Enamorada del jeque (Aspirantes al trono #3) – Linda Winstead Jones

Se estaba asegurando de que estuviese preparada en todos los sentidos. Seguía pensando en ella, incluso en aquel momento.

—Estoy lista, Kadir —dijo ella estrechándolo con las piernas mientras él la penetraba despacio, muy despacio.

Cassandra contuvo la respiración, saboreando aquel momento con un poco de miedo. Sabía que Kadir no estaba acostumbrado a mujeres sin experiencia. ¿Se sentiría decepcionado con ella? Deseaba que sintiese el mismo placer que la invadía a ella. No quería defraudarlo.

Cuando la hubo penetrado completamente, Cassandra se olvidó de todas sus preocupaciones. Su cuerpo ya había empezado a temblar de deseo y volvía a sentir que el placer le recorría el cuerpo.

Kadir empezó a moverse despacio, con ternura, y ella se movió con él, subiendo y bajando las caderas, con el corazón latiéndole a toda velocidad. Su cuerpo no sólo había aceptado al de Kadir, le daba la bienvenida. Encajaron a la perfección. Él parecía estar hecho para ella, y ella para él.

Cassandra dejó de pensar mientras Kadir le hacía el amor. Se dejó llevar completamente por sus instintos y se encontró ayudándolo a penetrarla más profundamente. Los dos se movían a un mismo ritmo que dejaba de lado todas las dudas, todas las preocupaciones. En aquellos momentos, lo único importante era lo que estaban compartiendo.

Cassandra dio un grito ahogado y se apretó contra él mientras sentía que el orgasmo volvía a sacudir lodo su cuerpo. Kadir se liberó al mismo tiempo que ella y su cuerpo se sacudió mientras llegaba más profundo que antes.

Poco a poco, Cassandra fue recuperando la respiración. Estaba agotada, pero feliz.

Sentía algo tan fuerte, que tenía que ser amor. ¿Qué más podría llenar su corazón de aquella manera? ¿Qué más podría hacerle sentir que el mundo acababa de cambiar sólo para ellos dos? Quería decirle a Kadir que lo amaba, pero decidió no volver a hacerlo aquella noche. En cualquier caso, si era amor, nada podría pararlo.

Kadir se separó de ella y fue al baño. Cassandra pensó que si él se quedaba por allí una temporada, tendrían que pensar en otro modo de protegerse, uno que no se interpusiese entre ellos ni que requiriese unos segundos de espera. Aunque era poco probable que él se quedase allí el suficiente tiempo como para tener que preocuparse por eso. Dejó de pensar en aquello, no quería que nada le estropease aquella noche.

Kadir no tardó en volver a la cama para abrazarla. Guardó silencio un rato, y luego murmuró:

—¿Estás bien?

Se preocupaba por ella porque había sido su primera vez.

—Estoy bien. No, estoy mejor que bien. Nunca me había sentido tan estupendamente en toda mi vida.

—Me alegro —comentó él aliviado.

Ambos encontraron una posición cómoda, abrazados, y Cassandra cayó en un sueño profundo.

Kadir se quedó despierto mucho tiempo después de que la respiración de Cassandra se hiciese lenta y constante.

Era una mujer bella y sensual y deseaba tenerla debajo de él mucho tiempo. No obstante, había intentado ser prudente con ella, ya que sabía que no tenían futuro.

Su discurso acerca de flores y puestas de sol desaprovechadas había hecho que él se dejase llevar, aunque aquella no fuese la única razón por la que se había convertido en el amante que ella había deseado.

Kadir seguía inquieto por la posibilidad de que la persona que lo hubiese traicionado fuese alguien de su equipo, incluso un amigo. Quería pensar que York había visto a uno de los hombres de Zahid, un terrorista que habría conseguido seguirlo hasta Leonia para poner los explosivos.

Pero aquello no le parecía lógico. La lógica le decía que el asesino había ido allí con él y que había podido poner la bomba en el yate porque era alguien que tenía acceso a él.

