Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

La mujer anduvo más despacio al darse cuenta de que la estaban esperando.

—Gracias a Dios que los he visto —dijo casi sin aire—. Deben saber… —hizo una pausa para recobrar la respiración.

—¿El qué? —preguntó Kadir mientras la mujer se detenía frente a él. Llevaba un cartel en el delantal manchado de chocolate. «Mary».

—Todos nos dimos cuenta de que no quería hablar con la policía. No sé por qué —comentó Mary con desaprobación—. Pero hizo una buena obra, Joe, así que decidimos que no era justo que tuviese problemas. Así que Henry le dijo al policía que lo interrogó que había sido él quien había sacado a William de la tienda. Como William estaba inconsciente, no puede decir lo contrario.

—¿Quién es Henry? —preguntó Kadir divertido y aliviado.

—El tipo pelirrojo que estaba en mi tienda ayer cuando ocurrió todo. Es un cliente habitual.

—Pero había otros testigos —comentó Cassandra.

—Sí, pero no eran turistas. Todos estuvimos de acuerdo en que… bueno, que estábamos agradecidos con Joe por haber salvado a William.

—Imagino que William ya está consciente —dijo Kadir—. ¿Vio a alguien? ¿Se acuerda de cómo empezó el fuego? ¿Recuerda algo?

—Nada en absoluto. Olió el humo, se volvió y parece ser que se cayó y se dio un golpe con el mostrador en la cabeza.

Si aquello era lo que William recordaba, sería lo que todo el mundo pensaría. Todo el mundo, salvo Kadir.

—Me alegro de que su amigo esté bien —comentó él tomando la mano de la mujer inclinándose y besándola—. Muchas gracias a usted y a sus amigos. Aprecio mucho su discreción.

—No ha sido nada —respondió ella toda ruborizada—. Pensé que debía saberlo.

—¿El fuego afectó sólo a la tienda de fotografía? quiso saber Cassandra.

—Afortunadamente, sí.

—Me alegro mucho —dijo Kadir.

—Debería pasarse usted por mi tienda y probar mis dulces. Imagino que una mujer tan delgada como su novia no debe de comer demasiadas golosinas, pero a un hombre fuerte y joven como usted no deberían importarle algunas calorías de más.

Hacía mucho tiempo que a Kadir no lo llamaban joven, pero supuso que era un término relativo.

—Lo haré.

Mary volvió a sonrojarse.

Se despidieron y Kadir y Cassandra se dirigieron hacia el hotel de Simón York.

Justo antes de entrar, Cassandra se echó a reír.

—¿Qué es lo que te resulta tan divertido?

—Que si de verdad quieres seguir pasando por .loe vas a tener que hacer un esfuerzo con tu acento y, sobre todo, dejar de ser tan encantador.

—¿Encantador?

—Nadie llamado Joe besaría la mano de una mujer como lo has hecho tú —comentó Cassandra sonriendo.

Capítulo 12

Era evidente que a Kadir no le preocupaba Simón York. A Cassandra, tampoco. Al fin y al cabo, los había perseguido y era responsable de la fotografía que había aparecido unos días antes en el periódico. Pero quizás él supiese algo que ellos desconocían, así que tendrían que trabajar los tres juntos.

En aquellos momentos, Kadir hablaba y York tomaba notas en un pequeño cuaderno. El tipo quería su exclusiva y escuchaba a Kadir con atención.

—¿Sabía que Zahid Bin-Asfour y el príncipe Reginald se habían encontrado poco antes del asesinato del Príncipe? Tres días antes, precisamente —comentó Kadir.

—Sí, por supuesto —mintió el fotógrafo dejándose delatar por el repentino brillo de sus ojos y la frenética manera de anotarlo.

—Bin-Asfour le proporcionaba droga al Príncipe —continuó Kadir—, pero no sabemos lo que recibía a cambio. ¿Usted lo sabe?

—Puedo averiguarlo —prometió York—. El periódico tiene gente en todas partes. Si alguien sabe lo que los dos se traían entre manos, me enteraré.

Cassandra se sintió incómoda. Si alguien del ministerio se enteraba de que había compartido información con un empleado del Silvershire Inquisitor, la echarían a patadas. La señora Dunn no era nada indulgente.

—Muy bien —dijo Kadir—. Espero que haga que la investigación comience inmediatamente. Hasta entonces, será mejor que mantenga en secreto la información acerca del encuentro.

