Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Cassandra pensó en decir que ella no sentía nada, pero no hubiese sido verdad, y él lo sabía.

—Así que quiero volver a besarte. Aquí, estamos solos y nadie nos verá. Un último beso antes de volver a la realidad. Si la idea no te atrae, dímelo. Yo volveré a arrancar el coche y no lo mencionaré más. Pero si sientes, como yo, que ese beso es necesario…

Cassandra se inclinó ligeramente hacia él. Hubiese preferido que la besase directamente. La estaba dejando elegir, le hacía pensar. Y no quería pensar más en aquello.

Otro beso le demostraría que la reacción que había tenido ante el primero había sido falsa. Otro beso le recordaría que Al-Nuri era como el resto de los hombres.

—Bésame, Kadir —dijo.

Otro beso la ayudaría a aclararse y a acabar con los inapropiados sentimientos que crecían en su interior cada vez que miraba a aquel hombre.

Al-Nuri, Kadir, colocó sus labios sobre los de ella y una mano grande y caliente detrás de su cabeza. El beso se hizo intenso y ella, además de deseo, sintió desesperación. Se acercó más a 61, que la sujetaba con fuerza, y entreabrió los labios. Aquel sería su último beso, era lo único que podrían tener, y Cassandra no quería que terminase. Tenía que durar un poco más. Sus lenguas se entrelazaron y ella pasó la mano por su hombro, para aferrarse a él.

Cassandra sintió un torbellino de sensaciones: pasión, necesidad, ternura. Y sintió, como Kadir, que le hubiese gustado conocerlo en otras circunstancias.

Pero ella también sabía que aquel deseo era imposible.

¿Cómo había podido pensar que aquel beso le recordaría que ese hombre era como todos los demás? No lo era… y el beso fue algo realmente extraordinario.

Cassandra se separó de él porque sabía que si no lo hacía en ese momento, no sería capaz de parar. Y no era una mujer acostumbrada a perder el control. Kadir apoyó la cabeza en su hombro y luego apoyó los labios en su cuello. Sólo un momento, fue un beso cargado de ternura y emoción. Luego se retiró y la miró a los ojos.

Hacía días que Cassandra no comía nada en mal estado y no obstante…

Cuando llegaron a la finca de los Redmond había tres fotógrafos esperándolos, pero ya había oscurecido y no podían ver quién había en el coche. Aquello molestó a Kadir y le demostró que Cassandra había tenido razón. Durante las siguientes semanas, tendrían que tener mucho cuidado con su comportamiento en público.

Una vez dentro de la casa, Cassandra se despidió rápidamente y se dirigió hacia su coche. Estaba ansiosa por escapar de allí. De los fotógrafos, y de él. Y Kadir sintió como si la estuviese perdiendo al verla marchar, aunque, en realidad, nunca había sido suya.

Sayyid había descubierto la huida de Kadir a última hora de la tarde, pero gracias a las explicaciones de Tarif y de Oscar, no se había preocupado por su ausencia. Estaba irritado, eso sí, pero no preocupado. No obstante, no podía decir nada.

Kadir se encerró en su despacho e intentó ocuparse del trabajo que había descuidado durante todo el día. Si pudiese ver a lord Carrington pronto, quizás podría inventarse una excusa para marcharse de allí antes de tiempo. Aquella reunión era el principal objetivo de su estancia en Silvershire y, en cualquier caso, su marcha le facilitaría la vida a Cassandra.

Quizás debiese hacer aquello por ella. Cassandra no era como las demás mujeres que habían pasado por su vida y entre ellos, no podría haber nada más. Lo mejor sería que él se ocupase de los asuntos que le habían llevado hasta allí y que después se marchase lo antes posible.

Al día siguiente llamaría al ministerio de Asuntos Exteriores de Silvershire y pediría reunirse con lord Carrington. Aunque fuese sábado por la mañana, seguro que alguien respondería al teléfono.

Se estaba haciendo tarde y Kadir estaba pensando en retirarse cuando Hakim llamó a la puerta y entró.

—Tiene una visita, Excelencia.

Por un momento, Kadir dudo… ¿sería Cassandra? Pero sabía que no podía ser ella, por mucho que lo desease.

—Es el señor Nikolas Donovan.

—Es muy tarde. ¿No puede esperar a mañana?

