaba del techo le iluminó media cara. El ojo que quedaba de su lado soltó un destello violeta.

Charmain quedó paralizada como una estatua por el terror. El príncipe Ludovic era un lubbockin. Por un momento, no pudo moverse; sabía que estaba manifestando su horror, sabía que la gente vería lo horrorizada que estaba y se preguntaría porqué. El hombre gris ya estaba mirándola con la curiosidad brillando en sus ojos de color malva. ¡Oh, cielos! Él también era un lubbockin. Eso era lo que le había extrañado al verlo por primera vez cerca de la cocina.

Por suerte, Lord Mayor se apartó de la mesa del pastel justo en ese momento para inclinarse profundamente ante el Rey y provocó que Charmain viese un caballo balancín durante un segundo; no, había muchos caballos balancín. Aquello distrajo a Charmain de su miedo. Por alguna razón, había caballos balancín alineados alrededor de toda la habitación, junto a las paredes. Twinkle estaba sobre el más cercano a la gran chimenea de mármol mirándola intensamente. Charmain entendió que él sabía que se había asustado por algo y quería saber el motivo.

Ella empezó a dirigirse hacia allí y vio a Morgan sentado en el borde de la chimenea jugando con una caja de construcciones de madera. Sophie estaba de pie a su lado. A pesar de que Sophie iba vestida de color azul pavo real y parecía estar en la fiesta, Charmain la vio por un momento como una gran leona con los dientes apretados protegiendo sus crías.

—Oh, hola Charming —le dijo, más o menos al oído, la princesa Hilda—. Dado que ya estás aquí, ¿quieres un trozo de pastel?

Charmain miró con tristeza el pastel e inspiró su magnífico aroma.

—No, gracias, señora —contestó—. Sólo he venido a traer un mensaje a la señora Pendragon, eso es.

¿Dónde estaba Calcifer?

—Bueno, ahí está, justo ahí detrás —dijo la princesa Hilda señalando—. Tengo que decir que los niños se están comportando divinamente por ahora. ¡Esperemos que dure!

Se alejó para ofrecerles pastel a otras personas impecablemente vestidas. Por cómo crujía, su vestido no era tan bueno como el resto de los que había en la habitación. Se había descolorido hasta quedar blanco en algunas zonas y a Charmain le recordaba bastante a cómo había quedado la colada después del hechizo de blanquear de Peter. «¡Por favor, no permitas que Peter lance ningún hechizo contra esos huevos de lubbock!», iba rezando Charmain mientras se dirigía hacia Sophie.

—Hola —la saludó Sophie con una sonrisa bastante tensa. Tras ella, Twinkle se balanceaba en el caballo, crac, crac, crac, de forma bastante irritante. La niñera gorda estaba a su lado diciendo:

—Señorito Twinkle, le ruego que baje de ahí. Hace mucho ruido, señorito Twinkle. ¡Señorito Twinkle, no quiero tener que repetírselo! —una y otra vez, lo que era tal vez aún más irritante.

Sophie se agachó y le dio a Morgan una pieza roja. Morgan le dio la pieza a Charmain.

Sazul —le dijo.

Charmain también se agachó.

—No, no es azul —dijo—. Vuelve a probar.

Sophie murmuró sin mover la boca:

—Me alegro de verte. Este príncipe me importa un rábano, ¿y a ti? Lo mismo que esa fresca mal vestida que está con él.

¿Leta? —probó Morgan sosteniendo la pieza de nuevo.

—No te culpo —susurró Charmain a Sophie—. No, no es violeta, es rojo. Pero el príncipe sí es violeta, al menos sus ojos. Es un lubbockin.

—¿Un qué? —dijo Sophie confundida.

¿Dojo? —preguntó Morgan mirando la pieza incrédulo. Crac, crac, seguía haciendo el caballo.

—Sí, rojo —confirmó Charmain—. No puedo explicártelo aquí. Dime dónde está Calcifer, se lo explicaré a él y él puede contártelo a ti. Lo necesito urgentemente.

