Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Kadir vestía un traje negro y muy caro.

Cassandra miró hacia la puerta principal.

—¿Van a querer venir a pescar tus guardaespaldas? Puedo buscarles ropa, además…

—No hará falta —respondió él dirigiéndose al cuarto de baño para cambiarse. Si quería llevar a cabo su plan de deshacerse de Cassandra, tenía que mantener alejados a sus guardaespaldas.

Hacía muchos años que Cassandra no pescaba, pero todavía recordaba cómo se hacía. Kadir parecía muy cómodo con la caña, vestido con vaqueros y una camiseta. Cuando el viento le retiraba el pelo de la cara estaba muy atractivo.

Pero Cassandra no podía permitirse disfrutar de la vista.

La casa de Lexie estaba muy aislada, así que a la joven no le preocupaban las miradas indiscretas, a parte de los guardaespaldas de Kadir, que no estaban lo suficientemente cerca como para oírlos. Permanecían alerta, pero la serenidad del lugar también los había tranquilizado y Cassandra casi se olvidó de que había personas que querían matar a Kadir y que los guardaespaldas no eran un lujo, eran necesarios.

—¿Vienes aquí con frecuencia? —preguntó Kadir mirando al mar.

—No.

—¿Por qué no?

Así que quería conversación. Era arriesgado, ser simpática con él sin permitir que las cosas fuesen más allá.

—Lexie y yo no siempre nos entendemos. Somos… muy diferentes.

—Yo también tengo una casa en el mar. Incluso cuando hace mal tiempo, el agua me relaja. No estoy seguro de por qué —dijo Kadir casi ilusionado, lo que la sorprendió—. Prefiero estar en mi yate que en cualquier otro lugar del mundo —volvió la cabeza para mirarla con aquellos ojos oscuros—. Las habitaciones son pequeñas, pero muy agradables. Te gustarían.

Parecía pensativo, pero entonces sacó el sedal del agua y se volvió hacia Sayyid. El guardaespaldas no tardó en acercarse. Los dos hombres hablaron en voz baja, parecían estar discutiendo. Luego, ante la sorpresa de Cassandra, el guardaespaldas se marchó.

Sayyid miró atrás más de una vez, pero finalmente se subió a la limusina con Haroun y se dirigieron a la ciudad.

—¿Adonde van? —quiso saber Cassandra.

—De vuelta al yate.

—Pero…

—El fotógrafo que nos había seguido se ha quedado en la ciudad, haciendo fotos a las chicas guapas. Nadie sabía que iba a venir aquí. Mañana todo el mundo lo sabrá y volveré a estar en peligro. Pero hoy, nadie sabe dónde estoy —miró de nuevo hacia el mar. Parecía tranquilo.

—¿Y cómo vas a volver al yate? —inquirió Cassandra.

—Llamaré un taxi —dijo él encogiéndose de hombros—. O quizás vaya andando. Dejarán un bote en el muelle para que vaya hasta el yate. Si mal no recuerdo, no estamos lejos. Será un paseo agradable.

No consiguieron pescar nada, pero estuvieron mucho más a gusto sin la presencia de los guardaespaldas. Kadir parecía estar perdido en la belleza del océano. Posiblemente, no pudiese disfrutar de muchos momentos como aquél, dada su posición.

A Cassandra le gustaba que él tuviese momentos de tranquilidad, no porque aquella fuese su primera misión de verdad, ni porque él quisiese hacer avanzar a su país, ni porque a ella le gustase la idea de ocupar algún día un puesto como el que él tenía. Quería que tuviese momentos de tranquilidad porque le gustaba. No por su posición, ni por querer que Kahani fuese un país mejor. Le gustaba él. Su sonrisa, su mirada y su forma de besar.

El tiempo no iba a detenerse porque estuviesen allí, sentados en las rocas, pescando, pero pasaba más despacio. A Cassandra el corazón le latía más lentamente y respiraba más profundamente de lo habitual, disfrutando de la brisa del mar. El ritmo tranquilo de las olas la relajaba. Era muy agradable, y muy real, y aunque no quisiese admitirlo, le gustaba el mero hecho de estar allí con Kadir.

Pero, por supuesto, lo bueno nunca duraba para siempre. Después de un tiempo, Kadir recogió el sedal del agua y caminó hacia ella con la caña en la mano.