Aquella noche se había olvidado de todo perdiéndose dentro de Cassandra durante un tiempo. Ella pensaba que sentía amor por él, pero pronto descubriría que no era así, que era sólo algo físico. Las mujeres solían confundir las necesidades de su cuerpo con las de su corazón. Él, no.

Pero la sensación era agradable. Le gustaba sentir su cuerpo a su lado, verla sonreír y gemir y acariciarlo con la sorpresa de alguien que descubre algo nuevo y bello. Cassandra y todo lo que le ofrecía quizás lo ayudasen a mantenerse sereno mientras descubría la verdad.

No sería fácil, pero si Zahid tenía algo que ver con la muerte del príncipe Reginal, la prueba tenía que estar en Silvershire. Si conseguían dar con ella, todos saldrían beneficiados. Cassandra sería una heroína por resolver el misterio del asesinato real. Simón York conseguiría su exclusiva.

Y Él podría volver a todo el mundo contra Zahid Bin-Asfour y sus seguidores. Una cosa era defender una cultura primitiva y otra muy distinta cometer un asesinato.

Se quedaría en ese país una temporada. Días, quizás semanas. Y le gustaría que Cassandra fuese su amante durante ese tiempo. La admiraba y le gustaba, se sentía intensamente atraído hacia ella, apreciaba su compañía. Pero antes de marcharse, tendría que hacerle entender que aquello no había sido más que una aventura. Podían reconfortarse el uno al otro, ciarse placer y compañía en la cama. Pero cuando aquello terminase, no habría nada más.

Ella no pertenecía a su mundo y él no tenía lugar en el de ella.

Kadir había imaginado que la policía se presentaría allí en algún momento el lunes por la noche. Había dicho que se llamaba Joe después de sacar al hombre herido de la tienda de fotografía incendiada y la gente lo había visto marcharse con Cassandra. No les costaría relacionarlos, ya que habían estado juntos por la ciudad toda la mañana y ella lo había presentado como su novio.

Pero nadie fue en busca de Kadir, ni de Joe. Nadie fue a interrogar a Cassandra tampoco. Ella no entendió la razón hasta que no recibió, al día siguiente por la mañana, la llamada de la señora Dunn.

Su jefa, que siempre le había parecido una mujer dura y seca, se preocupaba por ella, a su manera. La llamaba con frecuencia para asegurarse de que Cassandra estaba bien. El martes por la mañana la despertó el teléfono y la señora Dunn le preguntó si la policía había ido a interrogarla. Cassandra le aseguró a su jefa que nadie le había hecho ninguna pregunta desde la misma noche de la explosión.

—Bien. Les he dicho que te dejen un par de días tranquila, para que te recuperes. La policía local ya tiene tu declaración, y eso debería de ser suficiente por el momento.

—Gracias —contestó ella mirando a Kadir, que estaba despierto pero todavía adormilado. No parecía haber dormido bien—. Quizás pudiese tomarme un par de días más, por si recuerdo algo que no le haya dicho a la policía local.

—Puedes tomarte un par de días —respondió la señora Dunn—, pero me gustaría que estuvieses de vuelta el fin de semana. El lunes lo más tarde. La semana anterior a la fiesta del Día del Fundador siempre hay mucho trabajo y te necesito aquí.

—Por supuesto —dijo ella sin saber realmente cuando volvería al ministerio.

Cuando colgó el teléfono, volvió a cerrar los ojos, lira temprano, hacía poco tiempo que había amanecido. Había descansado bien y no volvería a dormirse, pero no tenía ganas de moverse. Quizás pudiesen quedarse todo el día en la cama, haciendo el amor. Le gustaba la idea.

Kadir la apretó contra él, como si le hubiese leído el pensamiento. Le acarició el cuello y puso una mano encima de uno de sus pechos. Aquello hizo que Cassandra se derritiese.

—Buenos días —dijo Kadir todavía con voz ronca.