—Aquí estoy —dijo Calcifer—. ¿Para qué me necesitas?

Charmain miró alrededor. Calcifer se estaba tostando sobre los troncos ardientes de la chimenea, mezclando sus llamas azules con las naranjas de la madera, con un aspecto tan tranquilo que Charmain no lo había visto hasta que hubo hablado.

—Oh, gracias a Dios —suspiró—. ¿Puedes venir conmigo ahora mismo a casa del mago Norland? Tenemos una urgencia que sólo puede solucionar un demonio de fuego. ¡Por favor!

Capítulo 13

En el que participa mucho Calcifer

LOS ojos naranjas de Calcifer se posaron en Sophie.

—¿Me necesitas para que siga montando guardia aquí? —ríe preguntó—. ¿O podéis encargaros vosotros dos?

Sophie miró a la multitud bien vestida que charlaba.

—No creo que nadie intente nada ahora —dijo ella—. Pero vuelve enseguida. Tengo un mal presentimiento. No me fío ni un ápice del individuo de los ojos malva. Ni tampoco de ese asqueroso príncipe.

—De acuerdo, seré rápido —crujió Calcifer—. Levántate, joven Charming. Voy a sentarme en tus brazos.

Charmain se puso de pie esperando quemarse o, al menos, chamuscarse en cualquier momento. Morgan protestó por su partida agitando una pieza amarilla y elevando un grito de «¡.Vede, vede, vede

—¡Chis! —dijeron Sophie y Twinkle al unísono, y la niñera gorda añadió:

—Señorito Morgan, no se grita, no al menos en presencia del Rey.

—Es amarillo —dijo Charmain mientras esperaba que los rostros que la contemplaban mirasen hacia otro lado. Había empezado a comprender que ninguno de los elegantes invitados había reparado en que Calcifer formaba parte del fuego y que Calcifer quería mantenerlos en su ignorancia.

En cuanto todos perdieron el interés y volvieron a su charla, Calcifer saltó del fuego y aterrizó un poco por encima de los nerviosos dedos de Charmain adquiriendo la apariencia exacta de un plato de tarta. De hecho, Charmain apenas lo notaba.

—Buena idea —dijo.

—Haz ver que me aguantas —respondió Calcifer— y sal de la habitación conmigo.

Charmain curvó sus dedos alrededor del falso plato y caminó hacia la puerta. Para su alivio, el príncipe Ludovic se había movido de sitio, pero, en cambio, el Rey se le estaba acercando. La saludó con un movimiento de cabeza y sonrió.

—Has cogido pastel, veo —dijo—. Está bueno, ¿verdad? Me pregunto porque tenemos tantos caballos balancín. Tú no lo sabrás, ¿verdad?

Charmain negó con la cabeza y el Rey dio media vuelta sonriendo.

—¿Por qué tenemos todos esos caballos de madera? —preguntó Charmain.

—Como protección —dijo el plato de pastel—. Abre la puerta y salgamos de aquí.

Charmain despegó una mano del falso plato, abrió la puerta y se deslizó en el húmedo y reverberante pasillo.

—Pero ¿a quién protegen? Y ¿de qué? —preguntó cerrando la puerta tan silenciosamente como pudo.

—A Morgan —dijo el plato de pastel—. Sophie ha recibido una carta anónima esta mañana. Decía: «Abandona tu investigación y vete de High Norland o tu hijo sufrirá las consecuencias». Pero no podemos abandonar porque Sophie le prometió a la princesa que nos quedaríamos hasta averiguar dónde ha ido a parar todo el dinero. Mañana haremos ver que…

Calcifer fue interrumpido por unos ladridos agudos. Waif apareció orgullosa por la esquina y se lanzó a frotarse con alegría en los tobillos de Charmain. Calcifer saltó y empezó a flotar con su apariencia verdadera, una valiente gota azul sosteniéndose sobre el hombro de Charmain. Esta cogió a Waif en brazos.