Hakim parecía cansado.

—Me parece que no, Excelencia. Ha estado esperando a que se marchasen los fotógrafos porque no quiere que nadie se entere de su visita. Mañana por la mañana los fotógrafos volverán a estar en la puerta.

El hecho de que Donovan no quisiese que nadie supiese que estaba allí intrigó a Kadir.

—Hazlo pasar.

Kadir sabía en representación de quien iba Nikolas Donovan. Conocía bien todos los grupos políticos de Silvershire, incluido el de la Unión por la Democracia.

A pesar de que habían cacheado a Donovan, Sayyid insistió en quedarse en la sala durante la entrevista. Como Kadir confiaba en su guardaespaldas, no le importó. Su presencia pareció distraer a Donovan al principio, pero Sayyid hizo lo posible por pasar inadvertido.

Una vez hechas las presentaciones, Donovan tomó asiento frente a Kadir.

—Iré directo al grano —dijo—. Usted es un hombre muy respetado en el ámbito diplomático, y yo estoy aquí para pedirle que apoye mi causa.

—¿Quiere que apoye públicamente a su partido? —preguntó Kadir.

—Sí, Excelencia. Creo que podemos ayudarnos el uno al otro, si nos aliamos.

Aquella unión era la contraria de la que tenía planeada Kadir con lord Carrington. Aunque admiraba lo que Donovan estaba intentando hacer, no podía hacer aquello y, al mismo tiempo, intentar aliarse con la monarquía de Silvershire. Además, había oído rumores de que algunas facciones de la Unión por la Democracia habían empezado a defender la violencia como medio para conseguir sus objetivos. Kadir estaba prácticamente seguro de que aquella no era la postura de Donovan, pero no podía arriesgarse.

—Siento tener que rechazar su propuesta —respondió Kadir con dureza, para no dejar traslucir sus opiniones personales al respecto.

—Créame, sé que su situación aquí es precaria. Por eso he esperado a que se fuesen los fotógrafos antes de llamar. No quiero ponerlo en una situación más difícil. Lo único que le pido es que lo piense.

Kadir sacudió la cabeza.

—Estoy aquí como representante de mi gobierno para formar una alianza con lord Carrington, y en cuanto me reúna con él, volveré a casa.

—Buena suerte. Carrington acaba de marcharse del país y no creo que vuelva hasta un día o dos antes del Día del Fundador.

A Kadir se le hizo un nudo en el estómago.

—¿Está seguro de eso?

—Lo vi anoche. Él y su esposa, la princesa Amelia, estaban preparándose para ir de visita a Gastonia.

La noche anterior. Kadir suspiró. ¿No iba a salirle nada como tenía planeado?

—¿Qué piensa usted de lord Carrington, señor Donovan, será un buen rey?

Donovan se puso tenso.

—Es un buen hombre, mucho mejor que el príncipe Reginald.

—Eso no es mucho decir —comentó él sonriendo—, teniendo en cuenta las cosas que me han contado del difunto Príncipe.

—A pesar de que el Rey está en coma, Carrington se niega ni siquiera a hablar de cambiar el anticuado sistema de gobierno. El pueblo debería poder elegir a la persona que quiere que lo gobierne. Sé que Kahani también es una monarquía, pero ustedes llevan años intentando cambiar. Lo que usted quiere no es tan distinto de lo que quiero yo.

—Yo no intento derrocar un gobierno.

—Yo tampoco —protestó Donovan—. Quiero que mi país avance, lo mismo que usted. Juntos podríamos luchar por el cambio con mucha más fuerza que por separado.

Era tentador. Y había algo en Donovan, que le gustaba. Era un hombre apasionado, como solían serlo los visionarios. Pero Kadir no tenía elección.

—No puedo aceptar su propuesta.

Donovan estaba decepcionado, pero no enfadado. El hecho de no enfurecerse por no conseguir lo que había ido a buscar, era un punto a su favor. Además, sabía que tenía a Sayyid detrás de él, así que no le convenía perder los nervios.

Donovan se apoyó en el respaldo de la silla y sonrió amablemente.

—He visto su fotografía en el periódico esta mañana.

—¿De verdad? ¿Y no cree que pierde usted el tiempo leyendo un periódico tan poco serio? —preguntó Kadir.

