Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

El propietario de la misma, el señor Prentiss Redmond, no era noble. Era un nuevo rico. Bueno, relativamente nuevo. Su padre había hecho fortuna con el acero y las refinerías de petróleo. Prentiss parecía más dispuesto a gastarse el dinero que a ganarlo y su nueva esposa, que era quince años más joven que él, estaba encantada en ayudarlo. Redmond quería codearse con la realeza, y por eso había ofrecido su casa.

Los guardaespaldas del jeque tomaron inmediatamente las riendas de los dispositivos de seguridad del lugar. Habían recibido información acerca del servicio y los habían investigado a todos hacía semanas. Ninguno representaba una amenaza. La mayoría parecía llevar allí trescientos años.

Cassandra sonrió a Oscar, el viejo mayordomo, que condujo a Al-Nuri escaleras arriba. El anciano se movía muy despacio, con mucha dignidad. Y al jeque parecía no molestarle aquel ritmo, lo que era un punto a su favor. No todos los diplomáticos habrían tenido tanta paciencia, aunque fuese casi un requisito para ellos.

Volvió a intentar vencer la reacción física que le había causado el jeque nada más bajar del avión. El aliño de la ensalada, los nervios y quizás un virus que estuviese incubando, cualquier cosa antes que una fuerte atracción física hacia Al-Nuri. A pesar de que en ocasiones se había lamentado de su falta de vida amorosa, no era posible que ésta llegase con un hombre que vivía en un país en el que, posiblemente, las mujeres siguiesen como en el siglo XIX. Ella era una mujer moderna, que quería hacer carrera. Una importante carrera.

Cuando sintiese ese amor del que tantas veces le había hablado su madre, sería con un ciudadano de Silvershire. Un hombre tranquilo e inteligente que la apoyase en su profesión. Y, además, rubio, para que sus hijos también lo fuesen. Cassandra sabía que tener como criterio el color del pelo era una tontería, pero era lo único que podía hacer para convencerse de que el hombre que iba subiendo las escaleras delante de ella no era el bueno. El jeque era más de diez años mayor que ella. Era demasiada diferencia. Cassandra fue haciendo un listado de todas las razones por las que no debía sentirse atraída por él, y casi funcionó.

Al llegar a lo alto de las escaleras, Al-Nuri se volvió y sonrió. Era una sonrisa más sincera que la que le había dedicado antes y dejaba entrever al hombre que había realmente detrás de ella. Al jeque, Oscar le parecía divertido, su lentitud, el uniforme, la manera de contarle la historia de la mansión mientras subían las escaleras. A ella le gustó que se mostrase divertido. Divertido, pero lo suficientemente educado como para no meter prisa al anciano ni reprenderlo por su lentitud ni por lo que estaba contando.

Cassandra era muy profesional. Al fin y al cabo, era la reina de hielo, como la había llamado Lexie más de una vez. Entonces le había parecido un insulto, pero en aquella ocasión, podía aprovecharse de ello.

Si se daba cuenta de que no era lo suficientemente fuerte, siempre podía pedir que la apartaran de aquella misión. ¿Pero cómo quedaría eso en su historia profesional? «Renuncia por razones de incontrolable atracción física hacia el hombre equivocado». Aquello arruinaría su carrera.

Se esforzó en devolverle la sonrisa a Al-Nuri.

—Excelencia, estoy segura de que querrá instalarse en su nuevo alojamiento antes de visitar el país. Mañana por la mañana iremos el Museo de Bellas Artes de Maitland una hora antes de que lo abran al público. Es un museo que se inauguró el año pasado. Es impresionante. El resto del día, podrá pasarlo aquí. Si necesita cualquier cosa…

Cassandra estaba preparada para escaparse, al menos por el momento.

—Tengo muchas preguntas acerca del actual estado de la política en Silvershire.

Era evidente que tenía preguntas acerca de la muerte del Príncipe, de la enfermedad del Rey, y de la posibilidad de que el Duque llegase al trono en poco tiempo. Ella podía contestar a todas ellas, dentro de unos límites, por supuesto.

