Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Ella suspiró y apoyó la cabeza en su hombro. Era muy agradable, estar sencillamente así sentada, cerca de él. Pero no era suficiente y Cassandra se dio cuenta de que los métodos de su hermana no podían ser los suyos.

—Llevo casi dos días intentando seducirte y mis esfuerzos han sido en vano.

—Cassandra, no…

—Déjame que termine, por favor.

Como Kadir no replicó, ella continuó:

—No me sorprende el hecho de no ser una buena seductora. Las insinuaciones, los coqueteos y las sonrisas no son mi estilo. Yo soy directa en todos los aspectos y quizás también debería ser directa en éste.

Pasó un brazo alrededor de Kadir.

—Nunca había abrazado así a un hombre. Ni tampoco había besado a nadie como te he besado a ti, sintiendo que el corazón se me iba a salir del pecho. Y hasta la noche en la que apareciste aquí herido, nunca había dormido con un hombre —tomó aire y decidió confesar—. Soy virgen.

—Más a mi favor…

—Me habías dicho que no ibas a interrumpirme.

—Continua —dijo él suspirando.

—Siempre he estado esperando algo especial. Un sentimiento. Un vínculo —por qué no decirlo—. El amor.

Sintió como Kadir se ponía tenso, pero no lo soltó de su abrazo y él tampoco la separó de su lado.

—Mi madre siempre me ha dicho que la primera vez que vio a mi padre supo que era el hombre de su vida —añadió Cassandra—. Que se le aceleró el pulso y sintió un cosquilleo en el estómago y supo que era él. Yo he esperado sentir eso desde que tengo catorce años, Kadir, y cuando te vi bajar del avión…

—No —murmuró él.

—Yo siento eso por ti —continuó ella—. Quizás lo que siento es sólo algo físico y temporal, que acabara desapareciendo. Quizás sea más que físico, pero tal y como me siento, me da igual. No lo sé. Quizás no tenga por qué saberlo. Quizás sólo debiera aceptar lo que siento y confiar en que será lo que tenga que ser. Lo único que sé es que te quiero a ti y tú pareces estar empeñado en apartarme de tu lado.

Kadir puso una mano en su pelo.

—Fuiste tú la que luchaste contra esa atracción desde el primer momento. ¿Qué querías que pensase cuando cambiaste de opinión tan repentinamente? No quiero hacerte daño. No quiero que te arrepientas del tiempo que hemos pasado juntos.

—He luchado contra mis sentimientos porque no llegaste a mi vida como yo había imaginado. Pensé que la llegada del amor sería clara y limpia, que conocería al hombre adecuado en algún acto social o en la playa, en el mercado o en un museo —todo aquello le sonaba a tonterías en aquel momento—. No pensé que tendría que elegir entre mi carrera y el amor. Por eso dejé de lado lo que sentía y me dediqué a mi trabajo, e intenté que no me gustases demasiado. Y entonces vi explotar el yate y supe que dejar de lado algo extraordinario era un error —se incorporó y puso los labios en el cuello de Kadir. Sabía que quería eso y mucho más—. Ya he hablado suficiente. Quiero que me hagas el amor. Si eso no ocurre, si le doy la espalda a algo tan maravilloso, será como pasar al lado de una flor preciosa y no pararse a olería, o cerrar los ojos ante una puesta de sol sólo porque so que no durará. Si de verdad no quieres hacerlo, lo entenderé, pero pienso que sí me deseas —puso la mano encima de la erección que se marcaba en los pantalones—. Me parece que sí me deseas.

Kadir la abrazó y ella supo que aquella noche no la rechazaría.

—No puedo hacerte promesas para después de esta noche, Cassandra. No sabemos lo que nos deparará el mañana.

—No quiero pensar en el futuro, sólo en esta noche. He estado esperándote durante mucho tiempo, Kadir. No quiero seguir esperando.

Él introdujo los dedos entre su pelo, le sujetó la cabeza suavemente y la besó. La besó intensamente. Metió una mano por debajo de su camiseta y la dejó allí, pegada a su piel.