—Lo leo siempre. Entre las historias de extraterrestres y de chicos lobo suele haber alguna que otra verdad.

Donovan sonrió todavía más.

—Nadie admite que lo lee, pero todo el mundo está al corriente de sus noticias. Es un placer vergonzoso, supongo. ¿Usted no tiene ninguno, Excelencia?

—Si los tuviese —dijo Kadir sonriendo—, no se los contaría a usted.

—Por supuesto que no —admitió Donovan levantándose y ofreciéndole la mano.

Kadir se puso en pie y se la apretó con firmeza.

—Buena suerte, señor Donovan.

—A usted también, Excelencia. Si cambia de opinión, póngase en contacto conmigo. Soy fácil de encontrar. Sé que trabajaríamos bien juntos si tuviésemos la oportunidad.

Sayyid acompañó a Donovan hasta la puerta. Cuando se hubo marchado, Kadir volvió a sentarse, apoyó la espalda en el respaldo del sillón y se relajó un momento. Lord Carrington se había marchado del país, así que no podría reunirse con él inmediatamente. ¿Por qué no se lo habría dicho Cassandra? ¿Era posible que no lo supiera? ¿O acaso le gustaban los secretos?

En cualquier caso, no tenía ningún motivo para permanecer en la finca de los Redmond. Al día siguiente iría a Leonia y se instalaría en el yate. Dado el ambiente que había entre ellos después de su visita a Barton, seguro que a Cassandra le alegraría verlo marchar.

Cassandra estaba a punto de meterse en la cama cuando sonó el teléfono. El timbre la sobresaltó. ¿Quién podía llamar tan tarde? ¿Pasaría algo? Quizás fuese Kadir, que quería darle las buenas noches.

—¿Dígame? —contestó.

—Esperaba que todavía no estuvieses acostada.

Cassandra suspiró aliviada al oír la voz de su madre.

—Iba en dirección a la cama.

Después de un breve silencio, Piper preguntó en voz baja.

—¿Está él ahí?

A Cassandra no le hizo falta preguntarle a quién se refería.

—¡No! ¡Por supuesto que no! Ya te he dicho, mamá, que te confundes. Mi relación con el jeque es únicamente profesional.

Y así sería hasta que se marchase del país. No volverían a besarse, ni a hablar de sueños y deseos.

—Qué pena. Me hubiese gustado tener a un jeque como yerno. Podríamos ir de vacaciones a Kahani, he oído que es precioso. ¿Tus hijos también serían jeques? La verdad es que no sé cómo funciona eso. Y Kadir es un hombre muy agradable. Me gusta. Es tan guapo. ¿Estás segura de que no está contigo?

—Estoy segura —dijo Cassandra, que no pudo evitar reír.

—Qué pena. Ya va siendo hora de que sientes la cabeza. Eres lo suficientemente inteligente como para no liarte con el primero que se te pone delante. Lo suficientemente inteligente como para no dejarte llevar por tus alocadas hormonas. Pero, cariño, a veces eres demasiado inteligente. Hay momentos en los que una mujer debe seguir a su corazón y olvidar lo que le dice la cabeza. El amor es un bien muy preciado y si no aprovechas la oportunidad cuando se presenta, quizás no vuelva nunca más.

—¿Qué te hace pensar que todo esto tiene algo que ver con el amor? —preguntó Cassandra intentando parecer despreocupada.

—Que te conozco.

Cassandra se tumbó en la cama con el teléfono pegado a la oreja.

—Eres una entrometida. De acuerdo. Dado que estás empeñada en meterte en esto, quiero que contestes a una pregunta por mí.

—Dispara.

Cassandra esperó un momento antes de hablar, y su madre guardó silencio. Entonces, la joven empezó a hablar muy deprisa.

—¿Cómo sabe una mujer si lo que habla es su corazón o si son sus hormonas? Has hablado de hormonas alocadas y sabes que odio no poder controlarme. ¿Merece un hombre, cualquier hombre, que tires a la basura años de dedicación y de planes? ¿Cómo puede saber una mujer si le están hablando con el corazón? Y si sabe que una relación es imposible, ¿merece la pena arriesgarse a que le rompan a una el corazón? Lexie ha sido muy feliz con todos sus maridos y novios, durante un tiempo. ¿Merecen la pena los buenos momentos o es preferible evitarlos si así podemos evitar sufrir?