Ritos iguales (Mundodisco, #3) – Terry Pratchett

Las salas de los enanos resonaban con los martillazos, aunque era más que nada para dar ambiente. A los enanos les costaba trabajo pensar sin ruido de martillazos de fondo, de manera que los enanos bien situados económicamente gracias a trabajos administrativos pagaban a duendes para que golpearan pequeños yunques ceremoniales, y así mantener la imagen tradicional.

La escoba descansaba entre dos caballetes. Yaya Ceravieja estaba sentada en un saliente de roca, mientras un enano la mitad de alto que ella, con un delantal plagado de bolsillos, caminaba en torno a la escoba examinándola cuidadosamente.

Por último, palmeó las cerdas y aspiró aire con una larga inhalación, una especie de silbido al revés, que es la señal secreta entre todos los artesanos del universo y significa que está a punto de suceder algo caro.

—Bueeeeno —dijo—. Podría llamar a los aprendices para que echaran un vistazo a esto. Sería muy instructivo. ¿Y dices que se elevaba de verdad?

—Volaba como un pájaro —replicó Yaya.

El enano encendió su pipa.

—Me habría gustado ver a ese pájaro —murmuró—. Debía de ser algo digno de ver.

—Bueno, ¿puedes arreglarla? —preguntó Yaya—. Tengo prisa.

El enano se sentó lenta, deliberadamente.

Arreglarla —dijo—. Arreglarla, no sé. Reconstruirla, quizá. Claro que no es fácil conseguir cerdas en estos tiempos que corren, y para los hechizos hace falta…

—No quiero que la reconstruyas, quiero que funcione bien —señaló Yaya.

—Es un modelo antiguo —siguió el enano—. Los modelos antiguos eran complicados. No se puede hacer que la madera…

Se vio levantado hasta que sus ojos quedaron a la altura de los de Yaya. Los enanos, al ser también seres mágicos, tienen una notable resistencia a la magia, pero la expresión de Yaya era como si intentara clavarle los ojos en el fondo del cráneo.

—Limítate a arreglarla —siseó—. Por favor.

—¿Qué quieres, que haga una chapuza? —dijo el enano mientras su pipa caía al suelo.

—Sí.

—¿Que le haga un remiendo? ¿Que eche por tierra mi reputación haciendo un trabajo a medias?

—Sí —dijo Yaya.

Sus pupilas eran dos pequeños orificios negros.

—Oh —asintió el enano—. De acuerdo.

* * *

Gander, el jefe de la caravana, estaba muy preocupado.

Habían viajado tres jornadas desde que salieran de Zemfis, llevaban un buen ritmo, y ahora ascendían hacia el paso rocoso que cruzaba la montaña, un paso llamado Pezones de Escilla (había ocho; Gander se preguntaba a menudo quién habría sido Escilla, y si le habría gustado conocerla).

Una partida de gnolls los había atacado durante la noche. Las desagradables criaturas, una especie de duendes silíceos, le habían cortado la garganta a un guardia y seguramente tenían intención de asesinar a todo el grupo. Pero…

Pero nadie sabía bien qué había sucedido después. Los gritos los habían despertado y, para cuando la gente consiguió reavivar los fuegos y el mago Treatle proyectó un brillo azulado sobre el campamento, los gnolls supervivientes ya estaban muy lejos, unas sombras arácnidas que corrían como si los persiguieran todos los perros del Infierno.

A juzgar por lo que les había sucedido a sus colegas, probablemente estaban en lo cierto. De una roca cercana colgaban trocitos de gnoll que le daban un aire alegre y festivo. Gander no lo lamentaba demasiado: los gnolls eran aficionados a capturar viajeros y a ofrecerles la hospitalidad de sus cachiporras y sus cuchillos al rojo vivo. Pero le ponía nervioso estar en la misma zona que Algo capaz de pasar a través de una docena de gnolls armados hasta los dientes como una cuchara a través de un huevo pasado por agua, y sin dejar rastros.

De hecho, el suelo estaba convertido en una llanura pulida.

Había sido una noche muy larga, y la llegada del amanecer no aportó ninguna mejora. La única persona que conseguía mantener los ojos abiertos era Esk, que había dormido bajo uno de los carromatos y sólo se quejaba de haber tenido sueños extraños.

Aun así, fue un alivio alejarse de aquel macabro espectáculo. Gander consideraba que un gnoll vuelto del revés era aún más feo que de costumbre. Les habría sacado las tripas si no estuvieran ya esparcidas por el suelo.

Esk viajaba en el carromato de Treatle, charlando con Simón, quien lo guiaba con mano inexperta mientras el mago dormía tras ellos.