Cassandra había hablado de amor, pero Kadir, no. Quizás él no la quisiera y sólo la desease físicamente. Quizás le diese miedo amar. A ella no le importaba.

No quería perderse aquel maravilloso momento por mantener su vida ordenada y tranquila.

Cassandra acababa de aprender que la vida no tenía por qué ser ordenada y tranquila.

De repente, Kadir se apartó de ella.

—No lo había pensado —dijo retirándole un mechón de pelo de la cara y acariciándole el cuello—. No tengo ningún método contraceptivo y sospecho que tú tampoco. No puedo arriesgarme a dejarte embarazada.

Kadir no quiso decir que había un loco que quería matarlo. No mencionó que quizás nueve meses más tarde estaría muerto, o luchando por sus ideas en la otra punta del mundo. No hacía falta.

Cassandra se metió la mano en el bolsillo trasero de los pantalones vaqueros y sacó un preservativo.

—Mi hermana tiene una caja entera en el cuarto de baño. ¿Te vale?

Kadir suspiró aliviado y agarró el preservativo.

—Sí, me vale.

Kadir se metió el preservativo en su propio bolsillo, por el momento. Pensó que Cassandra se daría pronto cuenta de que lo que creía que era amor era tan sólo algo físico. No obstante, no quería que se arrepintiese de haberle confiado sus sentimientos más íntimos.

Le desabrochó los pantalones vaqueros. Lo hizo todo muy despacio, pasando los dedos por la piel blanca y sensible de su vientre, y ella tembló. Era tan suave. Tan delicada. No quería hacerle daño. Bajó la cabeza y besó aquella piel, dejando los labios allí unos segundos. Kadir solía deleitarse con las cosas bellas de la vida. Y el amor de una mujer bonita, aunque no fuese a durar, era una de esas cosas.

Cassandra abrió las piernas instintivamente y entrecerró los ojos en un gesto muy sensual. En aquellos momentos, sus ojos eran de un gris claro, del color de las alas de una paloma, y estaban llenos de lo que ella pensaba que era amor. Cuanto más la acariciaba él, más deseo reflejaban aquellos ojos.

Kadir le quitó la camiseta y la tiró a un lado y mientras la tenía en aquel estado tan vulnerable, medio desnuda y ardiendo de deseo, apretó su cuerpo contra el de ella y la besó apasionadamente. Sus labios le respondieron con ansia y desesperación. Ella también sabía que su relación era temporal. En la mejor de las circunstancias, venían de dos mundos completamente diferentes. Cassandra era una mujer moderna; y las mujeres modernas no tenían cabida en Kahani, al menos por el momento.

Aquello era una alianza pasajera, que no podía durar, pero que tenía mucho significado. Cassandra significaba más para Kadir que una simple aventura, pero no podía decírselo. Al contrario que ella, él tenía que preservar sus sentimientos. No podía permitirse ser tan honesto como ella había sido.

En unos minutos, la haría suya allí mismo, en el sofá. A Cassandra le temblaba todo el cuerpo, el corazón le latía con fuerza y se sentía preparada en todos los aspectos. Él había estado preparado para aquello desde el primer momento que la había visto, pero en ese instante, la deseaba con una intensidad inesperada. Nunca había deseado tanto a otra mujer.

No obstante, sabía que era la primera vez para Cassandra, así que no podía ser algo rápido, ni intenso. Tenía que ser memorable, uno de esos recuerdos que la hiciesen sonreír y estremecerse durante mucho tiempo.

No le costó demasiado quitarle el sujetador. Luego, bajó la cabeza para tomar uno de sus pezones con la boca. Ella arqueó la espalda y gimió. Era una sensación nueva para Cassandra, nueva y maravillosa. Metió los dedos entre el pelo de Kadir y lo atrajo contra su cuerpo. Él siguió saboreando su pecho y luego se retiró un poco, para pasar la punta de la lengua por él. Ella suspiró y tembló y él metió la mano por dentro de sus pantalones.

