Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Kadir suspiró. No podía decir nada para explicarle a Cassandra que su interés por ella no era algo meramente superficial. No tenían futuro, aquello era cierto, pero, no obstante, ella era especial. Diferente. No podía explicarle que no podía cambiarla por otra mujer y sentirse feliz si ella hubiese apreciado sus atenciones.

La quería a ella. A ella y a nadie más. Pero a juzgar por la expresión de su rostro, no iba a conseguirla. Intentaría hacerle cambiar de opinión, si tenía la oportunidad, pero no podía obligarla a mantener con él una relación temporal que, evidentemente, ella no quería.

Un par de estudiantes pasaron delante de ellos. Una de ellas llevaba un periódico doblado. Las dos rieron.

De pronto, Kadir se mostró fácilmente irritable.

—¿Qué les pasa a esas idiotas?

Cassandra dejó la visita al departamento de Arte para el final. Cuanto menos tiempo pasasen juntos Al-Nuri y Piper Klein, mejor. Hola y adiós.

Aunque no tenía ganas de volver a la ciudad.

—¡Cassandra! —la saludó su madre saliendo de detrás de un escritorio lleno de libros y papeles—. Estaba a punto de ir a buscarte. Me han dicho que hace horas que estáis aquí.

—He querido dejar lo mejor para el final, por supuesto —contestó ella sonriendo.

Piper miró a Al-Nuri con aprobación.

—Usted debe de ser el jeque —dijo ofreciéndole la mano—. Piper Klein, encantada de conocerlo.

Cassandra suspiró, intentando calmarse.

—Mamá, tienes que dirigirte a él como Excelencia.

Al-Nuri tomó la mano de Piper y le dedicó la mejor de sus sonrisas.

—De eso nada. Le he dicho a su hija en varias ocasiones que las formalidades no están hechas para mí. Llámeme Kadir, por favor.

«Oh, no, por favor, no», pensó Cassandra.

—Kadir —repitió Piper—. Que nombre tan bonito.

Piper Klein tenía cincuenta y seis años, todavía estaba delgada y era guapa. Tenía unos alegres ojos azules y le gustaban las aventuras, y solía tener pintura o arcilla debajo de las uñas. Cassandra había heredado los ojos grises de su padre, pero en todo lo demás se parecía a su madre. Aunque no era tan aventurera como ella. Eso lo había heredado todo Lexie.

Piper relató a Al-Nuri varias historias acerca de sus años en Barton. Cassandra escuchó con atención. Si a su madre se le ocurría empezar a decir: «Cuando Cassandra era una niña…», la visita habría terminado. Pero la conversación sólo giró entorno a la universidad y a los planes de Al-Nuri de fundar un centro similar en Kahani.

En muchos aspectos, era un hombre como los demás, la prueba estaba en el beso que le había dado, pero en otros, era especial. Quería cambiar el mundo a mejor. Quería crear una universidad como aquella en un país en el que aquello afectaría a innumerables vidas.

Cassandra no quería volver a besarlo, pero eso no significaba que no pudiese admirarlo, como hombre y como político.

Ella sabía que nunca olvidaría aquel beso, y aunque no pensaba decírselo ni a Al-Nuri ni a nadie… le hubiese gustado repetirlo. Sólo como experimento, por supuesto. ¿Volvería a causar estragos en su corazón? Era virgen, pero no era la primera vez que besaba a un hombre.

Y ninguno la había besado como Al-Nuri, con tanta pasión y entrega. Ningún otro beso la había hecho desear más de lo que podía tener. Era posible que su reacción ante aquel beso no hubiese sido nada más que un momento de arrebato, y otro beso le demostraría que aquel hombre era como todos los demás.

La decana llegó con una carpeta llena de papeles para Al-Nuri y el jeque se dirigió hacia ella. Piper aprovechó para acercarse a su hija.

—Dios mío —susurró—. Es un hombre sorprendente. Guapo, rico, poderoso y simpático. Hasta el momento, me parece el hombre perfecto. Tenías razón al esperar a que llegase un hombre como éste a tu vida.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando —comentó Cassandra imperturbable.

—No te avergüences. ¿Así que te sentó mal la comida el día que lo conociste? Aunque no me lo hubieras dicho, lo habría averiguado yo sola.

—Yo no te he dicho nada —protestó Cassandra en voz baja.

—En tu carta me contaste todo lo que necesito saber, sólo había que leer entre líneas. Es un hombre maravilloso, es inteligente, me ha sentado mal la comida.