Simón lo hacía todo con mano inexperta. Se le daba de maravilla. Era uno de esos chicos altos, aparentemente hechos de rodillas, codos y pulgares. Verlo andar era una tortura, tenías la sensación de que los cordeles que lo sostenían se romperían de un momento a otro. Y, cuando hablaba, el sufrimiento se reflejaba en su rostro cada vez que avistaba una S o una M en la frase, de manera que la gente decía la palabra en su lugar de manera instintiva. Valía la pena por la sonrisa de agradecimiento que se dibujaba en el rostro salpicado de acné como un amanecer en la luna.

En aquel momento, tenía los ojos llorosos de alergia.

—¿Querías ser mago desde pequeño?

Simón sacudió la cabeza.

—Sssss…

—Sólo…

—…qqueríassss…

—¿Saber?

—…cómo funcionan las cosas. Alguien del pueblo habló con la Universidad, y el mmmaestro Treatle fue a bbuscarme. Estudiaré mmmm…

—…magia…

—…algún día. El mmmaestro Treatle dice que la tttteoría ssssse mmme da mmmmuy bien. —Los ojos de Simón se humedecieron todavía más, y una luz casi de éxtasis iluminó su rostro devastado—. Mmmmme ha dicho que en la Universidad Invisible hay mmmmmiles de libros —dijo con voz de hombre enamorado—. Mmmmás libros de los que podré leer en tttoda una vida.

—No sé si me gustan los libros —señaló Esk—. ¿Cómo es posible que el papel sepa cosas? Mi yaya dice que los libros sólo son buenos si el papel es fino.

—No, no es cierto —la interrumpió Simón apresuradamente—. Los libros están llenos de pppppp…

Tomó aliento y le dirigió una mirada suplicante.

—¿Palabras? —sugirió Esk tras pensar un momento.

—…ssssí, y pueden cambiar las c-cosas. P-por ess… Por esss…, essss…

—…eso…

—…debo a-averiguarlo. Ssssse que está ahí, en alguno de esos libros viejos. Dicc…, diccc…

—…dicen…

—…que no quedan hechizos nuevos, pero yo ssssé que están ahí, o-ocultos entre las ppp….

—…palabras…

—…y ningún mmmmmm…

—…¿mago? —le auxilió Esk, con el ceño fruncido en gesto de concentración.

—…eso, las ha encontrado. —Cerró los ojos y esbozó una sonrisa beatífica—. Las palabras mágicas que cambiarán el mundo.

—¿Qué?

—¿Eh? —se sobresaltó Simón, abriendo los ojos justo a tiempo para evitar que el carromato se saliera del sendero.

—¡Has dicho un montón de emes!

—¿Sí?

—¡Te he oído! ¡Inténtalo otra vez!

Simón respiró profundamente.

—Las pppa…, pppa… —dijo—. Pppa…, pppaaab… Es inútil —suspiró—, ssse ha pasado. Ssssucede a veces, cuando nnno lo intento. El Mmmaestro Treatle dice que sssoy alérgico a algo.

—¿Alérgico a las emes?

—No, essss…

—Estúpida —le ayudó Esk, generosamente.

—…es algo qqqq…

—…que…

—…flota en el aire, o en la hhhierba. El Mmmmaestro Treatle ha intentado averiguar la ccccausa, pero la mmmmmaaa…

—…magia…

—…no ssssirve de nada.

En aquel momento pasaban por un estrecho desfiladero de rocas anaranjadas. Simón lo observó, desconsolado.

—Mi yaya me enseñó algunos remedios para la alergia —dijo Esk—. Podríamos probarlos.

Simón sacudió la cabeza. Casi pareció que se le iba a caer.

—Lo he intentado ttttodo —suspiró—. Vaya mmma…, mma…, hechicero, no puedo ni decir la palabra mmma…, mmmmaaaa…, el nombre.

—Sí, me parece que será un problema —asintió Esk.

Miró el paisaje durante un rato, siguiendo un hilo de pensamiento.

—Eh… ¿sería posible para una mujer…, ya sabes, ser mago? —preguntó al final.

Simón la miró. Ella le devolvió la mirada, desafiante.

El muchacho tensó la garganta. Estaba tratando de encontrar una frase sin eses ni emes. Al final, tuvo que hacer concesiones.

—Curiosa idea —dijo.

Meditó un momento, y se echó a reír hasta que la expresión de Esk le advirtió sobre su error.

—Divertida, de verdad —añadió. Pero ya no se reía, sino que más bien parecía asombrado—. Nunca sssse mmmme había ocurrido p-pensarlo.

—¿Entonces? ¿Puede ser, o no?

La voz de Esk habría servido para afeitarse.

—Claro que no. Es obvio, niña. Vuelve a tus estudios, Simón.

Treatle apartó la cortinilla que daba a la parte trasera del carromato, y se sentó en el banquillo.