Le quitó los vaqueros y acarició el interior de sus muslos. Cassandra estaba caliente, húmeda y temblaba. Kadir la acarició, jugó con su carne, la excitó besándola en el cuello y en el pecho hasta que ella empezó a balancearse instintivamente, intentando pegarse todavía más contra él.

Murmuró su nombre y se estremeció y Kadir la besó en la boca. Le metió la lengua mientras le introducía los dedos ligeramente en su cuerpo. Ella gimió ante las nuevas sensaciones que hacían que su cuerpo se sacudiese. Kadir la besó y le acarició un pezón con una mano mientras la otra se movía en su interior.

Cassandra gritó y se estremeció al llegar al clímax y su cuerpo se apretó contra el de él mientras el orgasmo recorría todo su cuerpo. Él la abrazó y se deleitó con ella, como si hubiese sido él mismo quien hubiese tenido el orgasmo. Cassandra siguió besándolo incluso cuando dejó de sentir aquella oleada de placer. El beso se hizo cada vez más dulce. Estaba satisfecha, por el momento.

Pero, por la manera de acariciarlo, Kadir supo que no tardaría en pedir más. Cassandra colocó una mano en su erección y la acarició con cuidado.

—Ha sido… —dijo ella cuando fue capaz de hablar—, sin duda lo que yo esperaba.

A Kadir se le aceleró el corazón al verla sonreír apasionadamente. Supuso que era por su propio deseo insatisfecho y por sus caricias.

—¿Vamos a la cama? —preguntó Cassandra en voz baja.

—Sí —dijo Kadir separándose de ella y acariciando aquel cuerpo perfecto. ¿Había visto alguna vez algo tan bonito? ¿Había deseado tanto alguna cosa?

Se prometió a sí mismo que Cassandra no se arrepentiría nunca de haberle esperado a él.

Capítulo 11

Había una nueva energía en la atmósfera, como si fuese a haber tormenta. Hasta el aire que respiraba Cassandra parecía diferente, como si estuviese cargado de electricidad. Se había preguntado si sentiría vergüenza si la noche avanzaba tal y como ella había planeado, pero no la sentía.

Se desnudaron el uno al otro y fueron hacia la cama. Todos los gestos le parecían a Cassandra naturales y adecuados. Botones, cremalleras y movimientos extraños para deshacerse de la ropa, y todo era tan natural como respirar aquel aire cargado de electricidad.

En aquel momento, necesitaba a Kadir tanto como respirar.

Se metieron debajo de las sábanas y el cuerpo desnudo de Kadir se apretó contra ella. Entrelazaron brazos y piernas. Estaban muy cerca, a punto de unirse en todos los sentidos.

Él la besó apasionadamente, como si fuesen a volver a empezar. Y a ella el roce de su cuerpo le pareció divino.

Se besaron y se acariciaron y frotaron sus cuerpos. Kadir apretaba la erección contra su cuerpo, pero no parecía tener prisa. El tiempo pasaba muy despacio y ambos disfrutaban y saboreaban cada beso y cada caricia.

El cuerpo de Cassandra quería probar algo nuevo y desconocido hasta entonces, pero con calma. Dejó que fuese él quien la guiase en aquella nueva experiencia.

Kadir recorrió todo su cuerpo con las yemas de los dedos, como si quisiera aprender todas sus curvas. El hombro, el cuello, el pecho, la suave piel de su vientre, la parte interior del codo. A la luz de la luna, que entraba por la ventana del dormitorio, la recorrió al mismo tiempo con la mirada, como si sintiese el mismo asombro que ella.

Cassandra lo miró a la cara, preguntándose por los misterios y las maravillas de aquella noche, y preguntándose si de verdad conocía al hombre que había detrás de aquel rostro. También lo acarició, pasó la mano por su barbilla afeitada, contra su pecho musculoso, y volvió a besarlo.

Después de muchos besos y caricias, Cassandra tomó su erección y la apretó con los dedos. Kadir gimió y la tumbó boca arriba. Se colocó el preservativo y le separó los muslos con la rodilla mientras ella esperaba el tan ansiado momento. Pero él no le dio inmediatamente lo que tanto deseaba. Antes, la acarició y volvió a introducirle un dedo.