Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Piper no contestó inmediatamente.

—Eso es más de una pregunta.

—Bueno, pues elige la que quieras —dijo Cassandra frustrada.

—De acuerdo —suspiró su madre—. Sí, la respuesta es sí.

—¿A qué…?

—Tengo que colgar —la interrumpió Piper—. Me está llamando tu padre. Le prometí que le prepararía un sándwich antes de que se fuese a la cama.

—Pero…

—Buenas noches, cariño., te quiero.

Después no se oyó nada más, y Cassandra se quedó allí, sujetando el auricular. Lo miró durante unos segundos, como si eso fuese a devolverle a su madre. Necesitaba respuestas concretas a sus preguntas, no un monosílabo. Enseguida volvió a oírse el tono de llamada.

Cassandra colgó el teléfono y se dejó caer en la cama. «Sí». ¿A cuál de las preguntas había contestado su madre con aquello? ¿Acaso importaba? Todo la llevaba hacia el mismo sitio.

Pero ella no era como su madre, ni como sus hermanas mayores en lo que a hombres se refería. No era tan aventurera como ellas, ni tenía tanta confianza en sí misma, ni era tan romántica. Era más precavida.

Además, era la única que dormiría sola aquella noche.

Capítulo 6

Cuando Cassandra detuvo su coche en la puerta de entrada a la finca de los Redmond a la mañana siguiente, tres fotógrafos empezaron a disparar. Ella mantuvo la compostura e incluso volvió la cabeza hacia las cámaras para dedicarles una fría y profesional sonrisa. No quería que supiesen que aquello le afectaba. Se mantuvo tranquila, incluso cuando uno de ellos le guiñó un ojo y le sonrió de manera sugerente. ¿Por qué le daba la impresión de que era aquél quien había hecho la fotografía de sus piernas?

Aquel día se había puesto el traje más recatado que tenía. La blusa era de cuello alto y la falda le llegaba por debajo de la rodilla. Era de un color gris verdoso. A la señora Dunn le encantaba aquel traje, y se lo decía cada vez que se lo ponía.

Cuando se abrieron las puertas, Cassandra levantó la mano para despedirse de los fotógrafos.

En la puerta estaba Oscar, que parecía nervioso, y la entrada estaba llena de maletas. También había un baúl enorme.

—¿Qué está pasando?

—Se marchan —contestó Oscar—. Me preocupa que hayamos podido hacer algo que los haya molestado. Ha sido culpa mía. El hombre alto, Jib… Jib..

—Jibril —dijo Cassandra.

—Sí, creo que no le gusto. He tenido que hacer algo que le haya ofendido, aunque no sé el qué. Están enfadados porque ayudé al jeque a escapar ayer un rato. No debí haberlo hecho. El jeque es el jefe, pero si los otros se enfadan conmigo, él tampoco querrá quedarse. Él también está enfadado. Estaba de muy mal humor esta mañana. Y ha tenido que ser por mi culpa. He hecho mal mi trabajo, por eso se marchan.

—No se preocupe —dijo Cassandra dándole una palmadita en el brazo—. Estoy segura de que no se van a ningún sitio. He planeado una excursión a Silverton-upon-Kairn para hoy, y mañana…

Kadir apareció en la entrada, atrayendo su atención. El corazón le dio un vuelco… y Cassandra se convenció de que era porque su repentina entrada la había sorprendido.

—Siento decirle que no estaremos aquí mañana —anunció secamente el jeque. A juzgar por la expresión de su rostro, Oscar tenía razón acerca de su humor—. Me han informado de que lord Carrington está fuera del país y no volverá hasta justo antes de la fiesta del Día del Fundador, así que no hago nada aquí.

Kadir se dirigió hacia una de las maletas más grandes y Cassandra lo siguió.

—Lo siento, Excelencia. No tenía ni idea de que lord Carrington fuese a marcharse del país.

Él se volvió y la miró, levantando las cejas al oírla llamarlo Excelencia. Pero no estaban solos. Oscar estaba presente y ella no quería que nadie pudiese hablar de ellos.

—No tiene que marcharse a casa —añadió la joven—. He planeado muchas actividades para las próximas dos semanas. En Silvershire hay muchas más cosas que una reunión con lord Carrington.

