El castillo en el aire (El castillo ambulante, #2) – Diana Wynne Jones

Se volvió hacia Flor-en-la-noche, que estaba claramente pensando en algo más (y ese algo más no tenía nada que ver con Abdullah, como notó Abdullah con consternación). Miraba fijamente hacia el otro lado de la habitación.

—Beatrice, creo que ha llegado el cocinero con el perro —dijo Flor-en-la-noche.

—¡Oh, bien! —dijo Beatrice—. Venid todos. —Y dio unas zancadas hacia el centro de la habitación.

Allí estaba el hombre, con un sombrero de chef. Era un tipo arrugado y venerable con un solo ojo. El perro estaba pegado a sus piernas, gruñendo a toda princesa que se le acercaba. Lo cual, probablemente, también expresaba cómo se sentía el cocinero. Parecía desconfiar profundamente de todo.

—¡Jamal! —gritó Abdullah. Después alzó la botella y la miró de nuevo.

—Bueno, este era el palacio más cercano aparte de Zahzib —afirmó el genio.

Abdullah estaba tan encantado de ver a salvo a su viejo amigo que no discutió con el genio. Empujó a diez princesas al pasar, olvidando por completo sus maneras, y agarró a Jamal de la mano.

—¡Amigo mío!

El ojo de Jamal le miró. Se le escapó una lágrima mientras a su vez retorcía con fuerza la mano de Abdullah.

—¡Estás a salvo! —dijo.

El perro de Jamal botó sobre sus patas traseras y colocó sus patas delanteras en el estómago de Abdullah, jadeando amigablemente. Un familiar aliento a calamares llenó el aire.

Y Valeria de repente empezó a llorar de nuevo.

—¡No quiero a ese perrito! ¡HUELE MAL!

—¡Oh, calla! —dijeron al menos seis princesas. Finge, querida, finge, necesitamos la ayuda del hombre.

—¡NO… QUIERO! —gritó la princesa Valeria.

Sophie se apartó un momento de donde estaba, esto es, inclinada con ojo crítico sobre la princesa diminuta, y se dirigió hacia Valeria.

—Déjalo ya, Valeria —dijo—. Me recuerdas, ¿no?

Quedó claro que Valeria la recordaba. Corrió hacia ella y rodeó con sus brazos las piernas de Sophie y rompió a llorar con lágrimas mucho más auténticas.

—¡Sophie, Sophie! ¡Llévame a casa!

Sophie se sentó en el suelo y la abrazó.

—Ya está, ya está. Por supuesto que te llevaremos a casa. Sólo tenemos que organizarlo todo primero. Esto es muy raro —comentó a las princesas que la rodeaban—. Cuando se trata de Valeria me siento una experta, pero estoy muerta de miedo de que se me caiga Morgan.

—Aprenderás —dijo la princesa anciana de High Norland, sentada rígidamente junto a ella—. Me han dicho que todas lo hacen.

Flor-en-la-noche caminó hacia el centro de la habitación.

—Amigas mías —dijo— y vosotros, trío de amables caballeros, si pensamos en la difícil situación en la que nos encontramos y aportamos ideas, entre todos podríamos trazar un plan para liberarnos pronto. No obstante, antes de nada, sería prudente hacer un conjuro de silencio en la entrada. Eso impedirá que nos escuchen nuestros raptores. —Sus ojos, de la manera más considera y neutral, se dirigieron a la botella del genio que Abdullah llevaba en la mano.

—No —dijo el genio—. ¡Intenta que haga algo y os convertiré a todos en sapos!

—Yo lo haré —dijo Sophie. Se alzó con Valeria todavía aferrada a sus faldas y fue hacia la entrada, donde agarró un puñado de cortina.

—Veamos, tú no eres la clase de tela que deja que pasen los sonidos, ¿verdad? —Le comentó a la cortina—. Te sugiero que tengas unas palabras con los muros y dejes eso bien claro. Diles que nadie debe ser capaz de oír ni una palabra de lo que digamos dentro de esta habitación.

Un murmullo de alivio y aprobación llegó de la mayoría de las princesas. Pero Flor-en-la-noche comentó:

—Te pido disculpas por la crítica, valiosa bruja, pero creo que los demonios deberían poder escuchar algo o empezarán a sospechar.

La minúscula princesa de Tsapfan paseaba con Morgan, que parecía enorme en sus brazos. Cuidadosamente le pasó el bebé a Sophie. Sophie parecía aterrada y lo sostuvo como si fuese una bomba a punto de explotar. Esto pareció disgustar a Morgan que agitó sus brazos y, mientras la diminuta princesa colocaba sus manos sobre la cortina, por su cara cruzaron con rapidez varias miradas de profundo disgusto. «¡Burp!», observó.