—En cuanto se instale, hablaremos de todo lo que le parezca interesante.

Oscar siguió avanzando hacia las habitaciones que ocuparía Al-Nuri durante su estancia en Silvershire. El mayordomo no se había dado cuenta de que se había quedado solo y seguía hablando de algo que había ocurrido en aquel pasillo ciento veinticuatro años antes.

Cassandra y el jeque se miraron a los ojos y ella supo qué era lo que a él le parecía interesante. No tenía experiencia en el amor, pero no estaba ciega. Volvió a ponerse muy recta. Si él pretendía entorpecerle la misión, no se lo pondría fácil. Ella no era como las demás. Aquello era una relación profesional, y seguiría siendo sólo eso.

—Esta noche —dijo el jeque volviéndose hacia Oscar—. Estoy seguro de que pueden preparar una cena aquí en la finca. Venga a las ocho en punto.

Cassandra sintió la tentación de rechazar la invitación, pero aquél era su trabajo. Y ningún hombre, ni siquiera aquél, la haría echarse atrás.

Aquella misma tarde, Kadir recibió una llamada de teléfono de Sharif. Los servicios de inteligencia habían descubierto donde se encontraba la familia de Mukhtar gracias a un vecino que había presenciado el secuestro y había descrito con detalle el vehículo que había sido utilizado y a su conductor. Con aquella información, Sharif había seguido la pista de los secuestradores hasta un barrio tranquilo que se encontraba a sólo unos kilómetros del mercado. En aquellos momentos estaban planeando el rescate. No se sabía si Zahid también estaba allí o no, pero era posible. En el pasado, había estado cerca de Bin-Asfour muchas veces, pero siempre se había escapado dejando que sus seguidores sufriesen las consecuencias de su ambición y de su tendencia a la violencia.

Kadir deseaba que la familia de Mukhtar fuese liberada, pero en el fondo sabía que aquello no terminaría hasta que Zahid no fuese apresado, o estuviese muerto. Por muchas batallas y hombres que perdiese Zahid, siempre lograba sobrevivir. Volvía a recomponer su ejército en pocos días. Bin-Asfour era conocido por su pico de oro, por su habilidad para convencer a hombres cuerdos para que luchasen por su insensata causa.

A Kadir le encantaría ser él mismo quien apretase el gatillo que diese muerte a Zahid, pero esa parte de su vida había quedado atrás cuando había decidido hacerse diplomático. No podía luchar por el futuro de su país de las dos maneras. La violencia requería menos reflexiones, y era mucho más fácil que la diplomacia. Los soldados cumplían órdenes y los resultados de éstas eran buenos o malos, pero inmediatos. En la posición en la que estaba en aquellos momentos, tenía que medir todas sus palabras, todas las decisiones. Era cierto que ser un soldado habría sido más fácil… pero él ya no era un soldado, y su vida ya no era sencilla.

Sharif también quería ver muerto a Bin-Asfour, pero por otros motivos.

Kadir podía haber pedido que sirviesen una cena para dos en el elegante salón de la que en esos momentos podía considerar su casa. Aquello sería, sin duda, lo que esperaba la señorita Klein, que llegaría preparada para mantener una actitud profesional con él. Ella era su contacto en Silvershire, y su defensora, aunque ella todavía no lo supiese. Era la clave para llegar a lord Carrington, y él haría lo que fuese necesario para convencerla. Para eso, antes tendría que seducirla.

Aunque Kadir estaba seguro de que le habría sido más fácil utilizar una pistola que todo su encanto como diplomático.

Para desestabilizarla, pidió que les sirviesen la cena en una sala íntima y agradable, e invitó a su secretario y al asistente a que los acompañasen. Sayyid y Haroun montarían guardia mientras Fahd y Jibril dormían. A media noche cambiaría el turno, y así hasta que se marchasen de Silvershire: dos hombres desde el medio día hasta la media noche, y los otros dos, desde la media noche hasta el medio día. Estaba tan acostumbrado a la presencia de sus guardaespaldas que a veces se le olvidaba que estaban allí. Al fin y al cabo, solían pasar desapercibidos, ése era parte de su trabajo.

