Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

No, su amante y su amigo no se gustaban. Ambos veían un peligro potencial en el otro. Kadir suponía que no podía pasarse la vida desconfiando de todo el mundo y esperando que ocurriese lo peor.

—Supongo que la vida nunca está exenta de peligros.

Cassandra no siguió discutiendo. Afortunadamente, porque tenían mejores maneras de ocupar la tarde.

El siguiente día y medio transcurrió tal y como Cassandra había deseado. Hicieron el amor, pescaron y rieron. Rieron mucho. Hablaron de la niñez, de sus hermanos, de sus esperanzas y sus miedos y compartieron los secretos que solían compartir los amantes. Se agarraron de la mano y se besaron.

Lo único que los interrumpió fue alguna aparición del amigo de Kadir, que apareció sin avisar y asustó a Cassandra en varias ocasiones. Ella se dio cuenta en seguida de que lo hacía a propósito. Cuando Sharif estaba presente, hablaba con Kadir en voz baja para que ella no los oyese.

Afortunadamente, no se quedaba allí mucho tiempo.

El jueves por la noche, cuando se dirigían a Leonia montados en el escúter, Cassandra se abrazó a Kadir con todas sus fuerzas. Se les estaba acabando el tiempo juntos.

Ella había esperado participar en la reunión con Simón York. La información que les diese podría ayudarla a resolver la muerte del príncipe Reginald. Quizás le perdonasen todo, incluso que hubiese mentido acerca de la muerte de Kadir, si ayudaba a resolver el misterio.

Pero Kadir no la condujo al hotel del fotógrafo. La llevó de la mano a un descampado donde Sharif los esperaba.

Kadir habló con ambos en un tono que no daba cabida a las quejas, era una orden.

—Sharif, quiero que escoltes a la señorita Klein de vuelta a Silverton. Quédate con ella hasta que yo te avise.

La respuesta de Sharif fue breve:

—No.

Kadir replicó en árabe con tanta rapidez que a Cassandra no le dio tiempo a entender lo que decía, la única palabra que comprendió fue «Amala».

Ella sintió que el pánico la invadía. No estaba preparada para separarse de él. Pero Kadir la agarró por los hombros, la miró a los ojos y se despidió.

—Escucha a Sharif y ten cuidado. Cassandra estaba tan aturdida que no sabía por dónde empezar.

—No necesito escolta, ni guardaespaldas, ni niñera. —Yo no estoy de acuerdo.

—No soy una niña y no me gusta que me traten como tal. Si alguien necesita a Sharif, ése eres tú.

—Yo no necesito a nadie.

—Estás tramando algo. ¿Qué es?

Él la besó en la frente, como haría un amigo.

—Pronto lo sabrás, no quiero que estés cerca cuando ocurra.

—Eso no me tranquiliza en absoluto, Kadir.

Él sonrió hasta que Sharif empezó de nuevo a quejarse. A pesar de hablar en árabe, habló en voz alta y más despacio.

Él tampoco quería dejar solo a Kadir.

Cassandra sintió que su corazón se aceleraba. Quizás fuese la última vez que veía a Kadir, viviese o muriese. Ella había vivido hasta entonces una vida sin riesgos, y estaba cansada de eso.

—Te quiero —dijo Cassandra rápidamente, para que Kadir no pudiese detenerla—. ¿Llevo toda la vida esperándote y vas a marcharte de mi lado como si nada importase?

Sharif se distanció de ellos.

—Piensas que me quieres —protestó Kadir—. A las mujeres os suele costar trabajo diferenciar el amor de la atracción física.

—¿Tú me quieres, al menos un poco? Kadir le retiró un mechón de pelo de la cara y suspiró.

—No, no te quiero. Me gustas. Y te deseo lo mejor. Siempre recordaré los días que hemos pasado juntos, pase lo que pase mañana, o dentro de cincuenta años. Pero no te quiero, Cassandra. Espero que lo entiendas.

Las lágrimas se agolparon en los ojos de Cassandra, pero ella luchó por contenerlas. Si tenía que llorar, lo haría cuando estuviese sola.

—Eres capaz de comportarte como un caballero y de… de… mentir —se había convencido de que Kadir la quería, pero quizás él sólo había deseado una mujer con la que compartir la cama.

Aquello le dolía.