—Buenos días —sonrió ella.

Kadir intentaba seducirla, aunque a ella no le nana falta que la sedujesen. Las manos del jeque parecían conocer su cuerpo a la perfección y su cuerpo respondía sin dejarle tiempo a hacerse preguntas. Cassandra se limitó a disfrutarlo.

Paseó los dedos por la espalda de Kadir, por el lateral, por la cadera. Acariciarlo era mucho más fácil de lo que ella había pensado, había habido un muro tan firme entre ella y el sexo masculino hasta que había conocido a Kadir. Sabía muy bien como mantener la distancia con los hombres, lo había hecho durante años. En esos momentos estaba aprendiendo a acercarse a uno y, a pesar de su falta de experiencia, no creía estar haciéndolo mal.

Si reflexionase demasiado acerca de lo que estaba haciendo, quizás dejase de hacerlo. Así que no pensó. Se limitó a acariciar, a besar y a susurrar.

Deseaba que Kadir la tumbase de espaldas y se colocase encima de ella. Pero él suspiró y salió de la cama.

—Me encantaría pasar el día contigo en la cama. Pero tenemos mucho trabajo que hacer hoy.

—Estoy cansada de trabajar —confesó ella.

Desnudo, excitado… magnífico… Kadir se detuvo en la puerta del baño, se dio la vuelta y sonrió. Y a ella se le aceleró el pulso como respuesta.

—Sería demasiado fácil pasarme el día contigo en la cama —insistió él—. Sería demasiado fácil convertirme en Joe y limitarme a amarte.

Amarla, en sentido físico, a Cassandra no hacía falta que se lo precisase.

—Sería demasiado fácil, Cassandra, esconderme aquí contigo. Pero yo no soy así, así que me voy a dar una ducha fría e iré a la ciudad. Puedo ir solo, quédate a descansar. Duerme un poco más. Piensa en cosas agradables. Ya me ocuparé yo de lo desagradable, sólo por hoy, mientras tú descansas.

Kadir entró en el cuarto de baño y cerró la puerta detrás de él, un momento después, Cassandra oyó el ruido de la ducha. Un par de minutos más tarde, ella también salió de la cama y se dirigió al baño. No tenían tiempo que perder, y Cassandra lo sabía. Él la deseaba y ella lo necesitaba.

Aquel día no dejaría que Kadir se duchase solo, ni que se enfrentase a lo desagradable del mundo sin ella.

Teniendo en cuenta que el día anterior todavía era virgen, Cassandra era bastante insistente cuando quería algo. Insistente, persistente y decidida.

Kadir le había dado lo que quería, y ella lo había seguido hasta la ducha. ¿Cómo iba a rechazarla? Después, había insistido en acompañarlo a la ciudad. El había intentado convencerla de que se quedase en casa. Pero ella había dicho que si Sharif llamaba y no había nadie, dejaría un mensaje o volvería a llamar. Y si la policía iba a interrogarlos, lo mejor sería que no hubiese nadie en casa.

Como Kadir no parecía convencido, Cassandra supo cómo tenía que convencerlo.

—¿Y si el hombre que ha hecho explotar tu yate y que se quedó allí viendo el fuego viene aquí y estoy sola? ¿Qué hago, Kadir?

No tenía sentido que el hombre que había intentado asesinar a Kadir y que había acabado con la vida de los inocentes que había en el yate fuese detrás de Cassandra. Pero tampoco era imposible.

Kadir aparcó la motocicleta rosa cerca de la tienda de fotografía incendiada y no lejos del hotel en el que se alojaba Simón York, el más barato 4e la ciudad. A Kadir le hubiese gustado poder entrar allí sin que nadie lo reconociese del día anterior, pero la mujer regordeta que había estado fuera de la tienda lo vio y corrió a saludarlo. Él fingió que no se daba cuenta, pero ella lo saludó con la mano y gritó su nombre falso.

Cassandra y él tuvieron que detenerse y volverse hacia ella.