—¿En secreto? ¿Bromea? ¡Es toda una noticia! ¡ No puedo quedármela para mí!

En vez de discutir, Kadir sonrió.

—¿Toda una noticia? Pensé que ya estaba al corriente. Todo depende de usted, por supuesto, todo el mundo estará deseando enterarse del final de la historia. Pensé que sería mejor esperar a tenerla toda, pero si quiere divulgar lo que sabemos hasta ahora…

—No, no —admitió York—. Pero espero que obtengamos resultados. La Princesa está en estado y yo podría estar en Gastonia haciendo fotos.

—Junto con el resto de fotógrafos de esta parte del mundo. Pensé que quería ser diferente. Especial. Una estrella.

—Sí, sí.

—Ahora —dijo Kadir echándose hacia delante y observando a York—. ¿Puede contarme algo que todavía no sepa?

Kadir llenaba la habitación con su presencia y su fuerza. Nadie seguiría tomándolo por Joe durante mucho más tiempo aunque se esforzase por controlar su acento y su encanto.

Cassandra deseaba que fuese un Joe cualquiera. Que pudiesen salir juntos durante un par de meses y pasar los fines de semana allí y en la costa de Baitón. Que él le pidiese su mano a su padre y que unos meses más tarde, quizás un año, pudiesen casarse. Por la noche, ambos hablarían de cómo les había ido el día, antes de meterse en la cama para hacer el amor. Vivirían en Silverton, donde ella trabajaría hasta que llegasen los hijos. Incluso hasta después. Sería estupendo tener hijos.

Pero él no era Joe y nunca lo sería.

Antes de marcharse, York les prometió investigar discretamente acerca de la reunión entre el Príncipe y Zahid Bin-Asfour. Para ello tendría que ir a Silverton, ya que prefería no hacer las indagaciones por teléfono. Los tres planearon encontrarse allí, en su habitación, el jueves por la noche. Por entonces, York ya tendría algo importante que contarles.

O, al menos, eso esperaban.

Cassandra pensaba que Kadir querría volver a casa en cuanto se marchase del hotel. Pero no fue así. Se paseó por la ciudad despacio, con los ojos bien abiertos. Estudió a los turistas y a los tenderos con la misma intensidad. En una ocasión, Cassandra lo sorprendió mirando a un hombre que paseaba con sus hijos con melancolía. Quizás se lo hubiese imaginado, pero eso le hizo pensar en lo maravilloso que sería Kadir como padre…

Incluso se detuvieron en la tienda de Mary y compraron unos dulces con dinero de Cassandra, ya que él no tenía nada. A la mujer le encantó volver a verlo.

Kadir permaneció perdido en sus pensamientos mientras se dirigían a donde estaba aparcado el escúter. Había estado muy callado mientras se paseaban por la ciudad, pero en ese momento había empezado a murmurar algo, incluso a maldecir.

—¿De qué hablas? —quiso saber Cassandra mientras agarraba el casco.

—No tengo ni idea de si sigue aquí, ¿por qué pierdo el tiempo mirando en todas las cafeterías y por las calles?

—¿A quién buscas exactamente? —Kadir conocía bien a los hombres de su entorno, tenía que sospechar de unos más que de otros.

—No lo sé —confesó él sacudiendo la cabeza—. Sigo sin poder creer que alguno de mis hombres haya podido hacer algo así. Pero si es uno de ellos el que me ha traicionado, debe de haberse marchado de aquí.

—Pero no estás seguro.

En vez de responder, Kadir se inclinó hacia ella y le dio un beso rápido.

—Quizás está por aquí, esperando a que encuentren mis restos. Zahid es un hombre desconfiado. Quizás haya insistido en que quiere pruebas de mi muerte.

—Pero no lo sabes.

—No.

—¿Quién crees que…?

Kadir sacudió la cabeza y subió en la motocicleta. Ella montó detrás.

—Me niego a especular acerca de las posibilidades. Lógica aparte, espero que el hombre que intentó matarme fuese un extraño que se marchó de Leonia poco después de la explosión.

Cassandra abrazó a Kadir por la cintura para intentar reconfortarlo. No sabía qué decir. Era extraño, hasta entonces, siempre había sabido qué decir. ¡Ése era su trabajo!

Pero estaba con Kadir, y lo quería. Quería protegerlo de lo que para él era la única explicación posible. Mientras buscaba las palabras necesarias, él le tomó la mano y la besó. Luego, arrancó.