La expresión de miedo ocupó su lugar acostumbrado en el rostro de Simón. Dirigió una mirada suplicante a Esk mientras Treatle le quitaba las riendas de las manos, pero la niña hizo caso omiso de ella.

—¿Por qué no? ¿Qué es obvio?

Treatle se volvió para observarla. Hasta entonces no le había prestado mucha atención, no era más que otra figura en torno a las hogueras del campamento.

Era vicecanciller de la Universidad Invisible, y estaba acostumbrado a ver figuras como aquéllas dedicadas a trabajos esenciales pero poco importantes, como servirle las comidas y limpiarle la habitación. Era estúpido, desde luego, con esa estupidez propia de la gente muy inteligente, y quizá tuviera la sensibilidad de una avalancha y la egolatría de un tornado, pero nunca se le había pasado por la cabeza que los niños fueran tan importantes como para tratarlos mal.

Desde el pelo blanco hasta las botas de puntera retorcida, Treatle era un mago-mago. Tenía, por supuesto, las pobladas cejas, la túnica bordada y la barba patriarcal sólo ligeramente deslucida por las manchas amarillentas de la nicotina (los magos son célibes, pero no por eso dejan de disfrutar de un buen cigarro).

—Lo entenderás cuando seas mayor —dijo—. Es una idea divertida, como un juego de palabras. ¡Una mujer mago! ¡Es como si hubiera un hombre bruja!

—Hechiceros —señaló Esk.

—¿Cómo dices?

—Mi yaya opina que los hombres no pueden ser brujas —siguió—. Dice que, si los hombres fueran brujas, serían magos.

—Parece que es una mujer muy inteligente —aprobó Treatle.

—Dice que las mujeres deberían limitarse a hacer lo que saben hacer bien —insistió Esk.

—Muy sensata.

—¡Dice que, si las mujeres fueran tan buenas como los hombres, serían mucho mejores!

Treatle se echó a reír.

—Es una bruja —añadió Esk.

«Chúpate esa, señor mago listo», se dijo mentalmente.

—Mi querida jovencita, ¿qué pretendes, que me horrorice? Resulta que siento un gran respeto hacia las brujas.

Esk frunció el ceño. Eso no era lo que esperaba oír.

—¿De verdad?

—Por supuesto. En mi opinión, la brujería es una profesión excelente para una mujer. Una noble vocación.

—¿De verdad? ¿En serio?

—Oh, sí. Resulta muy útil en las zonas rurales para…, para cuando va a nacer un bebé, y cosas de ésas. Pero las brujas no son magos. La brujería es el camino que sigue la naturaleza para permitir a las mujeres el acceso a los flujos mágicos, pero no olvides nunca que no es magia superior.

—Ya. No es magia superior —dijo Esk, sombría.

—Oh, no. La brujería es excelente para ayudar a las personas en la vida, claro, pero…

—Supongo que las mujeres no son tan sensatas como para ser magos —le interrumpió Esk—. Supongo que, en el fondo, se trata de eso.

—Siento el mayor de los respetos hacia las mujeres —dijo Treatle, que no había advertido el nuevo tono en la voz de la niña—. Pero no tienen rival para…, para…

—¿Para traer niños al mundo, y esas cosas?

—Por ejemplo, sí —concedió generosamente el mago—. Pero a veces son un poco inestables. Se emocionan demasiado. La magia superior requiere una gran claridad de razonamiento, ¿sabes?, y el talento de la mujer no discurre en esa dirección. Su cerebro tiende a sobrecalentarse. Lamento decir que la magia sólo tiene una puerta, y es la entrada de la Universidad Invisible. Ninguna mujer la ha cruzado jamás.

—Dime —pidió Esk—, ¿para qué sirve realmente la magia superior?

Treatle le dedicó una sonrisa.

—La magia superior, hijita —dijo—, puede darnos todo lo que queramos.

—Oh.

—Así que quítate de la cabeza todas esas tonterías de la magia, ¿de acuerdo? Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Eskarina.

—¿Y para qué vas a Ankh, querida?

—Pensé en buscar fortuna —murmuró Esk—, pero quizá las niñas no tengan fortuna. ¿Seguro que los magos le dan a la gente lo que quiere?

—Por supuesto. Para eso es la magia.

—Ya.

La caravana viajaba muy despacio. Esk se bajó de un salto, sacó el cayado de su escondrijo temporal entre las bolsas y petates a un lado del carromato, y corrió por entre los animales y los vehículos. Entre las lágrimas, vio a Simón que la miraba desde la parte trasera del carromato, con un libro abierto en las manos. El chico le dirigió una sonrisa sorprendida y empezó a decir algo, pero Esk se apartó del camino.

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