—No me voy a casa —contestó Kadir—. Tengo mi yate anclado en el puerto de Leonia, me quedaré allí varios días. Siento estropearle los planes, pero… —levantó la mirada, Oscar se había marchado y estaban solos, al menos, por el momento—. No se me da bien fingir, Cassandra. No creo que sea capaz de verte todos los días y hacer como si no quiera nada más que lo que tú quieres darme. Es lo mejor que puedo hacer.

Dado que nadie los observaba, ella lo miró a los ojos.

—Huyes.

—Sí.

Cassandra sacudió la cabeza con frustración.

—¿No entiendes que eso sólo lo empeorará todo? La gente pensará que, o bien hemos tenido una pelea, o que estamos intentando hacer como si no hubiese pasado nada.

—¡Yo estoy intentando hacer como si no hubiese pasado nada!

—Sí, pero no puede parecer que estamos fingiendo.

—Cassandra…

—Kadir.

Al oír su nombre de labios de ella, su expresión se suavizó.

—Me estás probando —la acusó en voz baja.

—No, por supuesto que no —aunque era cierto que se estaba probando a ella misma—. Leonia es una ciudad muy bonita. Hay buenos restaurantes, el paisaje es precioso. Es una ciudad de veraneo.

—Has estado allí antes.

—Mi hermana tiene una casa de campo en las afueras. Está de vacaciones y me la ha ofrecido mientras ella está fuera, así que puedo quedarme allí mientras tú estés en el yate. Seguiré haciendo de asesora tuya, por supuesto, y podremos recorrer la zona si quieres. Podemos ir incluso a pescar. Es posible que nos sigan los fotógrafos que están fuera de la finca, pero dentro de tres días se habrán marchado porque no les daremos ninguna razón para que se queden y Leonia es un lugar en el que nunca pasa nada.

—¿Quieres que se marchen por aburrimiento?

—Eso es.

Kadir la miró de arriba abajo, fijándose en sus zapatos, el traje y el pelo recogido.

—¿Llevarás ropa más cómoda para ir a pescar que ese triste traje?

—Por supuesto.

Kadir la estudió durante un rato, y ella sintió que la estaba poniendo a prueba. Quería distanciarse de ella. Pero eso arruinaría la carrera de Cassandra. Si la dejaba tirada y se iba a su yate para el resto de su estancia, aquello sería un fracaso para ella. Aquella era la misión más importante que le habían encomendado nunca y no podía dejar que el hombre al que debía asistir se le escapase.

—Vete a casa y haz las maletas —dijo Kadir finalmente—. Nos iremos dentro de una hora.

Cassandra casi lo hizo, pero se dio cuenta de que el jeque y sus hombres ya parecían estar listos para marcharse. No podía arriesgarse a que la dejaran atrás. No quería tener que perseguir a Kadir.

—Mi hermana y yo tenemos la misma talla —dijo Cassandra. Y había también una pequeña tienda en la que podría comprar todo lo que necesitase: ropa interior, cepillo de dientes, maquillaje, lo básico—. Podemos marcharnos en cuanto vosotros estéis preparados —añadió sonriendo muy profesionalmente.

Quizás el jeque quisiese deshacerse de ella, pero no se lo iba a poner fácil. Además, él pronto se daría cuenta de que ella era indispensable… como asesora diplomática, por supuesto.

El puerto de Leonia era un lugar precioso. A Kadir siempre le había gustado estar cerca del mar y estaba deseando instalarse en su yate.

Pero, antes, Cassandra le hizo visitar la ciudad, y él no pudo negarse. Sayyid y Haroun los acompañaron, mientras los otros llevaban todo el equipaje al yate.

Sólo uno de los fotógrafos los siguió hasta Leonia, el resto prefirió quedarse a probar suerte en la capital. A Cassandra le incomodaba el fotógrafo. Aunque no lo comentó, se volvió en varias ocasiones a mirarlo y Kadir podía ver la preocupación en sus ojos.

Una mujer como ella nunca debería preocuparse. Debería ser mimada y protegida y debería dársele todo lo que desease.