—Adiós, Cassandra —se despidió él besándole la mano como había hecho con la tendera. Luego se dio media vuelta y la dejó en compañía de un hombre que no le gustaba en absoluto.

Por la manera en que Sharif la agarró del brazo, era evidente que a él tampoco le gustaba ella.

Kadir no esperaba sentir aquel peso en su corazón, ni tanta tristeza. Habría sido fácil confundir aquello con los efectos de lo que estaba a punto de hacer, pero no podía seguir mintiéndose.

Si no fuese porque todas las personas a las que quería se convertían en el objetivo de Zahid, si pensase que podría protegerla, si creyese que podían ser felices, las cosas habrían sido diferentes. De hecho, podían ser diferentes. Pero aquello no eran más que deseos y él era un hombre adulto.

Al llegar al hotel donde se hospedaba el fotógrafo decidió subir a pie los tres pisos que conducían hasta su habitación para liberar así algo de tensión. Aunque aquello no pareció ayudarlo demasiado. Últimamente nada era como tenía que ser.

York respondió con ansiedad a la llamada de Kadir.

—¿Has descubierto algo?

—No demasiado —confesó York—. Parece ser que Zahid Bin-Asfour y el príncipe Reginald se encontraron en varias ocasiones durante los seis meses anteriores a la muerte de este último. Aparentemente, ambos compartían droga y mujeres.

Kadir sabía más cosas, pero no pensaba contárselas a York.

—¿Qué hay de mi exclusiva?

—¿Da tiempo a meter un artículo en la edición de mañana? —preguntó Kadir.

—Sí.

Kadir se puso en pie e hizo una reverencia al fotógrafo.

—El jeque Kadir Bin Arif Yusef Al-Nuri, director de Asuntos Europeos y Americanos del ministerio de Asuntos Exteriores de Kahani está vivo, para servirle.

Capítulo 14

El viernes por la mañana, Cassandra se preparó para un día muy largo. Se maquilló para disimular que no había dormido bien y aunque tenía los ojos rojos y era evidente que había estado llorando, no estaba tan mal.

Se puso uno de sus trajes más caros. El azul oscuro era un color que le favorecía.

Tenía pensado perderse en su trabajo. Tenía mucho que hacer, tal y como la señora Dunn le había señalado en varias ocasiones durante la semana anterior.

Sharif insistió en llevarla al trabajo. Desde que se habían marchado de casa de Lexie en un coche de alquiler, no habían intercambiado más que una docena de palabras. Él había estado atento, como un perro guardián.

En frente del ministerio, Sharif buscó aparcamiento. Cuando Cassandra abrió la puerta del coche para salir, él le dijo:

—Haz como si estuvieses sorprendida.

—¿Qué?

—Que no sabes nada. Haz como si la noticia te sorprendiese, como a todo el mundo.

—No tengo ni idea de qué estás hablando.

—Eso es lo que él quería. Recuérdalo.

Confundida y molesta, Cassandra cerró la puerta con un golpe y se dirigió al ministerio sacudiendo la cabeza. Sharif hablaba inglés y ella, árabe, y aun así la mitad de las veces no tenía ni idea de lo que quería decir.

Al entrar en el edificio, todas las cabezas se volvieron hacia ella. Había esperado alguna mirada curiosa, pero no tantas. ¿Cómo iba a contestar a todas las preguntas que iban a hacerle?

Antes de que hubiese podido entrar en el despacho, la señora Dunn ya la estaba llamando.

Cassandra se dirigió rápidamente hasta el despacho de la directora. La semana anterior había estado preocupándose por ella, pero esa mañana su tono no era nada amable y, por las miradas de los otros funcionarios, Cassandra dedujo que algo estaba ocurriendo.

—¿Desea verme? —preguntó la joven.

La señora Dunn respondió mirándola con dureza y mostrándole la última edición del Silvershire Inquisitor, cuya portada rezaba: ¡El jeque Kadir sigue vivo!

A Cassandra le temblaron las rodillas y entendió de repente lo que Sharif había querido decirle en el aparcamiento. ¿Que actuase como si estuviera sorprendida? ¿Por qué Kadir no le había contado lo que iba a hacer?

Se derrumbó en una silla y murmuró:

—Dios mío.

—No lo sabías —respondió la señora Dunn.