—El aliño de la ensalada estaba rancio.

—Además, he visto la fotografía. ¿Pensabas que no iba a verla?

Cassandra inclinó la cabeza y miró a su madre confundida. ¿De qué estaba hablando?

—¿Qué fotografía?

—¿No te parece un poco tarde para hacerte la inocente, Cassandra? De verdad, un hombre no actúa así a no ser que sienta algo. Es muy galante y romántico, y… —Piper estudió a su hija, que parecía sorprendida—. ¿Cariño, no la has visto?

—¿El qué? —volvió a preguntar ella, que empezaba a preocuparse.

Su madre corrió hacia su escritorio y Cassandra la siguió. Al-Nuri seguía entretenido con la decana por el momento. Piper movió una pila de libros de la mesa y tomó un periódico.

Nada más verlo, Cassandra se dio cuenta de qué periódico se trataba.

—¡Mamá! ¿Lees esa basura?

El Silvershire Inquisitor era un periódico sensacionalista.

Piper lo dobló para mostrarle a su hija la parte superior de la portada, en la que dominaba un ojo que, aparentemente, lo veía todo. Justo debajo del ojo había una fotografía que llamó la atención de Cassandra.

Era ella. Y Al-Nuri. Bueno, en realidad, eran sus piernas. Entrelazadas encima del asiento de la limusina, momentos después de que él la hubiese hecho entrar de un salto para ponerla a salvo.

Las piernas de Al-Nuri estaban cubiertas por los pantalones, pero a ella se le había subido la falda hasta los muslos, así que se veía bastante carne. Además, ella tenía las piernas abiertas y entre ellas estaba él. Debajo de la fotografía decía: Sensacional jeque salva a secretaria sexy.

—¡Yo no soy su secretaria! —protestó Cassandra.

—No te lo tomes de manera personal, cariño, estoy segura de que las palabras han sido elegidas para llamar más la atención.

Debajo de aquella foto había otras dos menos llamativas. En una aparecía su busto y en otra, el del jeque. De ahí las risitas de las estudiantes.

Cassandra leyó el artículo por encima, lo que no mejoró las cosas. Aparentemente, el sensacional jeque se había tirado encima de ella para salvarla de un balazo. Pero sólo había habido un disparo, y el objetivo había sido él, no ella. ¿Por qué querían hacerlo parecer un héroe? Luego decían que era posible que el jeque y la asesora diplomática tuviesen una relación y que seguirían dando detalles de la historia.

Tantos esfuerzos por desarrollar su carrera para eso. Que la gente pensase que el jeque y ella estaban liados era casi tan malo como si de verdad estuviesen…

Dándose algún beso. Compartiendo confesiones personales. Y empezando a gustarse de un modo nada diplomático.

—¿Qué es eso?

Cassandra se sobresaltó al oír su voz, detrás de ella. Al-Nuri le quitó el periódico de las manos y lo desdobló para ver la fotografía.

—Voy a denunciarlos —dijo ella tranquilamente.

—¿Por qué? Es una fotografía muy buena.

—¡No lo es!

Él torció la cabeza, como si pudiese ver mejor de esa manera.

—Usted estaba allí, Excelencia —protestó Cassandra—. No hace falta que estudie la fotografía con tanto detenimiento.

—No había visto el incidente desde este ángulo —contestó él.

Cassandra intentó arrebatarle el periódico, pero él era más alto y fuerte. Quizás fuese una locura, pero al ver aquella fotografía, Cassandra recordó cómo se había sentido en esos momentos. No justo cuando él la había hecho entrar en la limusina, sino después, cuando había sentido el cuerpo de él sobre el suyo y sus labios habían estado tan cerca…

—Por favor, devuélvame el periódico, Excelencia.

—No he terminado.

—Sí ha terminado.

—No he leído el artículo.

—La mitad son mentiras, no es necesario, Excelencia.

Él la miró y sonrió.

—Llámame Kadir y será tuyo.

Ella dudó, y él se puso a leer el artículo. El artículo en el que él era un héroe que le salvaba la vida, y eran amantes.

—Por favor, dame el periódico, Kadir.

Él dejó de leer y la miró a los ojos.

—Repítelo.

—Kadir —dijo ella con más suavidad.

El jeque se sintió satisfecho y le dio el periódico.

