Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Una vez en casa, Cassandra llamó a la señora Dunn y consiguió transmitirle la noticia de la explosión y de la muerte de Kadir con tranquilidad. Las lágrimas hacían que le picasen los ojos, pero no permitió que su jefa lo supiese. No obstante, la señora Dunn, que era muy astuta, debió de notar algo.

—¿Cassie, estás bien?

—Estoy… —la palabra «bien» se le quedó trabada en la garganta. Podía haber estado en aquel yate en el momento de la explosión. Seguía viva porque había declinado la nada romántica invitación de Kadir, porque había sido la dama de hielo de la que hablaba su hermana Lexie, porque el amor le había llegado de un modo diferente al que ella había esperado. Le flaquearon las rodillas y tuvo que sentarse en el suelo, con el teléfono en la mano.

—Prefiero que me llame Cassandra —dijo en voz demasiado baja.

—Cómo no —respondió su jefa amablemente.

La confusión dejó paso, de nuevo, a la ira.

—El jeque Kadir era un hombre agradable, ya lo sabe. Inteligente, divertido, tan dedicado a su país como nosotras al nuestro. No merecía morir así. Asegúrese de que lord Carrington envía a los mejores profesionales a investigar la explosión, el asesinato. Quiero que atrapen a los responsables y que sean castigados.

—Por supuesto. No podría ser de otra manera, Cassandra. Voy a enviar a Timothy Little a recogerte mañana.

Cassandra no tenía ganas de verlo, ni a aquel asesor diplomático, ni a nadie. Quería… necesitaba… estar sola.

—No, gracias. Voy a quedarme aquí un par de días.

No podía volver a casa en esos momentos, ni tampoco podría volver al ministerio inmediatamente, como si nada hubiese ocurrido. No conseguía pensar con claridad y tenía el corazón roto en tantos pedazos que no sabía cómo iba a poder recomponerlo. ¿Cómo había podido hacerle eso un hombre en tan sólo unos días? ¿Cómo podía importarle tanto Kadir que su muerte y la idea de no volver a verlo la destrozaba, si en realidad casi no lo conocía?

—Desde luego, si eso es lo que quieres. Llámame cuando te parezca. Quiero saber que estás bien.

—Lo haré.

Cuando terminó la conversación, Cassandra se quedó en el suelo. Todavía le temblaban las piernas, así que se apoyó contra el sofá y se abrazó con brazos temblorosos. Intentó ignorar las lágrimas que le corrían por las mejillas. Tenía que llamar a su madre antes de que corriese la noticia de la muerte de Kadir, pero… todavía no podía hacerlo. Tenía que recomponerse antes de hablar con ella. Prefería quedarse sentada en el suelo y dejar que las emociones que había intentado negar, la invadiesen.

En vez de entregarse sin reservas a lo que había sentido por él desde la primera vez que lo había visto, había permitido que sus dudas le hiciesen guardar las distancias. Incluso cuando él la había besado, cuando ella lo había besado a él, el recelo se había interpuesto entre ellos. ¿Por qué no podía ser como Lexie? Más atrevida con los hombres. Más audaz. ¿Por qué no lo había siquiera intentado?

Si hubiese invitado a Kadir a cenar con ella en casa, todavía estaría vivo. Quizás se hubiese quedado y la hubiese besado. Quizás lo habría hecho en aquel mismo sofá. La habría abrazado, si ella lo hubiese permitido. ¿Lo habría hecho? No lo sabía, y ya nunca lo sabría. Si no se hubiese preocupado tanto por su carrera, tendría un buen recuerdo del único hombre que había conseguido que sintiese aquel cosquilleo en el estómago.

Si hubiese admitido cuales eran sus sentimientos, no se sentiría como si hubiese echado de su lado al único hombre que había amado.

Si, si, si. Cassandra se tumbó en el suelo y se tapó la cara con las manos, como si pudiese esconderse de aquella manera tan infantil. Temblando, sin una lágrima, aterrada, pensó que nunca tendría la energía necesaria para levantarse del suelo.