Cassandra levantó la cabeza y se limitó a sacudirla. Abrió el periódico y vio que la noticia de Kadir había relegado el embarazo de la Princesa a la parte inferior de la página. Había una foto suya con el pelo corto y afeitado y llevaba en la mano un periódico local de Leonia con fecha posterior a la explosión del yate.

Leyó por encima el artículo que había escrito York. Kadir dijo que había sufrido heridas y que se había refugiado en una casa apartada para recuperarse. Casi todo era cierto.

También decía que iba a volver a la finca de los Redmond el sábado por la mañana, donde esperaría a que le enviasen un nuevo equipo de seguridad desde Kahani. Terminaba expresando su deseo de reunirse con lord Carrington en cuanto éste volviese al país.

—Estúpido —murmuró Cassandra.

—¿Qué has dicho? —inquirió la señora Dunn.

Cassandra levantó la cabeza y miró a su jefa a los ojos.

—Que es un estúpido. Han intentado matarlo dos veces desde que está en Silvershire y le dice a todo el mundo dónde va a estar este fin de semana, además, informa a los asesinos de que no tiene guardaespaldas. Es una locura.

—Sí, bueno, nos aseguraremos de darle protección hasta que llegue su propio equipo de guardaespaldas.

¿Sería suficiente? Cassandra sospechaba que no. Kadir se estaba poniendo como cebo para atrapar al hombre que lo había traicionado.

La señora Dunn parecía mucho más tranquila, ya que pensaba que Cassandra no le había mentido.

—¿Quieres retomar tu función al lado de Al-Nuri?

Cassandra estuvo tentada a contestar que sí, pero se contuvo. Kadir le había dicho que no la quería y que no deseaba mezclarla en su nuevo plan. Lo mejor sería que se mantuviese alejada de él.

Para todo el mundo, incluso para su jefa, Kadir había hecho creer que estaba muerto durante toda una semana. Cualquier mujer que se respetase a ella misma no aceptaría retomar su trabajo donde lo había dejado.

—Me parece que no —respondió ella con frialdad—. Su inglés es casi perfecto, así que no es necesario hablar árabe para trabajar con él.

—Bien. Enviaré a Timothy a la finca de los Redmond por la mañana.

—Me parece una buena elección. Estoy segura de que se entenderá bien con el jeque.

En realidad, no tenían nada en común. Se pondrían de los nervios el uno al otro nada más conocerse. Pero aquél ya no era su problema.

Cassandra se puso en pie, ya casi no le temblaban las rodillas. En vez de sentir sorpresa o preocupación, estaba enfadada.

—¿Quieres quedarte con el periódico? —le preguntó la señora Dunn ofreciéndoselo.

—No, gracias. No tengo ningún interés en volver a leer el artículo.

La señora Dunn pensaría que estaba enfadada porque el jeque había decidido contar a la prensa que seguía vivo en vez de ponerse en contacto con ella. A Cassandra le daba igual lo que pensase. El enfado era real.

Al salir del despacho, la recepcionista la llamó.

—Tu madre está al teléfono. Cassandra suspiró. Hablar con ella sólo la haría sentirse peor, y Piper Klein le haría preguntas que no tenía ganas de contestar.

—Dile que estoy ocupada y que ya la llamaré. Se dirigió a su mesa, esperando ser capaz de perderse en su trabajo. Al fin y al cabo, era lo único que tenía.

La finca de los Redmond le pareció demasiado grande y fría después de los días pasados en la casa de Leonia. Kadir sabía que no tenía nada que ver con el tamaño de las habitaciones, sino con la ausencia de Cassandra.

Pero era por su bien, allí no estaría a salvo.

Kadir llegó el sábado por la mañana, muy temprano, y se mostró todo lo arrogante que pudo. Despidió a la servidumbre, ordenándoles que se fuesen de vacaciones. Les dijo que quería estar solo, pero en realidad no quería ponerlos en peligro. La mayoría eran mayores y sólo serían un obstáculo si Zahid caía en su trampa. Oscar se lo tomó especialmente mal. Había varios representantes oficiales de Silvershire empeñados en hacer de guardaespaldas y un hombre menudo con voz estridente que había sido enviado en lugar de Cassandra. Era un hombre fácil de intimidar. Le costó más echar a los guardias de seguridad, pero consiguió que se colocasen fuera de la casa amenazándolos con provocar un incidente entre sus dos países si no accedían a sus deseos.