—¿Cómo…? —empezó a decir intentado mantener su cara lejos de la lengua de Waif. Entonces se dio cuenta de que el animal no estaba mojado en absoluto—. Calcifer, ¡debe de haber cogido el atajo de la casa! ¿Puedes llevarme a la sala de reuniones? Yo te puedo guiar desde allí.

—Fácil —Calcifer arrancó como un cometa azul, tan rápido que a Charmain le costó seguirlo. Giró en diversas esquinas y pasó por el pasillo donde se olía la cocina. En nada, Charmain estaba de pie con la espalda apoyada en la puerta de la sala de reuniones con Waif en brazos y Calcifer flotando sobre su hombro intentando recordar qué había que hacer desde allí. Calcifer dijo—: Es así —y desapareció zigzagueando ante sus ojos. Charmain le siguió lo mejor que pudo y se encontró en el pasillo de las habitaciones. La luz del sol entraba por la ventana trasera del estudio del tío abuelo William. Peter apareció a toda prisa, con el rostro pálido y expresión de urgencia.

—Waif, perra buena —dijo—. La he mandado a buscaros. ¡Venid a ver esto!

El dio media vuelta y echó a correr a la otra punta del pasillo señalando, con mano bastante temblorosa, fuera de la ventana.

En el prado se veía cómo se alejaban grandes nubes grises que se deshacían y que eran, obviamente, las que estaban provocando la lluvia en la ciudad. Un arco iris, brillante en contraste con las nubes, cruzaba las montañas sobre el prado, donde se perdía pálido y neblinoso. La hierba húmeda soltaba destellos bajo el sol y Charmain estaba tan ensimismada que, por un momento, no vio lo que Peter estaba señalando.

—Eso es el lubbock —musitó Peter con voz ronca—. ¿Verdad?

Allí estaba el lubbock elevándose enorme y violeta en mitad de la hierba. Se inclinaba ligeramente para escuchar a un kobold que iba arriba y abajo señalando el arco iris y gritando al lubbock.

—Sí, es el lubbock —dijo Charmain temblando—. Y ese es Rollo.

Mientras lo decía, el lubbock se echó a reír y volvió su conjunto de ojos de insecto hacia el arco iris. Caminó hacia atrás con cuidado hasta que el nuboso arco iris pareció quedar justo bajo sus patas de insecto. Allí se agachó y sacó un pequeño recipiente de barro de la tierra. Rollo bailaba a su alrededor.

—¡Eso debe de ser la olla de oro que hay al final del arco iris! —dijo Peter no del todo convencido.

Vieron cómo el lubbock le tendía el recipiente a Rollo, quien lo abrazó. Era evidente que pesaba mucho. Rollo dejó de bailar y empezó a tambalearse con la cabeza inclinada hacia atrás con expresión de feliz avaricia. Dio media vuelta y se alejó dando tumbos. No vio cómo el lubbock extendía maliciosamente sus largas probóscides violetas. Tampoco pareció darse cuenta cuando estas se clavaron en su espalda. Sólo desapareció en la hierba del prado sin dejar de abrazar el recipiente y reír. El lubbock también reía, de pie en mitad del prado agitando sus brazos de insecto.

—Acaba de poner sus huevos en Rollo —susurró Charmain—, ¡y él ni siquiera se ha dado cuenta!

Le entraron nauseas. A ella había estado a punto de ocurrirle lo mismo. Peter se había puesto verde y Waif temblaba.

—Ya sé —dijo ella—, supongo que el lubbock le prometió a Rollo una olla de oro por crear problemas entre los kobolds y el tío abuelo William.

—Estoy seguro —asintió Peter—. Antes de que llegaseis he oído a Rollo gritar que le tenía que pagar.

«Ha abierto la ventana para poder escuchar —pensó Charmain—. ¡Será tonto!».

—Voy a tener que declararle la guerra —dijo Calcifer, que había encogido y palidecido bastante. Y añadió con un siseo ligeramente tembloroso—: Si no me enfrento a ese lubbock, no merezco la vida que Sophie me dio. Un momento.