La casa de los mil pasillos (El castillo ambulante, #3) – Diana Wynne Jones

La señora Baker escudriñó a Charmain, nerviosa.

—¿Estás bien, mi amor? ¿Bien del todo? ¿Por qué no te has recogido el pelo como Dios manda?

—Me gusta así —dijo Charmain arrastrando los pies para quedarse entre las dos mujeres y la puerta de la cocina—. ¿No crees que me queda bien, tía Sempronia?

Tía Sempronia se apoyó en su parasol y la miró para juzgarlo.

—Sí —respondió—, te queda bien. Pareces más joven y rellenita. ¿Es ese el aspecto que quieres tener?

—Sí, es ese —afirmó Charmain desafiante.

La señora Baker suspiró.

—Cariño, me gustaría que no contestases de un modo tan arrogante. Ya sabes que a la gente no le gusta. Pero estoy contenta de verte tan bien. Me he pasado despierta la mitad de la noche oyendo la lluvia y deseando que el tejado de esta casa no tuviese goteras.

—No tiene goteras —dijo Charmain.

—O temiendo que te hubieses dejado una ventana abierta —añadió su madre.

Charmain se estremeció.

—No, cerré las ventanas —dijo, y supo al instante que Peter estaba abriendo en aquel momento la ventana que daba al prado del lubbock—. De verdad que no tienes nada de qué preocuparte, madre —mintió.

—Bueno, para ser sincera, sí que estaba un poco preocupada —admitió la señora Baker—. Es tu primera vez fuera del nido, ya sabes. Hablé con tu padre de ello. Dijo que a lo mejor no te las estabas apañando para comer como es debido —levantó la abultada bolsa bordada que llevaba—. Te preparó algo más de comida en esta bolsa. Iré a dejártela en la cocina, ¿puedo? —preguntó, y empujó a Charmain fuera del paso, dirigiéndose a la puerta interior.

«¡No! ¡Socorro!», pensó Charmain. Agarró la bolsa bordada de un modo que esperaba fuese de lo más amable y civilizado y no el tirón brusco que le hubiera gustado dar, y dijo:

—No tienes que molestarte, madre. Yo la llevo ahora mismo y te traigo la otra.

—¿Por qué? No es molestia, mi amor —protestó su madre aferrándose a la bolsa.

—Porque antes tengo una sorpresa para ti —dijo Charmain a toda prisa—. Tú ve a sentarte. Ese sofá es muy cómodo, madre —«y está de espaldas a la puerta»—. Siéntate, tía Sempronia.

—Pero si será un momento —objetó la señora Baker—. Lo dejaré en la mesa de la cocina, donde puedas encontrarlo…

Charmain agitó su mano libre. Su otra mano sujetaba la bolsa como si le fuera la vida en ello.

—¡Tío abuelo William! —gritó—. ¡Café de la mañana! ¡Por favor!

Para su alivio, la amable voz del tío abuelo William contestó:

—Golpea el carrito del rincón, querida, y di: «Café de la mañana».

La señora Baker dio un respingo y buscó de dónde salía la voz. Tía Sempronia miró sorprendida, después extrañada y se acercó para darle un suave golpe al carrito con su parasol.

—¿Café de la mañana?

Al momento, la habitación se llenó del agradable aroma del café. Una alta cafetera plateada estaba en el carrito echando humo junto con unas tacitas doradas, una lechera dorada, un azucarero plateado y un plato con pastelillos de azúcar. La señora Baker estaba tan sorprendida que soltó la bolsa bordada. Charmain la puso rápidamente detrás del sillón más cercano.

—Una magia muy elegante —comentó tía Sempronia—. Berenice, ven, siéntate aquí y deja que Charmain empuje el carrito hasta el sofá.

La señora Baker obedeció con aspecto aturdido y, para gran alivio de Charmain, la visita empezó a convertirse en un elegante y respetable café matinal. Tía Sempronia sirvió el café mientras Charmain pasaba los pastelillos. Charmain estaba de cara a la puerta de la cocina sosteniendo el plato para tía Sempronia cuando se abrió la puerta y apareció la cara de Waif por el hueco, obviamente atraída por el olor de los pastelillos.

—¡Vete, Waif! —chilló Charmain—. ¡Buuu! ¡Lo digo en serio! No puedes entrar aquí a menos que seas… que seas… que seas respetable. ¡Vete!