—Deberíamos volver al yate. Es hora de cenar. ¿Me acompañarás, verdad?

Cassandra enrolló su propio sedal.

—¿Cenar? Gracias por la invitación, pero… —había pensado buscar un bote de sopa en la despensa de Lexie—. Tengo que instalarme aquí. Ve tú.

Él sonrió y, de pronto, Cassandra sintió que cenar ella sola un bote de sopa en la cocina de Lexie sería muy triste.

—Le he dado órdenes a Sayyid para que busquen cena para dos. Va a ir a uno de los restaurantes que nos has recomendado hoy, al que has dicho que era tu favorito. No has dicho cuál es tu plato preferido, así que le he dicho que los pida todos.

—¿Todos?

Kadir caminó hacia la casa, despacio y con toda tranquilidad. Aquella ciudad, la casa, el mar que tanto le gustaba a Kadir, todo aquello hacía que Cassandra estuviese relajada, algo que no le ocurría muy a menudo. No se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba unas vacaciones hasta entonces.

Una vez recogidos los aparejos de pesca, Cassandra y Kadir empezaron a caminar hacia el muelle. Durante unos minutos, todo fue bien. Kadir hizo varias preguntas acerca de Leonia y de Lexie, y no hablaron de lord Carrington, ni de intentos de asesinatos ni alianzas. De vez en cuando, el jeque parecía querer decir algo, y luego cambiaba de opinión y comentaba cualquier cosa sin importancia. El tiempo, la pesca, la comida. El muelle apareció ante ellos demasiado pronto. Allí los esperaba una pequeña embarcación, tal y como Kadir había asegurado.

Al llegar al muelle, Kadir se detuvo y se volvió hacia ella tan de repente, que Cassandra casi chocó contra él. Logró parar a tiempo, pero se quedó tan cerca de él que pudo olerlo, olía a mar. Cassandra empezó a retroceder, pero él la agarró por el brazo y la atrajo hacia él, sujetándola con fuerza.

—Esta noche no hay ojos observándonos, Cassandra. Mañana, eso cambiará, pero esta noche…

—No —se quejó ella suavemente.

—Te deseo —continuó él sin hacer caso a su negativa—. El sexo entre dos personas adultas que se atraen no es algo de lo que haya que avergonzarse. Sé por qué insistes en ocultar lo que sientes, pero esta noche, sólo esta noche, ¿por qué no podemos hacer lo que ambos queremos? Los dos lo necesitamos.

Una parte de ella se sintió tentada, más tentada de lo que lo había estado nunca. Kadir le atraía, ¿pero acaso quería arruinar su carrera por una aventura? ¿Merecía un hombre que sacrificase por él años de trabajo y dedicación?

Mientras ella dudaba, Kadir se agachó y la besó. No había nadie a su alrededor, así que no tenía excusa para rechazarlo. Además, deseaba aquel beso. Deseaba volver a sentirse unida a él.

Deseaba a Kadir.

Él la siguió besando y ella apretó su cuerpo contra el de él, que la estrechó con más fuerza. Cassandra lo abrazó por la cintura mientras el beso se hacía cada vez más intenso. Y se planteó aceptar su propuesta. Allí había algo más que un deseo sexual. Aquel hombre, al que había conocido menos de una semana antes, le importaba. Le importaba mucho.

Fue Kadir el primero en apartar sus labios de los de ella.

—Dime que sí y te prometo que no te arrepentirás —murmuró—. No permitiré que te arrepientas.

A Cassandra le temblaron las rodillas. Aquel hombre significaba mucho para ella. ¿Pero qué significaba ella para él?

—No puedo. Me estás pidiendo que eche a perder mi trabajo por… ¿por qué? ¿Qué es esto para ti, Kadir? ¿Una juerga? ¿Una aventura de una noche? ¿Una diversión, ya que no puedes reunirte con lord Carrington?

—¿Qué más da? ¿Tenemos que ponerle un nombre a lo que está ocurriendo entre nosotros para que puedas archivarlo correctamente? ¿Todas tus relaciones pertenecen a una determinada categoría y hasta que no catalogues ésta vas a privarnos de ella a los dos?

Cassandra no quería decirle que todas sus relaciones se reducían a… él.

