Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Pero en ese momento, Cassandra se dirigió corriendo al escritorio, abrió el cajón y sacó el arma. No sabía mucho de armas. ¿Estaría cargada? ¿Tendría el seguro echado? Quizás lo único que tuviese que hacer sería apuntar y disparar.

Aquella era la clave. ¿Sería capaz de apuntar y disparar a alguien? La duda se disipó pronto. Si tuviese enfrente a la persona que había asesinado a Kadir, sería capaz de apretar el gatillo.

Volvieron a llamar, pero no era exactamente un golpe. Quizás se tratase de un animal. Si fuesen personas, habría oído un coche. Si fuese alguien que quería matarla, no habría llamado a la puerta. Era posible que fuese un animal.

No obstante, no dejó el arma.

Al llegar a la puerta trasera, se colocó a un lado y levantó la cortina que cubría los cuatro pequeños cristales. A pesar de que la luz de la cocina estaba apagada, no se veía nada más que oscuridad fuera. Quizás fuese un animal, después de todo. Casi se había relajado cuando vio que una mano pegaba contra uno de los cristales. El corazón le dio un vuelco, levantó el revólver y entonces oyó una voz que la llamaba en voz baja.

—¿Cassandra?

Conocía aquella voz. Con manos temblorosas, abrió la puerta. Allí estaba Kadir, apoyado al lado de la puerta como si no pudiese tenerse de pie. Estaba empapado, tenía la mirada perdida y llevaba la ropa rasgada y llena de sangre.

Pero no estaba muerto.

Lo agarró por la muñeca y lo hizo entrar en la cocina.

Una vez allí, dejó la pistola en la encimera. Iba a encender una luz cuando Kadir la detuvo.

—No. Puede que alguien esté observándonos.

Aquello le recordó a Cassandra que no había cerrado la puerta con llave, así que lo hizo antes de llevarlo al salón, donde las lámparas estaban encendidas, pero las cortinas echadas, así que nadie podría verlos.

Colocó un brazo alrededor de su cintura para ayudarlo a sentarse en el sofá en el que ella misma había estado llorándolo poco antes. Su brazo derecho sangraba, y estaba tiritando.

Al llegar al sofá, él se desplomó. Cassandra se olvidó del miedo que sentía y pensó en lo que debía hacer. Se dirigió al teléfono.

Kadir le agarró la muñeca.

—No llames a nadie.

Era evidente que no pensaba con claridad. Estaba en estado de shock y quizás delirase.

—Necesitas un médico. Después llamaré a la señora Dunn y ella contactará con las autoridades de Kahani. ¿Prefieres hacer tú la llamada? Alguien debe hacerlo cuanto antes. Todo el mundo piensa que estás muerto, Kadir. Tenemos que contarles…

—No —insistió él—. No quiero que llames al médico. Ni a nadie —la miró a los ojos y ella se dio cuenta de que no deliraba—. Prefiero que piensen que estoy muerto. Al menos por ahora. No sé en quién puedo confiar, Cassandra. Sólo puedo confiar en ti.

Ella volvió a dejar el teléfono en su sitio y tapó a Kadir con la manta.

—Te sangra el brazo.

—¿Sí? —dijo él mirándoselo—. Tendrás que vendármelo.

—No soy médico.

—Eso da igual. Si alguien se entera de que estoy vivo, los dos estaremos en peligro —alargó la mano izquierda para acariciarle el rostro—. Siempre he sabido que mi vida podía correr peligro. Pero tú… no quiero que tú corras peligro porque estés conmigo. Si no puedes guardar mi secreto, si tienes que llamar a alguien y decirle que sigo vivo, me marcharé ahora mismo. Si me quedase contigo podría atraer hasta tu puerta a aquellos que han asesinado a todas las personas que estaban en el yate. Y no quiero hacerlo.

Cassandra se inclinó y le dio un breve beso. Lo acarició, todavía sin poder creerse que estuviese vivo. Que estuviese allí. Que confiase en ella.

—No llamaré a nadie.