Fue una tarde larga. El teléfono sólo sonó una vez, era Piper Klein, que quería saber cómo estaba su hija.

Sharif no llamó y Kadir decidió que era demasiado pronto para volver a dejar otro mensaje. Eso sólo haría que llamasen la atención sobre Cassandra.

Se sentó cerca de él en el sofá. Muy cerca. Y el simple roce de su cadera contra la de él lo excitó.

—¿Qué hacemos? —preguntó ella como si le hubiese leído la mente.

—Esperar.

—Quizás debiéramos volver a la ciudad y preguntar si alguien ha visto al hombre de la fotografía. Tenemos una descripción, gracias a York, podemos ir a las tiendas que hay cerca del muelle y…

No quería poner en peligro a nadie más.

—Esperaremos a que vuelva York, a ver qué información puede darnos.

—Pero eso son dos días, Kadir. ¿Qué vamos a hacer mientras?

Aquella era una pregunta muy fácil de contestar. La besó y ella cedió ante su caricia. Una de sus delicadas manos se introdujo entre su pelo y entreabrió los labios.

Kadir nunca había conocido a una mujer como Cassandra Klein. En su país, las mujeres no podían tener las mismas libertades que allí, pero era algo más que eso. Había estado con mujeres de diferentes culturas. Se había acostado con algunas.

Pero Cassandra era especial. Nadie había conseguido calarle tan hondo. Era como si estuviese siempre dentro de él. Como si la hubiese conocido siempre.

Cuando llegase el momento, le costaría separarse de ella. Afortunadamente, todavía no tenía que pensar en ello.

Cassandra metió la mano por dentro de sus pantalones y él se olvidó de todo salvo de las sensaciones físicas. Quería estar dentro de ella. Quería sentir cómo se estremecía y hacerla gemir. Quería oírla decir su nombre al llegar al orgasmo.

A pesar de intentarlo, Kadir no podía olvidar que la noche anterior, Cassandra había sido virgen. Que lo había esperado a él. A él y a nadie más. No quería que se arrepintiese del tiempo que habían pasado juntos, ni siquiera cuando aquello terminase y se separasen.

Se desnudaron el uno al otro mientras se besaban, despacio, pero sabiendo lo que ambos querían. Cassandra respondía a sus caricias con su modo de moverse, con la dureza de sus pechos y el cambio en la respiración. También lo vio en sus ojos, en aquella mirada que lo enternecía más que nada en el mundo.

Antes de que él le quitase los pantalones, Cassandra sacó un preservativo del bolsillo trasero. Se había acercado a él preparada, y Kadir estaba encantado. Aquella noche, no quería parar.

Cassandra insistió en que tenía que desnudarse completamente, como ella. Lo acarició con descaro, pero con delicadeza y le hizo olvidarse de todo. Lo único que importaba era ella.

Cassandra se tumbó en el sofá y lo echó hacia ella, enrollando las piernas en su cadera, cerrando los ojos y sonriendo. Kadir sólo acababa de empezar a penetrarla cuando le dijo:

—Mírame.

Ella abrió los ojos y le acarició el corazón con la mirada. Pero Kadir no quería mezclar a su corazón en aquello. Aunque no pudiese evitar sentir lo que sentía, nunca se lo diría a ella, ni a ella, ni a nadie.

Sus miradas se quedaron unidas y Cassandra tembló. A Kadir le encantaba sentir cómo temblaba, la manera en que levantaba las caderas hacia él. En sus brazos, se olvidaba de todo lo demás.

Ella llegó pronto al clímax, casi nada más penetrarla. Kadir tampoco tardó, se unió a ella en aquel momento de placer.

En cuanto recuperó la respiración, Cassandra se rió. Kadir levantó la cabeza y la miró.

—¿Qué es lo que te parece tan divertido? —quiso saber.

—Yo —dijo Cassandra—. Nosotros. No sabía que el sexo pudiese ser algo tan maravilloso. Teníamos la rama ahí al lado, pero no habría podido separarme de ti ni para llegar hasta ella.

Kadir la besó en la garganta.

—Quiero hacerte el amor en todas las habitaciones de la casa.

—Pues no es demasiado grande, y ya lo hemos hecho en dormitorio y en el baño principal y en el salón, sólo nos quedan tres habitaciones.

Él la recorrió con la mirada. Con aquella luz y la expresión de su rostro, era la criatura más bella que había visto nunca. Una mujer como ésa podría robarle el corazón a cualquier hombre.

—Kadir, yo…