—No te estoy pidiendo que te fugues conmigo —continuó Kadir—. Te estoy pidiendo que pases una noche conmigo. Que estemos trabajando juntos no significa que no podamos disfrutar también de una relación sexual juntos. Ha sido una semana muy dura. El sexo nos ayudará a relajarnos.

Habría sido muy fácil alejarse de él después de aquello. Cassandra se sentía atraída por él; le gustaba. Pero no pensaba poner en peligro su carrera por una noche.

—Creo que será mejor que cenes solo —contestó severamente, dándole la espalda.

—¿Y mañana? ¿Volverás a ponerte un traje color gris y a hacer como si no hubiese pasado nada?

—Pero en realidad no ha pasado nada —insistió ella.

—Qué pena —dijo Kadir. Saltó a la barca y desató las amarras. Antes de poner en marcha el motor, se volvió a mirarla—. Llama al ministerio y diles que quiero a otra persona para el resto de mi estancia. Alguien que sea… más hospitalario —luego miró hacia el oeste, donde el sol ya casi había desaparecido en el horizonte—. Ya casi es de noche. Espera aquí. Mandaré a Sayyid con las llaves de la limusina. Te llevará a casa.

Estupefacta, Cassandra observó cómo se dirigía la barca hacia el yate. Se quedó inmóvil unos segundos. Las últimas palabras de Kadir habían sido crueles, a pesar de que ella había pensado que aquel hombre era incapaz de ser cruel. ¿Había sido agradable con ella sólo porque pensaba que se acostaría con él? Los besos, las sonrisas… ¿Habrían sido sólo parte de su juego de seducción?

¿Y qué diría la señora Dunn cuando la llamase y le dijese que tendría que asignar la misión a otra persona?

La barca desapareció detrás del yate, donde debía de haber una escalera. Y Cassandra sintió que la confusión y el dolor dejaban paso a la ira.

Entonces se dio cuenta de que era mejor haber descubierto la verdadera naturaleza de Kadir lo antes posible. Casi la había engañado. Casi. Y ella había estado a punto de cometer un error del que se habría arrepentido durante el resto de su vida.

No pensaba quedarse allí a esperar que Sayyid, ni nadie, la llevase a casa de Lexie. Podía andar hasta allí, aunque fuese de noche. Caminar la tranquilizaría.

¿Cómo se había atrevido? Aquello no había sido más que un juego para él, y ella casi se lo había tomado en serio. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero las contuvo. Al-Nuri no se merecía sus lágrimas. Era un machista, un caprichoso, un cerdo. Y era el momento de que ella se comportase como la mujer de hielo que su hermana tantas veces le había dicho que era.

Todavía no había dado ni dos pasos por la carretera cuando oyó una explosión que la dejó sin aliento. Se dio la vuelta y corrió hacia el mar, donde vio el yate de Kadir envuelto en una bola de fuego. Entonces se oyó una segunda explosión y el barco saltó por los aires.

Primero se quedó atónita, y luego se dio cuenta de que Kadir estaba en aquel yate.

Incapaz de controlar las piernas, Cassandra cayó de rodillas al suelo y se puso a gritar.

Capítulo 7

Cassandra no llevaba su teléfono móvil encima, pero no lo necesitó. Cuando dejó de gritar, empezó a oír sirenas que se acercaban. Toda la ciudad había visto la explosión y las autoridades locales se ocuparían de aquello, buscarían algún superviviente y abrirían una investigación.

Hizo una declaración breve, casi histérica, al oficial que la recogió de la carretera. Leonia tenía policía local, pero era una ciudad pequeña y los oficiales no estaban acostumbrados a casos de semejante magnitud. Nada más verlos trabajar, Cassandra se dio cuenta de que tendría que llamar a la señora Dunn para que el caso quedase en manos de personas más cualificadas. Quien hubiese hecho aquello, tendría que pagarlo.

Pero la justicia no podría devolverle a Kadir, ni al resto de las personas que había en el yate. Aquello era tan injusto.

El mismo oficial que le había tomado declaración la llevó a casa. Le preguntó si necesitaba ayuda, un médico o a alguien que le hiciese compañía, pero ella dijo que no. Quería estar sola. Quería llorar y volver a gritar, y no podía hacerlo con aquel extraño allí, ni con nadie viéndola.