Lo curó lo mejor que pudo. Le dijo una y otra vez que había sentido un gran alivio al ver que estaba vivo. Quiso besarlo cuando hubo terminado de vendarle el brazo y le hubo ayudado a ponerse ropa seca. ¿Y después de aquello?

Cassandra no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir después.

Capítulo 8

Kadir se despertó jadeando. Pero al contrario que la última vez que había recobrado la conciencia tan abruptamente, no estaba empapado ni sentía frío, estaba seco y tumbado en una cama, sano y salvo… y no estaba solo. Evaluó la situación rápidamente. Le habían limpiado y vendado el brazo. Recordó que Cassandra le había curado la herida con cuidado. Estaba dormida a su lado, con su cálido cuerpo pegado contra él. Dormía profundamente, pero tenía uno de los pies encima de su pierna, como si quisiese poder despertarse si él intentaba levantarse de la cama o marcharse de su lado.

Casi había amanecido. Después de una noche tan larga, no entendía cómo había podido estar en la finca de los Redmond veinticuatro horas antes. Un haz de luz entraba a través de la ventana. Un nuevo día acababa de empezar.

Kadir se relajó por completo. No había guardaespaldas a su alrededor, no tenía que tomar precauciones, ningún peligro lo acechaba. Todo el mundo, salvo Cassandra, pensaba que había muerto en la explosión. Zahid y quien lo hubiese traicionado debían de pensar que estaba muerto.

Y a él le gustaba aquella sensación. Le gustaba mucho. Pasó los dedos por la piel caliente de Cassandra y volvió a quedarse dormido.

El timbre del teléfono despertó a Cassandra, que se sobresaltó. Kadir también se despertó. Se sentó y la miró. Ella respiró hondo y alargó la mano para descolgar el aparato que había al lado de la cama.

—¿Dígame?

Cassandra se relajó al oír la voz de su jefa al otro lado del teléfono. Quería saber si había cambiado de opinión acerca de que Timothy Little fuese a recogerla y la llevase de vuelta a Silverton. Había trabajo en el ministerio, sobre todo teniendo en cuenta que sólo faltaban dos semanas para la celebración del Día del Fundador.

Para la señora Dunn, el trabajo duro era la mejor terapia para cualquier mal, incluida la impresión de haber visto saltar por los aires un yate con gente dentro.

Era su manera de comprobar que Cassandra estaba bien en Leonia. Nunca se lo preguntaría directamente, pero Cassandra la conocía lo suficiente como para saber cuáles eran las verdaderas intenciones de la llamada.

Ella le aseguró a su jefa que prefería tomarse un par de días libres y que volvería a la capital a finales de semana. No estaba segura de que fuese a hacerlo, pero eso no importaba por el momento.

Una vez que hubo tranquilizado a la señora Dunn, Cassandra se volvió hacia Kadir.

—¿Qué tal estás esta mañana?

—Mejor. Mucho mejor.

Tenía mucho mejor aspecto. Parecía alto y guapo y sano y descansado. Tenía la barba y el bigote menos cuidados que de costumbre y estaba despeinado. Ella se imaginó que así debía de despertarse todas las mañanas, despeinado y somnoliento y con aquella mirada llena de promesas que no acababa de comprender.

La noche anterior lo había ayudado a ponerse unos pantalones de pijama que debían de pertenecer a Stanley. Pero tenía el pecho desnudo y bien formado, con algo de vello, como debían tener los hombres. Cassandra debía apartarse de allí, pero no lo hizo.

—¿Qué tal el brazo?

—Bien. Eres un buen médico —contestó él sonriendo.

Ella le devolvió la sonrisa e intentó hablar como si el hecho de que ambos estuviesen en la misma cama no la afectase.

—El corte no era tan profundo como parecía, pero tendremos que vigilarlo para que no se infecte.

Cassandra debía salir de la cama y poner más distancia entre ella y el hombre con el que había dormido. No tenía por qué quedarse allí sentada. Podía haber dormido en otra habitación, pero Kadir estaba aturdido cuando lo acostó y tenía miedo de que ya no estuviese allí cuando ella despertase. Tenía miedo de que su aparición en la cocina hubiese sido sólo un sueño.