Kadir. Era un nombre bonito y le iba mucho mejor que Excelencia o Al-Nuri. Ella había sospechado que llamarlo por su nombre haría que él estuviese demasiado cerca. Que fuese demasiado real. Demasiado como ella misma.

Y había tenido razón.

Capítulo 5

Para el viaje de vuelta, Al-Nuri puso la capota al coche. Parecía que iba a llover, así que era normal tomar precauciones. También condujo mucho más despacio que a la ida.

Pero Cassandra echó en falta su alegre sonrisa. Y aquello era algo que no podía permitirse. Nunca se permitía nada a sí misma, nada tan ilógico como una sonrisa, ni tampoco había considerado nunca que su carrera pudiese pasar a un segundo plano. Y aquello había tenido sentido siempre… hasta aquel mismo día. De pronto, ya no estaba tan segura de que sus planes de futuro fuesen los correctos.

Empezó a llover media hora después de que saliesen de Barton. Aunque no diluviaba. Al-Nuri puso en funcionamiento el limpiaparabrisas y redujo la velocidad, ya que la visibilidad no era buena. La radio estaba apagada y los dos se mantuvieron en silencio. Sólo se oía el sonido de la lluvia y de los limpiaparabrisas.

Cassandra centró su atención en el Silvershire Inquisitor y volvió a leer el artículo acerca del tiroteo en el museo. Le pareció tan alarmante como la primera vez que lo había leído.

—Esa historia te angustia —comentó Al-Nuri en voz baja.

—Sí, y a ti también debería preocuparte, los dos tenemos que pensar en nuestra reputación.

—Pero has dicho que no es un periódico serio. ¿Creerá alguien importante lo que pueda decir?

—Probablemente no —admitió ella—. Pero debemos tener cuidado. No podemos cometer ningún error.

Sin decir nada, Al-Nuri detuvo el coche en el borde de la carretera y apagó el contacto. Durante unos segundos, sólo se oyó la lluvia. Las gotas caían sobre el techo de lona y en el parabrisas. Después de un tiempo, Cassandra se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración.

—¿Estás angustiada porque personas sin importancia puedan pensar que te has comportado de manera incorrecta o porque puedan pensar que tienes una aventura con un árabe de Kahani?

—Mi preocupación no tiene nada que ver con tu procedencia ni con lo que seas. He trabajado muy duro para llegar a donde estoy en el ministerio de Asuntos Exteriores y que la gente piense que utilizo mi puesto para… liarme con un hombre me parece insultante.

Parecía más tranquilo, aunque Cassandra no estaba segura de que lo estuviese.

—¿Ahora nos seguirán de cerca, verdad?

—Sí. Es posible que haya fotógrafos esperándonos en la puerta de casa y que intenten seguirnos a todas partes, tendremos que escabullimos, como hemos hecho esta mañana. Pero no nos será tan fácil.

Al-Nuri apoyó un brazo en el volante.

—¿Quieres que pida que me asignen a otra persona para el resto de mi estancia?

Cassandra pensó en responder que sí durante unos segundos.

—No, eso sólo alimentaría todavía más el rumor. Debemos continuar trabajando juntos de la forma más profesional posible —dejar que la prensa tomase fotografías. Y que intentasen encontrar algo… inapropiado.

—Ahora no nos ve nadie —comentó Al-Nuri.

—No.

—Quizás sea la última vez que estemos solos de verdad.

A Cassandra no le gustaba nada la idea.

—Supongo que tienes razón.

Al-Nuri no se movió, pero la manera en que la miraba hizo que el corazón de Cassandra se pusiese a latir más deprisa.

—Pedirte otro beso sería seguramente poco apropiado —dijo él—. Ya me has dejado claro que sólo quieres tener una relación profesional conmigo. Me gustas mucho. Y me hubiese gustado conocerte en otras circunstancias. Pero los deseos están hechos para los niños que todavía creen en los sueños, y no para los hombres que tienen que enfrentarse día a día a la dura realidad. Hay personas que me quieren muerto. Vivo rodeado de guardaespaldas porque ignorar el peligro sería una locura. Y, aun así, hoy he dejado atrás ese peligro, esa realidad, y no lo lamento. No quiero que termine el día, Cassandra. Imagino que piensas que hago este tipo de cosas a menudo, pero te equivocas. Te admiro. Me atraes. Me marcharé de aquí dentro de dos semanas y tu vida volverá a ser la misma que antes de que llegase. Has dejado claro que no quieres que nos dejemos llevar por lo que sentimos.