Y todo por haber intentado ser cauta. Había mantenido a Kadir lejos de ella, había mantenido una actitud profesional… casi todo el tiempo. Y aun así, tenía el corazón hecho trizas.

Amala corría por la playa, riendo, dando saltos, como hacían las niñas. Kadir intentaba alcanzarla, pero no podía. Su hermana era tres años mayor que él y a pesar de ir ataviada con una falda que le llegaba hasta los pies, corría más rápido que él. Sus piernas eran mucho más largas que las de Kadir y se alejaba primero despacio y luego tan rápido que él se quedó sin respiración.

Entonces supo que algo malo iba a ocurrir. Aparecieron nubes grises en el cielo, amenazadoras. Amala se alejó todavía más de él, que intentó correr más rápido, pero no consiguió mover las piernas.

Una ola bañó la arena, y se llevó a Amala, que irritó… y luego desapareció en el mar.

Entonces, la ola fue en busca de Kadir. Allí estaba él, incapaz de moverse ni de decir una sola palabra, mientras el mar lo engullía. Tenía agua en los ojos y en la boca, intentaba ahogarlo.

Él intentó luchar, desesperado, pero aquel monstruo era demasiado grande para un niño y no podía respirar…

Kadir gimió y consiguió alargar una mano y agarrarse a una roca. Otra ola, ya no era un monstruo, sino una ola, intentó llevárselo, pero él se aferró a la roca. Parpadeó para librar sus ojos de aquella agua llena de sal y respiró hondo. Le dolía todo el cuerpo. Casi no podía respirar. Y si no tenía cuidado, la siguiente ola volvería a hundirlo en el mar, y ya no podría salir.

El cielo estaba oscuro, media luna iluminaba las olas y la roca. Durante uno o dos segundos, Kadir pensó que era una pesadilla. Pero entonces recordó.

Estaba a punto de subir la escalera que le conduciría al yate cuando su conciencia lo obligó a cambiar de opinión. Su actitud con Cassandra la apartaría de él, tal y como había planeado, pero lo cierto era que tampoco quería que ella pensase que no le importaba nada. No quería que pensase que era un vividor al que sólo le importaban las mujeres que se metían en su cama cuando él quería.

Así que volvió a la barca y se dirigió hacia el muelle. Había visto a Cassandra marchándose de allí, no había esperado a Sayyid, como él le había dicho. Estaba enfadada, y con razón. Y lo único que él tenía que hacer para continuar con su plan era dejar que lo estuviese…

Y entonces había oído la primera explosión. Y había caído al agua. La onda expansiva lo había tirado de la barca como si no pesase nada. Antes de hundirse en el agua, algo afilado le había cortado el brazo. La barca estaba completamente destruida y él se hundía. La segunda explosión se había producido mientras él luchaba por salir a la superficie, y luego… la oscuridad.

No estaba seguro de cómo había logrado sobrevivir. Había conseguido llegar a la superficie para poder respirar, pero no recordaba cómo. Había flotado o nadado, o se había agarrado a aquella roca, pero no lo recordaba. Quizás algún día lo hiciese, o quizás no.

Tenía la absurda sensación de que su hermana Amala, que había muerto quince años antes, lo había ayudado a salir. Durante un momento, estuvo casi seguro de que el espíritu de su hermana lo había salvado del monstruo del mar.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para subirse a la roca, utilizando el brazo derecho, porque el izquierdo estaba muy débil. Se tumbó, exhausto, incapaz de moverse, mientras se le iban aclarando las ideas.

Después de un rato, se preguntó quién sería el responsable de aquella explosión. ¿Quién sabía que iba a estar en el yate aquella noche? ¿Quién le había dado a Zahid la hora y el lugar de su asesinato? Sus guardaespaldas. Hakim y Tarif. El fotógrafo, cuyo nombre no conocía. O la tripulación del yate.

Y Cassandra.

No podía creer que ella tuviese algo que ver, pero había rechazado su invitación para pasar la noche en el yate, aunque él tampoco se lo había puesto fácil, y aquello la había salvado de la explosión.