Haroun condujo la limusina por la pintoresca ciudad y Sayyid vigiló los coches que pasaban cerca de ellos. Turistas, parejas jubiladas, niños… no parecía haber peligro. Después de parar brevemente en una pequeña tienda, se limitaron a dar vueltas por la ciudad. Cassandra les indicó varios comercios interesantes, una pastelería que hacía unas galletas y un pan deliciosos, los restaurantes que más le gustaban y un pequeño museo que no se parecía nada al de Silverton. Cassandra habló con soltura y profesionalidad, y se mostró algo distante.

Kadir no entendía a Cassandra Klein, a pesar de ser un hombre que solía entender bien a las mujeres. Besaba como si estuviese interesada en algo más que en política y normas, pero actuaba como si nunca hubiese dado un beso en su vida. Se vestía de manera conservadora, incluso triste, pero sus ojos grises brillaban de vez en cuando contradiciendo a su vestimenta.

Hacía mucho tiempo que Kadir no conocía a una mujer que le hiciese olvidar su misión, y aquello no era bueno. Habría sido mejor haberse marchado de la finca de los Redmond antes de que ella llegase aquella mañana, tal y como tenía planeado. Una vez allí, ¿cómo iba a deshacerse de ella?

Y necesitaba deshacerse de ella. No podía pasar las dos semanas siguientes fingiendo que no le interesaba.

Comieron en la terraza de una pequeña cafetería que daba al puerto y atrajeron muchas miradas curiosas, ya que no iban vestidos como los turistas que había por allí, y era evidente que Sayyid y Haroun eran guardaespaldas. El fotógrafo que los había seguido desde Silverton tomó varias fotografías, pero la imagen que daban era bastante aburrida, tal y como Cassandra había planeado. Para cualquiera que los estuviese observando, aquello no era más que una comida de negocios.

Cassandra se ponía muy guapa cuando se relajaba, y a Kadir le hubiese gustado poder capturar aquella expresión con su propia cámara. ¿Recordaría aquel momento con suficiente claridad?

La joven tenía la intención de tenerlo ocupado durante todo el día. Lo próximo que harían sería ir a pescar. Le aseguró a Kadir que tenía todo lo necesario en casa de su hermana. Cuando se marcharon de la cafetería, miró a ver si el fotógrafo los seguía. Pero no lo hizo. Una chica guapa con un traje de baño minúsculo había llamado su atención, al menos por el momento.

La casa de la hermana de Cassandra estaba bastante aislada, justo en las afueras de la ciudad y muy cerca de un muro de rocas que daba al océano. Era sencilla pero bonita y consistía en un salón, dos dormitorios, dos cuartos de baños y la cocina. Las habitaciones eran amplias, lo que hacía que la casa fuese espaciosa y cómoda.

Después de inspeccionar la casa, Sayyid y Haroun se colocaron en las puertas de entrada, Haroun en la principal y Sayyid en la trasera. Cassandra preparó café y luego desapareció en uno de los dormitorios. Después de observar la puerta cerrada durante varios segundos, Kadir se acercó al ventanal que daba al mar. Las olas lo tranquilizaron e intentó dejar de pensar en Cassandra.

Sabía cómo deshacerse de ella de una vez por todas. ¿Pero sería capaz? No era un hombre cruel por naturaleza, en especial cuando algo le importaba. No obstante, tenía que hacer algo.

Cassandra salió del dormitorio unos minutos más tarde y Kadir no pudo evitar sonreír al verla. Se había puesto unos vaqueros azules, remangados hasta debajo de las rodillas, zapatillas de deporte sin calcetines y una camiseta rosa de propaganda de la cafetería en la que habían comido. Se había recogido el pelo en una coleta y aparentaba ser mucho más joven. Parecía libre de preocupaciones y relajada.

Estaba transformada.

—Creo que te valdrá —dijo tendiéndole algo de ropa: pantalones vaqueros parecidos a los que llevaba ella y una camiseta también de propaganda, pero color beige, unas zapatillas de lona y un par de calcetines blancos. Podía haber enviado a uno de sus guardaespaldas al yate para que le llevase su propia ropa, pero Cassandra había insistido en que no era necesario—. Es del novio de Lexie, o de alguno de sus ex maridos. No sé de cuál, pero es más adecuado para pescar que lo que llevas puesto.