Sophie dio un saltó pero Morgan no se le cayó.

—¡Cielos! —dijo—. No tenía ni idea de que hicieran eso.

Valeria reía entusiasmada:

—Mi hermano lo hace todo el tiempo.

La princesa diminuta hizo gestos para demostrar que se había ocupado de la objeción de Flor-en-la-noche. Todo el mundo escuchó atentamente. Ahora se podía escuchar el agradable murmullo de princesas charlando juntas a lo lejos. Había incluso un grito aislado que sonaba como Valeria.

—Perfecto —dijo Flor-en-la-noche. Sonrió cariñosamente a la princesa diminuta y Abdullah deseó que por lo menos le sonriera a él de esa manera—. Ahora, si os sentáis, podemos pensar algunos planes para escapar.

Todo el mundo obedeció a su manera. Jamal se puso en cuclillas con el perro entre sus brazos, mirando con desconfianza. Sophie se sentó en el suelo tomando torpemente a Morgan en sus brazos y con Valeria, que estaba ahora bastante feliz, apoyada sobre ella. Abdullah se sentó con los pies cruzados junto a Jamal. El soldado llegó y se sentó unos dos sitios más allá, de modo que Abdullah agarró bien fuerte la botella del genio y asió la alfombra sobre sus hombros con la otra mano.

—Esa chica, Flor-en-la-noche, es una auténtica maravilla —observó la princesa Beatrice mientras se sentaba entre Abdullah y el soldado—. Llegó aquí sin saber nada salvo lo que había leído en los libros. Y aprende todo el tiempo. Le llevó dos días cogerle la medida a Dalzel; y ahora el desdichado demonio le tiene miedo. Antes de que ella llegara, todo lo que había conseguido yo era dejar claro a la criatura que no íbamos a ser sus esposas. Pero ella piensa en grande. Tenía en mente escapar desde el principio. Ha estado organizándolo todo para conseguir que el cocinero nos ayude. Y ahora lo ha logrado. ¡Mírala! Parece preparada para regir un imperio, ¿no es así?

Abdullah asintió con tristeza y miró a Flor-en-la-noche mientras esperaba a que el resto se sentara. Ella tenía puesta todavía la ropa de seda que llevaba cuando Hasruel la secuestró en el jardín nocturno. Estaba igual de delgada, graciosa y hermosa. Aunque sus ropas estaban arrugadas y un poco deshilachadas. Abdullah no tenía duda de que cada arruga, cada desgarrón y cada hilo suelto significaba algo nuevo que Flor-en-la-noche había aprendido. «¡Hecha para gobernar un imperio, desde luego!», pensó. Si comparaba a Flor-en-la-noche con Sophie, que le había desagradado por ser tan tozuda, sabía que Flor-en-la-noche tenía el doble de tenacidad que esta. Y por lo que a él se refería, eso sólo hacía a Flor-en-la-noche más excelente. Lo que le hacía desdichado era la manera en que ella cuidadosa y educadamente evitaba dirigirse a él por completo. Y deseaba saber porque.

—El problema al que nos enfrentamos —iba diciendo Flor-en-la-noche cuando Abdullah empezó a prestar atención— es que estamos en un sitio del que, simplemente, no podemos salir. Si consiguiéramos escabullirnos del castillo sin que los demonios se dieran cuenta o sin que los ángeles de Hasruel nos lo impidieran, lo único que podríamos hacer sería tirarnos sobre las nubes y arrojarnos a la Tierra, y sería una buena caída. Incluso si pudiéramos superar esas dificultades de alguna manera… —Sus ojos se volvieron hacia la botella en la mano de Abdullah y, pensativamente, hacia la alfombra sobre sus hombros, pero desafortunadamente no hacia Abdullah—. No parece que haya nada que evite que Dalzel mande a su hermano para que nos traiga de vuelta. Así, la esencia de cualquier plan que ideemos ha de ser la derrota de Dalzel. Sabemos que su poder principal deriva del hecho de que ha robado la vida de su hermano Hasruel, de manera que Hasruel debe obedecerle o morir. Con lo cual, para escapar deberemos encontrar la vida de Hasruel y devolvérsela. Nobles damas, excelentes caballeros y apreciado perro, os invito a exponer vuestras ideas sobre esta materia.

«¡Excelentemente expuesto, oh, flor de mi deseo!», pensó Abdullah tristemente mientras Flor-en-la-noche se sentaba con gracia.