En realidad, cualquiera podría estar detrás de aquello. Los seguidores de Zahid habían secuestrado a la familia de Mukhtar para obligar al anciano a hacer lo que ellos querían. Podían haber vuelto a hacerlo, lo que significaba que no podría fiarse de nadie.

De nadie.

Pronto empezó a sentir frío y se puso a temblar. Hacía quince años que su vida no había estado completamente exenta de peligro, pero siempre había estado rodeado de personas en las que había podido confiar.

Pero lo cierto era que, con el fin de pararles los pies a Zahid y a sus seguidores, Kadir se había distanciado de casi todo el mundo, incluso de aquellos que se habían ganado su confianza. Ya no tenía una relación cercana con sus hermanos, ya casi no se conocían. Las esposas y los hijos de éstos eran extraños. Y las mujeres entraban y salían de su vida sin acercarse demasiado a su corazón. Durante quince años, había puesto una barrera entre su persona y todas las demás.

¿Por qué le parecía que en esos momentos estaba más solo que nunca? ¿Por qué le daba la impresión de que no podía fiarse de nadie, salvo de los muertos? De sus padres, de Amala. Y de las personas que estaban en el yate cuando había explotado.

Tenía tanto frío que se vio obligado a dirigirse hacia la carretera, aunque no sabía adonde podía ir un hombre que no podía confiar en nadie. Caminó despacio, primero por encima de la roca, hasta llegar a la carretera. Y cuando quiso darse cuenta estaba delante de la casa de Cassandra.

De la casa de su hermana, para ser más precisos. De una de las ventanas salía luz. Otras estaban a oscuras. ¿Dónde estaría ella, en la habitación iluminada o en una de las que estaban a oscuras? ¿Estaría sola o con un hombre? Con su amante. Quizás con Zahid. ¿Sería Cassandra Klein una de las seguidoras de Zahid Bin-Asfour? Quizás fuese su amante…

Aturdido y confundido, cerró los ojos. No, podía confiar en Cassandra. Ella no tenía nada que ganar aliándose con Zahid. Y… no podía ser. Era una mujer moderna, que valoraba su carrera y su independencia. Zahid despreciaba a las mujeres como ella.

Y a Amala le habría encantado ser como ella, pero no había tenido las mismas oportunidades. Si las hubiese tenido, ¿seguiría viva?

Kadir caminó hacia la ventana que estaba iluminada. Debía tener cuidado. Cuando se hiciese de día, no podría confiar en nadie.

Le era imposible dormir. Quizás Cassandra no volviese a dormir nunca.

Se sentó en el pequeño sofá de Lexie y se echó una manta por los hombros para intentar entrar en calor, aunque el frío que sentía no tenía nada que ver con la temperatura exterior. En el salón había dos lámparas encendidas. El resto de la casa estaba a oscuras.

Había llamado a sus padres por teléfono, antes de que se hiciese demasiado tarde, para asegurarles que estaba bien. Si no los hubiese llamado, se habrían presentado allí. Cassandra no quería compañía, así que les había dicho que la señora Dunn iba a enviar a alguien a recogerla para llevarla de vuelta a Silverton. No había mencionado que ella había rechazado la oferta.

Alguien llamó a la puerta de atrás y Cassandra se sobresaltó. A esas horas de la noche, sólo podían ser malas noticias. Quizás Lexie estuviese de vuelta antes de tiempo porque se hubiera peleado con su novio. Quizás la policía había encontrado el cuerpo de Kadir. Se estremeció sólo de pensarlo. Quizás la señora Dunn había desoído lo que le había dicho y había enviado a Tim Little a recogerla.

¿Pero por qué no había oído ningún coche?

Se puso en pie y tiró la manta que llevaba en los hombros. Volvió a oír un golpe en la puerta.

Alguien había asesinado a Kadir. ¿Querrían matarla a ella también? Lexie tenía un pequeño revólver en el cajón del escritorio. Habían discutido acerca de ello la última vez que Cassandra había estado allí. Lexie había argumentado que podía necesitarlo para defenderse, dado que la casa estaba tan aislada. Ella le había dicho que había más posibilidades de que se disparase ella sola por accidente.