Waif la miró lastimeramente, suspiró con fuerza y dio media vuelta. Cuando la señora Baker y tía Sempronia, cada una sosteniendo con cuidado una pequeña taza rebosante de café, pudieron darse la vuelta para ver con quién estaba hablando Charmain, Waif se había ido y la puerta había vuelto a cerrarse.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó la señora Baker.

—Nada —dijo Charmain tranquilamente—, sólo la perra guardián del tío abuelo William, ya sabes. Es muy glotona…

—¡Tienes un perro aquí! —interrumpió la señora Baker alarmada—. No estoy segura de que me guste, Charmain. Los perros son sucios. ¡Y podría morderte! Espero que lo tengas atado.

—No, no, no, es increíblemente limpia. Y obediente —añadió Charmain preocupada por si eso era verdad—. Es sólo… es sólo que come demasiado. El tío abuelo William intenta que siga una dieta, así que claro, estaba intentando conseguir uno de estos pastelillos.

La puerta de la cocina volvió a abrirse. Esta vez fue la cara de Peter la que apareció por el hueco con expresión de que tenía algo urgente que decirle. Su gesto se convirtió en uno de pánico cuando captó la finura de tía Sempronia y la respetabilidad de la señora Baker.

—Ya vuelve —dijo Charmain bastante desesperada—. ¡Vete, Waif!

Peter captó la indirecta y desapareció justo antes de que tía Sempronia pudiese volver a darse la vuelta y verlo. La señora Baker parecía más alarmada que nunca.

—Te preocupas demasiado, Berenice —dijo tía Sempronia—. Admito que los perros huelen, son sucios y ruidosos, pero no hay nada que supere a un buen perro guardián a la hora de proteger una casa. Deberías estar agradecida de que Charmain tenga uno.

—Supongo —asintió la señora Baker con tono de no estar nada convencida—. Pero… pero ¿no me habías dicho que esta casa estaba protegida por… por las… artes mágicas de tu tío abuelo?

—Sí, sí, lo está —dijo Charmain con entusiasmo—. ¡La casa es doblemente segura!

—Por supuesto que sí —confirmó tía Sempronia—. Creo que no puede entrar nada que no haya sido invitado desde el otro lado del umbral.

Como para llevarle la contraria a tía Sempronia, apareció de repente un kobold en el suelo al lado del carrito.

—¡Vaya, mira esto! —vociferó el pequeño, azul y agresivo ser.

La señora Baker soltó un berrido y se tiró el café sobre la pechera de la blusa. Tía Sempronia apartó sus faldas de él con mucha dignidad. El kobold se quedó mirándolas, claramente confundido, y después miró a Charmain. No era el kobold jardinero. Su nariz era más grande, su ropa azul era de mejor tejido y parecía acostumbrado a dar órdenes.

—¿Eres un kobold importante? —le preguntó Charmain.

—Bueno —dijo el kobold bastante sorprendido—, podría decirse que sí. Soy el jefe de esta zona; me llamo Timminz. Lidero este contingente y estamos todos bastante enfadados. Y ahora nos dicen que el mago no está o que no nos recibirá o…

Charmain vio que su ira crecía por momentos. Dijo rápidamente:

—Es cierto. No está. Está enfermo. Los elfos se lo han llevado para curarle y yo cuido de la casa en su ausencia.

El kobold alzó los ojos por encima de su gran nariz y le lanzó una mirada asesina:

—¿Estás diciendo la verdad?

«¡Parece como si llevase todo el día oyendo que miento!», pensó Charmain enojada.

—Es completamente verdad —afirmó tía Sempronia—. William Norland no está aquí ahora mismo. Así que, ¿sería tan amable de irse, querido kobold? Está aterrorizando a la pobre señora Baker.

El kobold miró indignado a tía Sempronia y después a la señora Baker.

—Entonces —le dijo a Charmain—, no veo ninguna posibilidad de que esta disputa quede resuelta jamás.

Y desapareció tan súbitamente como había aparecido.

—¡Oh, Dios mío! —suspiró la señora Baker con la mano en el pecho—. ¡Tan pequeño, tan azul! ¿Cómo ha entrado? ¡No dejes que te suba por la falda, Charmain!

—Sólo era un kobold —indicó tía Sempronia—. Reponte, Berenice. Por regla general, los kobolds no tratan con los humanos, así que no tengo ni idea de qué estaba haciendo aquí. Pero supongo que el tío abuelo William debe de haber tenido algún trato con estas criaturas. La regla no afecta a los magos.

—Y, además, me he tirado el café encima —lloriqueó la señora Baker sacudiéndose la falda.

Charmain cogió la tacita y la volvió a llenar de café cuidadosamente.