—Pero todavía no sabemos dónde puede estar la vida de Hasruel —berreó la gorda princesa de Farqtan.

—Exacto —dijo la princesa Beatrice—. Sólo Dalzel lo sabe.

—Pero la horrorosa criatura está siempre lanzando indirectas —se quejó la princesa rubia de Thayack.

—¡Para presumir de lo listo que es! —dijo amargamente la princesa de piel oscura de Alberia.

Sophie alzó la vista:

—¿Qué indirectas? —dijo.

Hubo un confuso clamor cuando al menos veinte princesas intentaron contárselo a Sophie a la vez. Abdullah forzó sus oídos para captar al menos una de las mencionadas indirectas y Flor-en-la-noche se estaba levantando para poner orden cuando el soldado gritó:

—¡Oh, callaos todas!

Esto desencadenó un completo silencio. Los ojos de cada una de las princesas se volvieron hacia él con una fría indignación real. El soldado encontró esto muy divertido.

—¡Relamidas! —dijo—. Miradme tanto como os plazca, señoritas. Pero mientras lo hacéis, pensad si acaso yo he accedido a ayudaros a escapar. No, ¿verdad? ¿Y por qué habría de hacerlo? Dalzel nunca me ha hecho ningún daño.

—Eso —dijo la vieja princesa de High Norland— es porque no te ha encontrado todavía, mi buen hombre. ¿Quieres esperar y ver qué pasa cuando lo haga?

—Me arriesgaré —dijo el soldado—. Por otra parte, podría ayudar, y reconozco que no llegaréis demasiado lejos si no lo hago, pero siempre que una de vosotras haga que mi esfuerzo merezca la pena.

Flor-en-la-noche, suspendida sobre sus rodillas, lista para levantarse, dijo con maravillosa arrogancia:

—¿Qué podríamos hacer para compensarte, ínfimo mercenario? Todas nosotras tenemos padres que son muy ricos. El dinero te lloverá una vez que hayamos vuelto. ¿Quieres asegurarte una cantidad de cada una de nosotras? Podemos acordarlo.

—No diré que no —respondió el soldado—. Pero no me refería a eso, bonita. Cuando empecé con esta travesura, se me prometió que conseguiría mi propia princesa. Eso es lo que quiero… Una princesa para casarme. Una de vosotras debería poder ayudarme. Y si no podéis o no queréis, entonces no contéis conmigo, estaré fuera haciendo las paces con Dalzel. Puede que me contrate para vigilaros.

Esto causó un silencio, si cabe, más frío, indignado y soberano que antes, hasta que Flor-en-la-noche se calmó y se puso de pie de nuevo.

—Amigas mías —dijo—, todos necesitamos la ayuda de este hombre, aunque sólo sea por su despiadada y rastrera astucia. Lo que no queremos es tener una bestia como él encima de nosotras vigilándonos. Así que voto que se le permita elegir una esposa de entre todas nosotras. ¿Quién no está de acuerdo?

Parecía claro que el resto de las princesas no estaba para nada de acuerdo. Nuevas miradas frías cayeron sobre el soldado, que sonrió con burla y dijo:

—Si voy a Dalzel y me ofrezco para vigilaros, de sobra está decir que nunca escaparéis. Me conozco todos los trucos. ¿No es verdad? —le preguntó a Abdullah.

—Es verdad, oh, el más astuto de los cabos —confirmó Abdullah.

La princesa diminuta emitió un débil murmullo.

—Dice que ella está casada, ya sabéis, esos catorce niños —comentó la princesa anciana, que parecía haber entendido el murmullo.

—En ese caso, que todas las que no estén casadas levanten la mano, por favor —dijo Flor-en-la-noche y levantó la suya con gran determinación.

Titubeante y renuentemente, las dos terceras partes de las princesas levantó también la mano. El soldado giró la cabeza lentamente mientras las miraba y su mirada le recordó a Abdullah la de Sophie cuando, siendo Medianoche, estaba a punto de darse un festín de salmón y leche. El corazón de Abdullah se quedó quieto mientras los ojos azules del hombre viajaban de princesa a princesa. Era obvio que elegiría a Flor-en-la-noche. Su belleza resaltaba como un lirio a la luz de la luna.

—Tú —dijo al fin el soldado y señaló. Para alivio del atónito Abdullah, estaba señalando a la princesa Beatrice.

La princesa Beatrice se quedó igualmente atónita.

—¿Yo? —dijo.

—Sí, tú —dijo el soldado—. Siempre he querido una agradable, mandona y franca princesa como tú. Eso, y el hecho de que seas también de Strangia, te hace ideal.