Pero aquella mañana era muy real.

Kadir se acercó más a ella, que no retrocedió. La abrazó y Cassandra respiró profundamente, llenando los pulmones con su olor, tenía una mano apoyada en su vientre desnudo. Su piel estaba más caliente que la noche anterior y sus músculos parecían más duros, más reales, más seguros. Cassandra mantuvo la mano allí, en su abdomen. Era una sensación agradable, que le hacía recordar que Kadir era real, que estaba vivo y estaba allí, con ella.

—Pensé que estabas muerto —murmuró ella—. Vi explotar el yate, y pensé que estabas en él y… —el resto se le quedó atrapado en la garganta—. ¿Qué ocurrió? —Cassandra no entendía cómo había sido posible, pero Kadir estaba allí, así que algo había tenido que pasar.

—No estaba en el yate cuando explotó —dijo él poniéndole los labios en la garganta. Ella se estremeció al sentirlos—. Cambié de opinión y volvía hacia ti.

¿Para volver a intentar seducirla? ¿Para decirle de nuevo que no le convenía como asesora? En aquellos momentos no le importaba lo que lo había hecho volver hacia donde ella estaba. Gracias a aquello había salvado su vida, y Cassandra estaba contenta de ello.

—No quería que pensases que no me importabas —añadió Kadir en voz baja—. Aunque sabía que era mejor que siguieses enfadada conmigo, aunque lo hice adrede para alejarte de mí, no quería que las cosas acabasen así entre nosotros. Me importas, Cassandra.

¿Estaría diciendo aquello porque estaban juntos en la cama? ¿O era sincero? A ella le daba igual por qué dijese que le importaba, le parecía que lo había dicho con sinceridad. Por el momento, aquello era suficiente.

En el intento de ser independiente y libre, había desaprovechado la oportunidad de conocer la verdadera pasión. No volvería a hacerlo.

Movió la cabeza y se acurrucó contra Kadir. Probó su cuello, su barbilla, hasta llegar hasta sus labios para besarlo con intensidad. Cassandra se estremeció e instintivamente apretó su cuerpo contra el de él. En esa ocasión, ni nada ni nadie la detendrían. No se lo pensaría dos veces, no se preocuparía de que le hiciesen daño.

De hecho, no le importaba que Kadir le partiese el corazón. Lo único que le importaba era el presente. Aquel momento, sus caricias, el que pudiesen celebrar que estaba vivo.

Y que ella también lo estaba.

No fue un beso desesperado, pero tampoco fue dulce. Ambos se fundieron en algo mucho más que físico, algo que iba mucho más allá de un par de labios y de lenguas tocándose.

Kadir la agarró por la cabeza, con los dedos enterrados en su pelo. Tenía la barba fuerte y a veces le rascaba la barbilla o la mejilla, pero a ella le daba igual. Tan pronto sus labios se separaban, como volvían a unirse. A Cassandra se le aceleró el pulso y sintió que nunca había deseado nada tanto…

—Cassandra —susurró Kadir.

Si le preguntaba que si estaba segura de lo que estaba haciendo, quizás se echase atrás, así que Cassandra prefirió no dejarlo continuar. Lo agarró por la nuca y volvió a besarlo mientras le ponía una pierna por encima de la cadera. Sólo los separaban los pijamas. ¿Estaba segura de lo que estaba haciendo? Sí, nunca había estado más segura de nada.

Kadir metió los dedos por la cinturilla del pantalón de su pijama y a ella le quemó la piel, una piel que ningún otro hombre había tocado antes, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Entonces dejó escapar un gemido. Aquello era algo que no le había ocurrido nunca antes.

La mano de Kadir descendió y ella deseó tenerlo más cerca. Cada vez más cerca…

Cuando sonó el teléfono, Cassandra se sobresaltó, pero no se separó de él. Siguió besándolo y luego susurró:

—Volverán a llamar.