En los últimos años, Zahid no había sido una amenaza directa. Había ido desplazándose de país en país con sus seguidores, buscando apoyos para su causa. Habían realizado acciones terroristas fuera de Kahani al mismo tiempo que hacían fortuna traficando con droga. Kadir no sabía por qué Zahid había intentado matarlo en ese momento, pero era evidente que había peligro. Por mucho que quisiese, no podía olvidar por qué llevaba guardaespaldas.

Le gustó ver la expresión de la señorita Klein cuando la condujeron a la sala en la que iban a cenar a las ocho en punto. No se había cambiado de traje ni se había puesto más maquillaje ni joyas. Era su manera de decirle que su relación era sólo profesional. Estaba dedicada a su trabajo del modo en que sólo se dedicaban las personas jóvenes. ¿Cómo podía hacer Kadir para asegurarse que se dedicaba a su propia misión, consistente en reunirse con el futuro heredero?

—Gracias por dedicarnos su tiempo y compartir la cena con nosotros esta noche —la saludó el jeque observando cómo miraba ella la mesa para cuatro personas. Luego lo miró a él. ¿La habría sorprendido el hecho de que se hubiese vestido de manera cómoda e informal? Llevaba los pantalones bien planchados, pero se había desabrochado el último botón de la camisa y no se había puesto corbata. Le hacía falta un corte de pelo, pero no iba despeinado. Su aspecto era informal, como si aquella cena no tuviese verdadera importancia.

—Tenemos muchas cosas de las que hablar —respondió ella casi con desconfianza—. Le contaré todo lo que tenemos planeado para la semana próxima y si tiene alguna pregunta acerca de la celebración del Día del Fundador, estaré encantada de responderle.

—Estupendo.

Kadir separó una silla de la mesa para ayudarla a sentarse. Ella dudó medio segundo antes de hacerlo, y él esperó a que estuviese instalada antes de ponerse frente a ella. Hakim y Tarif ocuparon las otras dos sillas, y Sayyid y Haroun se quedaron delante de las dos puertas por las que se accedía al salón.

Kadir escuchó atentamente mientras la señorita Klein le contaba los planes para esa semana. Museos, jardines, visitas a casas parecidas a aquella. Nada importante, nada que no hubiese visto antes. Pero no se lo dijo, se limitó a sonreír y a mostrar interés por todo. Según fue avanzando la velada, ella se fue relajando, aunque no completamente, pero al menos, no se mostró tan recelosa como al principio.

Después del postre, Hakim se levantó con la excusa de que tenía que trabajar antes de acostarse. Tarif se retiró poco después. Kadir se interesó por el sistema educativo de Silvershire y la señorita Klein le dedicó un discurso que era evidente que tenía bien practicado.

El sistema educativo de Kahani necesitaba ser revisado, y al jeque le interesaba realmente el tema. Pero su atención se desvió enseguida hacia otro asunto. Su acompañante de Silvershire tenía unos ojos grises tan atractivos y una boca tan carnosa que era difícil concentrarse en cifras y datos. No era un hombre fácil de distraer, pero Cassandra Klein lo estaba consiguiendo.

¿Qué hombre no se habría distraído? Aquel traje no podía ocultar su cuerpo de mujer. Kadir había tenido la esperanza de que la señorita Klein se quitaría la chaqueta en algún momento de la noche, pero no lo había hecho. Por supuesto que no. Estaba dispuesta a ser profesional y correcta. Lo que era todo un desperdicio. Tenía los ojos alegres y una boca que estaba hecha para mucho más que hablar de negocios.

Sus labios estaban hechos para besar. Kadir quería verla reír, al menos una vez.

Pero lo cierto era que no tenía tiempo para esas tonterías. Él también debía concentrarse en los motivos de su visita.

—Estoy encantado con todos los planes que ha hecho para que disfrute del tiempo que voy a pasar aquí, y no quiero perderme ni un solo acontecimiento. Me preguntaba si sería posible visitar el Barton College en algún momento.