—Coge otro pastelillo, madre —dijo a la vez que sostenía el plato—. El tío abuelo William tiene un kobold que le arregla el jardín, y también estaba enfadado cuando le conocí.

—¿Qué hacía el jardinero en el salón? —preguntó la señora Baker.

Como solía pasar, Charmain empezó a lamentar haber intentado explicar algo a su madre. «No es tonta; simplemente, nunca usa la cabeza», pensó.

—Era otro kobold… —empezó.

La puerta de la cocina se abrió y Waif entró dando saltitos. Volvía a tener su tamaño original. Eso quería decir que era, por lo menos, más pequeña que el kobold, y estaba encantada de haber encogido. Trotó alegremente hacia Charmain y levantó la nariz implorante hacia el plato de pastelillos.

—¡Francamente, Waif—la regañó Charmain—, cuando pienso en todo lo que has comido para desayunar!

—¿Es este el perro guardián? —inquirió la señora Baker con nerviosismo.

—Si lo es —opinó tía Sempronia—, sería la segunda mejor cosa después de un ratón. ¿Cuánto dices que ha comido para desayunar?

—Unos cincuenta platos enteros de comida para perros —dijo Charmain sin pensar.

—¡Cincuenta! —repitió su madre.

—Estaba exagerando —se corrigió Charmain.

Waif, al ver que todas la miraban, se sentó en posición de pedir con las patas bajo el mentón. Se esforzaba en parecer adorable. «Deja caer las orejas peludas y consigue todo lo que quiere», decidió Charmain.

—¡Oh, qué perrita tan dulce! —exclamó la señora Baker—. ¿Así que tienes hambre?

Le dio a Waif el resto del pastelillo que se estaba comiendo. Waif lo cogió educadamente, lo tragó de un bocado y siguió pidiendo. La señora Baker le dio un pastelillo entero del plato. Eso provocó que Waif pidiera con más ganas que nunca.

—Estoy enfadada —le espetó Charmain a Waif.

Tía Sempronia también le dio graciosamente otro pastelillo a Waif.

—Debo decir —le comentó a Charmain— que con este gran sabueso guardándote no hay que temer por tu seguridad, aunque tal vez acabes pasando hambre.

—Ladra muy bien —dijo Charmain. «Y no hay ninguna necesidad de ser sarcástica, tía Sempronia. Ya sé que no es un perro guardián». Pero Charmain no había acabado de pensar eso cuando se dio cuenta de que, en realidad, Waif estaba cuidando de ella. Había conseguido que madre se olvidara completamente de los kobolds, de la cocina, de cualquier peligro que ella pudiera correr y se había obligado a encogerse al tamaño correcto para poder hacerlo. Charmain se sintió tan agradecida que ella también le dio un pastelillo. Waif le dio las gracias con mucho cariño, oliéndole la mano, y volvió a mirar expectante a la señora Baker.

—¡Oh, es tan mona! —suspiró la señora Baker, y le dio a Waif su quinto pastelillo como premio.

«Va a estallar», pensó Charmain. Sin embargo, gracias a Waif, el resto de la visita transcurrió del modo más tranquilo, hasta casi el final, cuando las señoras se levantaron para irse. La señora Baker dijo:

—¡Ay! Casi se me olvida —y se palpó el bolsillo—. Llegó esta carta para ti, cariño.

Tendió a Charmain un tieso y alargado sobre con un sello rojo de lacre por detrás. Estaba dirigido a la «Señorita Charmain Baker» con una caligrafía elegante y trémula.

Charmain se quedó mirando fijamente el sobre y notó que el corazón le martilleaba en los oídos y en el pecho como un herrero sobre un yunque. Se le nubló la vista. Su mano tembló al coger la carta. El Rey le había contestado. Le había contestado. Sabía que era el Rey. La dirección estaba escrita con la misma caligrafía temblorosa que había visto en las cartas del estudio del tío abuelo William.

—Oh, gracias —dijo intentando sonar indiferente.

—Ábrela, cariño —la instó su madre—. Parece importante. ¿Qué crees que es?

—Oh, no es nada —contestó Charmain—. Sólo es el título de la escuela.

Fue un error. Su madre exclamó:

—¿Qué? ¡Pero tu padre espera que sigas yendo a la escuela y aprendas algo de cultura, cariño!

—Sí, lo sé, pero siempre le dan a todo el mundo un título al final del décimo año —inventó Charmain—. Por si alguien quiere irse, ya sabes. Toda mi clase recibirá uno. No te preocupes.